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domingo, 30 de marzo de 2014

.- EL INFIERNO DE TOM.- 15 (PARTE 1,2 y 3)

CAP 15 (PARTE 1)
El viejo señor Krangel miró por la mirilla y no vio nada fuera de lo común. Había oído a un hombre y a una mujer discutiendo, pero ahora no se veía a nadie. Incluso había oído un nombre: Beatriz. No sabía que hubiera una Beatriz en el rellano. En esos momentos, éste parecía desierto.
Ya había salido de casa una vez ese día. Había tenido que devolverle a su anónimo vecino el periódico, que habían dejado en su puerta por error. Los Krangel no estaban suscritos a ningún diario, pero la señora Krangel padecía demencia senil y lo había cogido sin darse cuenta.
Algo molesto por haber visto interrumpida la paz de la mañana del domingo por una kemfn en el rellano, el señor Krangel abrió la puerta y asomó su anciana cabeza. A unos quince metros de distancia vio a un hombre apoyado en la puerta del ascensor. Le temblaban los hombros.
Aunque muy incómodo ante el patético espectáculo, fue incapaz de apartar la vista. No lo reconoció y no le pareció que fuera el mejor momento para presentarse. Sin duda, un adulto que salía al rellano descalzo y medio desnudo para hacer... lo que fuera que estuviera haciendo, no era alguien a quien deseara conocer. Los hombres de su generación no lloraban nunca. Claro que tampoco se quitaban los calcetines para salir de casa. A menos que fueran... raros. O vivieran en California.
El señor Krangel se metió en casa, cerró la puerta con llave y telefoneó al conserje para avisarle de que en el rellano había un hombre descalzo que acababa de tener una kemfn a gritos con una mujer llamada Beatriz.
Tardó cinco minutos en explicarle qué era una kemfn. Luego se quejó de eso durante un buen rato, culpando al sistema educativo de Toronto y a sus materias basadas en la cultura cristiana.
Estaban casi a finales de octubre y el tiempo en Toronto era frío. ____ no llevaba jersey debajo del abrigo y caminar hasta su casa no fue una experiencia agradable. Mientras lo hacía, se rodeó el pecho con los brazos, secándose las lágrimas de vez en cuando. Eran lágrimas de enfado y resignación.
La gente que se cruzaba con ella le dirigía miradas compasivas. Muchos canadienses eran así. Compasivos pero educadamente distantes. ____ les agradeció su sentimiento y todavía más que no se detuvieran a preguntarle qué le pasaba. Su historia era demasiado larga y complicada para explicarla en un momento.
Ella nunca se preguntaba por qué le pasaban cosas malas a la gente buena, porque ya sabía la respuesta: a todo el mundo le pasan cosas malas. No consideraba que eso sirviera de excusa para hacerle daño a otro, pero si había una experiencia que todos los seres humanos compartían era la del sufrimiento. Nadie se iba de este mundo sin haber derramado alguna lágrima, sin haber sentido dolor o haberse sumido en un pozo de tristeza. ¿Por qué debería ser distinta su vida? ¿Por qué debería esperar un trato de favor? Hasta la madre Teresa había sufrido, y eso que era una santa.
No se arrepentía de haber cuidado de El Profesor mientras estaba borracho, por mucho que su buena acción hubiera sido recompensada con un castigo en vez de con un premio. Si uno creía que la amabilidad nunca se perdía, tenía que actuar en consecuencia, incluso cuando le echaban su amabilidad en cara.
De lo que se avergonzaba era de haber sido tan idiota, tan estúpida, tan ingenua de creer que él la seguiría recordando después de la borrachera y que las cosas entre ellos volverían a ser como antes (aunque en realidad nunca habían sido de ninguna manera). Sabía que se había dejado llevar por su fantasía y que se había inventado un cuento de hadas sin tener en cuenta el mundo real y al Tom real.  «Pero por un instante, fue real. La chispa seguía viva. Cuando me besó y me acarició, la electricidad seguía estando allí. Tiene que haberla sentido él también. Es imposible que haya existido sólo en mi cabeza.»
____ se obligó a no seguir por ese camino, recordándose que acababa de empezar una dieta libre de Kaulitz.
«Ha llegado el momento de crecer. Se acabaron los cuentos de hadas. En septiembre no te reconoció y ahora tiene a Paulina.»
Al llegar a su agujero de hobbit, se dio una larga ducha y se puso el pijama de franela más viejo y suave que tenía. Era rosa pálido con un estampado de patitos de goma. Tiró la camiseta de Tom a la parte de atrás del armario, esperando olvidarse de ella, se hizo un ovillo en la cama, abrazada al conejito de terciopelo, y se durmió, exhausta física y emocionalmente.
Mientras ella dormía, Tom estaba luchando contra la resaca y contra el impulso de sumergirse en una botella de whisky escocés y no volver a salir a la superficie. No la había perseguido. No había bajado a trompicones treinta pisos por la escalera. No había esperado el siguiente ascensor para perseguirla por la calle. No. Se había tambaleado hasta el salón, donde se había dejado caer en una butaca para revolcarse en las náuseas y el odio hacia sí mismo. Se maldijo por la brusquedad con que la había tratado, no sólo esa mañana, sino desde el primer día del seminario. Una brusquedad mucho más odiosa por el hecho de que ella la había tolerado en silencio, con una paciencia digna de una santa, sabiendo en todo momento quién era y lo que significaba para él. «¿Cómo puede haber estado tan ciego?» Pensó en la primera vez que la vio. Acababa de regresar a Selinsgrove deprimido y desesperado. Pero Dios había intervenido. Como un auténtico deus ex máchina le había enviado un ángel para rescatarlo del infierno. Un ángel delicado, de ojos castaños, vestido con vaqueros y zapatillas deportivas, con un rostro hermoso y una alma pura, que lo había consolado en la oscuridad y le había dado esperanza. Un ángel que parecía apreciarlo sinceramente, a pesar de todos sus defectos. «Ella me salvó.» Y, por si fuera poco, ese ángel había aparecido una segunda vez, justo el día en que había perdido la otra poderosa fuerza del bien que existía en su vida: Grace. El ángel se había sentado en su clase, recordándole que existía la verdad, la belleza, la bondad. Y él había respondido hablándole mal y amenazándola con expulsarla del curso. Y esa mañana había vuelto a tratarla con crueldad y la había comparado con una puta.
«El follaángeles soy yo. He jodido al ángel de ojos castaños.» Maldiciendo la ironía de quien lo había bautizado con el nombre de un arcángel, se dirigió a la cocina a buscar la nota. Con el frágil y hermoso mensaje en la mano, vio su propia fealdad. Era una fealdad interna, del alma. La nota de ___, del mismo modo que la bandeja del desayuno, contrastaba con el pecado de Tom de un modo imposible de ignorar.  Ella no se lo podía haber imaginado en ese momento, pero las palabras que había pronunciado estando con Paul, una semana atrás, cobraron más sentido que nunca. A veces, cuando la gente no obtenía
respuesta a sus gritos, podía oír el eco de su propio odio. A veces, la bondad era suficiente para dejar en evidencia a la maldad. Dejando caer la nota, Tom enterró la cara entre las manos y se echó a llorar. Cuando ____ se despertó al fin, eran más de las diez de la noche. Bostezó y se estiró. Tras prepararse un triste tazón de gachas instantáneas y lograr tomarse casi un tercio, escuchó el buzón de voz. Había apagado el móvil al llegar a casa de Tom la noche anterior, porque esperaba una llamada de Paul y no estaba de humor para hablar con él, ni entonces ni ahora. Sabía que probablemente la animaría a hacerlo, pero lo único que quería en esos momentos era estar sola para lamerse las heridas, como un cachorro al que le hubieran dado una paliza.
Con el ánimo por los suelos, ____ revisó sus mensajes, buscando primero los más antiguos. Frunció el cejo al darse cuenta de que tenía la memoria llena. Nunca le había pasado antes. Las únicas personas que la llamaban eran su padre, Rachel y Paul y sus mensajes siempre eran breves.
«Hola, ____, soy yo. Es sábado por la noche y la conferencia ha ido muy bien. Te llevo un recuerdo de Princeton. No te preocupes, es pequeño. Supongo que estarás en la biblioteca, trabajando. Llámame luego. [Silencio elocuente.] Te echo de menos.» ____ suspiró. Borró el mensaje y pasó al siguiente, que también era de Paul. «Hola, ____. Vuelvo a ser yo. Es domingo por la mañana. Supongo que no llegaré muy tarde esta noche. ¿Quieres que cenemos juntos? Hay un restaurante de sushi no muy lejos de tu casa. Llámame. Te echo de menos, Conejito.» Tras borrar el segundo mensaje, ____ le escribió un mensaje de texto, diciéndole que estaba griposa y que prefería no salir de la cama. Le avisaría cuando se encontrara mejor y esperaba que llegara a casa sano y salvo. No le dijo que lo echaba de menos. El siguiente mensaje era de un número local desconocido.
«________... ejem, ___. Soy Tom. Yo... Por favor, no cuelgues. Sé que soy la última persona con la que quieres hablar ahora mismo, pero llamo para arrastrarme. De hecho, estoy delante de tu edificio, bajo la lluvia. Estaba preocupado por ti y quería asegurarme de que habías llegado bien a casa.
»Ojalá pudiera volver atrás en el tiempo. Volvería a esta mañana
y te diría que nunca había visto nada tan bonito como tú, feliz, bailando en mi salón. Te diría que soy el hombre más afortunado del mundo porque me rescataste y te quedaste a mi lado toda la noche. Que soy un idiota que lo jode todo y que no me merezco tu amabilidad. En absoluto. Sé que te he hecho daño, ___, y lo siento. [Respiración profunda.] No debí dejarte marchar esta mañana. No de esa manera. Tenía que haber salido corriendo detrás de ti y haberte suplicado que te quedaras. La he cagado, ___. La he cagado bien.
»Debería haberme humillado. Y eso es lo que pretendo hacer ahora. Por favor, sal a la calle para que pueda disculparme. Mejor no. No salgas. Pillarás una pulmonía. Sólo ven hasta la puerta y escúchame a través del cristal. Estaré aquí, esperándote. Te dejo mi número de móvil...»
___ frunció el cejo y borró el mensaje sin molestarse en anotar su número. Sin cambiarse de ropa, vestida con el pijama de patitos de goma, salió del apartamento y se acercó a la puerta de la calle. No tenía ninguna intención de escuchar las excusas de Tom. Sólo quería comprobar si seguía allí, bajo la lluvia y el frío. Apoyó la nariz contra el vidrio, empañándolo, y trató de ver en la oscuridad. Ya no llovía y no había ningún profesor a la vista. Se preguntó cuánto rato habría esperado. Se preguntó si habría ido hasta allí sin paraguas. Enderezando la espalda, se dijo que no le importaba. «Que pille una pulmonía. Se lo tiene merecido.» Al volverse, se dio cuenta de que había un ramo de jacintos apoyado en uno de los pilares del porche de la entrada. Tenía un gran lazo rosa y lo que parecía una tarjeta Hallmark en el centro. En el sobre le pareció que ponía «___».
