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martes, 4 de marzo de 2014

.- EL INFIERNO DE TOM .- 8 (PARTE 1,2 y 3)

CAP 8 (PARTE 1)

(Aquí termina el flash back) 

Rachel estaba sentada a la barra de la cocina de Tom, tomándose un café con leche y hojeando el Vogue, edición francesa. No era su lectura habitual. Su mesita de noche en Filadelfia estaba siempre llena de libros de política, relaciones públicas, economía y sociología, con la esperanza de que algún día sus superiores le pidieran su opinión en vez de pedirle que fotocopiara la opinión de alguna otra persona. Ahora que estaba de baja, tenía tiempo de leer otras cosas aparte de política municipal.
Esa mañana se encontraba mejor. Mucho mejor. La conversación con Aarón de la noche anterior había ido bien. Aunque seguía disgustado por la cancelación de la boda, no había dejado de repetirle que prefería mil veces tenerla a ella que una boda.
«No hace falta que nos casemos ahora mismo. Podemos aplazarlo hasta que hayas superado el duelo. Pero te quiero a mi lado, Rachel. Siempre te querré a mi lado. Como mi esposa, como mi amante... Aceptaré tus condiciones porque te amo. Vuelve conmigo.»
Sus palabras atravesaron la nebulosa de dolor y depresión que se había apoderado de la mente de ella y, de pronto, lo vio todo claro.
Había creído que huía de Scott, de su padre y del fantasma de su madre, pero tal vez también hubiese estado huyendo de Aarón. Al oírlo decir esas palabras se dio cuenta de que no podría abandonarlo nunca. No podría vivir lejos de él.
Su declaración había roto sus defensas y le había hecho darse cuenta de que realmente deseaba ser su esposa. Fue consciente de que no quería esperar mucho para que Aarón se convirtiera en su marido. La vida era demasiado corta para desperdiciarla siendo infeliz. Su madre así se lo había enseñado.
Tom entró en la cocina. Llevaba puestas las gafas. Tras besarla en la cabeza, le puso delante un fajo de billetes. Rachel se los quedó mirando con desconfianza. Tras comprobar de cuánto dinero se trataba, abrió mucho los ojos.
—¿Para qué es esto?
Él se sentó a su lado, aclarándose la garganta.
—¿No ibas a ir de compras con _________ Mitchell? 
Su hermana puso los ojos en blanco.
—Se llama ______, Tom. Y no. Está ocupada. Pasará todo el día haciendo un trabajo con un tipo llamado Paul. Y cuando acaben, irán a cenar.
«Follaángeles», pensó Tom. El insulto apareció en su mente sin pensar. Se tensó y gruñó para sus adentros.Rachel empujó el dinero en su dirección y siguió leyendo la revista. Él volvió a ponérselo delante.
—Quédatelo.
—¿Para qué?
—Cómprale algo a tu amiga. 
Su hermana entornó los ojos.
—¿Por qué? Es mucho dinero.
—Lo sé —murmuró.
—Aquí hay quinientos dólares. Sé que los dólares canadienses no valen tanto, pero igualmente es demasiado, Tom.
—¿Has estado en su apartamento?
—No. ¿Tú sí?
Él se revolvió incómodo en el taburete alto.
—Sólo un momento. Estaba lloviendo y la acompañé a su casa en coche. Y...
—¿Y...? —Rachel le pasó un brazo por el hombro y se le acercó con una sonrisa cómplice—. Cuenta, cuenta.
Tom se liberó de su brazo con un movimiento de hombros y la fulminó con la mirada.
—No hay nada que contar. Vi un momento su apartamento y es espantoso. Ni siquiera tiene cocina, ¡por el amor de Dios!
—¿No tiene cocina? ¿Qué demonios...?
—Es más pobre que un ratón de iglesia. Por no hablar de esa espantosa mochila que lleva a todas partes. Gástate todo el dinero en comprarle una cartera decente si hace falta, pero haz algo, porque si vuelvo a ver esa bolsa, te juro que le prendo fuego.
Se pasó las manos por el pelo varias veces y luego las dejó allí mientras permanecía encorvado sobre la barra. Con el poder de percepción que sólo tiene una hermana, Rachel se lo quedó mirando. Tom aparentaba ser el jugador de póquer perfecto. Era impasible, frío, cerebral... No un poco frío, como la brisa o como el agua de un arroyo en otoño, sino muy frío. Frío como el contacto de una roca en la piel al anochecer.
Rachel pensaba que la frialdad era su peor defecto, esa capacidad tan suya de decir y hacer cosas sin preocuparse por los sentimientos de los demás, y en los demás incluía a su familia.
Pero a pesar de sus defectos, Tom era su hermano favorito. Y, como la pequeña de la familia, diez años menor que él, Rachel era la favorita de Tom. Nunca había discutido con ella de la misma forma que con Scott o con su padre. Siempre la había protegido. A su manera, la quería. Nunca le haría daño de manera intencionada. Sin embargo, le había hecho daño varias veces al ver cómo se lo hacía a los demás. Y, especialmente, cómo se hacía daño a sí mismo.
Sabía que, si se fijaba bien, Tom no era tan buen jugador de póquer. Había demasiados detalles que delataban cuándo estaba sufriendo. Cuando estaba a punto de perder los nervios, cerraba los ojos; cuando se sentía frustrado se frotaba la cara, y recorría la habitación de un lado a otro cuando estaba preocupado o asustado. Al ver que empezaba a caminar por la estancia, Rachel se preguntó de qué tendría miedo.
—¿Por qué te preocupas tanto por ella? Cuando cenó aquí no estuviste demasiado simpático. Ni siquiera la llamabas______.
—Es mi alumna. Tengo que mantener una actitud profesional.
—¿Profesionalmente mezquina?
Él se detuvo y la fulminó con la mirada.
—Vale, vale. Me quedaré el dinero y le compraré una cartera. Aunque preferiría comprarle zapatos.
Tom volvió a sentarse en el taburete.
—¿Zapatos?
—Sí. ¿Y qué te parece si le compro también algo de ropa? Le gustan las cosas bonitas, pero no puede permitírselas. Y es guapa, ¿no crees?
El miembro de él se movió inquieto bajo sus pantalones de lana gris. Cruzó las piernas para disimular.
—Gástate el dinero en lo que quieras. Lo único que pido es no volver a ver esa mochila.
—¡Bien! Le compraré algo fabuloso... aunque probablemente necesite más dinero. Y luego tendremos que llevarla a algún sitio para que luzca el nuevo modelito. —Rachel miró a su hermano mayor y parpadeó.
Sin molestarse en discutir ni en negociar, Tom sacó una tarjeta de visita de la cartera, cogió su estilográfica Montblanc y desenrolló el capuchón.
—¿La gente normal aún usa esas cosas o sólo los medievalistas? —Preguntó ella, inclinándose hacia él con curiosidad—. Me extraña que no uses una pluma de ave.
Tom frunció el cejo.
—Es una Meisterstück 149 —respondió, como si eso lo aclarara todo.
Rachel puso los ojos en blanco mientras su hermano usaba la reluciente plumilla de oro de dieciocho quilates para escribir una nota en el dorso de su tarjeta con una caligrafía segura pero anticuada. Decir que Tom era pretencioso era quedarse corto.
—Aquí tienes —dijo él, deslizando la tarjeta sobre la encimera de la barra—. Tengo cuenta en Holt Renfrew. Enséñale esto al conserje y él te llevará hasta Hilary, mi personal shopper. Ella se encargará de que lo carguen todo en mi cuenta. Pero no te vuelvas loca, Rachel. Ah, y quédate con el dinero en efectivo. Considéralo un regalo de cumpleaños con seis meses de adelanto.
Ella se inclinó y le dio un beso en la mejilla.
—Gracias. ¿Qué es Holt Renfrew?
