CAP 12 (PARTE 1)
El profesor Kaulitz vio que salía
luz por debajo de la puerta del despacho de la biblioteca, pero como Paul había
tapado con cartulina marrón la estrecha ventanita, no vio quién estaba dentro.
Le extrañó que el chico estuviera trabajando un jueves a las diez y media de la
noche. La biblioteca cerraría en media hora.
Se sacó la llave del bolsillo y
entró sin llamar. Lo que se encontró dentro lo dejó anonadado. La señorita
Mitchell estaba en la silla, con la cabeza apoyada elegantemente en los brazos,
que reposaban sobre el escritorio. Tenía los ojos cerrados y la boca
entreabierta. Se la veía sonrosada y el pecho le subía y bajaba rítmicamente al
respirar pausadamente. El sonido de su respiración era relajante, como las olas
del mar chocando contra una playa tranquila. Tom se quedó contemplándola
embelesado, pensando que se podría grabar un CD de relajación sólo con el
sonido de su respiración. Se imaginó yéndose a dormir cada noche con esa
melodía.
Tenía el ordenador portátil
encendido y vio que su fondo de pantalla consistía en una serie de
ilustraciones, al parecer de un libro infantil relacionado con animales. Le
llamó la atención un conejo blanco con orejas que le llegaban a los pies. Oyó
música y vio que también salía del ordenador. Al lado de _____ había un CD con
la foto de un conejo en la carátula y Gabriel empezó a preguntarse por qué
estaría tan obsesionada con esos animales.
«¿Será algún tipo de fetichismo
con la Pascua?» Empezó a imaginarse en qué podía consistir ese fetichismo,
cuando, de repente, recuperó la sensatez. Acabó de entrar en el despacho y
cerró la puerta con llave. A ninguno de los dos les convenía que los
encontraran en el despacho a solas a esas horas.
Se acercó a ella. No quería
molestarla ni interrumpir lo que parecía un sueño muy agradable, pues estaba
sonriendo. Tras localizar el libro que había ido a buscar, se dispuso a
marcharse, pero sus ojos repararon en una libretita que había junto a los dedos
de ______.
«Tom», había escrito. «Mi Tom.»
La visión de su nombre escrito
varias veces en la libreta con tanto amor lo atrajo con más fuerza que el canto
de las sirenas y le provocó un escalofrío en la espalda. Se quedó
momentáneamente
inmóvil, con la mano en el aire.
Por supuesto, se podía tratar de
otro Tom. Le costaba creer que ____ pensara en él y más aún que lo considerara
«su» Tom.
Al mirarla, supo que si se
quedaba todo cambiaría entre los dos. Supo que si la tocaba sería incapaz de
resistir el impulso —irreprimible, primitivo— de reclamar a la hermosa y pura
señorita Mitchell que estaba allí esperándolo, llamándolo con su aroma de
vainilla que se percibía más de lo normal, en un espacio tan reducido y con
demasiada calefacción.
«Mi Tom.» Se imaginó su voz
acariciando su nombre como la lengua de un amante se mueve sobre la piel del amado.
Su mente, desatada, se imaginó que la rodeaba con los brazos y la besaba. La
sentaría en la mesa y se colocaría entre sus piernas, mientras ella le hundiría
los dedos en el pelo y trataría de arrancarle el jersey y la camisa. Se
desharía el nudo de la pajarita, se la quitaría y la arrojaría al suelo.
Tom acariciaría su pelo largo y
ondulado y le rozaría el cuello con un dedo, haciendo que cada centímetro, cada
poro, se le cubriera de rubor. Con la nariz le acariciaría la mejilla, la
oreja, la garganta, blanca como la nieve. Le encontraría el pulso en el cuello
y se sentiría extrañamente calmado por su suave ritmo. Se sentiría conectado a
los latidos de su corazón, sobre todo cuando éste empezara a acelerársele a
causa de sus caricias. Se preguntaría si sería posible que sus corazones
latieran al unísono o si eso sólo pasaba en la fantasía de los poetas.
Sabía que al principio ella se
mostraría tímida, pero él insistiría con delicadeza, susurrándole dulces
palabras de seducción al oído. Le diría todo lo que quería oír y _____ se lo
creería. Sus manos descenderían centímetro a centímetro, desde los hombros
hacia sus preciosas e inocentes curvas, maravillándose a su paso de su
receptividad. Ella florecería bajo sus manos.
Porque ningún hombre la habría tocado
así antes. Gradualmente, se encendería y respondería a sus caricias. ¡Oh, sí!
¡Cómo respondería! Se besarían y su beso sería eléctrico, intenso, explosivo.
Sus lenguas se mezclarían y danzarían juntas, desesperadas, como si no hubieran
besado nunca a nadie antes.
____ llevaría demasiada ropa. Él
querría quitársela toda y cubrir su piel de porcelana de besos ligeros como una
pluma. Especialmente su precioso cuello y sus venas azuladas, que formaban una
red en su garganta. Se ruborizaría como Eva, pero él le curaría la timidez a
besos. Pronto estaría desnuda y abierta ante él, pensando sólo en
él y en la admiración que le despertaba y se olvidaría de que estaba en un
incómodo despacho de biblioteca.
Tom la halagaría con juramentos y
odas y le murmuraría palabras cariñosas para que no se sintiera avergonzada.
«Cariño, preciosa, tesoro, qué dulce eres...» Haría que creyera que la
adoraba... y no sería del todo falso.
Pronto, la excitación sería
demasiado intensa para aguantar más. La reclinaría sobre la mesa con
delicadeza, sujetándole la nuca con la mano. Mantendría la mano allí todo el
tiempo, para no hacerle daño en ningún momento. No permitiría que su cabeza
golpeara en la mesa, como si fuera un juguete repudiado.
Tom no era un amante cruel. No
sería rudo ni indiferente. Sería erótico y apasionado, pero amable. Porque la
conocía. Y quería que su primera vez fuera tan agradable para ella como lo
sería para él. Pero para que fuera perfecto, tendría que tumbarla sobre la
mesa. Quería verla con las piernas abiertas para él, jadeando e invitándolo con
los ojos nublados de deseo.
Con la otra mano la sujetaría por
la parte baja de la espalda y la miraría fijamente a los ojos mientras ella
suspiraba y jadeaba. La haría gemir. Él y sólo él.
