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jueves, 27 de febrero de 2014

.- EL INFIERNO DE TOM: 6 (PARTE 2 y 3).-

CAP 6 (PARTE 2)

El miércoles siguiente, ___________salía del departamento tras el seminario de Kaulitz, cuando oyó una voz familiar a su espalda.
—¿_______? _____ Mitchell, ¿eres tú?
Se volvió en redondo y una joven la abrazó con tanta fuerza que pensó que la iba a ahogar.
—Rachel —logró decir, mientras luchaba por respirar.
La chica, rubia y delgada, gritó de alegría y volvió a abrazarla.
—Te he echado mucho de menos. No puedo creer que llevemos tanto tiempo sin vernos. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Rachel, lo siento mucho. Siento lo de tu madre y... todo lo demás.
Las dos amigas guardaron silencio mientras se abrazaban durante un buen rato.
—Siento haberme perdido el funeral —añadió_______, secándose las lágrimas—. ¿Cómo está tu padre?
—Se siente perdido sin ella. Todos lo estamos. Ha pedido permiso en la universidad para ausentarse temporalmente mientras se recupera. Yo también estoy de baja, pero tenía que salir de allí. ¿Por qué no me dijiste que estabas aquí? —le reprochó Rachel, con los ojos llenos de lágrimas.
________ apartó la mirada de su amiga para dirigirla hacia el profesor Kaulitz, que acababa de abandonar el edificio y la estaba mirando, boqueando como un pez fuera del agua.
—No estaba segura de que fuera a quedarme. Las dos primeras semanas fueron... bueno, duras.
Rachel, que era muy inteligente, captó la extraña energía conflictiva que circulaba entre su hermano adoptivo, parado junto a ellas, y su mejor amiga, pero pensó que por el momento sería mejor obviarla.
—Le he dicho a Tom que esta noche le prepararé la cena. Ven a cenar con nosotros.
______ abrió mucho los ojos. Parecía asustada. Tom carraspeó.
—Rachel, estoy seguro de que la señorita Mitchell tiene otros planes.
______ captó el mensaje que él le estaba enviando y asintió, obediente.
Pero Rachel se volvió hacia su hermano.
—¿La señorita Mitchell? _______ era mi mejor amiga en el instituto. Somos amigas desde entonces. ¿No lo sabías? —Escudriñó los ojos de su hermano y no encontró en ellos ni rastro de reconocimiento—. Oh, me había olvidado de que no habíais coincidido. No importa. Tu actitud es exagerada. Hazme el favor de sacarte el palo del culo.
Al volverse hacia _______, Rachel vio que acababa de tragarse la lengua. O eso parecía, porque se había puesto azul y estaba tosiendo.
—Será mejor que nos veamos otro día, a la hora de comer. Seguro que el profesor... que tu hermano querrá estar a solas contigo esta noche.
_______ trató de sonreír, lo que no era fácil, con Kaulitz fulminándola con la mirada por encima de la cabeza de Rachel. Ésta entornó los ojos.
—Es Tom, ________. ¿Qué demonios os pasa a los dos?
—Es mi alumna, Rachel. Hay reglas al respecto. —El tono de voz de él era cada vez más frío y agresivo.
—Es mi amiga, Tom. ¡Que les den a las reglas! —Miró a uno y a otra. Vio que _____se estaba contemplando los zapatos y que su hermano tenía el cejo fruncido—. ¿Alguien podría explicarme qué está pasando aquí?
Al ver que ninguno de los dos respondía, se cruzó de brazos y entornó los ojos aún más. Al recordar el comentario de su amiga sobre la dureza de las dos primeras semanas de curso, llegó a una conclusión.
—Tom Jorg Kaulitz, ¿te has estado comportando como un idiota con______?
A ésta casi se le escapó la risa y _______se enfurruñó todavía más. A pesar del silencio, la reacción de ambos le indicó a Rachel que sus sospechas eran fundadas.
—Bueno, pues no tengo tiempo para estas tonterías. Vais a tener que daros un beso y hacer las paces. Sólo voy a estar aquí una semana y quiero pasar todo el tiempo posible con los dos.
Y cogiéndolos del brazo, los arrastró hacia el Jaguar.
Rachel Clark no se parecía en nada a su hermano adoptivo. Trabajaba como ayudante en la secretaría de prensa del alcalde de Filadelfia. Sonaba importante, pero no lo era. De hecho, se pasaba casi toda la jornada revisando los periódicos locales en busca de noticias que mencionaran al alcalde, o haciendo fotocopias de los comunicados de prensa. En el mejor de los casos, se le permitía actualizar el blog de la alcaldía.
Rachel era esbelta, de rasgos delicados y pelo liso, que llevaba largo. Tenía los ojos grises y muchas pecas. Era muy espontánea, lo que muchas veces sacaba de quicio al introvertido de su hermano, que era bastante mayor que ella.
Tom mantuvo la boca cerrada durante el trayecto hasta su piso, mientras las dos jóvenes charlaban en el asiento de atrás, riendo y poniéndose al día como un par de adolescentes. No tenía ningunas ganas de pasar la velada con ellas, pero sabía que su hermana lo estaba pasando mal y no quería ponerle las cosas más difíciles.
Pronto, el trío, compuesto por dos personas felices y otra no tanto, subía en el ascensor del edificio Manulife, un impresionante rascacielos de lujo en la calle Bloor. Al salir del ascensor en la última planta, _______se fijó en que sólo había cuatro puertas en cada rellano. «¡Vaya! Estos pisos tienen que ser enormes.»
Cuando entraron detrás de Tom y cruzaron el vestíbulo hasta una grandiosa y diáfana sala de estar, _______ entendió por qué la sensibilidad de El Profesor se había sentido herida en su estudio. Su espacioso piso tenía cristaleras que iban del suelo al techo, cubiertas por unas impresionantes cortinas de seda de un tono de azul pálido como el hielo. Desde los ventanales se veía el lado sur de la torre CN y el lago Ontario. Los suelos eran de madera noble, oscura, adornados con alguna alfombra persa, y las paredes estaban pintadas de color visón claro.
Los muebles del salón parecían sacados del catálogo de Restoration Hardware. Destacaba un gran sofá de cuero color chocolate con remaches, con dos butacas a juego. Delante de la chimenea vio una otomana y otra butaca de terciopelo rojo de respaldo alto.
______ se quedó mirando la butaca y la otomana con envidia. Era el lugar perfecto donde pasar una tarde lluviosa, tomándose una taza de té y leyendo su libro favorito. No ella, desde luego.
La chimenea funcionaba a gas y encima, en vez de un cuadro, Tom había colgado un televisor de plasma de pantalla plana. En la sala había varias obras de arte, pinturas al óleo en las paredes y alguna figura sobre el mobiliario. Tenía piezas de vidrio romano y de
cerámica griega que podrían estar en un museo y reproducciones de esculturas famosas, como la Venus de Milo o Apolo y Dafne de Bernini. La verdad era que allí había muchas esculturas, todas ellas de desnudos femeninos.
Lo que no tenía eran fotografías personales. A ______le extrañó mucho ver que tenía fotografías en blanco y negro de París, Roma, Londres, Florencia, Venecia y Oxford, pero ninguna de los Clark, ni siquiera de Grace.
En la habitación de al lado, cerca de una mesa de comedor grande y formal, había un bufet de ébano que ______ contempló con admiración. Encima, se veía un gran jarrón de cristal, una bandeja de plata labrada con varias licoreras llenas de bebidas ambarinas, una cubitera y copas de cristal anticuadas. Unas pinzas de plata completaban la estampa. Estaban colocadas pulcramente sobre un montón de pequeñas servilletas de tela blanca con las iniciales T. J. K. bordadas. _______ se rió para sus adentros al darse cuenta de que, si el apellido de Tom hubiera sido, por ejemplo, Davidson en vez de Kaulitz, sus siglas serían G. O. D., Dios en inglés. (Bueno, sé que no tiene sentido pero es que el nombre verdadero es Gabriel O.)
Resumiendo, el piso del profesor Kaulitz era estéticamente agradable, decorado con muy buen gusto, claramente masculino y muy, muy frío. _____se preguntó si alguna vez llevaría mujeres a aquel lugar tan poco acogedor, aunque trató de no imaginarse lo que haría con ellas una vez allí. Tal vez tendría una habitación específica para esos asuntos, para que nadie ensuciara sus preciadas posesiones. Al pasar una mano sobre el gélido granito negro de la encimera de la cocina, se estremeció.
Rachel precalentó el horno y se lavó las manos.
—Tom, ¿por qué no le enseñas a _____la casa mientras yo empiezo a preparar la cena?
Ella se abrazó a la mochila. No se atrevía a dejar un objeto tan ofensivo en ninguno de los muebles, pero Tom se la arrancó de las manos y la dejó en el suelo, bajo una mesita. _______le dedicó una sonrisa de agradecimiento y él se sorprendió a sí mismo devolviéndosela.
No quería enseñarle la casa a la señorita Mitchell. Sobre todo, no quería que viera su dormitorio, ni las fotos en blanco y negro que adornaban las paredes. Pero sabía que con Rachel allí no iba a librarse tan fácilmente. Al menos tendría que enseñarle las habitaciones de invitados.
Así pues, poco después se encontraban en su estudio. Había sido un dormitorio de invitados, pero lo había convertido en una cómoda biblioteca, con estanterías de madera oscura que iban del suelo al techo.
_______ se quedó contemplando los libros con la boca abierta. Había volúmenes nuevos y otros muy antiguos. Casi todos eran ejemplares de tapa dura. Vio títulos en latín, italiano, francés, inglés y alemán. La habitación, como el resto de la vivienda, era muy masculina. Las mismas cortinas color azul hielo, el mismo suelo de madera oscura, con una alfombra persa en el centro.
Tom se puso tras el gran escritorio de roble.
—¿Te gusta? —la tuteó. Sabía que Rachel no iba a permitir que le hablara de usted.
—Mucho —respondió ella—. Es preciosa.
Alargó la mano para acariciar la butaca de terciopelo rojo, era igual que la que había admirado antes en el salón, pero se detuvo justo a tiempo. A El Profesor no le gustaría que la tocara.
Probablemente la reprendería por ensuciarla con sus dedos mugrientos.
—Es mi butaca favorita. Es muy cómoda. ¿Quieres probarla? 
_______sonrió como si acabara de darle un regalo y se sentó en ella con las piernas dobladas, enroscándose como un gato.
Tom juraría que la había oído ronronear. Sonrió al verla. Lo hizo sentirse relajado y casi feliz. En un impulso, decidió enseñarle uno de sus tesoros más preciados.
—Ven, te enseñaré una cosa —le dijo, con un gesto de la mano. Ella se levantó en seguida y se quedó esperando al otro lado del escritorio.
Tom abrió un cajón y sacó dos pares de guantes blancos de algodón.
—Póntelos —le dijo, dándole un par.
Sin decir nada, ella imitó sus movimientos.
—Ésta es una de mis posesiones más valiosas —le explicó él, sacando una caja de madera de un cajón que acababa de abrir con llave.
Cuando dejó la caja sobre el escritorio, a ______le entró miedo.
«¿Qué habrá dentro? ¿Una cabeza reducida? ¿Tal vez la cabeza reducida de una antigua alumna?»
Pero no. El profesor abrió la caja y sacó lo que parecía un libro. Al abrirlo, ______vio que se trataba de una serie de sobres de papel unidos, formando un acordeón. Estaban etiquetados en italiano.
Rebuscó entre los sobres cuidadosamente hasta encontrar el que buscaba y entonces sacó algo de dentro, que sostuvo reverentemente sobre las palmas.
Al ver de qué se trataba, ______ahogó una exclamación. Tom sonrió orgulloso.
—¿Lo reconoces?
—¡Por supuesto! Pero... ¡no puede ser el original! 
Él se echó a reír.
—Por desgracia, no. Eso no está al alcance de mi modesta fortuna. Los originales son del siglo XV. Éstas son reproducciones del XVI.
Tenía en su mano una copia de la famosa ilustración de Dante y Beatriz y el cielo de las estrellas fijas del Paraíso. El original había sido realizado por Sandro Botticelli con pluma y tinta. Era una ilustración de unos cuarenta por cincuenta centímetros. Aunque el pintor sólo había utilizado tinta, el nivel de detalle era asombroso.
—¿De dónde lo has sacado? No sabía que existieran copias.
—Pues las hay. Además, probablemente fueron hechas por un alumno de Botticelli. Y lo mejor de todo: está completo. Botticelli realizó cien ilustraciones para La Divina Comedia, pero sólo se conservan noventa y dos. En cambio, mi juego de copias está completo.
______ abrió mucho los ojos, que le brillaban emocionados.
—¿Me tomas el pelo? 
Tom se echó a reír.
—No.
—Fui a ver los originales cuando los expusieron en la galería de los Uffizi, en Florencia. El Vaticano tiene ocho, si no me equivoco, y el resto pertenecen a un museo de Berlín —dijo______.
—Exacto. Pensé que sabrías apreciarlos.
—Pero nunca he visto los ocho que faltan.
—Casi nadie los ha visto. Deja que te los enseñe.
El tiempo pasó volando mientras él le mostraba sus tesoros. Ella los estuvo admirando en silencio hasta que les llegó la voz de Rachel desde el vestíbulo.
—Tom, ¿quieres servirle una copa a ______y dejar de aburrirla con tus antiguallas?
Él puso los ojos en blanco y ______ se echó a reír.
—¿De dónde las sacaste? ¿No deberían estar en un museo? —preguntó mientras lo miraba guardar las ilustraciones en sus respectivos sobres.
Tom apretó los labios.
—No están en un museo porque me niego a desprenderme de ellas. Nadie sabe que las tengo. Sólo mi abogado y mi agente de seguros. Y ahora tú.
Luego apretó los dientes, como dando el tema por zanjado, por lo que _____no insistió.
Lo más probable era que las ilustraciones hubieran sido robadas de algún museo y que él las hubiera comprado en el mercado negro. Eso explicaría su reticencia a darlas a conocer. _______ se estremeció al darse cuenta de que había visto algo que menos de media docena de personas habían visto. Eran tan hermosas que cortaban la respiración. Obras de arte.
—¿Tom? —insistió Rachel desde la puerta.
—Vale, vale. ¿Qué quiere beber, señorita Mitchell? —le preguntó él, saliendo del estudio y dirigiéndose al botellero climatizado que tenía en la cocina.
—¡Tom!
—Perdón. ¿________?
Ella se sobresaltó al oír su nombre completo en su boca.
Al notar la extraña reacción de su amiga, Rachel desapareció en un pequeño anexo que servía como despensa.
—Cualquier cosa estará bien, profe... Tom—respondió _____, cerrando los ojos para disfrutar del placer de poder decir por fin su nombre en voz alta. Luego se sentó en uno de los elegantes taburetes de la barra de desayuno.
Él se decidió por una botella de chianti y la dejó sobre la encimera.
—La dejaré fuera un rato para que se ponga a temperatura ambiente —dijo, sin dirigirse a nadie en particular.
Y, tras excusarse, desapareció, probablemente para cambiarse de ropa y ponerse más cómodo.
—______—susurró Rachel, dejando un montón de verduras a un lado del fregadero doble—. ¿Puede saberse qué pasa entre Tom y tú?
—Vas a tener que preguntárselo a él.
—No te preocupes, pienso hacerlo. Pero ¿por qué se comporta de un modo tan raro? ¿Y por qué no le dijiste quién eras?
—Pensé que me reconocería —admitió ella, que parecía a punto de echarse a llorar—, pero no me recuerda —añadió, con voz temblorosa y la mirada fija en su regazo.
Rachel, sorprendida tanto por sus palabras como por su respuesta tan emocional, se acercó para abrazarla.
—No te preocupes. Ahora estoy yo aquí y me ocuparé de él. En algún lugar, debajo de la ropa, tiene corazón. Se lo vi una vez. Pero ahora ayúdame a limpiar las verduras. El cordero ya está en el horno.
Cuando Tom regresó, abrió el vino sonriendo para sus adentros. Iba a pasar un buen rato. Sabía qué aspecto tenía _______cuando probaba el vino e iba a tener una sesión privada de su erótica representación de la otra noche. Sintió un tirón involuntario en alguna parte de su cuerpo y deseó haber colocado alguna cámara secreta de vídeo en el apartamento. No creía que fuera buena idea sacar la máquina y empezar a hacerle fotos.
Le mostró la botella, satisfecho al ver la expresión de aprobación que le iluminó la cara al leer la etiqueta. Había comprado una botella de esa cosecha de la Toscana y habría sido una lástima malgastarla en alguien que no supiera apreciarla. Le sirvió un poco de vino en la copa y se echó hacia atrás, observándola y esforzándose para no sonreír.
Igual que la otra vez, ______hizo girar el líquido lentamente y lo examinó a la luz halógena. Cerró los ojos y aspiró su aroma. Luego acercó sus tentadores labios al borde de la copa y probó el vino con delectación, manteniéndolo en la boca unos instantes antes de bebérselo.
Tom suspiró mientras miraba cómo el chianti viajaba por su larga y elegante garganta.
Cuando abrió los ojos, ______ se encontró a Tom tambaleándose ligeramente delante de ella. Sus ojos cafés se habían oscurecido y tenía la respiración alterada. La parte delantera de sus pantalones gris marengo... ______ frunció el cejo.
—¿Te encuentras bien?
Pasándose una mano por la cara, él se obligó a calmarse.
—Sí, lo siento. —Tras llenarle la copa, se sirvió también y empezó a disfrutar del vino, sin dejar de mirarla por encima del borde de cristal.
—Debes de estar muerto de hambre, Tom—comentó Rachel por encima del hombro, mientras removía la salsa que estaba preparando—. Y sé que te conviertes en una bestia salvaje cuando tienes hambre.
—¿Qué vamos a tomar con el cordero? —preguntó él, observando a _______como si fuera un halcón, mientras ella se llevaba la copa a los labios una vez más.
Rachel dejó una caja sobre la barra.
—¡Cuscús!
______ se atragantó y escupió de golpe todo el vino que tenía en la boca, empapando a Tom y su camisa blanca. Al ver lo que había hecho, se asustó y soltó la copa, que se rompió en mil pedazos al chocar contra la base del taburete, manchándola a ella y manchando el suelo de madera noble.
Tom se limpió la cara y la camisa mientras maldecía en voz alta. Muy alta. _______se bajó del taburete, se arrodilló y empezó a recoger los trozos de cristal roto.
—Déjalo —dijo él suavemente, mirándola desde el otro lado de la barra.
Pero ella siguió recogiendo, con lágrimas en los ojos.
—¡Que lo dejes! —repitió él más fuerte, rodeando la barra.
________ se pasó los trozos de cristal de una mano a otra y siguió con su tarea. Parecía un cachorro arrastrándose patéticamente por el suelo con una pata herida.
—¡Para! ¡Por el amor de Dios, mujer, para! Te vas a cortar.
Tom se alzaba ante ella amenazadoramente y su enfado descendía desde las alturas como la ira de Dios.
Agarrándola por los hombros, la levantó y la obligó a soltar los trozos de cristal en un cuenco que había sobre la barra, antes de conducirla hasta el cuarto de baño de invitados.
—Siéntate —le ordenó.
Ella se sentó en la taza del váter y sollozó en silencio.
—Enséñame las manos.
Entre las manchas de vino, Tom distinguió algunas gotas de sangre y alguna esquirla de cristal clavada en la palma. Maldijo varias veces negando con la cabeza mientras abría el botiquín.
—No se te da muy bien escuchar, ¿no?
_______ parpadeó, lamentando no poder secarse las lágrimas de las mejillas con las manos.
—Y tampoco obedecer —añadió, mirando por encima del hombro.
Lo que vio lo hizo detenerse en seco.
Si más tarde alguien le hubiera preguntado por qué lo hizo, se habría encogido de hombros y no habría sabido qué responder. Pero cuando se detuvo y miró con atención a la criatura allí encogida, llorando, sintió algo. Algo que no era irritación, ni enfado, ni culpa ni lujuria. Sintió compasión. Y se arrepintió de haberla hecho llorar.
Inclinándose hacia ella, le secó las lágrimas con los dedos con delicadeza. En cuanto la rozó, notó un estremecimiento y la sensación de que su piel le resultaba familiar. Cuando le hubo secado las lágrimas, le sujetó la cara entre las manos y se la levantó hacia él. Pero al darse cuenta de lo que estaba haciendo, se apartó rápidamente y empezó a limpiarle las heridas.
—Gracias —murmuró_______ , agradeciéndole el cuidado con que estaba retirando los trocitos de cristal. Usaba unas pinzas y no dejaba ni un milímetro de piel sin examinar.
—No se merecen.
Cuando se dio por satisfecho con el resultado, echó yodo en un trozo de algodón.
—Esto te va a doler un poco.
Vio que ella se preparaba y se encogió por dentro. No le apetecía nada hacerle daño. Era tan suave y frágil. Tardó un minuto y medio en armarse de valor para aplicarle el desinfectante en los cortes. Durante todo ese tiempo, ________ permaneció inmóvil, mirándolo con los ojos muy abiertos y mordiéndose el labio, esperando a que se decidiera de una vez.
—Ya está —dijo él malhumorado, limpiándole los últimos restos de sangre—. Curada.
—Siento haber roto la copa. Sé que era de cristal.
Su suave voz interrumpió sus pensamientos mientras guardaba las cosas en el botiquín.
Él hizo un gesto con la mano, quitándole importancia.
—Tengo varias docenas. Hay una tienda debajo de casa donde las venden. Si necesito otra, la iré a buscar.
—Me gustaría reponerla.
—No podrías permitírtelo.