—La versión canadiense de Saks Fifth Avenue. Tienen de todo. No te olvides, lo importante es sustituir la vieja mochila. Lo demás son... detalles insustanciales. —Su voz sonaba de pronto malhumorada.
—De acuerdo, pero ¿me podrías explicar por qué te altera tanto una mochila L. L. Bean? Todos los estudiantes tienen una. Yo misma tenía una, hasta que maduré y descubrí Longchamp.
—No lo sé —reconoció Tom, quitándose las gafas y frotándose los ojos.
—Hum. ¿Añado ropa interior a la lista? ¿Te gusta... de gustarte? —preguntó Rachel con una sonrisita irritante.
Su hermano resopló.
—¿Cuántos años tenemos, Rachel? Es mi alumna, ¿lo has olvidado? Esto no tiene nada que ver con romanticismo. Tiene que ver con penitencia.
—¿Penitencia?
—Penitencia por los pecados. Mis pecados.
Esta vez fue Rachel la que resopló.
—Realmente te has quedado anclado en la Edad Media. ¿Se puede saber qué pecado has cometido contra ______? ¿Aparte de comportarte como un idiota? Si ni siquiera la conoces...
Él volvió a ponerse las gafas y se removió incómodo en el asiento. Su miembro no paraba de dar brincos sólo de pensar en la señorita Mitchell y pecado en la misma frase. Los dos juntos en la misma habitación. Sin ropa. Quizá ella sólo con unos zapatos de tacón... que él por fin podría tocar...
—¿Tom? Estoy esperando.
—No tengo que confesarte mis pecados, Rachel. Sólo tengo que expiarlos —respondió, arrebatándole la revista de las manos.
—¿Hablas francés? ¿Y te interesa la moda femenina? —preguntó su hermana apretando los dientes.
Tom miró la revista abierta y vio la foto de una modelo muy pintada y despatarrada, cubierta con un biquini très petite. Los ojos se le abrieron. Rachel se cruzó de brazos y lo miró enfadada.
—A mí no me hables en ese tono. No soy una de tus alumnas y no pienso aguantar tus tonterías.
Suspirando, él volvió a quitarse las gafas para frotarse los ojos.
—Lo siento —murmuró, devolviéndole la revista, no sin antes echarle otro vistazo a la modelo, por interés puramente académico, bien sûr.
—¿Por qué estás tan tenso? ¿Problemas de mujeres? ¿Estás saliendo con alguien ahora mismo? ¿Cuándo saliste con una mujer por última vez? Y, por cierto, ¿qué significan esas fotos en tu...?
—No pienso hablar de estas cosas contigo —la interrumpió Tom—. Yo no te pregunto a quién te estás tirando.
Rachel se mordió la lengua y respiró hondo.
—Voy a pasar por alto ese comentario, a pesar de que ha sido de muy mal gusto. Cuando estés de rodillas haciendo penitencia, no te olvides de añadir el pecado de envidia a los demás. Sabes que nunca he estado con nadie más que con Aarón y también sabes que lo que hay entre nosotros es mucho más que tirarse a alguien. ¿Qué demonios te pasa?
Él murmuró una disculpa, pero no levantó la mirada. Aunque sabía que su comentario había estado fuera de lugar, había logrado su objetivo, que era que se olvidara de las preguntas que le había hecho. Así que, en realidad, no se arrepentía. Su hermana jugueteó con la tarjeta de visita mientras se calmaba.
—Si no te gusta _______, entonces es que sientes lástima por ella. ¿Por qué? ¿Porque es pobre?
—No lo sé —respondió él, suspirando y negando con la cabeza.
—______ suele despertar el instinto protector de la gente. Tiene ese aspecto frágil, como de oveja perdida. Pero no te equivoques. Es una mujer fuerte. Sobrevivió a una madre alcohólica y a un novio que...
Tom se volvió hacia ella con interés.
—¿Un novio que...?
—Me dijiste que no querías saber nada de su vida privada. Es una lástima. Si no tuvierais una relación profesional, creo que te gustaría. Creo que incluso podríais ser buenos amigos.
Sonrió mirando a su hermano para ver cómo reaccionaba, pero él volvió a bajar la vista y se frotó la barbilla, absorto en sus pensamientos.
—¿Quieres que le diga que la cartera y los zapatos son un regalo tuyo? —preguntó Rachel, tamborileando con los dedos sobre la encimera.
—¡Por supuesto que no! Podrían despedirme sólo por eso. Alguien sacaría conclusiones equivocadas y me llevarían ante un tribunal académico.
—Pensaba que los profesores adjuntos teníais plaza fija.
—Eso no importa —murmuró él.
—A ver si lo he entendido. Quieres gastarte un montón de dinero en ______, pero no quieres que ella se entere de que eres tú quien paga. Esto es un poco como Cyrano de Bergerac, ¿no crees? Ya veo que el francés te resulta más familiar de lo que pensaba.
Tom se levantó sin decir nada y se dirigió hacia la enorme cafetera exprés que tenía en otra de las encimeras. Se concentró en el proceso algo laborioso de preparar un café perfecto y aprovechó para darle la espalda a su irritante hermana. Rachel suspiró.
—De acuerdo, quieres hacer algo por _______. Tú prefieres llamarlo penitencia, aunque tal vez sea simple amabilidad. Bueno, simple no. Es doble amabilidad, porque no quieres que sepa de dónde sale el dinero para que no se sienta avergonzada o en deuda contigo. Estoy impresionada. Bastante.
—Quiero que sus pétalos vuelvan a abrirse —susurró Tom.
O eso le pareció oír a Rachel, aunque lo descartó en seguida. No tenía sentido.
—¿No crees que deberías tratarla como a una persona adulta y decirle de dónde han salido los regalos? ¿Dejar que sea ella quien decida si quiere aceptarlos o no?
—Si supiera de dónde salen no los aceptaría. Me odia. 
Su hermana se echó a reír.
—_____no es del tipo de personas que odian a los demás. Es demasiado indulgente. Si de verdad te odia, probablemente te lo mereces. Pero tienes razón. No acepta caridad. Sólo en ocasiones muy especiales me deja que le compre algo.
—Dile que son regalos de Navidad atrasados. O que son de parte de Grace.
Ambos hermanos intercambiaron una elocuente mirada.
—De la única persona que _____ aceptaba caridad era de mamá —dijo Rachel con los ojos llenos de lágrimas—. Era como una madre para ella.
Tom se le acercó rápidamente y la abrazó para consolarla. En el fondo, sabía que al intentar convencer a su hermana de que le comprara cosas bonitas a ______ estaba buscando indulgencia. Comprando una bula para un pecado que aún no había cometido. Nunca le había pasado nada parecido con ninguna otra mujer. Pero no quería pensar en ello, no serviría de nada. Sabía que vivía en el Infierno y lo aceptaba. No solía quejarse, pero para ser sincero, tenía que admitir que deseaba escapar de allí desesperadamente. Por desgracia, no tenía a un Virgilio ni a una Beatriz que fueran a buscarlo. Sus oraciones no recibían respuesta y sus intentos de reformarse siempre se veían frustrados por una cosa u otra. Casi siempre por alguna rubia de pelo largo, con zapatos de tacón, que le arañaba la espalda mientras gritaba su nombre una y otra vez. Y otra. Y otra.
En su actual estado de ánimo, la mejor manera que se le ocurría de gastarse el dinero manchado de sangre de su padre en un ángel de ojos castaños. Un ángel que no se podía permitir un apartamento con cocina y cuyos pétalos se abrirían un poco si su mejor amiga le regalaba un vestido bonito y unos zapatos nuevos.
Tom quería hacer mucho más que comprarle una cartera, pero nunca admitiría que lo que deseaba en realidad era verla sonreír.