_____ se mordería el labio
inferior y entornaría los ojos mientras Tom se deslizaba en su cuerpo. Él le
susurraría que se relajara y que se entregara sin resistencia. De ese modo, su
primera vez le resultaría más fácil. Tom iría despacio y se detendría al llegar
a su barrera. ¿Sería capaz de hacerlo?
Su hermoso ángel de ojos castaños
lo estaría mirando. El pecho le subiría y bajaría rápidamente. El rubor que
habría nacido en sus mejillas se habría extendido por todo su cuerpo. Sería una
rosa ante sus ojos y florecería debajo de él. Tom sería amable y ella se
abriría. Y él la contemplaría extasiado, como si todo estuviera sucediendo a
cámara lenta. Lo viviría con los cinco sentidos, la vista, el oído, el aroma,
el gusto, el tacto. No se perdería detalle del proceso. Y ____ dejaría de ser
virgen y se convertiría en una mujer, por él. Gracias a él.
«¿Y el himen?» Habría sangre. El
precio del pecado era la sangre. Y un poco de muerte.
El corazón de Tom se detuvo.
Perdió un latido y luego se recuperó latiendo el doble de rápido cuando lo
asaltó el recuerdo de un poema metafísico de sus días en Oxford. En ese
instante vio
claramente que él, el profesor Tom J. Kaulitz, futuro seductor de la
hermosa e inocente _____, era una pulga.
Las palabras de John Donne
retumbaron en sus oídos:
Mira esta pulga y mira qué
pequeño es el favor que me niegas. Primero
me picó a mí y luego a ti, y en su cuerpo se han mezclado nuestras
sangres. A nadie se le ocurriría hablarle a la pulga de pecado, vergüenza
o pérdida de virginidad. Este insignificante insecto disfruta sin
comprometerse atiborrándose de la sangre de los dos. Por desgracia, eso
es más de lo que podemos hacer tú o yo.
Sabía por qué su subconsciente
había elegido ese momento para acordarse del poema de Donne. Los versos eran un
argumento a favor de la seducción. El poeta le hablaba a la mujer que quería
convertir en su amante, una virgen, y le decía que la pérdida de la virginidad
era comparable a la picadura de una pulga. Debería entregarse a él rápidamente,
sin pensarlo. Sin dudar, sin lamentaciones.
En cuanto las palabras
aparecieron en su mente, Tom supo que eran perfectas para la ocasión. Perfectas
para justificar sus actos. Perfectas para lo que pensaba hacer con _____.
«Probarla. Tomarla. Sorberla.
Pecar. Chupar hasta dejarla seca. Abandonarla.»
Ella era pura. Inocente. La
deseaba.
Facilis descensus Averni.
Pero no sería él quien la hiciese
sangrar. No sería él el responsable de que otra chica sangrara durante el resto
de su vida. Todas las ideas sobre follar encima de mesas, sillas, contra
paredes, estanterías y ventanas, se esfumaron de repente. No la tomaría. No la
marcaría ni la reclamaría, porque no tenía ningún derecho a hacerlo.
CAP 12 (PARTE 2)
Tom Kaulitz era un pecador
empedernido que sólo se arrepentía a medias. El sexo sin compromisos y su
propio placer ocupaban un lugar preferente en su mente dominada por la lujuria.
Esa necesidad física nunca daba paso a algo más profundo, como el amor. Y, sin
embargo, a pesar de esa y de otras carencias morales, a pesar de su incapacidad
para resistirse a la tentación aún le quedaba
un principio moral que regía su comportamiento. Aún quedaba una
línea que se negaba a cruzar.
El profesor Kaulitz no seducía
vírgenes. Nunca se acostaba con vírgenes, nunca, ni aunque acudieran a él
voluntariamente. Nunca saciaba su sed con inocentes. Sólo se alimentaba de
aquellas mujeres que ya lo habían probado y que, después de conocerlo, seguían
queriendo más. Y no iba a transgredir su último principio moral a cambio de una
o dos horas de satisfacción lasciva con una deliciosa estudiante en su propio
despacho. Incluso un ángel caído tenía sus principios.
Tom dejaría la virtud de _____
intacta. La dejaría como la había encontrado, un ángel ruboroso de ojos
castaños, rodeado de conejitos y acurrucada como un gato en su silla. Seguiría
durmiendo imperturbable, serena, sin que nadie la besara, sin que nadie la
molestara. Puso la mano en el pomo de la puerta y estaba a punto de hacer girar
la llave cuando oyó que ella se movía a su espalda.
Tom suspiró y dejó caer la cabeza
hacia adelante. No había renunciado a una noche de placer con ella por odio,
sino por amor. Por el bien que a veces añoraba y deseaba que formara parte de
su vida. Y tal vez por el recuerdo de la persona que había sido antes de que el
pecado y el vicio se apoderaran de él como un matorral de espinos,
retorciéndose alrededor de su alma y ahogando sus virtudes. Soltó el pomo e
inspiró hondo. Enderezando los hombros, cerró los ojos, preguntándose qué iba a
decirle.
Se volvió muy lentamente y vio
que la señorita Mitchell gruñía y se estiraba. Parpadeó y se cubrió la boca con
la mano para bostezar.
Al darse cuenta de que el
profesor Kaulitz estaba junto a la puerta, abrió mucho los ojos, ahogó un grito
y se levantó de golpe de la silla, quedando aprisionada contra la pared. Verla
encogida de miedo por su presencia casi le rompió el corazón. (Lo que
demostraría que todavía tenía corazón.)
—Chist, _____, sólo soy yo.
Tom le mostró las palmas de las
manos en señal de rendición y trató de sonreír.
_____ estaba atónita. Había
estado soñando con él instantes antes. Y ahora estaba delante de ella,
observándola. Se pellizcó el brazo.
Tom seguía allí.
«Mierda. Me ha pillado.»
—Sólo soy yo, _____. ¿Estás bien?
Ella parpadeó rápidamente y se
frotó los ojos.
—No... no lo sé.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—preguntó él, bajando las manos.
—Ejem... no lo sé —respondió,
tratando de despertarse y de recordar al mismo tiempo.
—¿Estás con Paul?
—No.
Tom sintió un gran alivio.
—¿Cómo has entrado? Éste es mi
despacho.
______ lo miró a los ojos para
juzgar su estado de ánimo.
«Me he metido en un lío. Y Paul
también. De ésta nos expulsan a los dos.»
Se movió bruscamente hacia
adelante, tirando la silla al suelo y, ya de paso, una pila de libros cercanos.