CAP 6 (PARTE 3)

Las palabras salieron de su boca antes de darse cuenta de lo que estaba diciendo. Al ver que ________ se ruborizaba y luego palidecía, se horrorizó. Había vuelto a agachar la cabeza, por supuesto, y se estaba mordiendo la mejilla.
—Señorita Mitchell, nunca se me ocurriría cobrarle la copa. Va en contra de todas las leyes de la hospitalidad.
«Y eso sería intolerable», pensó ella con ironía.
—Pero también te he manchado la camisa. Deja que pague la tintorería al menos.
Tom bajó la vista hacia su preciosa, pero obviamente estropeada camisa y maldijo en silencio. Le gustaba aquella camisa. Paulina se la había traído de Londres. La mancha de la saliva de ______ mezclada con el chianti no iba a desaparecer nunca.
—Tengo varias camisas iguales —mintió—. Además, seguro que la mancha saldrá fácilmente. Rachel me ayudará.
______ se mordió el labio inferior una vez más.
Tom sintió que le daba vueltas la cabeza, pero sus labios eran tan rojos y tentadores que no pudo apartar la vista. Era una sensación comparable a estar presenciando un accidente de coche desde la cubierta de un barco.
Inclinándose hacia ella, le dio unas palmaditas en el dorso de la mano.
—Los accidentes son inevitables. No son culpa de nadie —dijo para tranquilizarla.
_____ dejó de morderse el labio y lo recompensó con una sonrisa.
«La amabilidad la hace florecer. Es como una rosa que abre los pétalos.»
—¿Se encuentra bien? —preguntó Rachel a su espalda. Tom retiró la mano apresuradamente y suspiró.
—Sí, aunque me temo que ______odia el cuscús.
Y, tras decirlo, le guiñó un ojo a _______ y disfrutó viendo cómo el rubor se extendía desde sus mejillas por su piel de porcelana. En verdad era un ángel de ojos castaños.
—No pasa nada. Prepararé arroz pilaf —dijo Rachel, que salió del cuarto de baño seguida por Tom.
______se quedó dónde estaba, tratando de impedir que el corazón se le saliera del pecho.
Mientras Rachel guardaba el cuscús en la nevera, Tom fue a cambiarse al dormitorio. Se quitó la camisa manchada y, muy a su pesar, la tiró a la basura. Al volver a la cocina, acabó de recoger los cristales y el vino del suelo.
—Hay un par de cosas que deberías saber sobre ______—dijo Rachel por encima del hombro.
Él echó los trozos de cristal a la basura.
—Preferiría no oírlas.
—Pero ¡por favor! ¿Qué te pasa? Es mi amiga.
—Pero también es mi alumna. No debería saber nada de su vida privada. Que sea tu amiga ya resulta bastante problemático.
Su hermana irguió la espalda y negó con la cabeza. Sus ojos grises se oscurecieron al decirle:
—¿Sabes qué?, no me importa. La quiero mucho y mamá también la quería. Será mejor que lo recuerdes la próxima vez que sientas tentaciones de gritarle.
Al cabo de unos momentos, continuó:
—Lo ha pasado muy mal, idiota. Por eso se ha mantenido a distancia este año. Y ahora que por fin empieza a salir de su caparazón, un caparazón que yo pensaba que no abandonaría nunca, tú con tu arrogancia y tu condescendencia la empujas a volver a ocultarse. Así que deja de actuar como un estirado inglés y trátala como se merece. No eres ni el señor Rochester, ni el señor Darcy ni Heathcliff, por el amor de Dios. ¡Compórtate o volveré a Canadá y te meteré un taco por el culo!
Tom enderezó la espalda y la fulminó con la mirada.
—Espero que te refieras a una tortilla de maíz.
Rachel no se amilanó. De hecho, se irguió aún más. Tenía un aspecto casi amenazador.
—De acuerdo —se rindió él.
—Bien. Por otra parte, me cuesta creer que no reconocieras su nombre después de la cantidad de veces que te he hablado de lo mucho que le gusta Dante. ¿A cuántas entusiastas de Dante de Selinsgrove conoces?
Tom se inclinó hacia su hermana y le dio un beso en la frente enfurruñada.
—No seas tan dura conmigo, Rach. Trato de no pensar en nada relacionado con Selinsgrove si puedo evitarlo.
El enfado de ella desapareció al oírlo.
—Lo sé —dijo, abrazándolo con fuerza.