Mientras los hermanos discutían sobre penitencia, perdón y ridículas abominaciones que hacían las veces de mochila, Paul esperaba a ______ en la entrada de la biblioteca Robarts, la más grande del campus de la Universidad de Toronto. Aunque _____sólo lo sospechaba, durante el corto tiempo que había pasado desde que se conocieron, Paul le había cogido mucho cariño a su compañera de clase.
Era muy sociable y tenía muchos amigos, gran parte de los cuales eran mujeres. Había salido con un montón de chicas, tanto centradas como con problemas. Ahora, su última relación había llegado a su fin.
Allison quería quedarse en Vermont y trabajar como maestra de escuela. Paul quería trasladarse a Toronto y seguir sus estudios para llegar a ser profesor universitario. Tras dos años de relación a distancia, se habían rendido a la evidencia: su relación no iba a ninguna parte. Sin embargo, su ruptura no había sido traumática. Nadie había salido derrapando de ningún aparcamiento ni se habían quemado fotos. Seguían siendo amigos y Paul se sentía muy orgulloso de haber podido mantener esa amistad.

CAP 8 (PARTE 2)

Pero ahora que había conocido a Conejito, le parecía que una relación con alguien con quien compartía intereses y objetivos profesionales podía ser muy interesante y enriquecedora.
Paul era un chico clásico, de la vieja escuela. Creía en la importancia de cortejar a una mujer y le gustaba tomarse su tiempo para ello. Por eso estaba encantado de ir paso a paso con la preciosa y tímid
a Conejito hasta conocerla mejor. Sólo cuando estuviera seguro de lo que ella sentía, le expresaría sus sentimientos.
Había decidido que lo mejor sería pasar mucho tiempo a su lado, tratarla bien y prestarle mucha atención. Así, si algún otro tipo aparecía y trataba de comerle terreno, él se enteraría en seguida y podría decirle que apartara las zarpas de su Conejito.
_______ lamentó no ir de compras con Rachel, pero le había prometido a Paul que pasaría el día con él en la biblioteca. Tenía que empezar a preparar su proyecto, ahora que el profesor Kaulitz había aceptado dirigirlo. Estaba muy motivada. Quería sorprenderlo tanto en las clases como con la propuesta, aunque sabía que ni una cosa ni la otra iban a ser fáciles.
—Hola —la saludó Paul alegremente, quitándole la mochila de la espalda y cargándosela al hombro como si no pesara nada.
______le sonrió, agradeciendo que la liberara del peso durante un rato.
—Gracias por aceptar ser mi guía. La última vez que vine por aquí me perdí. Acabé en una oscura sección de la cuarta planta, donde no había más que mapas —recordó ella, estremeciéndose.
Él se echó a reír.
—Es una biblioteca enorme. Te enseñaré la colección Dante de la novena planta y luego te llevaré a mi despacho.
Le sostuvo la puerta abierta para que pasara y ______ entró en el edificio sintiéndose como una princesa. Paul tenía unos modales exquisitos y no los usaba como una arma. Reflexionó sobre la actitud de algunas personas —que no hacía falta nombrar—, que usaban los modales para intimidar y controlar, mientras que otras —como Paul— los usaban para hacer que su acompañante se sintiera especial. Muy especial.
—¿Tienes un despacho aquí? —preguntó _____, mientras los dos le enseñaban el carnet de estudiante al guarda de seguridad sentado junto a los ascensores.
—Algo así —respondió él, aguantando la puerta del ascensor hasta que ______entró—. Tengo una pequeña zona de estudio junto a la sección dedicada a Dante.
—¿Puedo solicitar una para mí?
Él hizo una mueca.
—Están más buscadas que el oro. Es casi imposible conseguir una, sobre todo si estás en un curso de doctorado.
Al ver la expresión de incredulidad de ella, se apresuró a añadir:
—Personalmente, pienso que estos cursos tienen el mismo valor que los seminarios, pero no hay despachos para todo el mundo. El mío tampoco es mío; es de Kaulitz.
Si ______ no se hubiera vuelto en ese momento para apretar el botón del ascensor, Paul habría notado que dejaba de respirar un instante y palidecía.
Al llegar a la novena planta, la guio por la colección Dante con paciencia, mostrándole tanto las fuentes primarias como las secundarias. Le gustó verla acariciar los lomos de los libros con delicadeza, como si estuviera saludando a viejos amigos.
—_______, ¿te importa si te hago una pregunta personal?
Ella permaneció muy quieta, con la mano sobre un volumen tamaño cuartilla con la cubierta de cuero hecha jirones. Aspiró su aroma profundamente para calmarse y asintió.
—Kaulitz me pidió que recogiera tu expediente de la señora Jenkins y...
Ella lo miró con los ojos muy abiertos.
«Oh, no», pensó.
Paul levantó las manos para calmarla.
—No lo leí, no te preocupes —dijo sonriendo—, aunque no hay nada demasiado personal en esos expedientes. Al parecer, Kaulitz quería coger algo. Pero lo que me extrañó fue lo que hizo luego.
_____ alzó las cejas.
—Telefoneó a Greg Matthews, catedrático del Departamento de Lenguas Románicas y de Literatura en Harvard.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó ella, parpadeando lentamente.
—Fui a llevarle unas fotocopias y lo oí hablar con él. La conversación iba sobre ti.
—¿Y por qué iba a hacer algo así?
—Eso precisamente quería comentarte. Le preguntó por qué no tenían becas lo suficientemente generosas para sus alumnos de doctorado. Kaulitz es un alumnus de ese departamento, una especie de mecenas. Matthews ocupaba la cátedra cuando él se doctoró.
«Mierda. Estaba comprobando si era cierto que había obtenido una plaza en Harvard. No se lo creía. ¡Qué típico!» Cerró los ojos y se apoyó en el estante más cercano.
—No sé qué respondió Matthews, pero oí a Kaulitz.
Ella mantuvo los ojos cerrados esperando a que Paul remachara el clavo. Sólo esperaba que lo hiciera rápido y, a ser posible, que no se lo clavara en el pie.
—No sabía que hubieses conseguido plaza en Harvard, ______. Es impresionante. Kaulitz le pidió que le confirmara si habías sido admitida y luego le preguntó en qué posición habías quedado.
—Por supuesto —murmuró ella—. Vengo de una ciudad pequeña en Pensilvania. Fui a una universidad jesuita con unos siete mil alumnos. ¿Cómo iba a entrar a Harvard?
Paul frunció el cejo. «Pobre Conejito. Ese cabrón le tiene la moral comida. Debería darle una patada en el culo y luego volver a trabajar para él como si no hubiera pasado nada...»
—¿Qué tienen de malo las universidades católicas? Yo me licencié en la Universidad de Saint Michael, en Vermont, y mi educación no tiene nada que envidiar a la de otros. Tenían a un especialista en Dante en el Departamento de Lengua y a un especialista en Florencia en el Departamento de Historia.
______ asintió como si le estuviera prestando atención.
—Escúchame, aún no he acabado. El caso es que Matthews trató de convencerlo de que te envíe a Harvard para hacer el doctorado cuando acabes el curso. Dijo que estabas entre los alumnos con mejor nota y, considerando la fuente, es muy buena noticia. Piensa que yo también me presenté y me rechazaron —reconoció Paul, sonriendo sin ganas, no sabiendo cómo reaccionaría ella cuando se enterara—. Así que, si no es demasiado personal, ¿por qué no fuiste a Harvard?
—No quería venir aquí —susurró ______como si se sintiera culpable—. Sabía que me lo encontraría. Pero no me quedó otro remedio. En Saint Joseph me endeudé mucho con préstamos de estudiante. Debo varios miles de dólares y no podía seguir endeudándome para ir a Harvard. Así que decidí hacer el curso aquí y volver a solicitar una beca más generosa para el curso que viene. Si me la conceden, podré ir sin tener que pedir más dinero.
Paul asintió con la cabeza. Mientras ______volvía a concentrarse en examinar los libros que tenía delante, él la observó. Al parecer, no se había dado cuenta de lo que acababa de confesar. Lo que había dicho sin darse cuenta era mucho más revelador que la razón por la que supuestamente no había ido a Harvard.
Mientras _____abría y cerraba los polvorientos volúmenes, con los ojos muy abiertos y una sonrisa en sus deliciosos labios, Paul se dio cuenta de que el apodo que le había puesto era mucho más adecuado de lo que pensaba en un principio. _____era como un conejo asustado en medio de un prado o una carretera, pero también le recordó mucho a El conejo de terciopelo.