Un montón de notas sueltas salieron volando y empezaron a caer a su alrededor
como copos de papel de rayas. Tom pensó que parecía un ángel dentro de una bola
de nieve.
«Preciosa», pensó.
Ella se agachó y empezó a
recogerlo todo apresuradamente, mientras repetía unas palabras de disculpa como
una letanía. Tom reconoció algunas de las palabras que iba diciendo como si
estuviera rezando el rosario: «Paul me prestó la llave, lo siento, lo siento
mucho».
De una sola zancada, él se plantó
a su lado y le puso una mano en el hombro.
—Quieta. No pasa nada. Eres
bienvenida aquí.
_____ cerró los ojos y trató de
calmarse, pero era muy difícil. Tenía miedo de que El Profesor perdiera los
nervios y echara a Paul de su despacho para siempre.
Tom inspiró con fuerza y ella
abrió los ojos. Al ver que tenía su mano en el hombro, la mirada se le nubló.
Él se le acercó más y la miró a
la cara.
—_____, estás pálida. ¿Te
encuentras bien?
Tom no sabía qué hacer. ¿Por qué
ella actuaba de un modo tan raro? Tal vez estaba débil por falta de comida, o
no se había despertado del todo. O quizá fuera por el calor. Hacía demasiado
calor en el despacho y ella se había dormido con la calefacción encendida. Tom
la sujetó justo cuando _____ se desmayaba. La rodeó con sus brazos y la apretó
contra su pecho. No estaba inconsciente. No del todo al menos.
—¿_____?
Le apartó el pelo de la cara y le
acarició la mejilla con el dorso de los dedos.
Ella murmuró unas palabras
ininteligibles. No se había desmayado, pero se apoyaba contra él como si no
tuviera fuerzas para mantenerse en pie. Tom la sujetó para que no chocara
contra la silla volcada o se cayera al suelo.
—¿Estás bien?
Trató de moverla para que se
sentara en el suelo, pero ella se sujetó con más fuerza a su cuello, como si no
quisiera soltarse. A él le gustó la sensación, así que la abrazó más fuerte y
aspiró disimuladamente el olor de su pelo. Vainilla. El pequeño cuerpo de ella
encajaba a la perfección contra el suyo, como si fueran complementarios. Era
asombroso.
—¿Qué ha pasado? —murmuró _____
contra el jersey de él, de color verde brillante, que hacía destacar el azul de
sus ojos.
—No estoy seguro. Creo que te has
mareado al levantarte de golpe. Hace demasiado calor aquí dentro.
Ella le dedicó una sonrisa tan
dulce que el corazón de Tom se derritió.
Deseaba besarlo,
desesperadamente. Estaba cerca, muy cerca. Si se acercaba un poco más, aquellos
labios serían suyos... de nuevo. Sus ojos la miraban con calidez y estaba
siendo tan amable con ella...
Tom empezó a apartarse centímetro
a centímetro, asegurándose de que no se iba a caer. Cuando vio que se aguantaba
sola, la sentó delicadamente sobre la mesa antes de enderezar la silla. Luego
se acercó a la puerta y se recolocó la pajarita.
—No me importa que uses el
despacho. No me importa en absoluto. Sólo es que me ha sorprendido encontrarte
aquí. Me alegro de que a Paul se le ocurriera dejarte la llave. No pasa nada. —Tom
sonrió para tranquilizarla, al ver que se había agarrado a la mesa con fuerza—.
He venido a buscar un libro que le dejé —añadió, levantando el libro en
cuestión.
Moviéndose lentamente, ____ se
levantó de la mesa y empezó a recoger los libros y los papeles esparcidos por
el suelo.
—¿Has quedado con Paul más tarde?
—No. Ha ido a una conferencia
para graduados en Princeton. Mañana tiene una presentación.
_____ levantó la cabeza y al ver
que Tom seguía sonriendo, se relajó. Un poquito.
—Princeton. Sí, por supuesto. Lo había olvidado. Qué maletín tan
bonito llevas —comentó, con una mueca de complicidad.
Ella se ruborizó, tratando de no
delatar el secreto que, gracias a su amiga, no era tan secreto.
—Aunque parece que hay un ser
vivo por ahí. Veo que asoman unas orejas por una de las cremalleras.
_____ se volvió hacia el maletín.
Tom tenía razón. Dos orejitas marrones asomaban de uno de los compartimentos,
dando la sensación de que hubiese intentado meter una mascota a escondidas en
la biblioteca. Se ruborizó más intensamente.
—¿Puedo verlo? —preguntó él, sin
moverse hasta que ella le diera permiso.
Indecisa, ____ sacó el muñeco de
peluche del maletín y se lo ofreció, mordiéndose el labio muerta de vergüenza.
«Es evidente que los conejos son
el fetiche de la señorita Mitchell.»
Tom sostuvo el conejito entre el
índice y el pulgar, mirándolo con curiosidad, como si no supiera qué era. O
como si temiera que, en un ataque de furia, al peluche fuera a darle por imitar
al famoso conejo de los Monty Python en Los caballeros de la mesa cuadrada y
sus locos seguidores y le saltara al cuello. Tom se llevó la mano al mismo
como precaución y resistió el súbito impulso de decir Ni.
El peluche era marrón, muy suave,
hecho de terciopelo o algo parecido. Tenía las patas cortas, las orejas largas
y unos bigotes muy graciosos. Se mantenía muy derecho, demasiado rígido, pero
le resultaba extrañamente familiar. A Grace le habría encantado. Podría haber
formado parte de la infancia que él nunca tuvo.
Alguien le había atado un lazo rosa
alrededor del cuello. Tom lo examinó y llegó a la conclusión de que se lo había
puesto alguien con alguna discapacidad (con todos los respetos hacia los
discapacitados), o alguien con las manos muy grandes y escasa habilidad con la
psicomotricidad fina (como él). Llevaba una tarjetita.
No quería que se sintiera
incómoda, así que sólo le echó un rápido vistazo. Fue suficiente para ver que
decía:
C.
Te dejo a alguien que te hará
compañía mientras estoy fuera.
Nos vemos a la vuelta.
Tuyo,
Paul
CAP 12 (PARTE 3)
«El follaángeles contraataca», pensó Tom, malhumorado.
—Es... muy bonito —dijo,
devolviéndoselo.
—Gracias.
—¿Quién es C.?
____ se volvió para guardarlo en
el maletín, con cuidado de que no se le engancharan las orejas en las
cremalleras.