Unas cuantas horas y otra botella de chianti más tarde, ______se dispuso a irse.
—Gracias por la cena. Tendría que volver a casa.
—Te llevaremos —dijo Rachel, levantándose para ir a buscar los abrigos.
Tom frunció el cejo, pero siguió a su hermana.
—No hace falta. No está lejos, puedo ir andando —dijo _____desde la cocina.
—Ni hablar. Es de noche y no me importa lo seguro que sea Toronto. Además, está lloviendo —replicó Rachel antes de empezar a discutir con su hermano.
_____se alejó para no oír a Tom diciendo que no quería acompañarla. Pero los hermanos reaparecieron en seguida y los tres salieron al rellano. Cuando el ascensor estaba llegando, el móvil de Rachel empezó a sonar.
—Es Aaron —informó ella, abrazando a su amiga para despedirse—. Llevo todo el día intentando hablar con él, pero ha estado de reuniones. No te preocupes, hermano mayor, tengo llave.
Y volvió a entrar en el piso, dejando a una incómoda ______con un Tom enfurruñado en el ascensor.
—¿Pensabas contarme quién eras alguna vez? —preguntó él en tono ligeramente acusatorio.
Ella negó con la cabeza y se abrazó con fuerza a su ridícula mochila.
Tom le echó un vistazo y decidió que aquella bolsa tenía los días contados. Si volvía a verla, perdería los nervios. Además, Paul la había tocado, lo que significaba que estaba contaminada. ______iba a tener que tirarla.
La guio hasta su plaza de aparcamiento y ella se dirigió a la puerta del acompañante del Jaguar. Pero entonces Tom apretó el botón de un mando a distancia y un Range Rover que tenían al lado hizo un ruido agudo.
—Vamos a usar éste. La tracción en las cuatro ruedas es más segura cuando llueve. No me gusta usar el Jaguar con el suelo mojado si puedo evitarlo.
Ella trató de disimular su sorpresa al ver lo incómodo que parecía. Era como si se avergonzara de su riqueza. Cuando le abrió la puerta y la ayudó a subir, _______ se preguntó si habría notado la conexión entre ellos al tocarle el brazo.
Por supuesto, la había notado.
—Has dejado que me comportara como un auténtico imbécil —protestó él, frunciendo el cejo mientras salían del garaje.
«No has necesitado mi ayuda. Lo has hecho estupendamente tú solito.» Las palabras no pronunciadas quedaron suspendidas entre ellos. ______se preguntó si El Profesor sería capaz de leer la mente.
—Si lo hubiera sabido, te habría tratado de otra manera. Te habría tratado mejor.
—¿Ah, sí? ¿De verdad? ¿Y qué habrías hecho? ¿Hacerle pagar tu mal humor a otro alumno? En ese caso, me alegro de que no lo supieras.
Tom la miró con frialdad.
—Esto no cambia nada. Me alegro de que seas amiga de Rachel, pero sigues siendo mi alumna y hemos de mantener nuestra relación a un nivel profesional, señorita Mitchell. Será mejor que tengas cuidado con cómo te diriges a mí, ahora y en el futuro.
—Sí, profesor.
Tom buscó algún rastro de sarcasmo en su voz, pero no lo encontró. Tenía los hombros encorvados y la cabeza gacha. Su pequeña rosa se había marchitado. Y él era el único responsable. «¿Tu pequeña rosa? ¡Maldita sea, Kaulitz! ¿En qué estás pensando?»
—Rachel está muy contenta de tenerte aquí. ¿Sabías que estuvo prometida?
—¿Estuvo? ¿Ya no lo está?
—Aaron Webster le pidió que se casara con él y ella aceptó, pero eso fue antes de que Grace... —Tom respiró hondo—. A Rachel no le apetece preparar la boda ahora y canceló el compromiso. Por eso está aquí.
—Oh, no, lo siento mucho. Pobre Rachel. —______suspiró—. Y pobre Aaron. Yo lo apreciaba mucho.
Tom frunció el cejo.
—Aún están juntos. Aaron la quiere, es obvio, y entiende que Rachel necesita tiempo. Cuando las cosas se ponían feas en casa, ella siempre venía a verme para escapar de las peleas. Lo que no deja de ser curioso, porque yo era la oveja negra y Rachel la favorita.
_____ asintió como si lo comprendiera.
—Tengo un problema de carácter, señorita Mitchell. Me cuesta controlar la ira. Cuando pierdo el control, puedo ser muy destructivo.
Ella abrió mucho los ojos ante su confesión y separó los labios como si fuera a hablar, pero no dijo nada.
—Sería... desaconsejable que perdiera los papeles cerca de alguien como tú. Sería muy doloroso para ambos —siguió diciendo él.
Sus palabras sonaban tan sinceras y aterradoras que a ______se le quedaron grabadas a fuego.
—La ira es uno de los siete pecados capitales —comentó, volviendo la cabeza para mirar por la ventanilla, tratando de calmar el ardor que sentía en el vientre.
Él se echó a reír con amargura.
—Curiosamente, poseo los siete. No te molestes en contarlos: orgullo, envidia, ira, pereza, avaricia, gula, lujuria.
Ella alzó una ceja, pero no se volvió a mirarlo.
—Lo dudo.
—No espero que lo entiendas. Tú sólo eres un imán para los percances, señorita Mitchell, pero yo soy un imán para el pecado.
Esta vez sí se volvió hacia él, que le dedicó una mirada resignada; ella respondió con otra compasiva.
—El pecado no se siente atraído por un ser humano en concreto, profesor. Es más bien al revés.
—No según mi experiencia. A mí el pecado me encuentra siempre, aunque no lo busque. Eso sí, reconozco que no se me da bien resistirme a la tentación. —La miró brevemente a los ojos antes de volver a fijarse en la conducción—. Tu amistad con Rachel explica por qué enviaste gardenias. Y cómo firmaste la tarjeta como lo hiciste.
—Siento lo de Grace. Yo también la quería.
Tom la miró de nuevo. En los ojos de _____, grandes y amables, vio indicios de tristeza y de una pérdida irreparable.
—Sí, ahora me doy cuenta.
—¿Tienes radio por satélite? —preguntó ella, cuando él encendió el aparato y apretó uno de los botones de pre sintonización.
—Sí, suelo escuchar alguna emisora de las que ponen jazz, pero depende de mi estado de ánimo.
______ alargó la mano hacia la radio, pero la retiró sin atreverse a tocarla.
Tom sonrió al darse cuenta. Recordó cómo había ronroneado cuando le dio permiso para sentarse en su butaca favorita. Quería volver a oírla de nuevo.
—Adelante. Elige lo que quieras.
_____fue tocando botones, sonriendo al comprobar qué emisoras había pre sintonizado él. No le extrañó encontrar la CBS francesa ni las noticias de la BBC, pero sí la sorprendió una llamada Nine Inch Nails.
—¿Hay una emisora que sólo emite sus canciones? —preguntó ella, incrédula.
—Sí —respondió Tom, revolviéndose inquieto en el asiento, como si hubiera descubierto un secreto embarazoso.
—¿Y te gustan?
—Según de qué humor estoy.
______apretó el botón de una de las emisoras de jazz.
Tom presintió más que vio su visceral rechazo. No lo entendió, pero pensó que sería mejor no insistir en ello.
______ odiaba a los Nine Inch Nails. Si empezaban a sonar en la radio, cambiaba de emisora. Si en algún sitio ponían una canción suya, salía de la habitación, o del edificio si hacía falta. El sonido de su música, pero sobre todo la voz de Trent Reznor, la aterrorizaban, aunque nunca le había contado a nadie por qué.
La primera vez que los escuchó fue en un club, en Filadelfia. Había estado bailando con él, y él se había estado restregando contra ella. Al principio no le dio importancia, porque ya estaba acostumbrada. Siempre lo hacía, pero cuando cambió la música y empezó a sonar aquella canción, ______empezó a sentirse incómoda. Supuso que tendría algo que ver con la extraña secuencia de notas del principio, pero luego empeoró con aquella voz, la letra sobre follar como un animal y la mirada de él mientras apoyaba la frente en la suya y le susurraba aquellas palabras, que se le clavaron en el alma.
Fueran cuales fuesen las creencias religiosas de ______y sus oraciones medio en broma a los dioses menores, en ese momento tuvo la certeza de estar oyendo la voz del diablo. Sintió que Lucifer la rodeaba con sus brazos y le susurraba aquellas palabras. Y se asustó mucho.
______se había separado de él bruscamente y se había refugiado en el lavabo de mujeres. Mientras miraba a la chica pálida y temblorosa que le devolvía la mirada desde el espejo, se preguntó qué demonios le había pasado. No sabía por qué él le había hablado así, ni por qué había elegido ese preciso momento para hacerlo, pero estaba segura de que no se había tratado sólo de la letra de una canción. Ésta había sido un medio para confesarle sus intenciones y deseos más oscuros.
_______no quería que la follaran como a un animal. Quería ser amada. Habría renegado del sexo para siempre si pensara que con ello lograría el tipo de amor del que se nutrían los poemas y los mitos. Ése era el tipo de sentimiento que deseaba desesperadamente, aunque en el fondo no se creía merecedora de él. Quería ser la musa de alguien. Quería ser venerada y adorada en cuerpo y alma. Quería ser la Beatriz de un Dante apuesto y noble y habitar con él para siempre en el Paraíso. Quería vivir una vida que rivalizara con la belleza de las ilustraciones de Botticelli.
Ésa era la causa de que, a los veintitrés años, _______Mitchell siguiera siendo virgen y de que guardara en el cajón de la ropa interior la fotografía del hombre que había puesto el listón tan alto que ninguno de los que había habido después había podido alcanzarlo. Durante los últimos seis años, había dormido con su foto debajo de la almohada. Ningún otro hombre había estado nunca a su altura. Ningún otro había despertado en ella los sentimientos de amor y devoción que él le había inspirado. Su relación se basaba en una única noche, una noche que _____ revivía en sus recuerdos una y otra vez.



HOLA!! QUE TAL ESTUVO LOS CAPITULOS?? BUENOS NO?? SE PREGUNTARAN CON QUIEN ESCUCHO EN LA DISCOTECA A LOS NINE INCH NAILS?? NO FUE CON TOM DE ESO ESTENCE SEGURAS PERO ... ¿CON QUIEN LO HIZO? ESO LO SABRAN MAS ADELANTE :D JAJAJAJA DEJENME SUS COMENTARIOS PARA SABER SI LES ESTA GUSTANDO O NO LA NOVELA :)) SIN MAS QUE DECIR ME DESPIDO, QUE ESTEN BIEN Y HASTA LA PROXIMA ACTUALIZACION :))

sábado, 22 de febrero de 2014

.- EL INFIERNO DE TOM .- 5 y 6 (parte 1)

CAP 5

Kaulitz recorrió el pasillo de un extremo a otro varias veces. Luego se apoyó en la pared y se frotó la cara con las manos. Estaba bien jodido. No sabía cómo había acabado allí ni qué lo había impulsado a actuar como lo había hecho, pero sabía que estaba metido en un lío de proporciones épicas. Su comportamiento con la señorita Mitchell en su despacho no había sido nada profesional. Había rozado casi el acoso verbal. Y luego, por si fuera poco, la había subido a su coche y había entrado en su casa. Todo estaba resultando muy irregular.
Si en vez de a la señorita Mitchell hubiera recogido a la señorita Peterson, probablemente ésta se habría inclinado sobre él y le habría bajado la cremallera de la bragueta con los dientes mientras conducía. Se estremeció de sólo pensarlo. Y ahora estaba a punto de salir a cenar con la señorita Mitchell. ¡La había invitado a comer un filete! Si eso no violaba todas las normas de no confraternización entre profesores y alumnos, ya no sabía qué lo haría.
Respiró hondo. La señorita Mitchell era un desastre, una reencarnación de Calamity Jane, un torbellino de contratiempos.
Parecía que todo le saliese mal, empezando por que no había podido ir a Harvard y siguiendo por toda la serie de objetos que se le rompían con sólo tocarlos... incluidos la calma y el carácter sereno de él.
Aunque sintiera que viviese en aquellas deplorables condiciones, él no iba a poner en peligro su carrera por ayudarla. Si ella quisiera, al día siguiente mismo podría denunciarlo por acoso ante el catedrático de su departamento. No podía permitirlo.
Recorrió el pasillo en dos largas zancadas y levantó la mano para llamar a la puerta. Pensaba darle cualquier excusa, algo que siempre sería mejor que desaparecer sin decir nada, pero en ese momento oyó pasos dentro del apartamento que se acercaban.
La señorita Mitchell abrió la puerta y se quedó quieta, con la mirada clavada en el suelo. Llevaba un vestido negro con cuello de pico, sencillo pero elegante, que le llegaba hasta la rodilla. Los ojos de él recorrieron sus suaves curvas hasta detenerse en sus piernas, sorprendentemente largas. Y los zapatos... Era imposible que ella lo supiera, pero Kaulitz tenía debilidad por las mujeres con zapatos de tacón. Tragó saliva con dificultad al ver los impresionantes zapatos negros con tacón de aguja que llevaba. Era obvio que eran de diseño. Quería tocarlos y...