Paul no lo reconocería nunca y si alguien se lo preguntara, mentiría mirando a los ojos del interlocutor y juraría que no sabía de qué le estaban hablando, pero ése era uno de los cuentos favoritos de Allison. Al principio de su relación, ella le había pedido que lo leyera para poder entenderla mejor. Y Paul, el granjero de Vermont de más de noventa kilos de peso, se había leído el maldito libro a escondidas porque la amaba. Y, aunque nunca lo reconocería, le había encantado.
Al mirar a Conejito, tuvo la sensación de que estaba esperando desesperadamente convertirse en un ser real. Y también que alguien la amara. Pero la larga espera se había cobrado su precio. No en su aspecto físico, que era muy atractivo —aunque para el gusto de Paul estaba demasiado pálida y delgada, algo que una buena ración de productos de Vermont solucionaría rápidamente—, sino en su alma, que era bonita pero triste.
Él nunca se había parado a pensar en el tema del alma hasta que había conocido a Conejito. Pero ahora que la conocía, era un creyente fervoroso. Esperaba que algún día consiguiera lo que deseaba; que alguien la amara para que dejara de ser un conejito asustado y se convirtiera en otra cosa. En alguien más valiente. Y más feliz.
Pensando que ya había dejado volar demasiado la imaginación con libros infantiles, sonrió, decidido a distraerla de sus problemas. La guió hasta una puerta y le mostró la placa de latón donde, en elegante letra cursiva, había escrito: Profesor Tom J. Kaulitz, Departamento de Estudios Italianos.
_____ se fijó en que ninguna de las otras puertas tenía placa. Y se fijó también en que Paul había puesto una tarjeta suya debajo de la placa. Se imaginó a El Profesor viéndola y arrancándola malhumorado. Al leer el nombre completo de su amigo, vio que su segundo nombre empezaba por V: Paul V. Norris, MA.
—¿Qué significa la V? —le preguntó, señalando el improvisado cartel.
—No me gusta mi segundo nombre —respondió él, incómodo.
—A mí tampoco me gusta el mío. Si no quieres decírmelo, lo entenderé —contestó ella, sonriendo, antes de volverse hacia la puerta cerrada.
—Te reirás.
—Lo dudo. Mi apellido es Mitchell. No me siento particularmente orgullosa de él.
—Pues a mí me gusta.
______ se ruborizó, pero no demasiado. Paul suspiró.
—¿Me prometes que no se lo dirás a nadie?
—Por supuesto. Y yo te diré el mío: es Helena.
—Es un nombre precioso. —Paul cerró los ojos e inspiró hondo. Luego esperó. Cuando no pudo más y los pulmones le estaban pidiendo a gritos oxígeno, soltó el aire rápidamente, diciendo—: Virgilio.
—¿Virgilio? —repitió _______, mirándolo con incredulidad.
—Sí. —Paul abrió los ojos, temiendo que ella empezara a reírse.
—¿Estás estudiando para ser especialista en Dante y tu segundo nombre es Virgilio? ¿Me tomas el pelo?
—Es un nombre común en mi familia. Mi bisabuelo se llamaba así y te aseguro que nunca leyó a Dante. Era granjero en Essex, Vermont.
_______ le dedicó una sonrisa maravillada.
—Pues me parece un nombre precioso. Es un gran honor llevar el nombre de un noble poeta.
—Sí, igual que es un gran honor llevar el nombre de Helena de Troya, ______ Helena. Me parece muy adecuado para ti —añadió, mirándola con dulzura y admiración.
Ella apartó la vista, avergonzada. Paul carraspeó para aligerar la tensión que se había creado.
—Kaulitz nunca usa este despacho; sólo viene de vez en cuando a dejarme cosas. Pero es suyo, él paga la factura.
—¿Son de pago?
Él asintió con la cabeza y abrió la puerta.
—Sí, pero lo valen. Tienen calefacción, aire acondicionado y acceso a Internet. Además, se pueden cerrar con llave, por lo que son muy prácticos para dejar libros que estás usando sin tener que devolverlos cada día. Cualquier material que necesites, incluso si es material de referencia, del que no se puede sacar de la biblioteca, puedes guardarlo aquí cuando quieras.
_____ miró el cuarto pequeño pero cómodo como si fuera la tierra prometida. Abrió mucho los ojos al ver el espacio de trabajo con la mesa empotrada, las cómodas sillas y estanterías que iban desde el suelo hasta el techo. A través de una ventanita, se veía parte de la ciudad y la torre CN. Se preguntó cuánto costaría vivir allí. Sería mucho mejor que su agujero de hobbit, no apto ni para un perro.
—De hecho —siguió diciendo Paul mientras retiraba unos papeles—, puedes usar este estante. Y te dejaré mi llave de repuesto.
Cogió la llave y escribió un número en un trozo de papel.
—Éste es el número del despacho, por si te cuesta encontrarlo al principio. Y ésta es la llave.
_____ se lo quedó mirando con la boca abierta.
—No puedo aceptarla —reconoció finalmente—. Me odia. No le gustará verme por aquí.
—Que se joda.
Esta vez fueron los ojos de ella los que se abrieron sorprendidos.
—Perdón —dijo Paul—. Normalmente no digo tacos. Bueno, al menos, no tantos ni delante de las chicas, quiero decir, de las mujeres.
______ asintió, aunque no había sido su lenguaje lo que la había sorprendido.
—Kaulitz no viene casi nunca por este despacho. Puedes dejar tus cosas tranquilamente; pensará que son mías. Si no quieres encontrártelo, no hace falta que trabajes aquí. Pásate de vez en cuando, yo suelo venir a menudo. Si te ve, supondrá que estamos trabajando juntos. O algo así.
Sonrió con timidez. Le estaba dando la clave de lo que buscaba en su relación con ella. Quería que se vieran con frecuencia. Quería ver sus cosas en su estante. Quería estudiar y trabajar a su lado... Pero _____no quería que le diera claves ni llaves.
—Por favor —insistió él, cogiéndole la mano y abriéndole los dedos con delicadeza.
Al notar que dudaba, le acarició el dorso de la mano con el pulgar para tranquilizarla. Tras ponerle la llave y la nota en la mano, volvió a cerrarle los dedos con cuidado de no hacerle daño. Sabía que Kaulitz ya se había encargado de eso.
—«Lo real no es algo que te venga dado. Es algo que te pasa. Y ahora mismo, necesitas que te pasen cosas buenas.»
______ se sobresaltó al oírlo. Paul no podía saber lo ciertas que eran sus palabras.
«¿Está citando un cuento infantil? Imposible.»
Al levantar la cara hacia él, vio que sus ojos eran cálidos y amables. No había en ellos nada grosero ni calculador. Nada turbio ni agresivo. Tal vez sencillamente le gustaba. O sentía lástima por ella.
Fueran cuales fuesen sus auténticas motivaciones, en ese momento _____ decidió creer que el universo no era un lugar completamente oscuro y decepcionante; que siempre quedaban rincones luminosos con vestigios de bondad y de virtud, y aceptó la llave con la cabeza baja.
—No llores, Conejito. —Paul alargó una mano para recoger una lágrima que aún no había caído, pero lo pensó mejor y dejó caer el brazo a un lado.
______ se volvió, avergonzada por la intensidad de las emociones que le estaban provocando cosas tan inocentes como una llave o un cuento infantil. Al mirar a su alrededor buscando desesperadamente algo con lo que distraerse, vio un CD en un estante y lo cogió: era el
Réquiem de Mozart.
—¿Te gusta Mozart? —preguntó, volviendo la caja para leer el dorso.
Paul apartó la vista.
Sorprendida, ella alargó el brazo para devolverlo a su sitio, pensando que lo había molestado al tocar sus objetos personales.
—No, no pasa nada, puedes mirarlo si quieres. Pero no es mío, es de Kaulitz.
Una vez más, _______ sintió un escalofrío y notó que le daba vueltas la cabeza. Al darse cuenta de su reacción, Paul empezó a hablar muy de prisa.
—No se lo digas a nadie. Se lo robé. 
Ella levantó las cejas.
—Lo sé, es horrible. Pero es que ponía el mismo tema una y otra y otra vez en su despacho mientras yo catalogaba su biblioteca personal. «Lacrimosa, Lacrimosa», jodida «Lacrimosa». ¡No podía más! Es deprimente. Así que robé el CD y lo traje aquí. Problema resuelto.
_____ cerró los ojos y se echó a reír con ganas. Paul sonrió aliviado ante su reacción.
—Pues no lo has escondido demasiado bien. Yo lo he encontrado en treinta segundos —dijo ella, ofreciéndoselo.
Él le colocó el pelo detrás de los hombros para verle la cara sin obstáculos.
—¿Por qué no lo guardas tú en tu casa? —propuso.
_______ se puso tensa y dio un paso atrás.
Paul la vio agachar la cabeza y morderse el labio inferior y se preguntó qué había hecho mal. ¿No debería haberla tocado? ¿Estaba preocupada por si Kaulitz encontraba el CD en su casa?
—¿______? Lo siento —se disculpó en voz baja, sin hacer ningún movimiento—. ¿Qué he hecho mal?