—Es uno de mis motes.
—No lo entiendo. Tendría que
empezar por P.
Ella frunció el cejo.
«¿Por qué? ¿P de puta? ¿De Perra?
¿Petarda?»
—De preciosa —le aclaró Tom y
luego agachó la cabeza, ruborizándose un poco, porque el halago había salido de
sus labios sin pretenderlo—. ¿Así que llevas horas durmiendo aquí, escuchando
canciones sobre conejos, con un conejito como acompañante? No sabía que fueras
una amante de los conejos —añadió en tono insinuante, sin poderlo evitar—. Me
gusta ese grupo. Buena elección.
—Gracias. —____ apagó el
ordenador y lo guardó con cuidado en el maletín, junto con el CD.
—La biblioteca está a punto de
cerrar. ¿Qué habrías hecho si no hubiera llegado yo?
Ella miró a su alrededor,
confusa.
—No lo sé.
—Si nadie se hubiera dado cuenta,
podrías haberte quedado encerrada toda la noche. Sin comida. —La sonrisa desapareció
de la cara de Tom sólo de pensarlo—. ¿Qué vas a hacer en el futuro para
asegurarte de que no te vuelve a pasar?
—¿Poner la alarma en el reloj de
Paul?
Tom asintió como si hubiera
acertado la respuesta correcta, aunque no se había quedado satisfecho.
—¿Tienes hambre?
—Debería marcharme, profesor.
Siento haber invadido tu espacio personal.
«No sabes hasta qué punto has
invadido mi espacio personal, ____.»
—Señorita Mitchell, un momento
—la interrumpió él, dando un paso en su dirección, mientras ella se colgaba el
maletín al hombro con una mano y limpiaba la superficie de la mesa con la
otra—. ¿Has cenado?
—No.
Tom frunció mucho el cejo. Sus cejas se juntaron como nubes de
tormenta.
—¿A qué hora has comido?
—A las doce.
—De eso hace ya casi once horas.
¿Qué has comido?
—Un perrito caliente del carrito
de delante de la biblioteca.
Él maldijo en silencio.
—No puedes alimentarte a base de
comida basura. Y no me gusta que comas carne cocinada en la calle. Me
prometiste que si pasabas hambre me lo dirías. Te has desmayado de hambre.
Tom miró la hora en su Rolex
Day-Date de oro blanco.
—Es demasiado tarde para llevarte
a comer un filete. El Harbour Sixty ya está cerrado. Pero podemos ir a cenar a
otro sitio. Yo estaba concentrado preparando mi conferencia y tampoco he
cenado.
—¿Seguro?
—Señorita Mitchell, no soy un
hombre que lance invitaciones a la ligera. Si te invito a cenar es porque estoy
seguro. ¿Me acompañas o no?
—No voy vestida para ir a cenar,
aunque muchas gracias —respondió ella, con suavidad pero con firmeza, arqueando
una ceja.
Había superado ya la sorpresa de
encontrarlo allí y estaba totalmente despierta e indignada por su actitud.
Tom la examinó de arriba abajo
lentamente, admirando su figura, pero su mirada cambió al llegar a las
zapatillas deportivas. Odiaba que las mujeres se pusieran zapatillas
deportivas. Les quitaban trabajo a los podólogos, puesto que de ese modo
evitaban lucir los pies. Consciente del absurdo rumbo de sus pensamientos, se
aclaró la garganta.
—Vas perfecta. Creo que el color
de la blusa hace destacar el rubor natural de tu piel y el jaspeado color
caramelo de tus ojos. De hecho, estás muy guapa.
«¿Tengo los ojos jaspeados color
caramelo? ¿Desde cuándo? ¿Y en qué momento se ha dado cuenta?»
—Hay un sitio cerca de mi casa al
que suelo ir entre semana, cuando se me hace tarde. Te invito a tomar algo allí
y así podemos hablar de tu proyecto. De manera informal, por supuesto. ¿Qué te
parece?
—Gracias, profesor.
Ambos se miraron y sonrieron con
timidez.
Tom aguardó pacientemente a que
ella acabara de dejarlo
todo en orden antes de hacerse a un lado y señalar hacia el
pasillo.
—Después de ti.
____ le dio las gracias. Mientras
salían, él alargó la mano hacia las asas del maletín. Ella notó el roce de sus
dedos y se apartó instintivamente, dejándolo caer.
Él lo recogió.
—Es un maletín muy bonito. ¿Te
importa que lo lleve un rato? —preguntó, con una sonrisa que la hizo
ruborizarse.
—Gracias —murmuró ella—. Me gusta
mucho. Es perfecto.
Tom no le dio más conversación
hasta que llegaron al restaurante Caffé Volo en la calle Yonge. Era un
establecimiento tranquilo y acogedor. Presumían de tener la carta de cervezas
más completa de Toronto. Tenían también un cocinero italiano y la mejor cocina casera
del barrio. Era un local pequeño, de sólo diez mesas, que en verano
complementaban con algunas más en la terraza. La decoración, rústica, incluía
algunas antigüedades, como bancos de iglesia o grandes mesas de granja. A Julia
le recordó a una taberna alemana, del estilo del restaurante Vinum, donde había
estado con amigos durante una visita a Frankfurt.
A Tom le gustaba porque servían
una de sus cervezas trapenses favoritas, la Chimay Première, y le gustaba tomar
pizza napolitana con esa bebida. (Como siempre, no soportaba la mediocridad.)
Como era un cliente habitual, y de los más puntillosos, le ofrecieron el mejor
sitio, una tranquila mesa para dos en un rincón, cerca de un gran ventanal con
vistas a la locura que era la calle Yonge por la noche.
Travestis, estudiantes
universitarios, residentes en el colegio mayor, policías, felices parejas
homosexuales, felices parejas heterosexuales, famosos de visita en los barrios
pobres, yuppies paseando a sus pretenciosas mascotas, ecologistas, vagabundos, músicos
callejeros, pandilleros, miembros de la mafia rusa, algún que otro profesor
díscolo, algún miembro del Parlamento Provincial. Un fascinante caleidoscopio
de comportamientos humanos en directo. Y gratis.
____ se sentó lentamente en su
asiento, un antiguo banco de iglesia reconvertido y se echó sobre los hombros
la manta de borreguillo que el camarero le había dejado en el respaldo.
—¿Tienes frío? Le diré a
Christopher que nos siente al lado de la chimenea. —Levantó el brazo para
llamar al camarero, pero ____ lo detuvo.