—Ejem. —______carraspeó suavemente.

A regañadientes, él apartó la vista de sus zapatos y la miró a la cara. Ella lo estaba observando con expresión divertida.
Se había recogido el pelo en un moño alto, con algunos rizos sueltos que le caían alrededor de la cara. Se había puesto un poco de maquillaje. Su piel de porcelana seguía pálida, pero luminosa, y dos pinceladas de color rosa le alegraban las mejillas. Tenía las pestañas más oscuras y largas de lo que recordaba.
La señorita ________ Mitchell era atractiva.
Se puso una gabardina azul marino y cerró con llave la puerta del apartamento. Él le indicó con un gesto que pasara delante y la siguió en silencio por el pasillo. Cuando llegaron a la calle, abrió el paraguas y se quedó dudando.
________ lo miró, ladeando la cabeza.

—Será más fácil taparnos a los dos si se coge de mí —le dijo, ofreciéndole el brazo de la mano con que sujetaba el paraguas—. Si no le importa —añadió.

Ella tomó su brazo y lo miró con ternura.
Se dirigieron en silencio hacia el puerto, una zona de la que ______había oído hablar, pero a la que aún no había tenido ocasión de ir. Antes de que El Profesor le entregara las llaves al aparcacoches, le pidió a ella que le diera la corbata que guardaba en la guantera. ______ sonrió al ver una caja con una inmaculada corbata de seda.
Al inclinarse para dársela, él cerró los ojos un instante para aspirar su perfume.

—Vainilla —murmuró.
—¿Qué?
—Nada.

Él se quitó el jersey y ella fue recompensada con la visión de su amplio pecho y de unos cuantos rizos que asomaban gracias a los botones abiertos de su camisa. El profesor Kaulitz era sexy. Tenía una cara muy atractiva y _______ estaba segura de que bajo la ropa sería igual de agraciado. Aunque por su propio bien trató de no pensar mucho en ello.
No pudo evitar admirar su destreza mientras se hacía el nudo de la corbata sin ayuda de un espejo. Aunque finalmente le quedó torcido.

—No puedo... No veo... —se quejó él, tratando de enderezarlo sin éxito.
—¿Quiere que pruebe yo? —se ofreció ella, tímidamente. No quería tocarlo sin su consentimiento.
—Gracias.

_______ le enderezó el nudo rápidamente, le alisó la corbata y fue resiguiéndole el cuello hasta llegar a la nuca, desde donde le bajó el cuello de la camisa. Cuando terminó, estaba respirando aceleradamente y se había ruborizado.
Él no se dio cuenta, porque estaba ocupado pensando en lo familiares que le resultaban los dedos de ______ y preguntándose por qué los dedos de Paulina nunca se lo habían parecido. Alargó el brazo hacia la americana que llevaba en un colgador en la parte posterior de su asiento y se la puso. Con una sonrisa y una inclinación de cabeza, la invitó a salir del coche.
El Harbour Sixty Steakhouse era un local emblemático de Toronto, un restaurante famoso y muy caro, frecuentado por directivos de empresa, políticos y otros personajes igual de impresionantes. Kaulitz solía comer allí porque el solomillo que preparaban era el mejor que había probado y no tenía paciencia para la mediocridad. No se le ocurrió llevar a la señorita Mitchell a otro sitio.
Antonio, el maître, lo saludó calurosamente, con un firme apretón de manos y un torrente de palabras en italiano.
Él respondió con la misma calidez y en el mismo idioma.

—¿Y quién es esta belleza? —preguntó Antonio, besándole la mano a _____y empezando a alabar en un italiano muy descriptivo sus ojos, su pelo y su piel.
Ella se ruborizó, pero le dio las gracias tímidamente en italiano. La señorita Mitchell tenía una voz preciosa, pero la señorita Mitchell hablando en italiano era algo celestial. Su boca de rubí abriéndose y cerrándose; el modo delicado en que prácticamente cantaba las palabras; su lengua, asomando de vez en cuando para humedecerse los labios... Kaulitz tuvo que ordenarse cerrar la boca.
Antonio se quedó tan sorprendido y encantado por su respuesta que la besó en las mejillas no una vez, sino dos. Inmediatamente, los acompañó hasta la parte trasera del restaurante, donde les ofreció la mejor mesa, la más romántica.
Kaulitz dudó un momento antes de sentarse, al darse cuenta de lo que Antonio estaba interpretando. Él ya se había sentado a aquella mesa anteriormente, con otra persona, y el maître estaba sacando conclusiones precipitadas. Iba a tener que aclarar las cosas. Pero cuando empezó a carraspear para hablar, Antonio le preguntó a ______ si aceptaría una botella de una cosecha muy especial de un viñedo de su familia en la Toscana.
Ella se lo agradeció mucho, pero dijo que tal vez Il Professore tuviese otras preferencias. Él se sentó rápidamente y, para no ofender al maître, dijo que estaría encantado con cualquier vino que Antonio les ofreciera. Éste se retiró, radiante.

—Ya que estamos en público, tal vez sería buena idea que no me llamara profesor Kaulitz.
Ella asintió, sonriendo.
—Puede llamarme señor Kaulitz.

El señor Kaulitz estaba demasiado ocupado mirando la carta para darse cuenta de que los ojos de _____se abrieron mucho antes de que bajara la vista.

—Tiene acento de la Toscana —comentó él, distraído, sin mirarla todavía.
—Sí.
—¿De dónde lo ha sacado?
—Estudié el tercer año de carrera en Florencia.
—Tiene un nivel muy bueno para haberlo estudiado sólo un año.
—Empecé a estudiarlo antes, en el instituto.

Él la miró desde el otro extremo de la mesa, pequeña e íntima, y se dio cuenta de que ella estaba evitando devolverle la mirada. Estudiaba la carta como si fueran las preguntas de un examen y se mordía el labio inferior.

—Está invitada, señorita Mitchell.
Ella alzó la vista bruscamente, como si no acabara de entender lo que quería decir.
—Es mi invitada. Pida lo que quiera, pero, por favor, pida carne. 
Se sintió en la obligación de especificarlo, ya que el objetivo de aquella cena era suministrarle algo más nutritivo que el cuscús.
—No sé qué elegir.
—Si quiere, puedo elegir por usted.
Ella asintió y cerró la carta, sin dejar de morderse el labio.

En ese momento, Antonio regresó y les mostró orgulloso una botella de chianti con una etiqueta escrita a mano. _______ sonrió mientras el maître abría la botella y le servía un poco en la copa.
Kaulitz la observó conteniendo el aliento mientras ella hacía girar el vino en la copa con pericia y luego la levantaba para examinar el líquido a la luz de las velas. Se acercó la copa a la nariz, cerró los ojos e inspiró. Luego se la llevó a los carnosos labios y probó el vino, manteniéndolo en la boca unos instantes antes de tragárselo. Abrió los ojos y, con una sonrisa más amplia, le dio las gracias a Antonio por su precioso regalo.
El maître, radiante, felicitó al señor Kaulitz por su elección de acompañante con un entusiasmo un poco excesivo y llenó ambas copas con su vino favorito.
Mientras tanto, Kaulitz había tenido que ajustarse los pantalones por debajo de la mesa, porque la visión de la señorita Mitchell probando el vino había resultado ser la imagen más erótica que había visto nunca. No era sólo atractiva; era hermosa, como un ángel o una musa. Y tampoco era simplemente hermosa; era sensual, hipnótica y al mismo tiempo inocente. Sus bonitos ojos reflejaban una pureza y una profundidad de sentimientos en las que no se había fijado hasta entonces.
Con esfuerzo, apartó la vista mientras volvía a ajustarse los pantalones. Se sintió sucio y un poco avergonzado por su reacción. Una reacción de la que iba a tener que ocuparse más tarde. A solas. Rodeado de olor a vainilla.
Por lo pronto pidió por los dos, asegurándose de que les traían los trozos más grandes de filet mignon. Cuando la señorita Mitchell protestó, él hizo un gesto despectivo con la mano y le dijo que si le sobraba algo se lo podría llevar a casa. Esperaba que las sobras le sirvieran para alimentarse un par de días más.
Se preguntó qué comería cuando se le hubieran acabado, pero se negó a obsesionarse con el tema. Aquella cena no iba a volver a repetirse. Era una excepción. Sólo la había invitado para disculparse por haberla humillado en su despacho. Después de esa noche, las cosas entre ellos volverían a ser estrictamente profesionales y la joven tendría que enfrentarse sola a sus futuras calamidades.
_______, por su parte, se sentía muy feliz de que estuvieran juntos. Quería hablar con él, hablar con él de verdad, preguntarle por su familia y por el funeral. Quería consolarlo por la pérdida de su madre.
Quería contarle sus secretos y que él, a cambio, le susurrara los suyos al oído. Pero los ojos del señor Kaulitz, clavados en ella pero guardando las distancias, le dijeron que, por el momento, eso no iba a ser posible. Así que sonrió y jugueteó con los cubiertos, esperando no irritarlo con su nerviosismo.

—¿Por qué empezó a estudiar italiano en el instituto?

_______ ahogó una exclamación, abrió mucho los ojos y se quedó con su preciosa boca abierta.
Él frunció el cejo ante su reacción, completamente desproporcionada a su pregunta. No la había interrogado sobre su talla de sujetador. No pudo evitar que los ojos se le dirigieran a sus pechos antes de volver a mirarla a la cara. Se ruborizó cuando una talla y una letra aparecieron milagrosamente en su mente.

—Ejem... me interesaba mucho la literatura italiana. Dante y Beatriz especialmente —respondió ella, doblando y volviendo a doblar la servilleta que tenía en el regazo. Unos cuantos rizos cayeron sobre su rostro ovalado con el movimiento.

Él se acordó entonces del cuadro que tenía en su apartamento y de su extraordinario parecido con Beatriz. Una vez más, su mente le envió señales de aviso y, una vez más, las ignoró.

—Son unos intereses notables para una jovencita —señaló, contemplándola y admirando su belleza.
—Tuve un... amigo que me inició en el tema —replicó ______, como si el recuerdo le resultara doloroso.
Al darse cuenta de que se estaba adentrando en un terreno peligrosamente personal, él retrocedió y cambió de tema.
—Ha impresionado a Antonio. Está encantado con usted. 
Ella lo miró y sonrió.
—Es un hombre muy amable.
—Y usted florece con la amabilidad, ¿no es cierto? Como una rosa.

Las palabras salieron de sus labios antes de poder reflexionar sobre lo que estaba diciendo. Una vez dichas, con _______mirándolo con una calidez alarmante, ya no pudo retirarlas.
Había llegado demasiado lejos. Se encerró en sí mismo y empezó a mirar con atención la copa de vino para no mirarla a ella, y sus modales se volvieron fríos y distantes. ______se dio cuenta del cambio. Lo aceptó y no hizo ningún intento por retomar la conversación anterior.
A lo largo de la cena, un Antonio claramente cautivado pasó más tiempo del necesario charlando en italiano con la hermosa ______, invitándola a cenar con su familia en el club italo-canadiense el domingo siguiente. Ella aceptó encantada y fue recompensada con tiramisú, espresso, biscotti, grappa y, para acabar, un bombón Baci. A Kaulitz no le ofrecieron ninguna de esas delicias, por lo que permaneció malhumorado, viéndola disfrutar.
Al final de la cena, Antonio le puso a ______lo que parecía un gran cesto de comida en las manos, sin querer escuchar las protestas de la joven. La besó en las mejillas varias veces tras ayudarla a ponerse la gabardina y le rogó al profesor que volviera a traerla pronto y a menudo.
Él enderezó la espalda y le dirigió al maître una mirada glacial.

—Eso no va a ser posible —dijo y, girando sobre sus talones, salió del restaurante, dejando que ________ y su pesado cesto de comida lo siguieran desanimados.

Mientras los veía alejarse, Antonio se preguntó por qué habría llevado el profesor a una criatura tan deliciosa a un restaurante tan romántico para pasarse la noche sentado serio, sin apenas dirigirle la palabra, casi como si le resultara doloroso estar allí.
Cuando llegaron al apartamento de la señorita Mitchell, Kaulitz abrió la puerta del Jaguar y cogió la cesta de comida del asiento de atrás. Sin poder reprimir su curiosidad, echó un vistazo al contenido.

—Vino, aceite de oliva, vinagre balsámico, biscotti, un bote de salsa marinara hecha por la esposa de Antonio, restos de comida... Va a alimentarse muy bien durante los próximos días.
—Gracias a usted —dijo ella, alargando los brazos hacia la cesta.
—Pesa mucho. Yo la llevaré.

La acompañó hasta la puerta del edificio y esperó mientras ella abría la puerta. Luego le dio la cesta.
Ruborizándose, _______ se miró los zapatos y buscó las palabras adecuadas para lo que quería decir.

—Gracias, profesor Kaulitz, por una noche tan agradable. Ha sido muy generoso por su parte...
—Señorita Mitchell —la interrumpió él—, no hagamos esto más incómodo de lo que ya es. Lamento mi... mala educación. Mi única excusa es... de carácter privado, así que démonos la mano y empecemos de cero.