CAP 8 (PARTE 3)


—No, no, nada —lo tranquilizó ella, mirándolo nerviosa y dejando el CD en su sitio—. Me encanta el Réquiem de Mozart y «Lacrimosa» es mi parte favorita. No sabía que a él también le gustaba. Me ha... sorprendido.
—Tómalo prestado. —Paul se lo volvió a dar—. Si Kaulitz pregunta, le diré que lo tengo en mi casa. Llévatelo el fin de semana, lo cargas en el iPod y lo devuelves el lunes.
______ se quedó mirando el CD.
—No sé...
—Hace una semana que lo tengo y no ha preguntado por él. Tal vez esté de mejor humor. Empezó a escucharlo cuando regresó de Filadelfia. No sé por qué.
Impulsivamente, ella se lo guardó en su maltrecha mochila.
—Gracias.
—Por ti lo que sea, _______—replicó él, sonriendo.
Habría querido darle la mano. O, al menos, apretársela durante un instante, pero era asustadiza, así que se reprimió y se mantuvo a distancia mientras volvían al pasillo y le seguía enseñando la biblioteca.
—El Festival de Cine de Toronto es este fin de semana. Tengo una entrada doble para ver varias películas el sábado. ¿Te gustaría acompañarme? —le propuso, tratando de no parecer nervioso mientras se acercaban a los ascensores.
—¿Qué películas?
—Una es francesa y la otra alemana. Yo prefiero el cine europeo —reconoció con una tímida sonrisa—, aunque podría cambiarlas por otras entradas para ver algo más local...
_____negó con la cabeza.
—A mí también me gustan las películas europeas. Siempre y cuando estén subtituladas. Tengo escasas nociones de francés y en alemán sólo conozco palabrotas.
Paul apretó el botón de la planta baja y se volvió para mirarla con curiosidad.
—¿Sabes palabrotas en alemán? —le preguntó con una sonrisa traviesa—. ¿Cómo es eso?
—En la universidad, vivía en la residencia internacional y una de las estudiantes de intercambio era de Frankfurt. Siempre estaba diciendo palabrotas. Al final de aquel curso, todas las alumnas decíamos palabrotas en alemán. Cosas de las residencias de estudiantes, ya sabes —dijo, ruborizándose un poco y arrastrando un pie calzado con una zapatilla deportiva de un lado a otro.
Paul era un alumno de doctorado, así que lo más seguro era que hubiera estudiado francés y alemán. Probablemente se burlaría de su falta de conocimientos, como había hecho Christa en el primer seminario. Esperó en tensión un comentario burlón, pero no llegó.
El chico sonrió mientras le aguantaba la puerta del ascensor para que saliera.
—Mi alemán es espantoso. Tal vez podrías enseñarme unas cuantas palabrotas. Sería una gran mejora.
Ella le devolvió la sonrisa, esta vez más relajada.
—¿Por qué no? Me encantará acompañarte al cine el sábado. Gracias por invitarme.
—De nada.
Paul estaba muy contento. La encantadora ______ lo acompañaría al festival de cine y después irían a cenar. Todavía no la había llevado nunca a su restaurante hindú favorito. Aunque también podrían ir esa misma noche y después del cine a un restaurante chino. Luego la llevaría a Greg’s para que probara el helado casero. Y una vez allí, la invitaría a acompañarlo a la Galería de Arte de Ontario el siguiente fin de semana, para ver la remodelación que había hecho Frank Gehry.
Mientras seguían la visita, Paul se recordó que debía ser paciente. Muy paciente. Y muy cauteloso cada vez que alargara la mano para ofrecerle una zanahoria o para acariciarle el suave pelaje. Si no, el Conejito se asustaría y no tendría la oportunidad de ayudarlo a convertirse en un ser real.


A la mañana siguiente, _______estaba sentada en su estrecha cama, trabajando en su propuesta de proyecto con su viejo ordenador portátil y escuchando a Mozart. Los gustos musicales del profesor Kaulitz la sorprendían bastante. ¿Cómo le podía gustar aquella música a alguien que escuchaba a los Nine Inch Nails? ¿Habría escuchado el Réquiem sólo como homenaje a Grace? ¿O tendría alguna otra razón para torturarse con la misma pieza deprimente una y otra vez?
Cerró los ojos y se concentró en las palabras de «Lacrimosa», cantada a todo pulmón por el coro, en latín:

Día de llanto,
en el que de las cenizas resurgirá el culpable para ser juzgado.
Ten piedad, oh, Dios, de ese hombre.
Ten piedad, Oh, Señor, de él.
Señor Jesús, tú que tienes piedad de todos,
Otórgale el descanso eterno. Compasivo Señor Jesús, otórgale el descanso.
Amén.