—No lo hagas —dijo con timidez—. Me gusta mirar a la gente.
—A mí también, pero pareces el
Yeti.
____ se ruborizó.
—Lo siento —se excusó él
rápidamente—. No quería hacerte sentir incómoda, pero seguro que podemos
conseguir algo más adecuado que esa manta, que a saber dónde habrá estado.
Probablemente en el suelo del apartamento de Christopher. Y quién sabe qué
clase de travesuras habrá hecho ahí encima.
«¿Ha usado la palabra
"travesuras" en una frase?», pensó ____, atónita.
El profesor Kaulitz se quitó el
jersey de cachemira verde, con un coche de carreras inglés y se lo dio. Julia
lo cogió y lo cambió por la censurable manta de Yeti.
—¿Mejor? —preguntó él, peinándose
con los dedos.
—Mejor —respondió ella,
sintiéndose más cómoda y mucho más caliente, envuelta en el calor corporal y el
aroma de Tom.
Se dobló las mangas varias veces
porque los brazos de él eran mucho más largos que los suyos.
—¿Fuiste a Lobby el martes? —le
preguntó _____.
—No. ¿Por qué no me hablas de tu
proyecto? —Cambió de tema bruscamente y su voz adquirió un tono profesional.
Por suerte, Christopher los
interrumpió en ese momento preguntándoles qué querían cenar y ella pudo
centrarse un poco.
—La ensalada César es muy buena
aquí, igual que la pizza napolitana, pero son raciones bastante grandes para
uno solo. ¿Eres aficionada a los intercambios? —preguntó él.
_____ abrió la boca, sin saber
qué decir.
—Me refiero a si te gustaría
compartir una ensalada y una pizza conmigo. ¿O prefieres cualquier otra cosa?
_____ frunció el cejo. Estaba
tratando de no ser un profesor avasallador y dominante, pero era más difícil de
lo que parecía.
Christopher golpeó el suelo con
el pie discretamente. No quería que el profesor notara que se estaba
impacientando. Lo había visto irritado en alguna ocasión y no le habían quedado
ganas de repetir la experiencia. Aunque tal vez ahora que tenía compañía
femenina —el remedio favorito de Christopher para cualquier desorden
psicológico, grande o pequeño— se comportase de otro modo.
—Me encantará compartir la
ensalada y la pizza contigo, gracias —respondió _____ en un tono que ponía fin
a cualquier deliberación.
Él pidió por los dos y, poco
después, el camarero apareció con
dos cervezas Chimay. Tom había insistido en que ella la probara.
—Salud —dijo él, brindando.
—Prost —replicó ____.
Probó la cerveza y no pudo evitar
recordar la primera que se había tomado y con quién. Era una cerveza rubia, de
fabricación nacional. Ésta tenía un tono cobrizo y era dulce, con un intenso
sabor a malta. Le gustó mucho y lo demostró con un leve ronroneo de aprobación.
—¡Cuesta más de diez dólares la
botella! —susurró, para no avergonzar a Tom en público con su incredulidad.
—Pero es la mejor. ¿Qué
prefieres, beber una botella de éstas o dos Budweiser, que es como beber
asquerosa agua de la bañera?
«Bueno, no he probado el agua de
la bañera, pero me fiaré de su opinión, chalado profesor Kaulitz.»
—Vamos —la animó él—. ¿Qué estás
pensando? Casi puedo ver las ruedas girando en esa pequeña cabecita, así que
suéltalo.
Y dicho esto, se cruzó de brazos
y aguardó con una sonrisa, como si la cabeza de ____ fuera una fuente
inagotable de diversión.
A ella le molestó su actitud. No
le gustaba que usara el diminutivo al referirse a su cabeza, porque le
recordaba su desprecio inicial por su capacidad intelectual, así que decidió
contraatacar.
—Me alegro de tener la
oportunidad de hablar contigo en privado —comentó, sacando dos sobres del
maletín—. No puedo aceptar esto.
Deslizó la tarjeta del Starbucks
y la concesión de la beca en su dirección.
Tom los reconoció inmediatamente
y frunció el cejo.
—¿Qué te hace pensar que te los
he enviado yo? —preguntó, empujándolos en dirección a ____.
—Mi capacidad de deducción. Eres
la única persona que conozco que me llama _____. Y eres la única persona que
conozco con una cuenta corriente lo bastante saneada como para crear una beca.
Le entregó de nuevo los sobres.
Tom permaneció en silencio unos
instantes. ¿De verdad era el único que llamaba a ____ por su nombre completo?
¿Cómo la llamaban los demás?
«___.»
—Tienes que aceptarlos.
Tom volvió a empujarlos hacia
ella.
—No, no tengo que hacerlo. Los
regalos me ponen muy nerviosa
y la tarjeta del Starbucks es una exageración. Por no hablar de la
beca. Nunca podría devolvértela. Ya le debo demasiadas cosas a tu familia. No puedo
aceptar nada más.
Empujó los sobres una vez más.
—Puedes aceptarlo y lo aceptarás.
La tarjeta de regalo es intrascendente. Yo gasto mucho más que eso en café cada
mes. Quería demostrarte de un modo tangible que respeto tu inteligencia. Cometí
una indiscreción en un momento en que tenía la guardia baja y la señorita
Peterson lo aprovechó y retorció mis palabras de un modo intolerable. Así que
no lo consideres un regalo, considéralo una indemnización. Hablé mal de ti sin
motivo y por eso te escribí esa tarjeta. Si no la aceptas, el conflicto
permanecerá sin resolver entre nosotros, porque no creo que me hayas perdonado
que hablara mal de ti delante de tus colegas.
Acercándole los sobres una vez
más, la miró fijamente.
____ le clavó la vista en la pajarita
para no caer presa de su intensa mirada cafe. Se preguntó cómo habría logrado
hacerse el nudo tan derecho y uniforme.
«Tal vez haya contratado a una
profesional para que se lo haga. Alguien con el pelo rubio teñido y tacones de
aguja. Y uñas muy largas.»
____ volvió a deslizar la tarjeta
del Starbucks, desafiante. Para su gran sorpresa, la expresión de Tom se
endureció, pero se guardó la tarjeta.
—No pienso pasarme la noche
jugando al ping-pong de tarjeta de regalo contigo. Pero la beca no se puede
devolver. El dinero no es mío. Lo único que hice fue alertar al señor Randall,
el director de la organización filantrópica, de tus méritos académicos.