Alargó la mano y ella se la estrechó. Él trató de no apretar con demasiada fuerza para no hacerle daño. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para ignorar la electricidad que sintió en las venas ante el contacto de su piel, suave y delicada.

—Buenas noches, señorita Mitchell.
—Buenas noches, profesor Kaulitz.

Y con esas palabras desapareció en el interior de la casa, despidiéndose de él en mejores términos que horas atrás.
Aproximadamente una hora más tarde, ______ estaba sentada en la cama, contemplando la fotografía que siempre guardaba debajo de la almohada. Se la quedó mirando un buen rato, tratando de decidir si debía romperla, dejarla donde estaba o guardarla en un cajón. Siempre le había encantado esa foto. Le encantaba su sonrisa. Era la foto más bonita que había visto nunca, pero le dolía demasiado mirarla.
Alzó la vista hacia la lámina colgada junto a su cama, reprimiendo las lágrimas. No sabía qué había esperado de su Dante, pero sabía que no lo había conseguido. Así que, con la sabiduría que sólo se obtiene con un corazón roto, decidió que debía olvidarse de él de una vez por todas.
Se acordó de su despensa abarrotada y de la amabilidad de Antonio. Pensó en los mensajes que Paul le había dejado en el contestador, expresándole su preocupación por haberla dejado sola con El Profesor y rogándole que lo llamara sin importar la hora que fuera para decirle que estaba bien.
Fue hasta la cómoda, abrió el cajón de arriba y metió la foto dentro, con respeto pero con decisión, colocándola en la parte de atrás, bajo la lencería sexy que nunca se ponía. Y con el contraste entre los tres hombres de su vida bien presente en su mente, volvió a la cama, cerró los ojos y soñó con un huerto de manzanos abandonado.

CAP 6 (PARTE 1)

El viernes, ______ encontró un documento oficial en su casillero, informándola de que el profesor Kaulitz había aceptado dirigir su proyecto. Estaba contemplándolo sorprendida, preguntándose qué lo habría hecho cambiar de idea, cuando Paul apareció a su espalda.

—¿Estás lista?

Ella lo saludó con una sonrisa, mientras guardaba el documento en su mochila, que había arreglado lo mejor que había podido. Salieron del edificio y echaron a andar por la calle Bloor en dirección al Starbucks que estaba a media manzana de allí.

—Quiero que me cuentes qué tal te fue con Kaulitz, pero antes tengo que decirte una cosa —dijo él, muy serio.
______ lo miró con ansiedad.
—No tengas miedo, Conejito. No te va a doler —la tranquilizó, dándole unas palmaditas en el brazo.
El corazón de Paul era casi tan grande como el resto de su persona y siempre estaba atento al sufrimiento de los demás.
—Sé lo que pasó con la nota.
Ella cerró los ojos y maldijo en silencio.
—Paul, lo siento mucho. Iba a contarte que metí la pata y que escribí por el otro lado de tu nota, pero luego se me pasó. No le dije que lo habías escrito tú.
Él la agarró del brazo para interrumpirla.
—Lo sé. Se lo dije yo- ______ lo miró, sorprendida.
—¿Por qué lo hiciste?

Mientras se hundía en las profundidades de los grandes ojos castaños del Conejito, Paul se convenció de que haría cualquier cosa por impedir que nadie le hiciera daño. Incluso si eso le costaba su carrera académica. Incluso si tenía que sacar a rastras a Kaulitz del
Departamento de Estudios Italianos para darle en su pomposo trasero la patada que tanto se merecía.

—La señora Jenkins me contó que El Profesor te había mandado llamar y pensé que querría echarte la bronca. Encontré una copia de la nota en la pila de papeles para fotocopiar que me dejó preparada —dijo, encogiéndose de hombros—. Son los riesgos de trabajar como ayudante de un gilipollas.

Le tiró del brazo para animarla a seguir andando, pero esperó a continuar la conversación hasta después de invitarla a un enorme café con leche con vainilla y sin azúcar. Cuando ________ acabó de acomodarse como un gato en un sofá de terciopelo lila y Paul se hubo convencido de que estaba cómoda y calentita, se volvió hacia ella con expresión comprensiva.

—Sé que fue un accidente. Estabas tan nerviosa después del primer seminario... Debí acompañarte hasta la puerta.

Sinceramente, _______, nunca lo había visto actuar como ese día. A veces puede darse aires de superioridad o ser un poco susceptible, pero nunca se había comportado con tanta agresividad con una alumna. Fue incómodo para todos los que estábamos allí.
Ella bebió un sorbo de su café con leche y lo dejó hablar.

—Cuando encontré la nota entre los papeles, supe que iba a arrancarte la cabeza. Pregunté a qué hora tenías la entrevista con él y concerté cita antes. Le confesé que lo había escrito yo y traté de hacerle creer que había escrito también tu parte, pero eso ya no se lo creyó.
—¿Hiciste todo eso por mí?
Paul sonrió y flexionó los brazos en broma.
—Trataba de ser tu escudo humano. Pensé que si se desahogaba conmigo, ya no le quedarían ganas de gritarte a ti. —La miró fijamente—. Pero no funcionó, ¿verdad?
Ella lo miró con agradecimiento.
—Nadie había hecho algo así por mí. Te debo una.
—No tiene importancia. Ojalá hubiera descargado su mal humor conmigo. ¿Qué te dijo?
______ fingió estar muy interesada en la taza y no haber oído la pregunta.
—Vaya. ¿Tan mal fue? —Preguntó Paul, frotándose la barbilla—. Bueno, al menos ahora parece que ya se le haya olvidado. Durante el último seminario ha estado educado.
A _______se le escapó la risa.
—Sí, aunque no me ha dejado abrir la boca, ni siquiera cuando levantaba la mano. Estaba demasiado ocupado dejando que Christa Peterson respondiera a todas las preguntas.
Paul la miró con curiosidad.
—No te preocupes por ella. Tiene problemas con Kaulitz por un asunto relacionado con su proyecto. No le gusta cómo lo está enfocando. Él mismo me lo dijo.
—Eso es horrible. ¿Lo sabe Christa? 
Paul se encogió de hombros.
—Debería saberlo, pero ¿quién sabe? Está tan obcecada en seducirlo, que su trabajo se está resintiendo. Es una vergüenza.

_______ tomó nota de esa información y la guardó en su memoria para usarla cuando la necesitara. Se echó hacia atrás en el sillón, se relajó y disfrutó del resto de la tarde con Paul, que estuvo encantador, amable y consiguió que se alegrara de haber ido a Toronto. A las cinco en punto, el estómago empezó a hacerle ruido y ella se lo agarró con ambas manos, avergonzada.
Paul se echó a reír. ______ era un encanto de criatura. Hasta cuando le sonaba el estómago era graciosa.

—¿Te gusta la comida tailandesa?
—Oh, sí. Había un sitio en Filadelfia al que iba muy a menudo con... —Se interrumpió antes de decir su nombre en voz alta.

El tailandés era el sitio adonde iba siempre con él. Se preguntó si seguiría yendo allí con la otra. Si se sentarían a su antigua mesa, riéndose de ella. Paul carraspeó para devolverla a la realidad.

—Lo siento. —_____ agachó la cabeza y empezó a rebuscar en la mochila, sin un propósito en particular.
—Hay un tailandés genial en esta misma calle. Está a varias manzanas de aquí, así que habrá que caminar un poco, pero la comida es francamente buena. Si no tienes otros planes, deja que te invite a cenar.

Sólo se le notaba que estaba nervioso por el modo de mover el pie. Al mirarlo a los ojos, cálidos y oscuros, _______ pensó que la amabilidad era mucho más importante en la vida que la pasión y aceptó su invitación sin pensarlo más.
Él sonrió encantado y, levantando la mochila de ella del suelo, se la colgó del hombro sin ningún esfuerzo.

—Esta carga es demasiado pesada para ti —le dijo, mirándola a los ojos y eligiendo cada palabra cuidadosamente—. Deja que yo la lleve un rato.
_______ sonrió mirando al suelo y lo siguió fuera.


Kaulitz volvía a casa andando. Era un paseo, pero cuando hacía mal tiempo o cuando iba a salir después de clase, prefería llevar el coche.
Mientras caminaba, pensaba en la conferencia que iba a dar en la universidad sobre la lujuria en la obra de Dante. La lujuria era un pecado sobre el que reflexionaba a menudo y con mucho placer. De hecho, pensar en ese apetito y en las mil maneras de satisfacerlo era muy tentador. Tuvo que cerrarse la gabardina para que la levemente espectacular visión de su bragueta no atrajera miradas indeseadas.
En ese momento la vio. Se detuvo para mirar a la belleza de cabello oscuro que caminaba por la otra acera.
«Calamity________.»
Pero no estaba sola. Paul caminaba a su lado, llevando su abominación de mochila. Charlaban y reían y se los veía muy cómodos. Y, lo que era peor, iban peligrosamente juntos.
«¿Así que le llevas los libros? Muy adolescente por tu parte, Paul.»
Se fijó en que las manos de la pareja se rozaban al caminar y que su contacto provocaba una sonrisa en la señorita Mitchell. Él gruñó al verlo, mostrando los dientes.
«¿Qué demonios ha sido eso?», se preguntó.
Se detuvo un momento para calmarse y reflexionar. Apoyándose en el escaparate de una tienda de Louis Vuitton, trató de poner en orden sus ideas. Era un ser racional. Llevaba ropa que cubría su desnudez, conducía un coche y comía con servilleta, cuchillo y tenedor. Tenía un empleo bien remunerado que requería habilidad y agudeza intelectual. Controlaba sus instintos sexuales mediantes varios sistemas, todos ellos civilizados, y nunca se acostaría con una mujer en contra de la voluntad de ésta.
Sin embargo, al ver a la señorita Mitchell con Paul, se había dado cuenta de que también era un animal. Un ser primitivo. Salvaje.
Su instinto le había gritado que se acercara a ellos, la arrancara de los brazos de Paul y se la llevara a rastras. Quería besarla hasta dejarla sin sentido, desplazar los labios hasta su cuello y reclamarla como su única pareja.
«¿Qué coño?»
Se asustó ante el rumbo que estaban tomando sus pensamientos. Aparte de en un idiota y un gilipollas pomposo, se estaba convirtiendo en un neandertal. Ya sólo le faltaba apoyarse en los nudillos para caminar y empezar a jadear. ¿Qué mosca le había picado? No tenía ningún derecho a sentirse el dueño de una jovencita a la que acababa de conocer y que, por cierto, lo odiaba. Ah y que además era alumna suya.
Tenía que irse a casa, tumbarse y respirar hondo hasta calmarse de una jodida vez. Luego iba a necesitar algo más fuerte. Mientras seguía caminando, alejándose en contra de su voluntad de la joven pareja, se sacó el iPhone del bolsillo y apretó unos cuantos botones.
Una mujer respondió al tercer timbrazo.


—¿Hola?
—Hola, soy yo. ¿Podemos vernos esta noche?


Hola!!! Como estan? espero que bien ... Bueno como pueden ver, Tom la invito a cenar y se excito al ver como la ____ tomaba vino .-. jajaja luego sintio celos de paul ... mi pregunta es ¿Porque? ^^ jajajaja lo se ... yo pienso lo mismo que ustedes si es que piensan que le gusta *-* ... Bueno como tambien pueden ver, el caps 6 se divide en 3 partes, hoy publique la primera, en la proxima actualizacion pongo las otras dos partes ... lo se, soy mala xD odhuhdquihiehuhdkjkj ok ya ... Ojala y les esten gustando los caps ... Hasta la proxima :)