«¿En serio, profesor Kaulitz? No sabía que hubiera tarjetas Hallmark para estas ocasiones. ¿Qué pone? “¿Para la estudiante de tesis que eché de casa a gritos después de decirle que quería acariciarla como a un gatito y de vomitarle encima?”»
___ regresó al apartamento, negando con la cabeza y murmurando entre dientes. Acomodándose en la cama con el portátil, buscó en Internet el significado de los jacintos lila, por si Tom —o su florista— trataba de enviarle un mensaje subliminal. En una página web sobre horticultura, encontró lo siguiente: «Los jacintos lila simbolizan el dolor, el arrepentimiento, una disculpa».
«Ya, bueno, si no te hubieras comportado como un cabronazo conmigo, ahora no tendrías que comprar jacintos para suplicar que te
perdonara. Gilipollas.» Sacudiendo la cabeza, furiosa, dejó el ordenador a un lado y escuchó el último mensaje. Era también de Tom y lo había dejado hacía poco rato.
«___, quería decirte esto en persona, pero no puedo esperar más. No puedo esperar más.
»Esta mañana no quería llamarte puta. Te lo juro. Ha sido una comparación horrible y nunca debí decirlo, pero no quería llamarte puta. Me molesta mucho verte de rodillas. No te imaginas cuánto. Deberías ser adorada, venerada, tratada con dignidad. Nunca deberías estar de rodillas, ___, ante nadie. Lo que pienses de mí no importa, pero nunca te olvides de eso. Es la verdad.
»Debería haberme disculpado por lo que te dijo Paulina. Acabo de dejarle las cosas claras y me ha pedido que me disculpe de su parte. Ella y yo tenemos una... ejem... [tos] es complicado. No creo que te cueste imaginarte por qué llegó a la conclusión a la que llegó. Todo tiene que ver con mi historial y nada con el tuyo. Siento que te faltara al respeto. No volverá a pasar. Te lo prometo.
»Gracias por prepararme el desayuno esta mañana. [Pausa muy larga.] Ver la bandeja me ha afectado mucho. No puedo expresarlo con palabras. ___, nadie había hecho algo así para mí antes. Nadie. Ni Grace, ni un amigo, ni una amante, nadie... Has sido buena, amable y generosa conmigo y yo... he sido egoísta y cruel. [Se aclara la garganta.]
»Por favor, ___. [La voz se le vuelve ronca.] Tenemos que hablar de la nota. La tengo en la mano y no voy a soltarla. Hay cosas importantes que he de contarte. Son cosas graves, de las que no quiero hablar por teléfono. Siento mucho lo que ha pasado esta mañana. Es culpa mía y me gustaría mucho arreglarlo. Por favor, dime qué puedo hacer para arreglarlo y lo haré. Llámame.»
Una vez más, ___ borró el mensaje y una vez más no guardó su número de móvil. Apagó el teléfono y lo dejó junto al portátil en la mesita plegable. Luego volvió a la cama y trató de quitarse la voz triste y torturada de Tom de la cabeza. No salió del apartamento ni al día siguiente ni al otro. Pasó todo el tiempo vestida con distintos pijamas de franela, tratando de distraerse con música a todo volumen o leyendo novelas de Alexander McCall Smith. Las historias de Edimburgo eran sus favoritas. Eran alegres, tenían un poco de misterio y eran inteligentes. Le gustaba su estilo. Le parecía reconfortante. Leer sus novelas solía despertarle el apetito por todo lo escocés, desde las gachas a las galletas Walker de
mantequilla o el queso cheddar de la isla de Mull, no necesariamente en ese orden. Aunque acababa de vivir una experiencia muy traumática junto a Tom, especialmente dolorosa después de haber pasado la noche entre sus brazos, estaba decidida a no permitir que él la destruyese psicológicamente. Sabía lo que era que alguien hiciera algo así. De hecho, Tom ya la había destrozado psíquicamente una vez. Y ___ se había jurado que no volvería a pasar.
Por eso, tomó tres decisiones:
La primera, que no dejaría de ir a sus clases, porque necesitaba el seminario para sus créditos.
La segunda, que no iba a abandonar ni iba a regresar a Selinsgrove con el rabo entre las piernas.
Y la tercera, que buscaría a otro director de proyecto y que presentaría la documentación lo antes posible, a espaldas de Kaulitz.
El martes por la noche, volvió a encender el móvil y a revisar los mensajes de voz. La memoria volvía a estar llena. Puso los ojos en blanco al comprobar que el primer mensaje era de Tom. Lo había dejado el lunes por la mañana.
«______... te dejé algo anoche en el porche. ¿Lo viste? ¿Leíste la tarjeta? Por favor, léela.
»Por cierto, llamé a Paul Norris para que me diera tu número de móvil. Me inventé una excusa. Le dije que tenía que comentarte un tema del proyecto, por si te pregunta algo.
»¿Sabes que te dejaste el iPod? Lo he estado escuchando. Me sorprendió que tuvieras a Arcade Fire. He estado escuchando Intervention. Me ha extrañado que a alguien tan feliz y equilibrado como tú le guste una canción tan trágica. Quisiera devolverte el iPod en persona.
»Y me gustaría que hablaras conmigo. Grítame, insúltame, maldíceme, tírame cosas a la cara, pero no me castigues con este silencio, _______, por favor. [Gran suspiro.] Sólo te pido unos minutos de tu tiempo. Por favor, llámame.»
___ borró el mensaje y se dirigió al porche, vestida con un pijama de franela a cuadros escoceses. Cogió la tarjeta que acompañaba al ramo; la rompió en mil pedazos y tiró los trozos al otro lado de la valla. Luego tiró también los jacintos, ya muy marchitos. Tras inspirar el aire fresco de la noche, cerró la puerta con rabia y volvió a casa.
Cuando estuvo más calmada, escuchó el siguiente mensaje, que también era de Tom. Se lo había dejado esa tarde.
«_______, ¿sabías que Rachel está de viaje en una isla canadiense perdida de la mano de Dios? No tiene acceso a Internet ni cobertura de teléfono. Tuve que llamar a Richard, por el amor de Dios, porque no contestaba al teléfono. Quería ponerme en contacto con ella para que se pusiera en contacto contigo, ya que no respondes a mis mensajes.
»Estoy preocupado por ti. He preguntado y nadie te ha visto, ni siquiera Paul. Voy a enviarte un correo electrónico, pero será formal, porque la universidad tiene acceso a mi cuenta. Espero que escuches esto antes de que te llegue el correo, o pensarás que vuelvo a ser el mismo idiota de siempre. No lo soy, pero tengo que sonar como un pomposo en un mensaje oficial. Si me respondes, ten en cuenta que cualquier miembro de la administración puede leer esos correos. Ten cuidado con lo que dices.
»Te veré mañana en el seminario. Si no vas, llamaré a tu padre y le pediré que te localice. No sé dónde estás. No sé si estás en un autocar de camino a Selinsgrove. Por favor, llámame. Estoy haciendo un gran esfuerzo para no ir a tu casa. [Larga pausa...]
»Sólo quiero saber que estás bien. Dos palabras, ___. Envíame dos palabras diciéndome que estás bien. Es lo único que pido.»
___ encendió el ordenador y revisó el correo de la universidad. En la bandeja de entrada, esperando como una bomba de relojería, estaba el mensaje del profesor Tom J Kaulitz:

CAP 15 (PARTE 2)
Querida señorita Mitchell:
Necesito hablar con usted sobre un tema bastante urgente.
Por favor, contacte conmigo lo antes posible. Puede llamarme al siguiente número de móvil: 416-555-0739.
Saludos,
Prof. Tom J. Kaulitz
Profesor
Departamento de Estudios Italianos/
Centro de Estudios Medievales
Universidad de Toronto

___ borró tanto el correo electrónico como el mensaje de voz sin pensarlo ni un momento. Luego le escribió un correo a Paul, explicándole que todavía no se encontraba lo bastante recuperada
como para asistir al seminario del día siguiente y pidiéndole que informara a El Profesor. Le agradeció los correos que le había enviado y se disculpó por no haber respondido antes. Para acabar, le preguntó si le gustaría acompañarla a visitar la exposición sobre arte florentino que presentaba el Royal Ontario Museum cuando se recuperara. Al día siguiente, pasó casi toda la tarde redactando un correo provisional para la profesora Jennifer Leaming, del Departamento de Filosofía. La profesora Leaming era especialista en santo Tomás de Aquino y también estaba interesada en Dante. Aunque ___ no la conocía personalmente, Paul había asistido a una de sus clases y le había gustado mucho. Era joven, divertida y muy popular entre los estudiantes, todo lo contrario que el profesor Kaulitz. ___ esperaba que aceptara dirigir su proyecto y en el correo se lo planteaba como una posibilidad.
Le habría gustado consultarlo con Paul, pero sabía que éste asumiría que Kaulitz la había expulsado y que se enfrentaría con él por su culpa. Así que envió el correo a la profesora Leaming esperando que recibiera su propuesta de buena gana y que respondiera rápidamente.
Cuando esa noche volvió a revisar su buzón de voz, se encontró con un nuevo mensaje de Tom:
«______, es miércoles por la noche. Te he echado de menos en el seminario. Tu sola presencia es capaz de iluminar una sala, ¿lo sabes? Siento no habértelo dicho antes.
»Paul me ha dicho que estás enferma. ¿Puedo llevarte algo? ¿Caldo de pollo? ¿Helado? ¿Zumo de naranja? Puedo hacer que te lo lleven a casa. No tendrías que verme. Por favor, déjame ayudarte. Me siento muy mal sabiendo que estás sola y enferma en tu apartamento, sin poder hacer nada.
»Al menos sé que estás en casa, a salvo, y no en un autocar en alguna parte. [Una pausa... Se aclara la garganta.]
»Recuerdo haberte besado. Y recuerdo que tú me devolviste el beso. Lo hiciste, ___. Lo sé. ¿No lo notaste? Hay algo entre nosotros. O al menos, lo hubo. »Por favor, necesito hablar contigo. No esperarás que justo después de descubrir tu identidad, vaya a actuar como si no existieras. Tengo que explicarte unas cuantas cosas. Bastantes. Llámame, por favor. Sólo te pido una conversación. Creo que me la debes.»
El tono de los mensajes de Tom había ido aumentando en desesperación. ___ apagó el teléfono, suprimiendo al mismo tiempo
su empatía innata. Sabía que la universidad podía acceder al correo de Tom, pero en esos momentos le daba igual. Sólo quería que parara de dejarle mensajes en el buzón de voz. No iba a poder seguir adelante con su vida si no dejaba de molestarla. Y no daba la sensación de que fuera a rendirse pronto.