—Y de mi pobreza —murmuró ella.
—Si tienes algo que decirme,
señorita Mitchell, ten la cortesía de hablar a un nivel audible —dijo él, con
los ojos brillantes.
Ella le devolvió una mirada igual
de encendida.
—No creo que todo esto sea muy profesional,
profesor Kaulitz. No sé cómo lo has logrado, pero sé que me estás haciendo
llegar miles de dólares a través de una beca. Cualquiera pensaría que estás
tratando de comprarme.
Tom inspiró hondo y contó hasta
diez para no estallar.
—¿Comprarte? Puedes creerme, nada
está más lejos de mi intención. Me siento muy ofendido por tus palabras. Si te
deseara, no tendría que comprarte.
Las cejas de ____ se alzaron de la sorpresa, pero en seguida le
dirigió una mirada de advertencia.
—Cuidado con lo que dices.
Tom pareció sinceramente incómodo
y a ella le gustó la sensación.
—No quería decir eso. Quería
decir que yo nunca te trataría como a un objeto que puede comprarse y venderse.
No eres el tipo de chica que se vende, estoy seguro.
____ le dirigió una mirada glacial
antes de apartar la vista. Negó con la cabeza y empezó a buscar la salida,
preguntándose si podría escapar.
—¿Por qué lo haces? —susurró él,
pasados unos instantes.
—¿El qué?
—Provocarme.
—Yo... no... te provoco. Sólo
expongo los hechos.
—En cualquier caso, cada vez que
trato de mantener una conversación normal contigo, acabas provocándome.
—Eres mi profesor.
—Sí y el hermano mayor de tu mejor
amiga. ¿No podemos ser Tom y ____ por una noche? ¿No podemos disfrutar de una
conversación agradable y de una cena aún más agradable? Puede que no lo esté
consiguiendo, pero me estoy esforzando por comportarme como un ser humano.
Cerró los ojos, frustrado.
—¿De verdad?
Era una pregunta inocente, pero
____ se tapó la mano con la boca al darse cuenta de cómo había sonado.
Los ojos de Tom se abrieron muy
lentamente, como los del dragón de la historia de Tolkien, pero no mordió el
anzuelo de su impertinencia. Ni empezó a soltar fuego por la nariz. Todavía.
—¿Quieres que tengamos una
relación profesional? Pues empieza tú. Un estudiante normal recibiría una beca
con gritos de alegría. Aceptaría el dinero y se sentiría profundamente
agradecido por su buena suerte. Así que compórtese profesionalmente, señorita
Mitchell. Podría haber mantenido mi conexión con la beca en secreto, pero
preferí tratarte como a una adulta. Decidí respetar tu inteligencia y no
recurrir a engaños. Sin embargo, sí me he preocupado de ocultar mi relación con
la beca de manera pública. Mi nombre no va ligado oficialmente a esa organización
filantrópica, así que nadie atará cabos. Kaulitz es un nombre muy común. Si le
cuentas a alguien que estoy
detrás de la beca, lo más probable es que no te crea.
Sacándose el iPhone del bolsillo,
Tom abrió la aplicación de la libreta de notas y empezó a escribir con el dedo.
—No iba a quejarme.
—Podrías haberme dado las
gracias.
—Gracias, profesor Kaulitz. Pero
míralo desde mi punto de vista. No quiero ser Eloísa ni que tú seas Abelardo
—dijo, mirando los cubiertos y alineándolos hasta que estuvieron ordenados
simétricamente.
Tom recordó haberla visto hacerlo
antes, cuando cenaron en el Harbour Sixty. Dejando el teléfono en la mesa, la
miró con expresión apenada. Se sintió culpable al recordar lo que había estado
a punto de pasar en la biblioteca. Había estado a punto de sucumbir a los
considerables encantos de la señorita Mitchell. Y con ellos se había arriesgado
a correr el mismo destino que Abelardo, porque sin duda Rachel lo castraría si
se enteraba de que había seducido a su amiga.
Milagrosamente, había demostrado
tener un mayor autocontrol que Abelardo.
—Nunca seduciría a una alumna.
—En ese caso, gracias —murmuró
ella—. Y gracias por el gesto de la beca, aunque no puedo prometerte que la
aceptaré. Sé que para ti es una cantidad modesta, pero para mí significa dinero
para billetes de avión para Acción de Gracias, Navidad y Pascua. Y algún que
otro extra de vez en cuando que ahora no puedo permitirme. Como un filete.
—¿Vas a gastártelo en billetes de
avión? Pensaba que buscarías un apartamento en mejores condiciones.
—He firmado un contrato. Si me
fuera a otro apartamento, tendría que seguir pagando éste. Además, ir a casa
para ver a mi padre es importante para mí. Es la única familia que me queda. Y
me gustaría ir a visitar también a Richard antes de que venda la casa y se mude
a Filadelfia para estar cerca de Rachel y Scott.
«De hecho, creo que valdría la
pena aceptar la beca para ir a visitar a Richard y, de paso, ver el huerto. Me
pregunto si mi manzano favorito sigue allí... Me pregunto si alguien se daría
cuenta si tallara mis iniciales en el tronco...»
Tom la miró de reojo.
—¿No habrías ido a casa si no
hubieras recibido la beca?
____ negó con la cabeza.
—Papá quería comprarme un billete
de avión para Navidad, para
que no tuviera que ir en autocar, pero los precios de Air Canada
son imposibles y me habría sentido avergonzada si mi padre hubiera tenido que
comprarme un billete.
—No te avergüences de aceptar un
regalo si te lo ofrecen sin contrapartidas.
—Pareces Grace. Ella siempre
decía cosas como ésa.
Tom se removió inquieto en el
asiento.
—¿De dónde crees que aprendí algo
de generosidad? De mi madre biológica te aseguro que no.
____ lo miró de frente, sin
parpadear ni ruborizarse. Suspirando, se guardó la carta en el maletín.
Acabaría de decidir qué hacer cuando no estuviera ante la presencia magnética
de El Profesor. Seguir discutiendo con él en esos momentos no llevaría a
ninguna parte. En ese aspecto, como en muchos otros, era exactamente como
Abelardo, sexy, inteligente y seductor.
Él la observó con atención.
—A pesar de todo lo que he hecho,
que admito que no ha sido demasiado, ¿sigues pasando hambre?