«¿Qué problema tiene Tom que necesita escucharlo una y otra vez? ¿Y yo? ¿Por qué me siento más cerca de él oyendo esta música? Lo único que he hecho ha sido sustituir su foto por este CD. Estoy enferma. Menos mal que, al menos, no duermo con el CD debajo de la almohada.»
______ sacudió la cabeza y trató de concentrarse en el proyecto. Para librarse de la melancolía de la pieza, pensó en Paul y en las actividades del día anterior.
Se había mostrado muy servicial. Aparte de darle una llave del despacho de El Profesor, le había ofrecido consejos sobre cómo estructurar el proyecto. Y la había hecho reír más de una vez. Hacía tiempo que no se reía tanto. Era todo un caballero. Le abría las puertas y llevaba su fea y pesada mochila. Era tan amable y educado que era imposible que no le gustara. Resultaba agradable estar con alguien guapo y dulce al mismo tiempo. Era una combinación que se encontraba con poca frecuencia y que muchas veces no era valorada. Le estaba muy agradecida por sus consejos. ¿Quién mejor que Virgilio, que había guiado a Dante en el Infierno, para guiarla a ella en su proyecto?
Quería que su propuesta impresionara al profesor Kaulitz; que se diera cuenta de que era una estudiante capaz, inteligente. Aunque sabía que probablemente él estaría en desacuerdo con ambos calificativos, sin importarle la opinión del catedrático Matthews de Harvard. Y mentiría si dijera que no estaba tratando de manera subliminal de que Kaulitz se acordara de ella.
Se preguntó qué sería peor, ¿qué Tom la hubiera olvidado o que se hubiera convertido en el profesor Kaulitz? La segunda opción la ponía enferma, así que la descartó rápidamente. Era preferible que la hubiera olvidado pero siguiera siendo el hombre dulce y tierno que la había besado en el viejo huerto de los manzanos, a que la recordara convertido en el profesor Kaulitz, con todos los vicios y defectos de éste.
El proyecto de tesis de _______ era sencillo. Pretendía comparar el amor cortesano propio de la casta relación entre Dante y Beatriz y la lujuria apasionada de los adúlteros Paolo y Francesca, los dos personajes que Dante sitúa en el círculo de la lujuria en el Infierno. ______quería abordar las virtudes y defectos de la castidad, un tema por el que sentía un gran interés, y compararla con el erotismo subliminal de La Divina Comedia.
Mientras trabajaba en su propuesta, se encontró con que la vista se le dirigía alternativamente al cuadro de Holiday y a una postal que mostraba la escultura de Rodin El beso. Rodin había esculpido a Paolo y Francesca de tal manera que sus labios no llegaban a tocarse, pero la escultura era sensual y erótica. ______no había comprado una réplica de la escultura porque la excitaba demasiado. Y, al mismo tiempo, le rompía el corazón.
Se había conformado con una postal pegada a la pared con cinta adhesiva.
Sabía el francés justo para desenvolverse sin problemas en una boulangerie y en una fromagerie, pero su nivel básico del idioma le permitía darse cuenta de que buena parte del poder subversivo de la escultura de Rodin estaba en su título, Le baiser. Porque, en francés, baiser podía aplicarse tanto a un inocente beso, como a un acto tan poco inocente como follar. Uno podía decir baiser y referirse a un beso, pero si alguien decía baise-moi, estaba rogando que lo follaran. La inocencia y el ruego estaban reflejados en el abrazo de los amantes cuyos labios no llegaban a tocarse: inmovilizados juntos, pero separados por toda la eternidad. ______quería liberarlos de su abrazo congelado y, secretamente, deseaba que su proyecto le permitiera hacerlo.
A lo largo de los años, se había permitido pensar de vez en cuando en el episodio del viejo huerto de casa de los Clark y revivir aquel primer beso de Tom y algunas de las cosas que vinieron después. Pero casi siempre era en sueños. No solía pensar nunca en la mañana siguiente, cuando se despertó llorando, aterrorizada. Ésa era una evocación en extremo dolorosa. El recuerdo de esa traición sólo la visitaba en sus pesadillas, demasiado a menudo para su gusto. Y también era la causa de que nunca hubiera tratado de ponerse en contacto con él. Justo entonces sonó su móvil.
—Hola, soy Rachel, ¿tienes planes para esta noche? 
______oyó a Tom al fondo, refunfuñando.
Inmediatamente apretó el botón de mute en el ordenador para silenciar a Mozart. Esperó unos instantes para asegurarse de que él no lo había oído.
—¿______? ¿Sigues ahí?
—Sí, aquí estoy.
Por el sonido de la voz de Tom, fue incapaz de distinguir si estaba enfadado o sólo protestaba. Cualquiera de los dos comportamientos era normal en él.
—¿Qué te pasa? ¿Te encuentras bien?
—Sí, perfectamente. Ejem, no, no tengo planes para esta noche —respondió finalmente, cuando se convenció de que Tom no había oído el CD.
—Bien, porque quiero ir a una discoteca.
—Oh, venga ya. Sabes que odio esos sitios. No sé bailar y la música siempre está demasiado alta.
Rachel se rio con ganas.
—Es gracioso que digas eso. Tom acaba de decir prácticamente lo mismo. Aunque él no reconoce que no sabe bailar. Dice simplemente que no quiere.
______ se incorporó en la cama.
—¿Tu hermano vendría con nosotras?
—Vuelvo a casa dentro de dos días. Va a llevarme a cenar a un buen restaurante y luego quiero ir a una discoteca. No está encantado con la idea, pero tampoco se ha negado en redondo. Me gustaría que te reunieras con nosotros después de cenar. ¿Qué te parece?
Ella cerró los ojos.
—Me encantaría, Rachel, pero no tengo nada que ponerme. Lo siento.
Su amiga se echó a reír.