Por eso le escribió un correo a su cuenta de la universidad, volcando todo su enfado y su dolor en cada palabra:
Dr. Kaulitz:
Deje de acosarme.
Ya no quiero nada con usted. No quiero conocerlo. Si no me deja en paz, me veré obligada a presentar una demanda por acoso. Y eso es lo que haré si se pone en contacto con mi padre. Inmediatamente.
Si cree que voy a permitir que algo tan insignificante me aparte de mis estudios, está muy equivocado. Necesito otro director de proyecto, no un billete de vuelta.
Saludos,
Señorita ____ H. Mitchell (H: Helena :) )
Humilde Estudiante del curso de doctorado,
que pasa de rodillas más tiempo que cualquier puta.
P. D.: Devolveré la beca M. P. Kaulitz la semana que viene. Felicidades, profesor Abelardo. Nadie me ha humillado tanto como usted el domingo pasado.
___ apretó el botón de ENVIAR sin releer el mensaje.
Para reforzar su rebelión, se tomó dos chupitos de tequila y puso la canción All the Pretty Faces, de The Killers. A todo volumen y con repetición.
Fue un momento Bridget Jones total.
Agarró un cepillo del baño y empezó a cantar como si fuera un micrófono y a bailar dando brincos por la habitación, con su pijama de franela con estampado de pingüinos. Tenía un aspecto bastante ridículo. Y se sentía extrañamente... peligrosa, desafiante, rebelde.
En los días que siguieron al enfadado correo de ___, El Profesor interrumpió todo contacto. Cada día, esperaba tener noticias suyas, pero no llegaba nada. Hasta el martes siguiente, cuando recibió otro mensaje de voz.
«_______, estás dolida y enfadada, lo entiendo. Pero no
permitas que tu enfado te impida disfrutar de algo que te has ganado siendo la estudiante con las calificaciones más brillantes de todos los que se presentaron al curso de doctorado de este año. Por favor, no renuncies a un dinero que te permitirá volver a casa y visitar a tu padre sólo porque yo haya sido un idiota.
»Siento haberte humillado. Estoy seguro de que cuando me llamaste Abelardo no lo hiciste como un halago, pero lo cierto es que a Abelardo le importaba Eloísa, igual que a mí me importas tú. Así que, en ese sentido, nos parecemos. Y él le hizo daño, igual que yo te he lastimado a ti. Pero se arrepintió mucho después. ¿Has leído las cartas que le escribió? Lee la sexta y dime luego si has cambiado de opinión sobre él... y sobre mí.
»Es la primera vez que se concede la beca porque nunca había conocido a nadie que fuera lo bastante especial como para recibirla hasta que te conocí. Si la devuelves, el dinero se quedará en el banco y nadie se beneficiará de él. No permitiré que vaya a parar a nadie más, porque te pertenece.
»Estaba tratando de sacar algo bueno de algo malo. Pero he fracasado igual que en todo lo demás. Todo lo que toco se contamina... Se destruye. [Larga pausa...]
»Hay algo que puedo hacer por ti y es ayudarte a encontrar otro director de proyecto. La profesora Katherine Picton es amiga mía y, aunque está retirada, ha aceptado reunirse contigo para discutir la posibilidad de dirigir tu proyecto. Sería una tremenda oportunidad para ti. Me dijo que te pusieras en contacto con ella vía correo electrónico lo antes posible. Su dirección es KPicton@UToronto.ca.
»Sé que es tarde para que te apuntes a otro seminario, aunque no dudo que es lo que desearías. Le preguntaré a algún colega si puede supervisarte un curso de lectura para que obtengas los créditos que necesitas sin necesidad de asistir al seminario. Firmaré la solicitud y la presentaré ante el Colegio de Estudios de Grado. Dile a Paul lo que quieres hacer y que él me dé el mensaje. Sé que no quieres hablar conmigo.
[Se aclara la garganta.]
»Paul es un buen chico.
[Murmullos...]
»Audentes fortuna iuvat.
[Pausa... La voz se le convierte en un susurro.]
»Siento que ya no quieras conocerme. Pasaré el resto de mi vida lamentando haber desperdiciado mi segunda oportunidad contigo. Y
siempre seré consciente de tu ausencia.
»Pero no volveré a molestarte. [ Carraspea dos veces.]
»Adiós, ______. [Larga, larguísima pausa antes de que finalmente cuelgue.]»
___ estaba asombrada. Permaneció sentada, boquiabierta, con el teléfono en la mano, tratando de asimilar todo lo que había oído. Volvió a escucharlo y luego otra vez. La única parte que no le costaba entender y aceptar era la cita de Virgilio: «La fortuna favorece a los audaces».
Sólo El Profesor sería capaz de aprovechar un mensaje de disculpa para demostrar sus conocimientos académicos y darle una clase improvisada sobre las cartas de Abelardo. Aunque se negó a seguir su consejo y no buscó la sexta carta, trató de ignorar su enfado y centrarse en el tema de Katherine Picton.
La profesora Picton tenía setenta años. Era una especialista en Dante que se había formado en Oxford y que había dado clases en Cambridge y en Yale antes de que la Universidad de Toronto la atrajera, financiando una cátedra de Estudios Italianos. Tenía fama de ser severa, exigente y brillante. Su nivel de erudición competía con el de Mark Musa. La carrera de ___ obtendría un empujón muy fuerte si presentara su proyecto bajo su supervisión. Si hacía un buen trabajo, podría hacer el doctorado donde quisiera: Oxford, Cambridge, Harvard...
Tom le estaba ofreciendo en bandeja la mayor oportunidad de su vida, envuelta en papel de regalo y con un lazo grande y brillante. Una oportunidad que valía mucho más que un maletín o que una beca de estudios. ¿Tendría contrapartidas?
«Expiación —pensó ____—. Está tratando de compensarme por todos los malos momentos que me ha hecho pasar.»
Tom se lo había pedido a Katherine Picton como un favor personal. Los profesores eméritos muy raramente dirigían tesis doctorales, mucho menos proyectos de estudiantes de cursos de especialización. Era un favor tan grande que sin duda habría tenido que echar mano de toda su influencia.
«Y lo ha hecho por mí.»
Después de reflexionar sobre el mensaje desde todos los puntos de vista, no le quedó más remedio que hacerse la pregunta que había estado evitando hacerse:
«¿Tom se está despidiendo de mí?»
Escuchó el mensaje tres veces más y, sintiéndose bastante culpable, lloró hasta quedarse dormida. A pesar de la rebeldía que había guiado sus actos esos últimos días, algo en su interior sabía que tenía una alma gemela en Tom. Y eso no podía eliminarse a no ser que estuviera dispuesta a eliminar una parte de su alma. A la mañana siguiente, bien temprano, llamó a Paul con la excusa de quedar con él antes del seminario. En realidad, esperaba que le dijera que Kaulitz se había puesto enfermo, o que se había marchado repentinamente a Inglaterra, o que había pillado la gripe porcina y se había cancelado el seminario. Por desgracia, no había hecho ninguna de esas cosas.
Después de mucho dudar, decidió asistir al seminario, por si acaso Tom no lograba encontrarle un curso de lectura que le diera los créditos necesarios. Si la recompensa era tener a la profesora Picton como directora de proyecto, bien podría resistir las cinco semanas restantes del semestre. Esa tarde, entró en la oficina del departamento para revisar el casillero del correo, antes de reunirse con Paul. Le extrañó encontrar un gran sobre acolchado. Al darle la vuelta, vio que no llevaba remitente ni destinatario.
Lo abrió rápidamente y lo que encontró dentro la dejó con la boca abierta. Aplastado en su interior, como si se tratara de las plumas de un cuervo, estaba su sujetador de encaje negro. El que, desgraciadamente, se había dejado olvidado encima de la secadora de Tom.
«Cabrón.»
___ se sentía tan furiosa que empezó a temblar. ¿Cómo se atrevía a dejárselo en el casillero? Cualquiera podía haber estado a su lado mientras abría el sobre.
«¿Está tratando de humillarme una vez más? ¿O cree que es divertido?»
(No se dio cuenta de que el iPod también estaba en el sobre.)
—Hola, preciosa.
Sobresaltada, ___ ahogó un grito.
—Lo siento, no quería asustarte.
Al volverse, se encontró con los amables ojos oscuros de Paul, que la miraban con extrañeza.
—Qué nerviosa estás. ¿Es por el sobre? ¿Sucede algo? —preguntó, señalándolo con la barbilla, con las manos levantadas en señal de rendición para tranquilizarla.
—No, no es nada. Propaganda. —Metió el sobre en su nueva mochila L. L. Bean y se obligó a sonreír—. ¿Listo para el seminario? Creo que va a ser una buena clase.
—No lo creo. El Profesor está de muy mal humor. No lo provoques. Lleva dos semanas rarísimo. —Paul se había puesto muy serio—. No quiero que se repita lo que pasó la última vez que estuvo tan alterado.
___ se apartó el pelo de la cara y sonrió.
«Creo que deberías decirle a Kaulitz que no me provoque él a mí. Llevo un sujetador negro en la mochila y un montón de rabia acumulada. Es él quien tiene problemas. No yo.»
—Me alegro de que estés mejor. Estaba preocupado por ti. —Paul le cogió la mano y le puso algo frío en la palma. Luego le cerró los dedos y se los apretó con suavidad. Al abrirlos, ___ vio que se trataba de un precioso llavero de plata, en forma de letra «P», que se balanceaba como un péndulo.
—Ni se te ocurra decirme que no puedes aceptarlo. Sé que no tienes llavero y quería que supieras que había pensado en ti mientras estaba fuera. Por favor, no me lo devuelvas. ___ se ruborizó.
—No iba a devolvértelo. No quiero ser de esas personas que, cuando los otros tratan de ser amables con ellas, lo pagan tirándoles su amabilidad a la cara. Sé lo que se siente. —Miró rápidamente a su alrededor para asegurarse de que estaban solos—. Gracias, Paul. Yo también te he echado de menos.
Se acercó y le rodeó el enorme torso con los brazos, con el llavero colgando de los dedos. Apoyando la mejilla en los botones de su camisa, lo abrazó.
—Gracias —repitió, suspirando mientras los largos y musculosos brazos de Paul la engullían.
—De nada, Conejito —replicó él, dándole un suave beso en la coronilla.
Ajenos a todo, no se dieron cuenta de que un temperamental especialista en Dante acababa de entrar en el despacho, ansioso de asegurarse de que cierta prenda había llegado a su destinataria. Se quedó inmóvil al ver a la joven pareja que se abrazaba y murmuraba algo en voz baja.
«El follaángeles vuelve a la carga.»
—¿Quién te ha tirado tu amabilidad a la cara? —preguntó Paul, ajeno al dragón que escupía fuego por la boca a su espalda.
En vez de responder, ___ lo abrazó con más fuerza.