—Tom, tengo una relación muy
especial con mi estómago. Me olvido de comer cuando estoy ocupada, o preocupada
o... triste. No es por el dinero. No te preocupes, por favor.
Recolocó los cubiertos una vez
más.
—¿Estás triste ahora?
____ bebió la cerveza lentamente,
sin responder.
—¿Dante te entristece?
—A veces —susurró ella.
—¿Y las otras veces?
____ levantó la vista y le dedicó
una sonrisa muy dulce.
—Otras veces no puedo evitarlo...
me hace delirar de felicidad. A veces, mientras estoy estudiando La Divina
Comedia, siento como si estuviera haciendo lo que se supone que debo estar
haciendo. Como si hubiera encontrado mi pasión, mi vocación. Como si ya no
fuera la chica tímida de Selinsgrove. Me siento capaz de todo. Sé que soy buena
en esto y me hace sentir... importante.
Era demasiado. Le había dado
demasiada información. Se había bebido la cerveza demasiado rápido y se le
había subido a la cabeza; igual que el aroma de Tom impregnado en el jersey. No
debería haber dicho eso y a él menos que a nadie.
Pero para su sorpresa, lo
descubrió mirándola con calidez.
—Es verdad que eres tímida, pero
eso no es ningún pecado. —
Tom carraspeó—. Me da envidia tu entusiasmo por Dante. Yo me
sentía así hace un tiempo. Hace mucho tiempo. Demasiado.
Cuando volvió a sonreír, ella
apartó la mirada.
____ se inclinó sobre la mesa y
bajó la voz.
—¿Quién es M. P. Kaulitz?
Los ojos cafeces de Tom la
perforaron con la intensidad de un rayo láser.
—Preferiría no hablar de ello.
Su tono de voz no era duro, pero
sí muy frío y se dio cuenta de que había tocado un nervio muy sensible. Le
costó unos instantes recuperarse lo suficiente para preguntar:
—¿Quieres ser mi amigo? ¿Es eso
lo que tratas de decirme con la beca?
Tom frunció el cejo y dijo:
—Rachel te ha dicho algo,
¿verdad?
—No, ¿por qué lo preguntas?
—Porque ella cree que deberíamos
ser amigos. Te digo lo mismo que le dije antes de que se fuera: es imposible.
Notó que se le hacía un nudo en
la garganta. Tragó saliva con dificultad y preguntó:
—¿Por qué?
—Tenemos una bandera roja sobre
la cabeza y en cualquier momento alguien puede agitarla. Los profesores y las
alumnas no pueden ser amigos. Y aunque sólo fuéramos ____ y Tom compartiendo
una pizza, tampoco te convendría ser amiga mía. Soy un imán para el pecado, y
tú no. —Con una sonrisa triste, añadió—: Ya lo ves. Es imposible. «Los que
entráis aquí, abandonad toda esperanza.»
—Me gusta creer que nada es
imposible —susurró ella.
—Aristóteles dijo que la amistad
sólo es posible entre dos personas virtuosas. Así que la amistad entre nosotros
es imposible.
—Nadie es virtuoso del todo.
—Tú lo eres —afirmó Tom. Los ojos
le brillaban con lo que podría ser pasión o admiración.
—Rachel me dijo que estabas en la
lista vip de Lobby. —____ volvió a cambiar de tema rápidamente, sin mucho
tiempo para considerar la prudencia de sus actos.
—Así es.
—Me lo dijo como si fuera un
misterio. ¿Por qué?
Tom frunció el cejo.
—¿Por qué crees tú?
—No lo sé. Por eso te lo
pregunto.
Él la miró fijamente y bajó el
tono de voz.
—Voy regularmente, por eso tengo
tratamiento preferencial, aunque últimamente no he ido demasiado.
—¿Por qué vas allí? No te gusta
bailar. ¿Vas sólo para beber? —Miró a su alrededor. El Caffé era un lugar
sencillo pero confortable—. Podrías beber aquí. Se está más a gusto. Es gemütlich...
acogedor.
«Y no hay ni una puta Kaulitz adicta
a la vista.»
—No, señorita Mitchell. No suelo
ir a Lobby a beber.
—Entonces, ¿para qué vas?
—¿No es obvio? —Tom frunció el
cejo y negó con la cabeza—. Tal vez para alguien como tú no.
—¿Qué significa alguien como yo?
—Significa que no sabes lo que me
estás preguntando —le espetó él, enfadado—, o no me lo harías decir en voz
alta. ¿Quieres saber para qué voy allí? Te lo diré. Voy a buscar mujeres para
follar, señorita Mitchell. —La miraba furioso—. ¿Estás contenta?
____ inspiró hondo y contuvo el
aliento. Cuando no pudo aguantar más, lo soltó, negando con la cabeza.
—No —respondió en voz baja,
mirándose las manos—. ¿Por qué iba a estar contenta? En realidad me pone
enferma. No sabes cuánto.
Tom suspiró y se llevó las manos
a la nuca. No estaba enfadado con ella. Estaba furioso, pero consigo mismo. Se
sentía avergonzado. Una parte de él quería causarle repulsión
intencionadamente. Quería mostrarse desnudo ante ella sin ocultar nada. Que
viera cómo era en realidad, una criatura oscura y siniestra expuesta ante su
virtud. Entonces se alejaría de él.
Tal vez era eso lo que su
subconsciente estaba haciendo con aquellos ridículos exabruptos, nada
profesionales. En circunstancias normales nunca le habría hablado así a un
alumno y menos aún a una alumna, ni aunque fuera cierto. _____ estaba acabando
con él y ni siquiera sabía cómo lo estaba haciendo.
Tom la miró y ella vio
remordimiento en sus ojos.
—Lo siento. Sé que te repugno
—dijo él en voz baja—, pero créeme, no es una mala reacción. Debes sentir
repulsión hacia mí. Cada vez que estoy cerca de ti te estoy corrompiendo. No
puedo evitarlo.
—No siento que me estés
corrompiendo.
Tom la miró con tristeza.
—Sólo porque no sabes lo que eso
implica. No sabes reconocerlo. Cuando lo hagas ya será demasiado tarde. Adán y
Eva no se dieron cuenta de lo que habían perdido hasta que estuvieron fuera del
paraíso.