—Ponte un vestidito negro. Algo sencillo. Estoy segura de que tienes algo que puedas llevar.
En ese instante llamaron a la puerta.
—Un momento, Rachel, alguien está llamando.
______ vio que había un repartidor frente a la puerta de su casa y le abrió.
—¿Sí?
—Traigo un paquete para ______Mitchell. ¿Es usted?
Ella asintió y firmó el recibo de lo que resultó ser una caja rectangular muy grande.
—Gracias —murmuró, poniéndose la caja debajo del brazo y recolocándose el teléfono en la oreja—. Rachel, ¿sigues ahí?
Le pareció que su amiga se seguía riendo.
—Sí. ¿Quién era?
—Un paquete para mí.
—Ajá. ¿Y qué hay dentro?
—No lo sé, pero es una caja muy grande.
—¿A qué esperas? Ábrela.
_____cerró la puerta del apartamento y dejó la caja en la cama, sujetando el teléfono entre la oreja y el hombro para poder seguir hablando mientras abría el paquete.
—Tiene una etiqueta. Pone... Holt Renfrew. ¿Quién me enviará un regalo? ¡Rachel! ¡No me digas que has sido tú!
______oyó sus carcajadas al otro lado del teléfono.
Al abrir la caja, vio un precioso vestido de cóctel lila con un solo tirante formado por tiras de tela entrecruzadas. No reconoció la marca, Badgley Mischka, pero era uno de los vestidos más femeninos que había visto nunca.
En un extremo de la caja, al lado del vestido, encontró una caja de zapatos con un par de Christian Louboutins de piel negra. Se quedó mirando las suelas rojas y los altísimos tacones con incredulidad. Los zapatos tenían un bonito lazo de terciopelo en la punta y ______ era muy consciente de que costaban el alquiler de un mes por lo menos. Casi oculto en otro rincón de la caja, vio un bolso pequeño, adornado con cuentas.
Por un momento, se sintió como Cenicienta.
—¿Te gusta? —preguntó Rachel, insegura—. La dependienta se encargó de elegirlo. Yo sólo le dije que te enviara un vestido lila.
—Es precioso, Rachel. Todo. Un momento, ¿cómo sabías mi talla?
—No estaba segura, pero no me pareció que hubieras aumentado de peso. De todos modos, será mejor que te lo pruebes.
—Pero es demasiado. Sólo los zapatos ya... No puedo aceptarlo.
—______, por favor, estoy tan contenta de que volvamos a ser amigas... Aparte de encontrarme contigo y de visitar a Tom, no me ha pasado nada bueno desde que mi madre se puso enferma. Por favor, no me quites esta alegría.
«Caramba. Rachel sabe cómo hacer que alguien se sienta culpable.»
______ respiró hondo.
—No sé...
—No lo he pagado con mi dinero. Es dinero de la familia. Cuando mamá murió... —Dejó la frase a medias, esperando que su amiga sacara sus propias y erróneas conclusiones.
Y eso fue exactamente lo que pasó.
—A tu madre le habría gustado que te gastaras el dinero en ti.
—A ella le gustaba que todos sus seres queridos fueran felices y tú te contabas entre ellos. No tuvo demasiadas oportunidades de malcriarte después de... de lo que pasó. Estoy segura de que en este momento nos está viendo y está sonriendo. Hazlo por mí. Hazla feliz a ella, ______.
Rachel notó que su amiga estaba a punto de llorar y empezó a sentirse mal por ser tan manipuladora.
Tom, que no tenía ganas de llorar ni se sentía culpable, sólo esperaba a que acabaran de hablar de una vez para poder usar su teléfono.
—¿Puedo pagar una parte? ¿Puedo pagarte los zapatos... poco a poco?
Tom debió de oírla, porque se lo oyó maldecir. No paraba de refunfuñar. Decía algo sobre un ratón y una iglesia.
—Tom, déjame a mí —dijo Rachel.
______ oía fragmentos de la discusión entre los hermanos.
—Si eso es lo que quieres, así lo haremos. Tom, cállate. Pero es nuestra última noche juntas y quiero que vengas. Así que cámbiate y ven con nosotros. Ya hablaremos de dinero más tarde. Mucho más tarde. Cuando esté en Filadelfia, viviendo a cargo del Estado.
______ suspiró y elevó una oración de gracias a Grace, que siempre se había portado muy bien con ella.
—Gracias, Rachel. Te debo una. Otra vez.
—¡Tom! ¡_______ va a venir! —gritó su amiga.
Ella se apartó el teléfono de la oreja para no quedarse sorda con sus gritos.
—Pasaremos a buscarte por tu casa hacia las nueve. Tom dice que ya conoce el camino.
—Es bastante tarde. ¿Estás segura?
—¡Oh, vamos, por favor! Tom ha elegido la discoteca. Dice que no abren hasta las nueve, así que, de hecho, seremos de los primeros. Mientras te arreglas, el tiempo se te pasará volando. ¡Estarás impresionante!
Con esas entusiastas palabras, ______colgó el teléfono y empezó a admirar su precioso vestido nuevo. Rachel había heredado de su madre su carácter generoso y caritativo. Era una lástima que parte de ese carácter no se le hubiera pegado a Tom.
Se preguntó si sería capaz de bailar subida a aquellos zapatos, tan seductores como peligrosos. Y se planteó la excitante pero levemente amenazadora posibilidad de bailar con cierto profesor.
«Pero a Rachel le ha dicho que no baila. ¡Qué raro!»
En un momento de inspiración, se dirigió a la cómoda y abrió el cajón de la lencería. Sin mirar la foto que tenía escondida al fondo del mismo, eligió un pequeño y sugerente trozo de tela que había que ser muy caritativo para calificar de ropa interior. El término era adecuado porque iba a llevarlo debajo del vestido, no porque pudiera considerarse «ropa».
_______ sostuvo el tanga en la palma de la mano —tan pequeño era—, meditando como si estuviera ante una imagen de Buda. Finalmente decidió ponérselo. Como si de un talismán se tratara, esperaba que le diera el valor que necesitaba para hacer lo que tenía que hacer. Lo que quería hacer. Que era recordarle a Dante a lo que había renunciado al abandonarla.
No más «Lacrimosa» para Beatriz.