lunes, 17 de febrero de 2014

.- EL INFIERNO DE TOM .- 3 y 4

CAP 3

Durante una época de su vida, si hubiese tenido que enfrentarse a un acontecimiento tan embarazoso como ése, _______ se habría echado al suelo y habría adoptado una posición fetal, probablemente para siempre. Pero a los veintitrés años ya estaba hecha de otra pasta. Así que, en vez de quedarse frente a los buzones, contemplando cómo su breve carrera académica ardía y quedaba reducida a un montón de cenizas a sus pies, hizo rápidamente lo que había ido a hacer y regresó a casa.
Una vez allí, e intentando no pensar en los asuntos académicos, hizo cuatro cosas:
Primero, cogió un poco de dinero del fondo para emergencias que guardaba en una fiambrera debajo de la cama.
Segundo, fue a la tienda de licores más cercana y compró una botella muy grande de tequila muy barato.
Tercero, volvió a casa y escribió un largo y sentido mensaje de pésame para Rachel. Olvidó a propósito comentarle qué estaba haciendo y dónde estaba viviendo, y lo envió desde su cuenta de gmail en vez de desde su cuenta universitaria.
Cuarto, se fue de compras. Esa última actividad era un desconsolado homenaje tanto a Rachel como a Grace, porque a ambas les encantaban las cosas caras. En realidad, _____ era demasiado pobre para ir de compras.
Cuando se mudó a Selinsgrove y conoció a Rachel, durante su primer año de instituto, no podía permitirse comprarse nada. De la misma forma que tampoco podía permitírselo en esos momentos. Con la beca de estudios que le habían concedido, a duras penas llegaba a fin de mes y no podía trabajar para complementar sus ingresos, porque, como estadounidense con visado de estudios, eran muy pocas las tareas que podía realizar.
Mientras paseaba lentamente frente a los bonitos escaparates de la calle Bloor, pensó en su vieja amiga y en su madre sustituta. Se paró delante del escaparate de Prada recordando la única vez que había ido a comprar zapatos de marca con Rachel. ____ todavía conservaba esos zapatos negros de tacón de aguja guardados en una caja al fondo del armario. Sólo se los había puesto una vez: la noche en que descubrió que estaba siendo traicionada. Quiso destrozarlos, igual que había destrozado el vestido, pero no pudo. Los zapatos habían sido un regalo de bienvenida de Rachel, que no sabía qué iba a encontrarse ella en casa.
Luego se detuvo una eternidad delante de la tienda Chanel y lloró recordando a Grace. Recordó que siempre la recibía con una sonrisa y un abrazo cuando iba de visita. Recordó que, cuando su verdadera madre murió en trágicas circunstancias, Grace le dijo que la quería y que le encantaría ser su madre si a ella le apetecía. Y había sido una madre mucho mejor de lo que Sharon lo fue nunca, para vergüenza de Sharon y pena de______.
Cuando se le agotaron las lágrimas y las tiendas cerraron, regresó a casa lentamente y empezó a torturarse diciéndose que había sido una mala hija adoptiva, un desastre de amiga y una boba insensible a la que no se le ocurría asegurarse de que un trozo de papel estaba en blanco antes de dejárselo firmado a una persona cuya querida madre acababa de morir.
« ¿Qué habrá pensado al ver la nota?» Más animada después de un chupito o dos o tres de tequila, ______ se permitió seguir haciéndose preguntas. « ¿Qué debe de pensar de mí ahora?»
Se planteó hacer el equipaje y coger el primer autobús que se dirigiera a Selinsgrove para no tener que enfrentarse a él. Se sentía avergonzada por no haberse dado cuenta de que Tom Kaulitz estaba hablando de Grace aquel horrible día al teléfono. Pero no se le había pasado por la cabeza la posibilidad de que el cáncer de ésta se hubiera reproducido. Y mucho menos que hubiera muerto. Aquel día estaba más preocupada por haber empezado su relación con El Profesor con tan mal pie. Su hostilidad la había pillado por sorpresa, pero todavía la había sorprendido más verlo llorar. En lo único que había podido pensar había sido en consolarlo. Esa idea se había impuesto a todas las demás y ni siquiera la había dejado preguntarse por la causa de su dolor.
No había bastado con que acabaran de romperle el corazón con la noticia de que su madre había muerto sin haber podido despedirse de ella ni decirle que la quería. No había sido suficiente con que alguien, probablemente su hermano Scott, hubiera discutido con él por no haber vuelto aún a casa. No. Cuando destrozado y llorando como un niño había abierto la puerta del despacho para irse corriendo al aeropuerto, se había encontrado con su nota de consuelo y con lo que Paul había escrito por el otro lado.
«Estupendo.»
A ______ la sorprendía que El Profesor no la hubiera expulsado del curso en aquel mismo momento.
«Tal vez me ha reconocido.» Un nuevo chupito de tequila le permitió formular esa idea, pero ninguna más, porque cayó al suelo desmayada.

Dos semanas más tarde, cuando fue a revisar su casillero en el departamento, ______se encontraba ligeramente mejor, aunque como si estuviera esperando en el corredor de la muerte, sin posibilidad de indulto. No. No se había marchado a casa.
______ se ruborizaba con facilidad y era muy tímida. Pero también era una persona muy tenaz y testaruda y deseaba con todas sus fuerzas estudiar la obra de Dante. Si tenía que inventarse un cómplice sin identificar para librarse de la pena de muerte, estaba dispuesta a hacerlo.
Aún no se lo había dicho a Paul. Todavía.

—¿______? ¿Puedes venir un momentito? —le preguntó la señora Jenkins, la encantadora auxiliar administrativa, ya entrada en años, desde su escritorio.

______ se acercó dócilmente.

—¿Has tenido algún problema con el profesor Kaulitz?
—Yo... ejem... no lo sé —respondió, ruborizándose y mordiéndose el interior de la mejilla.
—He recibido dos correos electrónicos urgentes esta mañana pidiéndome que concierte una cita para que te reúnas con él en cuanto regrese. No suelo recibir ese tipo de encargos. Normalmente, los profesores prefieren acordar sus propias citas cuando les conviene. Por alguna razón, Kaulitz insiste en que sea yo quien fije la tuya y en que quede reflejada en tu expediente.

______ asintió y sacó la agenda de la mochila, tratando de no pensar en lo que el profesor debía de haber dicho de ella en esos correos. La señora Jenkins la estaba mirando expectante.

—¿Qué tal mañana?
Su fingida calma se desmoronó.
—¿Mañana?
—El señor Kaulitz regresa esta noche y propone reunirse contigo mañana a las cuatro en su despacho. ¿Te va bien? Tengo que enviarle un mensaje de confirmación.
_______ asintió y anotó la cita en su agenda, como si lo necesitara para acordarse.
—No dice de qué se trata, pero sí que es importante. Me pregunto a qué se referirá... —comentó la señora Jenkins, distraída.

_______ acabó sus asuntos de ese día y regresó a casa para hacer las maletas, con la ayuda de su amiga, la señorita Tequila.

A la mañana siguiente, tenía casi toda la ropa guardada en sus dos maletas. Sin querer admitir la derrota —ni ante sí misma ni ante la señorita Tequila—, decidió no acabar de hacer el equipaje, por lo que se encontró haciendo girar los pulgares de aburrimiento. Necesitaba ocupar el tiempo de alguna manera, así que decidió hacer lo que cualquier estudiante perezoso que se precie haría en esa situación, aparte de beber e irse de fiesta con otros estudiantes perezosos: limpiar su apartamento.
No le llevó demasiado tiempo. Cuando hubo terminado, todo estaba en perfecto orden, escrupulosamente limpio y con un ligero aroma a limón. Orgullosa del resultado, preparó su mochila para ir a la universidad.
Mientras tanto, el profesor Kaulitz recorría los pasillos del departamento a grandes zancadas. Estudiantes y colegas por igual se iban volviendo a su paso. El Profesor estaba de mal humor y nadie quería interponerse en su camino.
Llevaba una buena temporada de ese talante, pero ese día estaba más cascarrabias de lo habitual debido a la tensión y la falta de sueño. Los dioses de Air Canadá le habían echado una maldición y lo habían sentado al lado de un padre y de su hijo de dos años que regresaban de Filadelfia. El niño lloró sin parar durante todo el viaje y se meó encima —y encima del profesor Kaulitz—, mientras su padre dormía profundamente. En la penumbra del avión, mientras se secaba la orina del niño de sus pantalones de Armani, pensó que el gobierno debería decretar la esterilización de los padres permisivos.
______ acudió puntual a su cita de las cuatro con el profesor Kaulitz y comprobó encantada que la puerta estaba cerrada. Aunque su alegría duró poco, al darse cuenta de que El Profesor estaba dentro, gritándole a Paul.
Cuando su compañero salió, diez minutos más tarde, seguía igual de erguido que siempre, con sus casi dos metros de altura, pero visiblemente más alterado. _____buscó con la mirada la salida de incendios. Con sólo cinco pasos podría ponerse a salvo. Únicamente tendría que enfrentarse a la policía por haber hecho sonar una alarma de incendios de manera ilegal. Resultaba una idea tentadora.
Paul se percató de lo que estaba pensando y negó con la cabeza. Tras murmurar algunos insultos dirigidos a El Profesor, sonrió.

—¿Te gustaría tomar un café conmigo algún día?

______ lo miró sorprendida. Estaba demasiado nerviosa por la reunión para pensar en nada más, así que asintió. El joven siguió sonriendo y se inclinó hacia ella.

—Sería mucho más fácil si tuviera tu número de teléfono. Ruborizándose, ____buscó un trozo de papel, se aseguró de que no hubiera nada escrito por el otro lado, y anotó el número de su móvil. Paul cogió la nota y, tras echarle un vistazo, le palmeó el hombro.

—Machácalo, Conejito.

Ella no tuvo tiempo de preguntarle por qué creía que su apodo era o debería ser «Conejito», ya que una voz atractiva pero impaciente dijo:

—Ahora, señorita Mitchell.

______ se detuvo en la puerta, insegura.
El profesor Kaulitz parecía cansado. Tenía ojeras oscuras y estaba muy pálido, lo que hacía que pareciera más delgado. Mientras revisaba un documento, se pasó lentamente la lengua por el labio inferior.
Ella se lo quedó mirando, hipnotizada por su boca sensual. Tras un momento, logró apartar la vista haciendo un gran esfuerzo y se fijó entonces en que llevaba gafas. Nunca antes lo había visto llevarlas. Tal vez sólo se las pusiera cuando se notaba la vista cansada. El caso es que ese día sus penetrantes ojos quedaban medio ocultos tras un par de gafas de Prada. La montura negra contrastaba con el castaño de su pelo y el café de sus ojos, atrayendo las miradas. ______se dio cuenta de que no sólo no había visto nunca a un profesor tan atractivo, sino que tampoco se había encontrado con uno tan elegante. Podría haber sido el modelo de una campaña publicitaria de cualquier marca cara, algo que no muchos profesores universitarios podían decir. (Ya que éstos no suelen ser admirados precisamente por su buen gusto a la hora de vestir.)
______ lo conocía lo suficiente como para saber que tenía un temperamento impredecible. Y también que, al menos en los últimos tiempos, se había vuelto un maniático de los buenos modales y el decoro. Sabía que probablemente no le parecería mal que se sentara en una de las dos butacas de piel sin esperar a que le diera permiso, sobre todo si se acordaba de ella, pero teniendo en cuenta que la había llamado señorita Mitchell, prefirió esperar.

—Por favor, siéntese, señorita Mitchell —dijo él con una voz fría como el hielo, señalando una silla metálica de aspecto incómodo.

Suspirando, ________ se dirigió hacia la rígida silla de Ikea que estaba frente a una de sus enormes estanterías empotradas. Hubiera preferido sentarse en cualquier otro sitio, pero no le pareció sensato discutir por eso.

—Acerque la silla. No pienso estirar el cuello para hablar con usted.

Ella se levantó para obedecer y, con los nervios, se le cayó la mochila al suelo. Hizo una mueca y se ruborizó al ver que algunos de los objetos que llevaba dentro iban a parar debajo de la mesa del profesor Kaulitz, incluido un tampón, que fue rodando hasta detenerse a un centímetro de su cartera de piel.
«Tal vez pueda marcharme antes de que se dé cuenta.» Avergonzada, se agachó y empezó a recoger sus cosas. Pero cuando estaba terminando, una de las correas de la vieja mochila se rompió y todo volvió a caer al suelo con gran estrépito. _____se dejó caer de rodillas mientras sus papeles, bolígrafos, el iPod, el móvil y una manzana verde se esparcían por la bonita alfombra persa de El Profesor.
«Oh, dioses de las estudiantes recién licenciadas y patosas, matadme por favor. Ahora.»

—¿Es usted humorista, señorita Mitchell?

____ enderezó la espalda al oír su sarcasmo y lo miró a la cara. Lo que vio en ella estuvo a punto de hacerla llorar.
¿Cómo alguien con un nombre tan angelical podía ser tan cruel?
¿Cómo una voz tan melodiosa podía ser tan despiadada? Por un momento, se perdió en las profundidades heladas de sus ojos, añorando la época en que la habían mirado con amabilidad. Pero en vez de rendirse a la desesperación, respiró hondo y pensó que no le quedaba más remedio que aceptar que Tom Kaulitz había cambiado, por mucho que le doliera y decepcionara. Sin decir nada, negó con la cabeza y volvió a recoger las cosas del suelo.

—Cuando le hago una pregunta, espero que me responda. Pensaba que a estas alturas ya habría aprendido la lección —dijo él, antes de volver a examinar el expediente que tenía en las manos—. Tal vez no sea tan brillante como dice aquí.
—¿Disculpe, doctor Kaulitz? —preguntó ______ con voz suave pero decidida.
No sabía de dónde había sacado el valor, pero dio gracias a los dioses de las estudiantes recién graduadas por si acaso.
—Profesor Kaulitz, si no le molesta —replicó malhumorado—. Doctores los hay a patadas. Incluso los quiroprácticos y los pediatras se consideran doctores.

Harta de ser humillada, _____ trató de cerrar la cremallera de la mochila, pero por desgracia también se había roto. Conteniendo el aliento, trató de devolverla a la vida maldiciendo en voz baja.

—¿Podría dejar de pelearse con esa ridícula abominación de bolso y sentarse en la silla como una persona?

Al darse cuenta de que estaba poniéndose de nuevo furioso, ______dejó su ridícula abominación de bolso en el suelo y se sentó en la incómoda silla. Cruzó las manos sobre el regazo para no empezar a retorcérselas y esperó.