—Sé algo sobre el tema —murmuró
____— y no por haber leído a Milton.
En ese momento, Christopher les
llevó la cena, interrumpiendo la incómoda conversación. Tom se comportó como el
perfecto anfitrión, sirviéndole la ensalada y la pizza a ____ antes de servirse
él y asegurándose de que le tocaban más virutas de queso parmesano y más
picatostes que a él. Y no porque no le gustaran. Al contrario, le gustaban
mucho.
Mientras comían en silencio, ____
recordaba su primera cena juntos. En ese momento, empezó a sonar una canción
por los altavoces. Era una canción tan bonita que dejó los cubiertos sobre la
mesa y escuchó con atención.
Tom también la oyó y empezó a
cantar susurrando. La letra hablaba sobre el cielo y el infierno, la virtud y
el pecado.
____ se quedó atrapada en la
sobrecogedora relevancia de la letra. Pero Tom se detuvo en seco y volvió a
concentrarse en la pizza. Ella lo miró boquiabierta. No tenía ni idea de que
cantara tan bien. Oír aquellas palabras saliendo de su boca perfecta con su
sensual voz...
—Es una canción preciosa. ¿De
quién es?
—Se llama You and Me. Es
de Matthew Barber, un músico local. ¿Has oído la frase sobre la virtud y el
pecado? No cabe duda sobre cuál le corresponde a cada uno de nosotros.
—Es muy bonita pero triste.
—Siempre he tenido una gran
debilidad por las cosas bonitas pero tristes. —La miró atentamente antes de
apartar la vista—. Creo que deberíamos empezar a hablar sobre tu proyecto,
señorita Mitchell.
Su máscara profesional volvía a
estar firmemente colocada en su sitio. ____ respiró hondo y empezó a describir
su proyecto, nombrando a Paolo y a Francesca, a Dante y a Beatriz. Justo en ese
momento, sonó el teléfono de Tom.
El tono de llamada eran las
campanadas del Big Ben. Él alzó un dedo para indicarle que esperara un momento.
Al leer la pantalla de su iPhone, le cambió la expresión de la cara.
—Tengo que responder —dijo con
preocupación—. Lo siento.
Se levantó y respondió al teléfono en un mismo gesto.
—¿Paulina?
Se dirigió a la sala vecina, pero
____ oía lo que decía.
—¿Qué pasa? ¿Dónde estás?
—preguntó él, en voz cada vez más baja.
____ trató de seguir cenando,
pero no podía dejar de preguntarse quién sería Paulina. Nunca había oído ese
nombre hasta entonces. Tom había parecido muy preocupado al ver su nombre en la
pantalla del teléfono.
«¿M. P. Kaulitz? ¿Paulina Kaulitz?
¿Será su ex esposa? ¿O M. P. será un código para alguien y estará intentando
confundirme?»
Tom regresó a la mesa un cuarto
de hora más tarde y no se sentó. Estaba muy alterado, pálido y tembloroso.
—Tengo que irme. Lo siento. La
cena está pagada y le he pedido a Christopher que llame un taxi para que te
lleve a casa cuando hayas terminado.
—Puedo ir andando —replicó ella,
agachándose para recoger el maletín.
Él levantó una mano para
detenerla.
—De ninguna manera. No a estas
horas ni en este barrio. Toma —añadió, ofreciéndole un billete doblado—. Para
el taxi o por si quieres tomar algo más. Por favor, quédate y acábate la cena.
Y llévate lo que sobre a casa. ¿Lo harás?
—No puedo aceptar tu dinero —dijo
____, devolviéndole el billete.
Tom le dirigió una mirada
suplicante.
—Por favor, ____, ahora no —le
rogó, frotándose los ojos con una mano.
Ella se apiadó de él y no
insistió.
—Siento tener que dejarte así.
Yo...
Lo sentía. Sentía mucho... algo.
Estaba tremendamente angustiado, casi desencajado de ansiedad. Sin pensar,
_____ le tomó la mano en un gesto de compasión y solidaridad. Y se sorprendió
mucho al comprobar que él no hacía ninguna mueca, ni se soltaba bruscamente.
Al contrario. Le apretó los dedos
como dándole las gracias por el contacto. Abrió los ojos y la miró,
acariciándole el dorso de la mano con suavidad. Fue un gesto dulce y familiar,
como si lo hubiera hecho miles de veces. Como si ella le perteneciera. Se
acercó su mano a los labios y se quedó mirándola.
«Aquí permanece el olor a sangre; ni todos los perfumes de Arabia
harían más dulce esta mano», susurró, parafraseando a lady Macbeth. Tras
besársela reverentemente, se despidió:
—Buenas noches, ____. Nos veremos
el miércoles... si sigo aquí.
Ella asintió. Lo vio salir a la
calle y echar a correr en cuanto sus pies tocaron la acera. Al cabo de un rato,
se dio cuenta de que seguía llevando su precioso jersey de cachemira y que
dentro del billete, Tom había escondido la tarjeta del Starbucks junto con una
nota que decía:
J:
No creerías que iba a rendirme
tan fácilmente, ¿no?
No te avergüences de aceptar un
regalo si te lo ofrecen sin contrapartidas.
Y aquí no hay ninguna
contrapartida.
Tuyo,
Tom
HOLAA!! COMO ESTAN?? ESPERO QUE BIEN!! BUENO AQ1 ESTAN LOS CAPS ... ESPERO Y LES GUSTEN :))) NO TENGO NADA MAS QUE DECIR ASI QUE ..... JAJAJA NO SE .... ME DESPIDO. MAÑANA SI TENGO OPORTUNIDAD AGREGO NUEVO CAP PORQUE VOY MUY LENTO, IMAGINENSE, EN EL PRIMER LIBRO OSEA ESTE SON 34 O 38 CAP NO RECUERDO BIEN, EN EL SEGUNDO LIBRO SON 58 CAPITULOS Y EN EL TERCERO CREO Q 40 NO RECUERDO Y LA NETA SI VOY MUY ATRASADA .... ASI QUE ME VOY APURANDO ... SIN MAS QUE DECIR ME DESPIDO, QUE ESTEN BIEN ... NOS VEMOS MAÑANA
Oh wow !!!! esto se pone cada vez mas interesante !!!!! *-* el pobre Tom !!! muero por que se desahogue que deje esos temores y que recuere lo de aquella vez cuando se conocieron !!!! DIOSS !!! es TAN BUENA !!! y me alegra que vayas a adelantarla *-* es genial !!! me encantan tus actualizaciones *-* nos leemos pronto :DD !! bye y cuidate
ResponderEliminarSíguela me encanta tus fic eres la mejor :)
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