—Dímelo, Conejito, y yo le ajustaré las cuentas a ese desgraciado. O desgraciada —pidió su amigo con los labios pegados al cabello de ella—. Eres muy especial para mí, ¿lo sabes? Si necesitas cualquier cosa, sólo tienes que pedírmela. Cualquier cosa. ¿De acuerdo?
___ suspiró contra su pecho.
—Lo sé.
El dragón de ojos cafeces se volvió y salió del despacho bruscamente, murmurando algo sobre un follaconejitos.  ___ interrumpió el abrazo.
—Gracias, Paul. Y gracias por esto —añadió, sonriendo y levantando el llavero.
«Podría pasarme la vida contemplando esa sonrisa», pensó él.
—De nada, ha sido un placer.
Poco después, entraron en la sala de seminarios. ___ evitó mirar a Tom, por lo que mantuvo los ojos fijos en Paul, mientras reía una de sus bromas. Éste le apoyó la mano en la parte baja de la espalda guiándola hacia los asientos.
«¡Las manos quietas, follaconejitos!»
El Profesor lo miró con hostilidad hasta que se distrajo al ver la nueva mochila de ___. Se preguntó cómo había logrado que pareciera nueva y por qué no usaba su regalo. Se sintió muy mal.
«¿Le diría Rachel que era un regalo mío?», pensó y la idea lo torturó.
Jugueteó con la pajarita, atrayendo la atención sobre ella. Se la había puesto para mortificarse, pero ___ no se la había visto, porque no le había dirigido la mirada en ningún momento. Estaba contándose secretitos y riendo con Paul, moviendo la melena y castigándolo con sus mejillas sonrosadas y sus labios rojos... Estaba todavía más guapa que en su recuerdo.

CAP 15 (PARTE 3)
—Señorita Mitchell, tengo que hablar con usted un momento cuando acabe la clase, por favor —le dijo con una sonrisa.
Tom bajó la vista hacia sus zapatos brillantes acabados en punta y se disponía a empezar a hablar cuando una vocecita decidida lo interrumpió desde la parte trasera del aula:
—Lo siento, profesor, hoy no puedo. Tengo una cita urgente que no puedo aplazar.
Luego miró a Paul y le guiñó un ojo. Tom alzó la cabeza despacio y se la quedó mirando fijamente.
Diez estudiantes contuvieron el aliento y se echaron hacia atrás en las sillas, como si tuvieran miedo de que fuera a explotar o de que de sus ojos saliera disparada alguna daga.
___ lo estaba provocando. Era obvio. Su tono de voz, su manera de acercarse a Paul, cómo se retiraba el pelo de la cara con una mano...
Tom se quedó hipnotizado al ver la curva de su cuello y recordó su piel delicada, su aroma a vainilla que lo perseguía en persona o en sueños. Quería insistir, exigirle que se reuniera con él, pero sabía que si perdía los nervios lo único que conseguiría sería que ella se alejara aún más, cada vez más lejos de su alcance hasta perderla del todo. No podía permitirlo. Parpadeó varias veces.
—Por supuesto, señorita Mitchell. Estas cosas pasan. Por favor, envíeme un mail diciéndome cuándo le va bien.
Trató de sonreír, pero no lo consiguió. Sólo se le levantó un lado de la boca, con lo que parecía que sufriera parálisis facial.
___ lo miró. No se ruborizó ni parpadeó. Su expresión era... ausente. Al darse cuenta, Tom sintió pánico.
«Estoy tratando de ser amable y me mira como si no estuviera aquí. ¿Tan sorprendente es que me comporte con cordialidad? ¿Que sea capaz de mantener el control de mis emociones?»
Paul apretó el codo de ___ por debajo de la mesa. Cuando ella lo miró, le hizo una señal con los ojos. Ella pareció despertarse de un sueño.
—Por supuesto, profesor. Otra vez será —dijo, antes de bajar la mirada y esperar a que empezara la clase.
La mente de Tom funcionaba a toda velocidad. Si no era capaz de hablar con ella ese día, podían pasar muchos más, o incluso semanas, antes de que pudiera darle una explicación. No podía esperar tanto. Esa separación estaba acabando con él. Y sabía que, cuanto más esperara, menos receptiva iba a estar. Tenía que hacer algo. Tenía que encontrar un modo de comunicarse con ella. Inmediatamente.
—Ejem, he decidido que en vez de un seminario normal, hoy les voy a dar una conferencia. Examinaré la relación entre Dante y Beatriz. En particular, lo que sucedió cuando se encontraron por segunda vez y ella lo rechazó.
___ ahogó un grito y lo miró horrorizada.
—Siento tener que hacer esto —explicó en tono conciliador—, pero no me queda más remedio. Ha surgido un malentendido que debo aclarar antes de que sea demasiado tarde. —Tras cruzar la mirada con la suya durante un instante, bajó la vista hacia sus notas. Notas que, por supuesto, ya no le servían de nada.
El corazón de ___ se había desbocado.
«Oh, no. No se atreverá...»
Tom respiró hondo y empezó a hablar:
—Beatriz representa muchas cosas para Dante. Sobre todo, es su ideal de feminidad. Beatriz es hermosa, es inteligente y encantadora. Tiene todas las características que él consideraesenciales en la mujer ideal.»La primera vez que se encontraron, ambos eran muy jóvenes. Demasiado jóvenes para establecer una relación de ningún tipo. Y, en vez de enturbiar su amor con un prosaico lío de mal gusto, Dante prefirió adorarla a distancia, como muestra de respeto por su edad y falta de experiencia.»Pero el tiempo pasa y Dante se reencuentra con Beatriz. Ésta se ha convertido en una joven de talento, todavía más hermosa e inteligente. Sus sentimientos hacia ella son más fuertes, aunque esté casado. Vierte su afecto en la poesía y le escribe varios sonetos a Beatriz, pero ninguno a su esposa.»Dante no conoce a Beatriz. Apenas tienen contacto directo, pero eso no resulta ningún impedimento para que él que la adore a distancia. Cuando ella muere, a los veinticuatro años, él le rinde homenaje en sus escritos.»En La Divina Comedia, la obra más famosa de Dante, Beatriz convence a Virgilio para que éste guíe al poeta en el Infierno, ya que ella, como una de las almas redimidas, no puede salir del Paraíso para rescatarlo. Cuando Virgilio lo ha guiado hasta la salida, Beatriz se reúne con él y lo lleva a través del Purgatorio hasta llegar con él al Paraíso.»En mi charla de hoy quiero plantear la siguiente pregunta: ¿dónde estaba Beatriz y qué estuvo haciendo durante el tiempo que transcurrió entre ambos encuentros?
»Dante la esperó durante años. Ella sabía dónde vivía el poeta, conocía a su familia, es más, tenía una muy buena relación con ellos. Si Dante le importaba, ¿por qué no le escribió? ¿Por qué no hizo el menor esfuerzo por ponerse en contacto con él? Creo que la respuesta es obvia: su relación era absolutamente unilateral. Beatrizera importante para Dante, pero a ella Dante no le importaba en absoluto.___ estuvo a punto de caerse de la silla.Los alumnos escuchaban con atención y tomaban abundantes notas, aunque Paul, ___ y Christa, familiarizados como estaban con la obra de Dante, encontraron poca información nueva en sus palabras. Con la excepción del último párrafo, que no tenía nada que ver con Dante Alighieri ni con Beatriz Portinari. Tom le sostuvo la mirada un instante más de lo necesario antes de volverse hacia Christa y dedicarle una sonrisa seductora. ___ enfureció. Lo estaba haciendo a propósito. Al mirarla a ella y justo después a Christa —también conocida como Gollum—, le estaba diciendo que no le costaría nada reemplazarla.«Ajá. Así que quiere jugar a los celos. Pues muy bien. Aquí te espero.»Empezó a dar golpecitos con el bolígrafo en la libreta, con la fuerza suficiente como para que resultara molesto. Cuando Tom entornó los ojos buscando la fuente del ruido y su mirada aterrizó en la mano izquierda de ___, ésta buscó la mano de Paul y le dio un apretón. Cuando su amigo la miró con una de esas sonrisa que derriten corazones, ___ le dedicó una mirada seductora y la sonrisa más dulce que logró esbozar.Un sonido, mitad tos, mitad gruñido, hizo que Paul apartara la vista de ella y se volviera hacia El Profesor, que lo estaba mirando muy enfadado. Él apartó la mano de inmediato.Con una sonrisa irónica y sin perder nunca el hilo del discurso, El Profesor se volvió para escribir en la pizarra. Más de un estudiante se quedó boquiabierto al ver lo que había escrito:En la vida real, Beatriz dejó a Dante en el Infierno porque no le dio la gana de mantener su promesa.
___ fue la última en ver lo que había escrito, porque todavía estaba enfurruñada con lo que acababa de pasar. Cuando levantó la vista, Tom estaba apoyado en la pizarra, con los brazos cruzados y una expresión triunfal y petulante en la cara.En ese momento, ella tomó una decisión: le borraría esa expresión de la cara aunque le costara la expulsión. Y lo haría inmediatamente.Levantó la mano y esperó a que él le diera permiso para hablarantes de decir:
—Eso es muy arrogante, por no decir interesado, profesor.
Paul le apretó el brazo.
—¿Te has vuelto loca? —susurró.
___ no le hizo caso y siguió hablando:
—¿Por qué culpar a Beatriz? Ella no es más que una víctima. Cuando Dante la conoció, aún no había cumplido los dieciocho años. No habrían podido estar juntos a menos que él fuera un pedófilo. ¿Nos está diciendo que el poeta era un pedófilo, profesor?
Una de las alumnas ahogó una exclamación.Tom frunció el cejo.
—¡Por supuesto que no! Dante sentía un afecto sincero por ella, un afecto que siguió aumentando durante su separación. Si Beatriz hubiera tenido el valor de preguntárselo, él se lo habría dicho. Sin lugar a dudas.
___ ladeó la cabeza y entornó los ojos.
—Cuesta un poco de creer. Todo en la vida de Dante parece girar en torno al sexo. No es capaz de relacionarse con las mujeres de otra manera. No me lo imagino las noches de los viernes y los sábados encerrado en casa, esperando a Beatriz. Ella no debía de importarle tanto.
La cara de Tom adquirió un intenso tono de rojo. Descruzó los brazos y dio un paso en dirección a ___. Paul levantó la mano tratando de distraerlo, pero él lo ignoró y avanzó un paso más.
—No olvidemos que era un hombre y que necesitaba... ejem... compañía. Por si sirve de algo, en su defensa puede decirse que esas mujeres no eran más que amigas serviciales. Nada más. Su atracción por Beatriz no se vio alterada por esos encuentros. Estaba desesperado, creía que no iba a volver a verla nunca más. Por decisión de Beatriz, no suya.
___ sonrió dulcemente mientras afilaba el cuchillo.
—Si eso es afecto, creo que prefiero el odio. ¿Amigas serviciales, profesor? ¿Y qué tipo de servicios le proporcionaban? No creo que puedan considerarse amigas. Creo que sería más preciso llamarlas socias pélvicas. Para mí un amigo es alguien que quiere lo mejor para la otra persona, que le desea una vida de felicidad, no alguien que se agarra a unos instantes de placer pasajero como si fuera un lascivo adicto al sexo.