—Al parecer, sí se considera usted una humorista. ¿Le pareció que esto era divertido? —preguntó, lanzando una hoja de papel que fue a parar al suelo, casi junto a los pies de ella, calzados con zapatillas deportivas.

Al agacharse para recogerla, vio que era una fotocopia de la terrible nota que le había dejado el día en que Grace había muerto.

—Puedo explicarlo. Fue un error. Yo no la escribí por los dos...
—¡No me interesan sus excusas! Le dije que viniera a verme después de la clase y no se presentó.
—Es que estaba usted hablando por teléfono. Tenía la puerta cerrada y...
—¡No tenía la puerta cerrada! —la interrumpió él, lanzando lo que parecía una tarjeta de visita sobre la mesa—. ¿Y esto? ¿También le parece gracioso?

_______ la cogió y ahogó una exclamación. Era una tarjeta de pésame de las que acompañan las flores que uno envía a un funeral.

Os acompaño en el sentimiento.
Por favor, aceptad mis condolencias.
Con cariño,
_______ Mitchell

Al levantar la vista, vio que estaba tan furioso que casi escupía al intentar hablar. Ella parpadeó rápidamente, tratando de explicarse:

—No es lo que cree. Sólo quería darle el pésame...
—¿No le bastaba con la nota que dejó en la puerta?
—Pero es que esta nota era para su familia...
—¡Deje a mi familia en paz! —exclamó él, dándole la espalda y quitándose las gafas para poder frotarse la cara con las manos.

_______ acababa de ser arrancada del reino de los sorprendidos y arrojada al país de los atónitos. Nadie se lo había aclarado. Él había malinterpretado su nota por completo y nadie se había molestado en explicárselo. Con el estómago encogido, empezó a preguntarse qué significaría eso. Ajeno a sus elucubraciones, El Profesor se obligó a calmarse haciendo un esfuerzo hercúleo. Cerró el expediente de ______ y lo dejó caer con desprecio sobre la mesa antes de fulminarla con la mirada.

—Veo que está aquí con una beca para estudiar a Dante y me temo que soy el único profesor de este departamento que se ocupa del tema. Dado que esto —añadió, señalando el espacio entre ellos— no va a funcionar, va a tener que buscarse otro tema y otro director para su proyecto. O pedir el traslado a otro departamento. O mejor aún, a otra universidad. Le comunicaré mi decisión al director de su programa de estudios con efectos inmediatos. Y ahora, si me disculpa...

Haciendo girar su silla, empezó a teclear furiosamente en el ordenador portátil.
______ no se creía lo que estaba oyendo. Mientras permanecía quieta en la silla, tratando de absorber no sólo su discurso sino sobre todo su conclusión, El Profesor volvió a hablar, sin molestarse en alzar la vista:

—Eso es todo, señorita Mitchell.

Ella no dijo nada. No valía la pena. Se levantó lentamente, aturdida, y recogió del suelo su ofensiva mochila. Sujetándola contra el pecho, salió del despacho sin rumbo, como una zombi.
Al salir del edificio y cruzar la calle Bloor, se dio cuenta de que había elegido un mal día para salir de casa sin chaqueta, pues la temperatura había descendido bruscamente y había empezado a diluviar. No había dado ni cinco pasos y ya estaba empapada. Tampoco se le había ocurrido coger un paraguas, así que tenía por delante una caminata de tres largas manzanas bajo la lluvia, el frío y el viento.
«Oh, dioses del mal karma y de las tormentas eléctricas, tened piedad de mí.»
Mientras caminaba, se consoló pensando que su ridícula abominación de mochila le estaba sirviendo para la noble tarea de tapar lo que la camiseta y el sujetador empapados no podían estar cubriendo ya.
«Chúpate ésa, profesor Kaulitz.»
Mientras caminaba, reflexionaba sobre lo que acababa de pasar. Se había preparado haciendo las maletas la noche anterior, pero, sinceramente, había esperado que él la recordara. Había esperado que volviera a mostrarse amable. Pero se había equivocado.
No le había dado oportunidad de explicar su colosal metedura de pata con la nota. Y, para empeorar las cosas, había malinterpretado sus intenciones al ver las flores y la nota, y la había expulsado del curso. Todo había terminado. Ahora tendría que volver a la casita de John en Selinsgrove con el rabo entre las piernas. Y cuando él lo descubriera, se reiría de ella. Los dos se reirían de ella juntos. De la tonta de______. ¿Había creído que podía marcharse de Selinsgrove y convertirse en alguien? ¿Pensaba que podría llegar a ser profesora universitaria? ¿A quién quería engañar? Todo había terminado... al menos durante ese curso.
_______ miró la destrozada y empapada mochila como si se tratara de un bebé y la abrazó con fuerza. Tras su despliegue de torpeza e ineptitud, ya no le quedaba nada, ni siquiera su dignidad. Y haberla perdido delante de él después de todos esos años era demasiado. No podía soportarlo.
Se acordó del solitario tampón debajo del escritorio y supo que cuando él se agachara para recoger su cartera, la humillación de ella sería completa. Al menos, no estaría allí para presenciar su reacción de sorpresa y de asco. Se lo imaginó desmayándose del disgusto. Literalmente. Se lo imaginó tumbado sin sentido sobre la preciosa alfombra persa.
A unas dos manzanas de su casa, tenía la larga melena castaña pegada a la cabeza y sus pies chapoteaban dentro de las zapatillas deportivas. Era como si estuviese debajo de un canalón de agua. Los coches y autobuses pasaban por su lado mojándola aún más, pero ella no se molestaba en apartarse de las olas que levantaban. Al igual que los disgustos que daba la vida, _____simplemente las aceptaba.
En ese momento, otro coche se acercó a ella, pero al menos éste redujo la velocidad para no empaparla más. Vio que se trataba de un Jaguar negro, que parecía nuevo.
El coche siguió frenando hasta detenerse por completo. La portezuela del acompañante se abrió y una voz masculina gritó:

—Suba.

_____ dudó. No creía que el conductor se estuviera refiriendo a ella. Miró a su alrededor, pero era la única idiota que estaba caminando por la calle bajo aquel aguacero. Curiosa, se acercó.
No tenía intenciones de montarse en el coche de un desconocido, ni siquiera en una tranquila ciudad canadiense, pero al agachar la cabeza se encontró con dos penetrantes ojos cafeces que la miraban desde el asiento del conductor y se acercó un poco más.

—Pillará una pulmonía y se morirá. Suba, la llevaré a casa —dijo él con una voz mucho más suave.

Era casi la voz que ______ recordaba. Así que, por los buenos tiempos y no por otra cosa, subió al vehículo y cerró la puerta, pidiendo disculpas en silencio a los dioses de los Jaguars por mojar su tapicería de cuero negro y sus alfombrillas inmaculadas.
Dejó de rezar al oír los acordes del Nocturno op. 9 núm. 2 de
Chopin. Siempre le había gustado esa pieza, pensó sonriendo.
Se volvió hacia el conductor.

—Muchas gracias, profesor Kaulitz.

CAP 4

El profesor Kaulitz se había equivocado al girar. Podría decirse que su vida estaba llena de giros equivocados, pero ése había sido totalmente accidental. Estaba leyendo en su iPhone un correo electrónico de su hermano, que seguía enfadado, mientras iba conduciendo su Jaguar en mitad de una tormenta en plena hora punta por el centro de Toronto. Por todo eso, había girado a la izquierda en vez de hacerlo a la derecha en la calle Bloor, dejando atrás el parque Queen. Y eso quería decir que iba en dirección contraria a la de su casa.
No podía cambiar de sentido en la calle Bloor en plena hora punta. De hecho, hasta le costó meterse en el carril derecho para poder dar la vuelta. Y así fue como vio a una señorita Mitchell con aspecto patético y muy mojada, que caminaba desanimada por la calle, como si fuera una persona sin hogar, y, en un ataque de culpabilidad, se encontró invitándola a subir al coche, un coche que era su orgullo y su capricho.

—Siento estropear la tapicería —se disculpó ella, insegura. El profesor Kaulitz sujetó el volante con más fuerza.
—Tengo a alguien que lo limpia cuando se ensucia.

______ agachó la cabeza, tratando de ocultar el daño que le habían causado sus palabras. Acababa de compararla con basura. Aunque no sabía de qué se extrañaba. Era consciente de que, para él, no valía más que la suciedad del suelo.

—¿Dónde vive? —le preguntó Kaulitz, tratando de iniciar una conversación sobre un tema seguro y educado que llenara lo que esperaba que fuera un trayecto breve.
—En la avenida Madison. Está ahí al lado, a la derecha —respondió______, señalando con el dedo.
—Sé dónde está Madison —replicó él con su impaciencia habitual.

Ella lo miró con el rabillo del ojo y se encogió en el asiento. Despacio, se volvió hacia la ventanilla y se mordió el labio inferior.
Tom Kaulitz maldijo para sus adentros. Incluso bajo aquella maraña de pelo mojado era bonita. Un ángel de pelo castaño vestido con vaqueros y zapatillas deportivas. Su mente se detuvo ante esa descripción. El término «ángel de pelo castaño» le resultaba extrañamente familiar, pero no logró recordar de qué le sonaba.

—¿En qué número de Madison? —preguntó en voz tan baja que a _____le costó entenderlo.
—En el cuarenta y cinco.

Él asintió y aparcó frente al edificio de tres plantas. Era una casa de ladrillo rojo convertida en apartamentos.

—Gracias —murmuró ella y se apresuró a abrir la puerta para escapar.
—¡Espere! —le ordenó Kaulitz, alargando el brazo para coger un gran paraguas negro del asiento trasero.
______ aguardó asombrada a que El Profesor diera la vuelta al coche y le abriera la puerta con el paraguas listo, esperando mientras su abominación y ella salían del Jaguar, para acompañarla luego hasta la puerta del edificio.

—Gracias —repitió_______ , mientras trataba de desabrochar la medio atascada cremallera de la mochila para sacar las llaves. Él intentó disimular el disgusto que le provocaba la visión de aquella bolsa y permaneció en silencio mientras ella luchaba con la cremallera, viendo cómo se ruborizaba al no conseguirlo. Recordó la expresión de su cara en su despacho, arrodillada en la alfombra persa, y se le ocurrió que tal vez el problema actual fuera culpa suya.
Sin decir nada, le quitó la mochila de las manos y le dio el paraguas. Tras acabar de romper la cremallera, la sostuvo delante de ella para que buscara las llaves.
______las encontró al fin, pero estaba tan nerviosa que se le cayeron al suelo. Cuando las recogió, las manos le temblaban tanto que no atinó a dar con la llave correcta.
Kaulitz, que ya había perdido la paciencia, se las arrebató de la mano y empezó a probarlas una a una. Tras abrir la puerta, le hizo un gesto para que entrara antes de devolvérselas.
_______ recuperó también la denostada mochila y le dio las gracias una vez más.

—La acompañaré hasta la puerta de su apartamento —dijo él, siguiéndola por el pasillo—. Una vez, un vagabundo me abordó en el vestíbulo de mi edificio. Hay que ir con mil ojos.

______ elevó una oración silenciosa a los dioses de los bloques de apartamentos, rogándoles que la ayudaran a localizar la llave del suyo rápidamente. Su oración fue escuchada. Estaba ya a punto de meterse en casa y cerrar la puerta, cuando se detuvo y, como si se conocieran de toda la vida, le sonrió y lo invitó a tomar una taza de té.
A pesar de la sorpresa que le causó su invitación, Kaulitz se encontró dentro del apartamento antes de poder plantearse si era buena o mala idea. Tras echar un vistazo alrededor, llegó a la conclusión de que había sido mala idea.

—¿Le guardo la gabardina, profesor? —le llegó la cantarina voz de______.
—¿Y dónde la pondrá? —preguntó él con altivez, al comprobar que no había ningún armario ni perchero a la vista.

Ella agachó la cabeza, sin atreverse a devolverle la mirada. Al ver que se mordía el labio inferior, él se arrepintió de su falta de delicadeza.

—Perdone —se excusó, dándole la gabardina Burberry de la que se sentía tan orgulloso—. Y gracias.

_______ la colgó cuidadosamente de una percha que había detrás de la puerta de su habitación y dejó la mochila en el suelo.

—Pase. Póngase cómodo. Prepararé el té.

El profesor Kaulitz se acercó a una de las dos únicas sillas y se sentó, esforzándose por disimular lo incómodo que se sentía para no humillarla más. El apartamento entero era más pequeño que su cuarto de baño de invitados. Constaba de una cama pegada a la pared, una mesa plegable con dos sillas, una estantería pequeña de Ikea y una cómoda. Vio también lo que debía de ser un baño, junto a un pequeño armario empotrado, pero definitivamente no había cocina.
Buscó con la mirada algún rastro de actividad culinaria y finalmente vio un microondas y un calientaplatos eléctrico guardados de manera bastante precaria encima del armario. En una esquina, en el suelo, había un pequeño frigorífico.

—Tengo una tetera eléctrica —dijo ella alegremente, como si estuviera anunciando que tenía un anillo de diamantes de Tiffany’s.