HOLA!! COMO ESTAN? ESPERO QUE BIEN ... BUENO, AQUI ESTAN LOS CAPS, HOY FUERON TRES, SERAN DEPENDIENDO DE EN CUANTAS PARTES SE DIVIDAN LOS CAPS, SI POR EJEMPLO SON EN 4, PUBLICARE 2 UN DIA Y 2 OTRO DIA, PERO COMO HOY FUERON 3, LOS PUBLIQUE DE JALON JAJAJA .... LEAN LEAN!! Y QUE BUENO QUE LES ESTA GUSTANDO, ¿USTEDES QUE CREEN QUE VAYA A PASAR EN LA DISCOTECA ENTRE TOM Y ____? ALGO BUENO, TRANQUILAS XD PERO ESO SERA HASTA LA PROXIMA PUBLICACION, QUE SERA MAÑANA SI DIOS QUIERE :)) BUENO ME DESPIDO, QUE ESTEN BIEN, HASTA LA PROXIMA 

2 comentarios:

  1. Me encantooooo huyyy siii que pasara entre Tom y (Tn) en la discoteca??? ya me muero x leer ese cap espero q sea algo super bueno y ardiente jejeje.. hay tan lindo Paul le gusta (Tn) se tiene q poner las pilas con ella xq Tom puede bajársela, sube el proximo cap pronto pleaseee estoy muy intrigada x saber lo que pasara en la discoteca entre Tom y (tn)!!!! ya subi un nuevo cap en mi fic darknesslight-fanfic.blogspot.com

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