Vio que Tom hacía una mueca, pero siguió adelante sin amilanarse.
—Todo el mundo sabe que los devaneos de Dante eran anónimos y sórdidos. Solía requerir los servicios de alguna mujer en... el mercado de la carne, si no me equivoco. Y luego las echaba de su vida de una patada. No me parece que ese tipo de hombre pudiera resultarle atractivo a Beatriz. Por no mencionar que él tenía una amante llamada Paulina.
Diez pares de ojos se volvieron bruscamente hacia ella. ___ se ruborizó, pero siguió hablando, algo alterada:
—Una vez leí que una estudiosa de Filadelfia había encontrado pruebas de su relación. Si Beatriz no apreciaba a Dante lo suficiente y lo rechazó más adelante, creo que no le faltaban motivos. Era un mujeriego, cruel y egoísta, que trataba a las mujeres como juguetes para divertirse.
A esas alturas, tanto Paul como Christa se estaban preguntando qué le había pasado a ese seminario. Ninguno de ellos había oído hablar nunca de una experta en Dante de Filadelfia ni de una amante llamada Paulina. Ambos se prometieron que, en adelante, pasarían más tiempo en la biblioteca.
Tom la fulminó con la mirada.
—Creo que sé a qué estudiosa se refiere, pero no es de Filadelfia, sino de un pueblucho de Pensilvania. Y no sabe de lo que habla, así que debería ser más prudente a la hora de pronunciarse sobre esos temas.
Las mejillas de ___ estaban casi en llamas.
—Ésa es una objeción ad hóminem, un ataque personal. Su lugar de nacimiento no le resta ninguna credibilidad. Dante y su familia también eran originarios de un pueblucho. Aunque a él le costara admitirlo.
—Yo no llamaría a la Florencia del siglo XIV un pueblucho. Y respecto a lo de la amante, esa investigación es muy chapucera. Diría más, lo que dice esa mujer es una tontería. No hay ni una sola prueba que demuestre su teoría.
—Yo no lo descartaría tan radicalmente, profesor, a no ser que esté dispuesto a discutirlo en detalle. Y usted tampoco nos ha dado ninguna prueba, sólo un ataque personal —replicó ___, alzando una ceja y temblando ligeramente.
Paul le apretó la mano por debajo de la mesa.
—Para —le susurró, para que sólo ella pudiera oírlo—, para ya.
Con la cara todavía muy roja, Tom empezó a respirar por la boca.
—Si esa mujer hubiera querido conocer los auténticos sentimientos de Dante hacia Beatriz, sabía dónde encontrar la respuesta, sin necesidad de ir soltando perlas sobre cosas de las que no sabe absolutamente nada. Y haciendo que Dante y ella misma queden en ridículo. En público.
Christa miró a ___ y al profesor. Allí había algo raro. Algo que se le escapaba. No sabía qué era, pero no se detendría hasta averiguarlo.
Tom se volvió hacia la pizarra tratando de calmarse y escribió:
Dante pensaba que había sido un sueño.
—El lenguaje que Dante emplea para describir su primer encuentro tiene un carácter onírico. Por varias razones, ejem..., personales: no se fía de sus sentidos. No está seguro de quién es. De hecho, una teoría afirma que pensaba que Beatriz era un ángel.
»Por lo tanto, cuando volvieron a encontrarse, ella no tenía ningún motivo para asumir que Dante recordaba su primer encuentro. Ni para echarle en cara que no lo hiciera sin darle la oportunidad de explicarse. Si pensaba que era un ángel, no podía tener ninguna esperanza de volver a verla.
»Dante se lo habría explicado todo si ella no lo hubiera rechazado sin darle la posibilidad de hacerlo. Una vez más, la falta de entendimiento en este punto es culpa de ella, no de él.
Christa levantó la mano y, a regañadientes, Tom le indicó que hablara.
Pero ___ se le adelantó:
—Discutir sobre su primer encuentro es irrelevante. Dante debió de reconocerla al verla por segunda vez, la hubiera visto en sueños o en la vida real. ¿Por qué fingió no saber quién era?
—No estaba fingiendo. Le resultó familiar, pero ella había crecido, él estaba confuso y preocupado por otros asuntos —respondió apenado.
—Claro, sin duda eso era lo que él se repetía por las noches para poder dormir, cuando no estaba de copas en los locales de Florencia.
—___, ¿quieres dejarlo ya? —dijo Paul en voz más alta.
Christa estaba a punto de decir algo también, cuando Tom levantó una mano y lo impidió:
—¡Eso no tiene nada que ver!
Inspiró y espiró varias veces, tratando de recuperar el control de sus emociones. Bajando el tono de voz, miró a ___ fijamente, dirigiéndose sólo a ella, sin darse cuenta de que Paul se iba moviendo imperceptiblemente para colocarse entre los dos en caso de necesidad.
—¿Nunca se ha sentido sola, señorita Mitchell? —siguió diciendo—. ¿Nunca ha necesitado tanto estar con alguien que le resultara hasta doloroso? Tan sola que no le importara que la compañía que consiguiera fuera sólo carnal y temporal. A veces es imposible encontrar otra. Si ése es el caso, uno lo acepta y se siente agradecido, aun dándose cuenta de lo que es, porque no tiene otra cosa. En vez de ser tan arrogante y mojigata al juzgar el comportamiento de Dante, debería probar a ser más compasiva.
Cerró la boca al darse cuenta de que había hablado más de la cuenta. ___ lo estaba observando fríamente, mientras esperaba a que siguiera.
—Dante estaba torturado por el recuerdo de Beatriz. Y eso le hacía las cosas más complicadas, porque nunca conoció a otra mujer que estuviera a su altura. Ninguna era lo bastante hermosa, ni lo bastante pura. Ninguna lo hacía sentir como ella. La deseaba constantemente, pero había perdido la esperanza de encontrarla. Si Beatriz se hubiera presentado antes y le hubiera dicho quién era, él lo habría dejado todo por ella. Todo y a todos. Inmediatamente.
Los ojos de Tom se clavaron en los profundos ojos castaños de ___ con desesperación.
—¿Qué se suponía que debería haber hecho, señorita Mitchell? ¿Quiere iluminarnos? Beatriz lo había rechazado y a él sólo le quedaba una cosa de valor en la vida: su carrera. Cuando Beatriz lo amenazó, ¿qué otra cosa podía hacer? Tuvo que dejarla marchar. Pero fue decisión de ella, no de él.
___ sonrió con dulzura y Tom supo que estaba a punto de darle la puntilla.
—Su conferencia ha sido muy clarificadora, profesor. Sólo me queda una duda. ¿Está diciendo que Paulina no fue la amante de Dante? ¿Que sólo fue un aquí te pillo, aquí te mato?
Un ruido seco resonó en el aula. Todos los asistentes se quedaron boquiabiertos al darse cuenta de que el profesor Kaulitz acababa de romper en dos pedazos el rotulador de la pizarra. Mientras la tinta negra se extendía por sus dedos como una noche sin luna, los ojos se le encendieron con el brillo de una hoguera azul.
«¡Joder! Esto ya pasa de castaño oscuro», pensó.
Paul rodeó a ___ con un brazo al ver que El Profesor empezaba a temblar de rabia.
—La clase ha terminado. A mi despacho, señorita Mitchell. ¡Ahora!

Metió sus notas y cosas de cualquier manera en el maletín y salió de la sala dando un portazo.




HOLA!! COMO ESTAN? ESPERO QUE BIEN! BUENO AQUI LES DEJO EL CAPS ... NO PUDE AGREGARLES EN ESTOS TRES DIAS PORQUE ESTUBE MUY OCUPADA HACIENDO MIS TAREAS DE LA ESCUELA ... PERO AQUI ESTAN!! ESPERO QUE LES ESTE GUSTANDO LA NOVELA ... ESTA PRECIOSA!!! *-* BUENO SIN MAS QUE DECIR ME DESPIDO, QUE ESTEN BIEN, NOS VEMOS SI DIOS QUIERE MAÑANA, ESPRO VER COMENTARIOS :) QUE PASEN BUENAS NOCHES, HASTA PRONTO

miércoles, 26 de marzo de 2014

.- EL INFIERNO DE TOM -. 14 (PARTE 1 y 2)

CAP 14 (PARTE 1)
Tom cerró los ojos, pero sólo un instante. Una sonrisa, dulce y lenta, apareció en su rostro. Su mirada se volvió suave y muy cálida.
—Me has encontrado.
____ se mordió el interior de la mejilla para no echarse a llorar al oír su voz. Era la voz que recordaba. Llevaba mucho tiempo esperando volver a oírla. Llevaba muchos años esperando que él regresara a su vida.
—Beatriz. —Agarrándola de la muñeca, tiró de ella. Se apartó un poco en la cama para hacerle sitio, rodeándola con los brazos mientras _____ apoyaba la cabeza en su pecho—. Pensaba que te habías olvidado de mí.
—Nunca —contestó, sin poder contener las lágrimas por más tiempo—. He pensado en ti cada día.
—No llores. Me has encontrado.
Tom cerró los ojos y volvió la cabeza. Su respiración empezaba a regulársele otra vez. _____ trató de quedarse quieta para no molestarlo con sus sollozos, pero el dolor y el alivio mezclados eran tan fuertes que no pudo evitar que la cama temblara un poco. Las lágrimas formaron dos riachuelos que descendían por sus mejillas y se unían sobre el pecho bronceado y tatuado de él.
Su Tom había recordado. Su Tom había regresado.
—Beatriz. —Le rodeó la cintura con un brazo y susurró en su pelo, todavía húmedo de la ducha—. No llores.
Y con los ojos cerrados, la besó en la frente, una, dos, tres veces.
—Te he echado tanto de menos —murmuró ____, con los labios pegados a su tatuaje.
—Me has encontrado —musitó Tom—. Debí haberte esperado. Te quiero.
Ella se echó a llorar con desesperación, abrazándose a él como si se estuviera ahogando y fuera su tabla de salvación. Le besó el pecho con suavidad mientras le acariciaba el abdomen.
Como respuesta, los dedos de Tom le acariciaron la piel erizada de los brazos antes de deslizarse bajo la camiseta. Tras recorrerle la espalda con delicadeza, se acomodaron en la parte baja de su espalda, donde permanecieron quietos cuando él regresó al país
de los sueños con un suspiro.
—Te quiero, Tom. Te quiero tanto que me duele —dijo ____, apoyándole la mano sobre el corazón.
Y luego le susurró las palabras de Dante, algo cambiadas:
El amor se adueñó de mí durante tanto tiempo
que su señorío acabó por resultarme familiar.
Y aunque al principio me irritaba, aprendí a apreciarlo.