Él se fijó en el agua que no dejaba de gotear de su cuerpo. Luego en la ropa que había debajo del agua. Y finalmente en lo que había debajo de la ropa... y que el frío hacía destacar. Con voz ronca, le sugirió que se secara antes de preparar el té.
_______volvió a agachar la cabeza, avergonzada. Ruborizándose, se metió en el baño. Poco después, salió con una toalla lila sobre los hombros, sin quitarse la ropa y una segunda toalla en la mano. Al parecer, iba a agacharse para secar el reguero de agua que había dejado, pero él se lo impidió.

—Permítame hacerlo a mí —dijo—. Usted vaya a ponerse ropa seca antes de que pille una pulmonía.
—Y me muera —añadió ella con un susurro, mientras se dirigía al armario, con cuidado de no tropezar con las dos maletas.

Kaulitz se preguntó brevemente por qué no habría deshecho aún el equipaje, pero en seguida se olvidó del tema.
Frunció el cejo mientras secaba el agua del suelo de madera lleno de arañazos. Al acabar, se fijó en las paredes. Llegó a la conclusión de que en algún momento debieron de ser blancas, pero en esos momentos eran de un deslucido color crema y estaban empezando a desconcharse.
En el techo habían aparecido manchas de humedad y en una esquina ya empezaba a crecer moho. Se estremeció, preguntándose qué hacía una buena chica como la señorita Mitchell en un lugar tan espantoso. Aunque tenía que reconocer que el apartamento estaba muy limpio y recogido. Más de lo normal.

—¿Cuánto le cobran de alquiler? —preguntó, haciendo una mueca mientras volvía a acomodar su casi metro noventa de altura en aquel objeto infame que se hacía pasar por silla plegable.
—Ochocientos dólares al mes, gastos incluidos —respondió ella, antes de entrar en el baño.

Él se acordó de los pantalones de Armani que había tirado a la basura tras el viaje de vuelta de Pensilvania. No podía soportar llevar algo manchado de orina, ni siquiera después de haber sido lavado, pero con el dinero que Paulina se había gastado en esos pantalones, la señorita Mitchell habría podido pagar el alquiler de un mes. Y aún le habría sobrado algo.
Al mirar a su alrededor una vez más, observó que su alumna se había esforzado penosa y patéticamente por convertir aquel apartamento en un hogar en la medida de lo posible. Junto a la cama había una gran lámina del cuadro de Henry Holiday, Dante y Beatriz en el puente de la Santa Trinidad.
Se la imaginó con la cabeza en la almohada y el pelo largo y brillante enmarcándole la cara, contemplando a Dante antes de dormirse. A base de fuerza de voluntad, apartó esa imagen de su mente y reflexionó sobre lo extraño que era que ambos tuvieran una lámina del mismo cuadro. Al fijarse más, se dio cuenta de que ______se parecía bastante a Beatriz, aunque hasta ese momento no se hubiese dado cuenta. La idea se le clavó en el cerebro como un sacacorchos, pero en ese momento no quiso darle más vueltas.
Se fijó en varias láminas más pequeñas que adornaban las paredes desconchadas del apartamento: un dibujo del Duomo de Florencia; un esbozo de la iglesia de San Marcos, en Venecia; una fotografía en blanco y negro de la cúpula de San Pedro, en Roma. Vio una hilera de macetas con plantas medicinales que adornaban la ventana, junto a un esqueje de filodendro que trataba de convertirse en planta adulta. Se fijó también en que las cortinas eran bonitas. Lisas, del mismo tono de lila que la colcha y los cojines. Y en la librería había muchos libros, tanto en inglés como en italiano, aunque al ver los títulos no quedó demasiado impresionado con su colección de aficionada. En resumen, el apartamento era viejo, diminuto, en mal estado y no tenía cocina. En caso de que hubiera tenido perro, él no habría permitido que ni siquiera éste viviera en un sitio así.
_____volvió a aparecer con lo que parecía ropa de deporte, una sudadera negra con capucha y pantalones de yoga. Se había recogido su precioso pelo en lo alto de la cabeza con una pinza. Pero incluso así vestida seguía siendo muy atractiva. Demasiado atractiva, como una sílfide.

—Tengo English Breakfast o Lady Grey —le ofreció ella por encima del hombro. Se había puesto de rodillas para conectar la tetera eléctrica en el enchufe que había debajo de la cómoda.

Kaulitz  la observó y negó con la cabeza mentalmente. Volvía a estar de rodillas, como en su despacho. Era evidente que no era una persona orgullosa ni arrogante y eso estaba bien, pero le dolía verla arrodillarse constantemente, aunque no habría sabido decir por qué.

—English Breakfast. ¿Por qué vive aquí?

______ se incorporó bruscamente en respuesta a la dureza de su tono de voz. Luego le dio la espalda, mientras sacaba de la cómoda una gran tetera marrón y dos tazas de té sorprendentemente bonitas, con platos a juego.

—Es una calle tranquila en un barrio tranquilo. No tengo coche, así que busqué un sitio cercano a la universidad. —Se interrumpió mientras colocaba dos cucharillas de plata en los platitos—. Éste fue uno de los mejores apartamentos que encontré que no se saliera de mi presupuesto.
Dejó las elegantes tazas de té en la mesa plegable sin mirarlo y volvió a la cómoda.
—¿Por qué no se ha instalado en la residencia de estudiantes de Charles Street?
A ella se le cayó algo de la mano, pero él no vio de qué se trataba.
—Pensaba ir a otra universidad, pero al final no pudo ser. Cuando finalmente decidí venir aquí, ya no quedaban plazas en la residencia.
—¿A qué universidad pensaba ir? .______empezó a morderse el labio. —¿Señorita Mitchell?
—A Harvard.

Kaulitz estuvo a punto de caerse de la silla.

—¿A Harvard? ¿Y qué demonios está haciendo aquí?
________disimuló una sonrisa, como si entendiera la causa de su enfado.
—Toronto es el Harvard del norte.
—No se ande con rodeos, señorita Mitchell, le he hecho una pregunta.
—Sí, profesor. Y sé que siempre espera una respuesta a sus preguntas —replicó ella, alzando una ceja hasta que él apartó la mirada—. Mi padre no pudo aportar la parte que se suponía que iba a destinar a mi educación y con la beca que me ofrecieron no me llegaba para vivir. Todo es mucho más caro en Cambridge que en Toronto. Ya debo miles de dólares en préstamos que pedí para poder estudiar la carrera en la Universidad de Saint Joseph y decidí no endeudarme más. Por eso estoy aquí.

Mientras volvía a arrodillarse para desenchufar la tetera, cuya agua ya hervía, El Profesor negaba con la cabeza, asombrado.

—Toda esa información no aparece en el expediente que me dio la señora Jenkins —protestó—. Debería haberme dicho algo.
______ lo ignoró mientras añadía varias cucharadas de té a la tetera.
Él se echó hacia adelante, gesticulando vivamente.
—Este sitio es horrible. Ni siquiera tiene cocina. ¿De qué se alimenta?
Ella dejó la tetera y un pequeño colador de plata en la mesa y, sentándose, empezó a retorcerse las manos.
—Como mucha verdura fresca. Puedo preparar sopa y cuscús en el hornillo eléctrico. El cuscús es muy nutritivo —añadió, tratando de sonar despreocupada, pero sin lograr disimular el temblor de su voz.
—No puede alimentarse a base de esa basura. ¡Un perro come mejor que usted!

_______ agachó la cabeza, ruborizándose y luchando por no echarse a llorar.
El Profesor la miró un rato hasta que, por fin, la vio. Y mientras contemplaba la expresión torturada que nublaba sus preciosos rasgos, se dio cuenta de que él, el profesor Tom Kaulitz, era un egocéntrico hijo de puta. Acababa de avergonzarla por ser pobre, cuando ser pobre no era motivo de vergüenza. Él también había sido muy pobre. _______ era una mujer inteligente y atractiva, que además era una estudiante. No tenía nada de qué avergonzarse. Lo había invitado a su casa, una casa que ella se había esforzado para que resultara acogedora porque no tenía otro sitio adonde ir y él se lo agradecía diciéndole que aquel lugar no era adecuado ni para un perro. Había hecho que se sintiera despreciable y estúpida cuando no era ni una cosa ni la otra. ¿Qué diría Grace si lo hubiera oído?
Diría que era un asno. Al menos ahora era consciente de serlo.

—Dis... discúlpeme —dijo entrecortadamente—. No sé qué me pasa —se excusó, cerrando los ojos y frotándoselos con los nudillos.
—Acaba de perder a su madre —replicó ella con una voz sorprendentemente comprensiva.
Un resorte se disparó en la mente de él.
—No debería estar aquí —dijo, levantándose rápidamente—. Tengo que irme.

______ lo siguió hasta la puerta de la calle y le dio su gabardina y su paraguas. Luego se quedó ruborizada, mirando al suelo, esperando a que se fuera. Se arrepentía de haberle enseñado su casa. Era obvio que no estaba a su altura. Horas atrás, se había sentido orgullosa de su pequeño pero limpio agujero de hobbit, en cambio ahora se sentía muy avergonzada. Por no mencionar el hecho de que ser humillada de nuevo delante de él hacía el asunto mucho peor.
Kaulitz musitó algo, inclinó la cabeza y se marchó.
_______ se apoyó en la puerta cerrada y finalmente dejó que las lágrimas resbalaran por sus mejillas.
Toc, toc.
Sabía quién era, pero no quería abrir.
«Por favor, dioses de los agujeros de hobbit carísimos y no adecuados ni para un perro, que me deje en paz de una vez.» En esta ocasión, su plegaria silenciosa y espontánea no fue escuchada.
Toc, toc, toc.
Se secó la cara rápidamente y abrió la puerta, pero sólo una rendija.
Él la miró parpadeando desconcertado, como si le costara entender que ella hubiera estado llorando entre su partida y su regreso.
_______ se aclaró la garganta y se quedó mirando los zapatos italianos de él, de cordones, que se movían inquietos de un lado a otro.

—¿Cuándo fue la última vez que se comió un buen filete?. Ella se echó a reír y negó con la cabeza. No se acordaba.
—Bueno, pues esta noche va a comer uno. Me muero de hambre y me va a acompañar a cenar.

_______ se permitió el lujo de esbozar una leve y traviesa sonrisa.

—¿Está seguro, profesor? Pensaba que esto —dijo, imitando su gesto en el despacho— no iba a funcionar.
Él se ruborizó ligeramente.
—Olvídese de eso. Pero... —añadió, mirándola de arriba abajo, deteniéndose quizá un poco más de lo necesario en sus deliciosos pechos.
Ella bajó la vista hacia su ropa.
—Puedo cambiarme otra vez.
—Será lo mejor. Póngase algo más adecuado. ______lo miró con expresión herida.
—Puede que sea pobre, pero tengo algunas cosas bonitas. Y son decentes. No tenga miedo, no va a aparecer en público con alguien vestida de pordiosera.
Kaulitz se ruborizó aún más y se reprendió en silencio.
—Quería decir algo adecuado para un restaurante que exige que los hombres lleven chaqueta y corbata —dijo, con una discreta sonrisa conciliadora.
Esta vez fue ella quien lo miró de arriba abajo, deteniéndose tal vez un poco más de lo necesario en sus deliciosos pectorales.
—De acuerdo. Con una condición.
—No creo que esté en situación de negociar.
—En ese caso, adiós, profesor.
—¡Espere! —exclamó él, metiendo su caro zapato italiano en la rendija de la puerta, para impedir que la cerrara, sin preocuparse siquiera de que pudiera estropeársele—. ¿De qué se trata?
Ella lo miró en silencio unos instantes antes de responder:
—Dígame una razón por la que debería acompañarlo, después de todo lo que me ha dicho hoy.
Él la miró con los ojos muy abiertos antes de volver a ruborizarse.
—Yo... ejem... quiero decir... ejem... podría decirse que usted... que yo... —balbuceó.
______ alzó una ceja y empezó a cerrar la puerta.
—Un momento —dijo él, aguantando la puerta con la mano para darle un respiro a su pie, que empezaba a quejarse—. Porque lo que escribió Paul era correcto: «Kaulitz es un asno». Estoy de acuerdo. Pero ahora, al menos, Kaulitz lo sabe.

En ese momento, la cara de _____se iluminó con una sonrisa radiante y él se encontró devolviéndosela. Era preciosa cuando sonreía. Iba a tener que asegurarse de que sonriera más a menudo, por razones puramente estéticas.

—La esperaré aquí. —No queriendo darle más motivos para que cambiara de idea, cerró la puerta.
Dentro del apartamento, ______apretó los párpados y gimió.




Hola!!! como estan?? espero que Bien xD ... Bueno no se ustedes pero yo odie a este idiota de hombre -.- es que ... COMO SE ATREVE A TRATAR A _____ ASI!!! Juro que lo queria MATAR!!! Literalmente xD ... naaaa no puedo estar enojada con este hombre guapo :)) jajajaja Espero les este gustando esta historia ... Es hermosa y se que les va a gustar ---- Bueno me despido, que esten bien ... Nos vemos