Lo guardo en mi corazón, que es donde mejor se guardan los secretos.
Y así, cuando me destroza la vida como nadie sabe hacerlo.
Y parece que no me quedan fuerzas para nada más.
Mi yo más profundo se siente libre de angustia,
liberado de todo mal.
Porque el amor hace brotar de mí tanto poder
que mis suspiros más que hablar, gritan.
Lastimeramente suplican
que mi Tom me salude.
Cada vez que me abraza, todo es más dulce
de lo que las palabras pueden expresar.
Cuando se le secaron las lágrimas, _____ le dio varios besos inseguros en los labios y cayó en un sopor profundo y sin sueños entre los brazos de su amado.
Cuando se despertó, eran ya las siete de la mañana. Tom seguía profundamente dormido. De hecho, estaba roncando. Aparentemente, ninguno de los dos se había movido en toda la noche. ____ nunca había dormido tan bien como esa noche. Bueno, sí, una vez.
No quería moverse. No quería separarse de él ni un centímetro. Quería permanecer en sus brazos para siempre y fingir que nunca se habían separado.
«Me reconoce. Me ama. Por fin.»
Nunca se había sentido amada antes. No realmente. Él se lo había susurrado anteriormente y su madre se lo había dicho a gritos, pero sólo cuando estaba borracha, por lo que sus palabras no habían calado en la conciencia de _____. Ni en su corazón. No se lo había creído, porque eran palabras huecas, no respaldadas por sus actos. Pero creía a Tom.
Y así, esa mañana, por primera vez, ____ se sintió amada. Sonrió con tantas ganas que pensó que se le iba a romper la cara. Acercó los labios al cuello de Tom y le acarició con ellos la piel cubierta por la incipiente barba. Él gimió débilmente y la abrazó con más fuerza, pero su respiración honda y regular le indicó que seguía profundamente dormido.
_____ tenía la suficiente experiencia con alcohólicos como para saber que estaría resacoso y probablemente de mal humor cuando se despertara, así que no tenía demasiada prisa por que lo hiciera. Había sido una suerte que la noche anterior se hubiera comportado como un borracho seductor e inofensivo. Ese tipo de borracheras ella sabía cómo manejarlas. Era el otro tipo el que le daba miedo.
Pasó casi una hora empapándose de su calor y su olor corporal, disfrutando de su cercanía, acariciándole delicadamente el torso. Aparte de la noche que había compartido con él en el bosque, esos momentos estaban siendo los más felices de su vida. Pero al final tendría que marcharse.
Sigilosamente, salió de debajo de su brazo y fue de puntillas hasta el cuarto de baño, cerrando la puerta. Vio una botella de colonia Aramis en el tocador y la abrió para olerla. No era el aroma que recordaba del huerto. Su olor en aquella época había sido más natural, más... salvaje.
«Éste es el aroma del nuevo Tom. Es como él... imponente. Y ahora es mío.»
_____ se cepilló los dientes, se recogió el pelo, rizado y alborotado en un nudo y se dirigió a la cocina en busca de una goma elástica o de un lápiz para sujetárselo. Resuelto el tema del pelo, fue a sacar la ropa de la lavadora y la metió en la secadora. No podía volver a casa hasta que estuviera seca, pero no tenía intenciones de marcharse ahora que él la había recordado.
«¿Y qué pasa con Paulina? ¿Y con MAIA?». _____ apartó esos pensamientos de su mente. Eran irrelevantes. Tom la amaba. Por supuesto, dejaría a Paulina.
«Pero ¿cómo vamos a resolver el problema de que sea mi profesor? ¿Y si es alcohólico?»
Años atrás, se había jurado que no tendría nunca una relación con un alcohólico. Pero en vez de plantearse esa posibilidad de manera directa y honesta, desechó todas las sospechas y dudas a un rincón de su mente. Quería creer que su amor sería capaz de vencer todos los obstáculos.
«Que a matrimonio de alma y alma verdadera no haya impedimentos», recitó _____ mentalmente, citando a Shakespeare, como un talismán contra sus miedos. Creía que los vicios de Tom nacían de la soledad y la desesperación. Y que, ahora que se habían reencontrado, su amor bastaría para rescatarlos a ambos de la oscuridad. Juntos serían mucho más fuertes y mucho más cuerdos que por separado.
Mientras pensaba todas estas cosas, iba abriendo los armarios de la cocina, que estaba muy bien equipada. No sabía si él querría desayunar. Sharon, su madre, nunca quería hacerlo después de una borrachera. Prefería tomar, por ejemplo, un Brisa Marina, el cóctel a base de vodka, zumo de uva y de arándanos que —por desgracia— _____ había aprendido a preparar con aplomo a los ocho años. Sin embargo, tras comerse un desayuno de huevos revueltos, beicon y café, preparó lo mismo para Tom.
No sabiendo si él sería de los que se curaban las resacas bebiendo, le preparó un cóctel Walters por si acaso. Encontró la receta en su guía de cócteles y eligió el whisky que le pareció menos caro para mezclarlo con el zumo de frutas.
Cuando acabó, se sentía exultante ante esa inesperada oportunidad de malcriar a Tom. Por eso se tomó muchas molestias en prepararle la bandeja del desayuno. Incluso cortó unos tallos de perejil como decoración y los colocó junto a los gajos de naranja que había dispuesto en forma de abanico junto al beicon. Hasta se molestó en envolverle los cubiertos con una servilleta de hilo, que dobló sin demasiado éxito en forma de bolsillo. Deseó ser capaz de doblarla formando algo más impresionante, como un abanico o un pavo real, y decidió investigar el tema la próxima vez que se conectara a Internet. Seguro que Martha Stewart lo sabría. Martha Stewart lo sabía todo.

CAP 14 (PARTE 2)

Armándose de valor, ____ entró en el despacho y buscó un papel y un bolígrafo en su escritorio para escribirle una nota:
<<Octubre, 2009
Querido Tom:
Había perdido la fe hasta que anoche me miraste a los ojos y finalmente me viste.
Apparuit iam beatitudo vestra.
Ahora aparece tu bendición.
Tu Beatriz >>
Apoyó la nota en la copa que había usado para servir el zumo de naranja. No quería despertarlo todavía, así que metió la bandeja entera, con el cóctel y todo, en el gran frigorífico, que estaba casi vacío. Luego se apoyó en la puerta de la nevera y suspiró.
Toc, toc, toc.
Su rutina de diosa doméstica se vio interrumpida por alguien que llamaba a la puerta.
«Mierda. No me digas que ha venido. No puede ser.»
Al principio no supo qué hacer. ¿Sería preferible esperar a que Paulina abriera con su propia llave? ¿Y si volvía a la cama y se escondía entre los brazos de Tom? Tras un par de minutos, su curiosidad pudo más y se dirigió de puntillas a la puerta.
«Oh, dioses de las estudiantes de tesis que acaban de reunirse con su alma gemela tras seis puñeteros años de separación, no permitáis que la —futura— ex amante de mi amor lo fastidie todo. Por favor.»
_____ respiró hondo y miró por la mirilla. El rellano estaba desierto. Con el rabillo del ojo vio algo en el suelo. Abrió la puerta con precaución y sacó la mano, respirando aliviada al encontrar un ejemplar de The Globe and Mail.
Con una sonrisa de alivio porque su reunión con Tom no había terminado arruinada por una ex amante, recogió el periódico y cerró la puerta. Sin dejar de sonreír, se sirvió un vaso de zumo de naranja y se acomodó en la butaca de terciopelo rojo de enfrente de la chimenea, con los pies apoyados en la otomana tapizada a juego y suspiró satisfecha.
Si dos semanas atrás, cuando estuvo allí de visita con Rachel, le hubieran preguntado si creía que estaría en esa casa un domingo por la mañana, habría dicho que no. No lo habría creído posible, ni siquiera con la santa intercesión de Grace desde el cielo. Pero ahora que estaba allí se sentía muy feliz.
Se dispuso a disfrutar de una mañana de domingo a base de zumo de naranja y periódico matutino. Una mañana así se merecía un poco de música. Se decantó por música cubana, más específicamente por Buena Vista Social Club. Mientras escuchaba la canción Pueblo Nuevo en el iPod, hojeó la sección de arte del periódico y vio que pronto se inauguraría una exposición sobre arte florentino en el Royal Ontario Museum. Era un préstamo de la galería de los Uffizi. Tal vez a
Tom no le importaría acompañarla. Podrían tener una cita.
Sí, no habían ido juntos a su baile de promoción, ni a ninguna de las fiestas en la Universidad de Saint Joseph, pero ____ estaba segura de que iban a recuperar todo el tiempo perdido y que ahora sería mucho mejor. Contenta, se puso en pie de un salto justo cuando la trompeta empezaba a tocar las notas de Stormy weather, como contrapunto a la melodía cubana y empezó a cantar en voz alta, demasiado alta, mientras bailaba con el zumo de naranja en la mano, vestida con unos pretenciosos calzoncillos, totalmente ajena al hombre semidesnudo que se dirigía hacia ella.
—¡Qué demonios estás haciendo!
—¡Aaaaaaaaarrrrrrggggggg!
_____ dio un brinco sobresaltada al oír la voz de enfado a su espalda. Arrancándose los auriculares de las orejas, se volvió y, lo que vio, la dejó destrozada.
—¡Te he hecho una pregunta! —Los ojos de Tom parecían dos balsas de agua oscura—. ¿Qué coño estás haciendo vestida con mi ropa interior dando brincos en mi salón?
Crack.
¿Había sido el sonido del corazón de _____ rompiéndose en dos? ¿O el del último clavo hundiéndose en el ataúd de su difunto amor, que descansaba eternamente, aunque no en paz?
Tal vez fuera por su tono de voz, furioso y autoritario, o porque con una sola pregunta le había dejado claro que ya no la veía como a Beatriz y que todas sus esperanzas y sueños acababan de morir nada más nacer. Fuera por lo que fuese, el iPod y el zumo de naranja se le resbalaron de entre los dedos. El vaso se rompió y el iPod se deslizó al charco de líquido dorado, a sus pies.
Se quedó mirando el estropicio durante unos segundos, tratando de entender lo que acababa de pasar. Cualquiera que la viera pensaría que era incapaz de comprender que el vidrio pudiera romperse y causar un desastre en forma de estrella líquida. Finalmente, se dejó caer de rodillas para recoger el cristal, mientras en su cabeza se repetían dos preguntas: «¿Por qué está tan enfadado? ¿Por qué no me reconoce?»
Un Tom alto y descamisado la miró desde arriba. Llevaba sólo los bóxers, lo que le daba una apariencia un poco sexy y un poco ridícula. Tenía los puños tan apretados que se le marcaban los tendones de los brazos.
—¿No recuerdas lo que pasó anoche, Tom?
—No, gracias a Dios, no lo recuerdo. ¡Y levántate! Pasas más tiempo de rodillas que cualquier puta —exclamó, con los dientes apretados.
_____ alzó la cabeza bruscamente. Al mirarlo a los ojos, comprobó que no recordaba nada en absoluto y que estaba cada vez más furioso. Más le habría valido a Tom atravesarle el corazón con una espada, pues se lo había destrozado con sus palabras y ya le había empezado a sangrar.
«Como en el tatuaje. Él es el dragón. Yo soy el corazón que sangra.»
Pero en ese instante tuvo lugar un hecho remarcable. Después de seis años, algo —¡por fin!— se rompió en el interior de _____.
—Voy a tener que fiarme de tu palabra por lo que se refiere al comportamiento de las putas, Kaulitz —replicó, con algo muy parecido a un gruñido—. Al parecer, experiencia no te falta.
El desgarro de su corazón seguía expandiéndose dolorosamente. No del todo satisfecha con ese comentario, se olvidó de los cristales y se puso en pie de un salto.
—¡No te atrevas a volver a hablarme en ese tono, borracho asqueroso! ¿Quién demonios crees que eres? Después de todo lo que hice por ti anoche. Debería haber dejado que Gollum te atrapara. ¡Tendría que haber dejado que te la tiraras delante de todo el mundo en Lobby!
—¿De qué estás hablando?
____ se acercó a él con los ojos brillantes, las mejillas encendidas y los labios temblorosos. Se estremecía de rabia mientras la adrenalina le fluía por las venas. Tenía ganas de golpearlo, de borrarle a bofetadas aquella expresión de la cara. Quería arrancarle el pelo a puñados y dejarlo calvo. Para siempre.
Tom aspiró su aroma, erótico e incitante, y se pasó la lengua por los labios. Pero hacer eso ante una mujer tan enfadada como la señorita Mitchell fue un error.
Alzó la cabeza, orgullosa, y salió a grandes zancadas del salón, murmurando variados y exóticos insultos, tanto en inglés como en italiano. Y, cuando se le acabaron, pasó al alemán, señal inequívoca de que estaba realmente furiosa.
Hau ab! Verpiss dich! —exclamó
Tom se frotó los ojos lentamente. A pesar de tener una de las peores resacas de su vida, estaba empezando a disfrutar del espectáculo de ella vestida con su ropa interior, apasionada y furiosa,
gritándole en múltiples idiomas. Era el segundo espectáculo más erótico que había visto nunca. Totalmente fuera de lugar.
—¿Dónde aprendiste palabrotas en alemán? —le preguntó, siguiendo la retahíla de insultos auf Deutsch hasta el lavadero, donde la encontró sacando su ropa de la secadora.
—¡Que te jodan, Tom!
El aludido se había distraído momentáneamente con la visión del sujetador de encaje negro que colgaba provocativamente de su mano. Al mirarlo con más atención, se dio cuenta de que la talla y la copa que le habían venido a la cabeza durante la cena en el Harbour Sixty eran acertadas y se felicitó a sí mismo en silencio.
Se obligó a apartar la vista de la prenda y levantarla hasta los ojos de _____, en los que vio chispas color caramelo entre el oscuro chocolate, como si fueran una copa de helado.
—¿Qué estás haciendo?
—¿Qué te parece que estoy haciendo? Me estoy largando de aquí antes de que agarre una de tus estúpidas pajaritas y te estrangule con ella.
Tom frunció el cejo. Siempre había pensado que sus pajaritas eran muy elegantes.
—¿Quién es Gollum?
—La jodida Christa Peterson.
Él alzó mucho las cejas. «¿Christa? Supongo que se parece a Gollum. Si entornas los ojos...»
—Deja en paz a Christa. Me importa una mierda. ¿Anoche tú y yo nos acostamos? —preguntó muy serio, cruzándose de brazos.
—¡En tus sueños, Tom!
—Eso no es una negativa, señorita Mitchell. —Le sujetó el brazo para que dejara de hacer lo que estaba haciendo—. Yo no lo niego. ¿Niegas tú haberte acostado conmigo en tus sueños?
—¡Quítame las manos de encima, arrogante hijo de puta! —____ se soltó con tanto ímpetu que casi se cayó de espaldas—. Por supuesto, tendrías que estar borracho para querer follar conmigo.
Tom se ruborizó.
—Cálmate. ¿Quién ha hablado de follar?
—¿Ah, no? ¿Y de qué estamos hablando? Soy una puta que se pone de rodillas cada cinco segundos. Pasara lo que pasase, no importa que no lo recuerdes. Seguro que no fue nada memorable.
Él le sujetó la barbilla con fuerza y le levantó la cara hasta que estuvieron a escasos centímetros de distancia.
—Te he dicho que te calmes. — La estaba advirtiendo con la mirada—. No eres ninguna puta. No vuelvas a referirte a ti en esos términos.
Su tono, gélido, se deslizó por la espalda de ____ como un cubito de hielo.
Luego, le soltó la barbilla y dio un paso atrás. Tenía la mirada ardiente y la respiración alterada. Cerró los ojos y empezó a respirar hondo, muy despacio. Incluso en su actual estado de nebulosa mental, Tom sabía que las cosas habían llegado demasiado lejos. Tenía que calmarse y después tenía que calmarla a ella, antes de que hiciera algo de lo que pudiera arrepentirse.
Los ojos de _____ no escondían nada. En ellos podía leerse que estaba furiosa y herida como un animal acorralado. Además de asustada y triste. Era como un gatito irritado y dolido que había sacado las garras y estaba a punto de llorar. Y todo era obra suya. Había sido él quien le había hecho aquello al ángel de ojos castaños al compararla con una puta y al olvidarse de lo que había pasado entre los dos la noche anterior.
«Debes de haberla seducido. Si no, no se estaría comportando así. Kaulitz, eres un imbécil de primera. Y ya puedes ir despidiéndote de tu carrera.»
Mientras él pensaba, lentamente y con esfuerzo, ____ aprovechó la oportunidad. Con un último insulto, recogió sus cosas y se encerró en la habitación de invitados.
Tras quitarse los calzoncillos, los dejó en el suelo de una patada. Se puso los calcetines y los vaqueros, aún un poco húmedos, y se dio cuenta de que se había dejado el sujetador en el lavadero, pero decidió irse sin él. «Puede añadirlo a su colección. Cabronazo.» Optó por no cambiarse de camiseta. La de Tom era más discreta que la suya para ir sin sujetador. Y si él se la reclamaba, le arrancaría los ojos.
Pegó la oreja a la puerta, pero no oyó nada. Mientras esperaba para asegurarse de que no hubiera nadie en el pasillo, reflexionó sobre lo sucedido.
Había perdido los nervios y se había comportado como una boba. Sabía cómo era él en ocasiones. Había visto la mesa destrozada y la sangre en la alfombra de Grace. Aunque estaba convencida de que su Tom nunca le levantaría la mano, no sabía de qué era capaz el profesor Kaulitz cuando perdía el control.
Pero es que la había hecho enfadar mucho. Y ella nunca antes
había podido expresar la rabia que había ido acumulando durante esos años. Cuando había encontrado una salida, había querido sacarla toda a gritos. Y, además, tenía que defenderse. Tenía que librarse de su dependencia de Tom de una vez por todas. Se había pasado media vida suspirando por una persona que no era real, sólo una consecuencia temporal del alcohol. Debía poner fin a esa relación insana.
«Le has gritado y le has insultado. Sal de aquí antes de que reaccione y se ponga violento.»
Mientras ____ se vestía, Tom había ido tambaleándose hasta la cocina. Necesitaba algo que lo ayudara a librarse de las telarañas causadas por el alcohol que le nublaban la mente. Abrió la puerta de la nevera y quedó inundado por su luz fluorescente.
Sus ojos vagaron hasta llegar a una gran bandeja blanca. Una bandeja blanca muy bonita y bien presentada. Muy femenina. Una bandeja con comida, zumo de naranja y lo que parecía un cóctel.
¿Qué era aquello?
«Pero ¡si hasta la ha decorado, por el amor de Dios!»
Se quedó mirando la bandeja sin dar crédito a lo que veía. La señorita Mitchell era una persona amable en general, pero ¿por qué iba a prepararle una bandeja de desayuno si no se hubiera acostado con ella? Aquel presente, en todo su adornado esplendor, era una prueba evidente de su seducción y, por esa misma razón, provocaba en él un gran rechazo.
A pesar de todo, se sintió muy agradecido de que le hubiera preparado un cóctel y se lo bebió de un trago. Era justo el antídoto que el martilleo de su cabeza necesitaba. Momentos más tarde, se empezó a encontrar mejor.
Sus ojos se movieron lentamente sobre el contenido de la bandeja hasta detenerse en la nota apoyada en el zumo de naranja. La leyó lentamente, sin comprender por qué ____ habría elegido esa manera de comunicarse con él, hasta que llegó a las frases finales:
Apparuit iam beatitudo vestra.
Ahora aparece tu bendición.
Tu Beatriz
Tiró la nota, enfadado. Aunque no confirmaba que se hubieran acostado, sí demostraba que ella estaba enamorada de él. No le
extrañaba que hubiera sido tan fácil hacerle perder la virginidad. Las estudiantes solían encandilarse con las figuras de autoridad y entablar relaciones inadecuadas con ellas. En el caso de _____ era obvio. Veía su relación a través de la lente de los personajes de su investigación. Se imaginaba que ella era Beatriz y que él era Dante. Una relación prohibida. Pero una tentación en la que él mismo había caído en un momento de egoísmo y de estupor alcohólico. Perdió el apetito bruscamente.
«¿Qué dirá Rachel cuando se entere?»
Maldiciendo su falta de autocontrol, pasó sin detenerse ante la habitación de invitados de camino a su dormitorio. Le vinieron a la mente fugaces recuerdos de la noche anterior. Se acordó de haber besado a _____ en el pasillo. Recordó el suave tacto de su piel bajo sus manos y que la había deseado intensamente, anhelando la dulzura de sus labios, su cálido aliento; recordó cómo temblaba bajo sus manos... Aunque no se acordaba del acto en sí, ni del placer de acariciar su piel desnuda. Recordaba haberla mirado a la cara mientras estaba tumbada a su lado en la cama y que ella le había apoyado la mano en la cara y le había suplicado que fuera hacia la luz. Tenía el rostro de un ángel. Un hermoso ángel de ojos castaños.
«Ella quería ayudarme y ¿cómo se lo he pagado? Le he robado la virginidad y ni siquiera lo recuerdo. Se merecía algo mejor. Mucho mejor.»
Gruñendo como una alma torturada, se puso unos vaqueros y una camiseta y buscó las gafas por la habitación. Cuando estaba a punto de salir del dormitorio, se detuvo, inexplicablemente atraído por el cuadro que colgaba frente a la cama.
Beatriz.
Se movió hasta quedar casi pegado al precioso rostro de la familiar figura vestida de blanco. Su ángel de ojos castaños. Un destello de lo imposible apareció ante sus ojos, pero como una espiral de humo, se desvaneció. Tenía resaca y le costaba un gran esfuerzo pensar.
_____ abrió la puerta sigilosamente y se asomó al pasillo. No había nadie. Fue a la cocina a calzarse, cogió sus cosas y se dirigió al recibidor. Tom la estaba esperando allí apoyado en la puerta.
«Scheiße
—No puedes irte hasta que me expliques un par de cosas.
Ella tragó saliva con dificultad.
—Déjame marchar o llamaré a la policía.
—Si llamas a la policía, les diré que has entrado sin mi permiso.
—Si les dices eso, les diré que me has retenido contra mi voluntad y que me has hecho daño. —Otra vez estaba hablando sin pensar lo que decía y eso no era muy inteligente. Además, acababa de amenazarlo con una mentira. Porque todo lo que había pasado entre ellos había sido consentido, aparte de casto y muy dulce. Y ahora Tom lo había estropeado todo. Pero no lo sabía.
—Por favor, _____. Dime que no... —Sus ojos se cerraron con una mueca de dolor—. Dime que no fui brusco contigo. —La idea de haberle hecho daño casi le provocó náuseas. Llevándose una mano a las gafas, preguntó—: ¿Te hice mucho daño?
Durante un instante, _____ se planteó la posibilidad de mantenerlo colgando del anzuelo, pero no fue más que un instante. Cerró los ojos y gruñó antes de responder:
—No me hiciste daño. Físicamente no, al menos. Sólo querías que alguien te metiera en la cama y te hiciera compañía. Me rogaste que me quedara, pero como amiga. Fuiste mucho más caballeroso anoche de lo que lo has sido esta mañana. Creo que me gustas más cuando estás borracho.
—No digas eso, ____. Y sigo borracho. —Tom negó con la cabeza y suspiró—. Al menos, me alegro de no haber sido el primero.
Ella inspiró hondo y una expresión de pesar le cruzó el rostro.
—Pero... tu ropa... —Le miró el pecho y vio que los pezones se le marcaban de un modo muy atractivo debajo de la camiseta. Trató de apartar la vista, pero fracasó.
—¿Me estás tomando el pelo? —preguntó ella, molesta—. ¿De verdad no te acuerdas?
—Tengo lagunas. Me pasa a veces cuando bebo.
_____ perdió la paciencia.
—Me vomitaste encima. Por eso me cambié de ropa. Por ninguna otra razón, te lo aseguro.
Tom la miró, aliviado y avergonzado al mismo tiempo.
—Lo siento —se disculpó—. Y siento mucho haberte insultado. No pensaba lo que decía, no pienso eso en absoluto. Me ha sorprendido encontrarte aquí, vestida así. He creído que nosotros... —Dejó la frase en el aire, haciendo un gesto vago con la mano.
—Bobadas.
Tom le dirigió una mirada de advertencia.
—Si alguien del entorno de la universidad descubre que has
pasado la noche aquí, me meteré en un buen lío. Y tú también.
—No se lo diré a nadie, Tom. A pesar de lo que piensas de mí, no soy idiota.
Él frunció el cejo.
—Ya sé que no eres idiota. Pero si Paul o Christa llegaran a enterarse, yo...
—¿Eso es lo único que te preocupa? ¿No quedarte con el culo al aire? Pues no te preocupes, ya me ocupé de cubrírtelo anoche. Alejé a Christa de tu polla antes de que pudierais consumar vuestra relación profesor-alumna. ¡Deberías estar dándome las gracias, no echándome la bronca!
La expresión de Tom se ensombreció aún más.
—Gracias, señorita Mitchell. Pero si alguien te ve salir de aquí...
_____ levantó las manos, frustrada. Era imposible tratar con él esa mañana.
—Si alguien me ve, le diré que estaba de rodillas ante tu vecino para conseguir dinero para comprarme cuscús. No les costará nada creerlo.
Él la sujetó por la barbilla con más fuerza que la última vez.
—Te he dicho que pares. No vuelvas a hablar así.
Ella se quedó petrificada por la sorpresa, pero sólo durante un instante. En seguida se libró de un manotazo.
—No me toques —le dijo entre dientes.
Trató de abrir la puerta, pero él puso la mano en el pomo y siguió barrándole el paso.
—¡Maldita sea! ¡Te he dicho que pares!
Levantó la mano para agarrarla, pero ella pensó que iba a golpearla y se cubrió la cabeza con las manos. Al verlo, a Tom se le encogió el estómago.
—____, por favor —le suplicó, susurrando—. No voy a pegarte. Sólo quiero hablar contigo. —Llevándose una mano a la cara, hizo una mueca—. He hecho cosas terribles cuando he perdido el control. Y tengo miedo de haberte tratado mal anoche. Por eso te hablo en este tono. Pero estoy furioso conmigo, no contigo.
»Tengo una gran opinión de ti. ¿Cómo no iba a tenerla? Eres hermosa, inocente y dulce. No me gusta verte tirada por el suelo como si fueras un animal o una esclava. Deja los jodidos cristales donde están, no me importa. ¿Recuerdas las palabras despectivas que me dijiste sobre ti misma al volver de Lobby? El recuerdo de esas palabras me ha martirizado desde ese día. Ten piedad de mí y deja de
denigrarte. No puedo soportarlo.>>
Carraspeó dos veces antes de continuar:
—No recuerdo lo que pasó con la señorita Peterson, pero me disculpo. Fui un idiota y tú me rescataste. Gracias. —Se recolocó las gafas lentamente—. Lo que pasó ayer noche no puede repetirse. Siento haberte besado. Estoy seguro de que fue una experiencia traumática. Un borracho babeándote por todas partes. Perdóname.
_____ contuvo el aliento. Para ser una disculpa, sus palabras habían sido muy hirientes. Al parecer, él no recordaba el beso igual que ella. Y eso la disgustó mucho.
—Ah, eso —replicó con fingida indiferencia—. Ya ni me acordaba. No fue nada.
Tom alzó las cejas. Por alguna razón, su expresión se ensombreció.
—¿Nada? Claro que fue algo.
Se la quedó mirando, preguntándose si debería hablarle de la nota de la bandeja o no.
—Estás disgustada y yo no estoy despejado del todo. Es mejor dejarlo antes de que digamos algo de lo que nos podamos arrepentir —concluyó con repentina frialdad—. Adiós, señorita Mitchell.
Abrió la puerta y le permitió salir.
—Tom... —Julia se volvió hacia él en cuanto estuvo en el rellano.
—¿Sí?
—Tengo que decirte una cosa.
—Te escucho.
Sonaba resignado.
—Paulina llamó anoche, mientras estabas... indispuesto. Y yo respondí al teléfono.
Tom se quitó las gafas y se frotó los ojos.
—Mierda. ¿Qué dijo?
—Me llamó puta y me dijo que te diera la vuelta y que te pusiera el teléfono en la oreja. Le contesté que no te encontrabas bien.
—¿Te dijo por qué llamaba?
—No.
—¿Le dijiste quién eras? ¿Le diste tu nombre?
_____ negó con la cabeza.
—Gracias a Dios —murmuró él.
Ella frunció el cejo. Había esperado que se disculpara en nombre de Paulina, pero no lo hizo. Ni se inmutó al oír que la había insultado.
Al contrario, parecía preocupado por si ella había molestado a Paulina.
«Tiene que ser su amante.»
____ le dirigió una mirada glacial y empezó a temblar de rabia.
—Me rogaste que te siguiera. Que te buscara en el Infierno. Y ahí te encontré. Por mí, puedes quedarte eternamente.
Tom dio un paso atrás y, poniéndose las gafas, la miró con los ojos entornados.
—¿De qué demonios estás hablando?
—De nada. Se acabó, profesor Kaulitz.
Volviéndose, se dirigió al ascensor.
Confuso, Tom la vio alejarse. Tras unos momentos, fue tras ella.
—¿Por qué has escrito esa ridícula nota?
_____ sintió que una daga se le clavaba en el corazón. Enderezó los hombros y trató de que la voz no le temblara demasiado.
—¿Qué nota?
—¡Sabes perfectamente de qué nota hablo! La que has dejado en la nevera.
Ella se encogió de hombros exageradamente. Tom la sujetó por el codo y la obligó a volverse hacia él.
—¿Todo esto es un juego para ti?
—¡Claro que no! ¡Suéltame!
Se liberó de su mano y empezó a aporrear el botón de bajar, suplicándole al ascensor que acudiera en su rescate. Se sentía humillada y muy enfadada, además de estúpida y muy pequeña. Tenía que alejarse de él como fuera. Aunque tuviera que bajar andando.
Tom se le acercó un poco más.
—¿Por qué has firmado la nota de esa manera? —insistió.
—¿Y a ti qué más te da?
Tom oyó acercarse el ascensor y supo que le quedaban escasos segundos para obtener respuestas a sus preguntas. Cerró los ojos y las palabras de ____ retumbaron en su cabeza. Lo había buscado en el Infierno. Él le había rogado que fuera a buscarlo y el ángel de ojos castaños lo había hecho. No, claro que no. Las alucinaciones no respondían a los ruegos.
«¿Y si Beatriz no hubiera sido una alucinación? ¿Y si...» Sintió un escalofrío. Una vez más, lo imposible flotó ante sus ojos. Si se concentraba, podía verla ante él, pero su rostro era una mancha borrosa.
Un campanilleo avisó de que había llegado el ascensor.
Abrió los ojos.
_____ entró en el ascensor y se volvió hacia él, negando con la cabeza, exasperada por su confusión y por la intoxicación que aún le nublaba los ojos. Era un momento crucial para ella. Podía confesarle la verdad o podía guardar silencio, manteniendo lo sucedido entre los dos en secreto, como siempre, como cada día de los últimos seis jodidos años.
Cuando la puerta empezó a cerrarse, vio que él había vuelto a recordarla.
—¿Beatriz? —susurró.
—Sí —respondió ella, moviéndose para sostenerle la mirada durante más tiempo—. Soy Beatriz. Me diste mi primer beso. Me quedé dormida entre tus brazos en tu precioso huerto.
Tom trató de impedir que se cerraran las puertas.
—¡Beatriz! ¡Espera!
Pero era demasiado tarde. La puerta se cerró y aunque él aporreó el botón desesperadamente, el ascensor inició su lento pero inexorable descenso.
—Ya no soy Beatriz —dijo ____, rompiendo a llorar.
Tom apoyó la frente y las manos contra el frío acero del ascensor.

«¿Qué he hecho?»




HOLA!! COMO ESTAN? DECEPCION LO SE!! YO TAMBIEN ME LA LLEVE PERO NO SE PREOCUPEN, TODAVIA FALTA MAS!!! SI LO SE, TOM SE PASO CON LA RAYA PERO YA LO PAGARA EL MUY PERRO LO JURO xD JAJAJJA BUENO AQUI ESTA EL CAP ESPERO QUE LES GUSTE .... HASTA PRONTO :))