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lunes, 17 de febrero de 2014

.- EL INFIERNO DE TOM .- 3 y 4

CAP 3

Durante una época de su vida, si hubiese tenido que enfrentarse a un acontecimiento tan embarazoso como ése, _______ se habría echado al suelo y habría adoptado una posición fetal, probablemente para siempre. Pero a los veintitrés años ya estaba hecha de otra pasta. Así que, en vez de quedarse frente a los buzones, contemplando cómo su breve carrera académica ardía y quedaba reducida a un montón de cenizas a sus pies, hizo rápidamente lo que había ido a hacer y regresó a casa.
Una vez allí, e intentando no pensar en los asuntos académicos, hizo cuatro cosas:
Primero, cogió un poco de dinero del fondo para emergencias que guardaba en una fiambrera debajo de la cama.
Segundo, fue a la tienda de licores más cercana y compró una botella muy grande de tequila muy barato.
Tercero, volvió a casa y escribió un largo y sentido mensaje de pésame para Rachel. Olvidó a propósito comentarle qué estaba haciendo y dónde estaba viviendo, y lo envió desde su cuenta de gmail en vez de desde su cuenta universitaria.
Cuarto, se fue de compras. Esa última actividad era un desconsolado homenaje tanto a Rachel como a Grace, porque a ambas les encantaban las cosas caras. En realidad, _____ era demasiado pobre para ir de compras.
Cuando se mudó a Selinsgrove y conoció a Rachel, durante su primer año de instituto, no podía permitirse comprarse nada. De la misma forma que tampoco podía permitírselo en esos momentos. Con la beca de estudios que le habían concedido, a duras penas llegaba a fin de mes y no podía trabajar para complementar sus ingresos, porque, como estadounidense con visado de estudios, eran muy pocas las tareas que podía realizar.
Mientras paseaba lentamente frente a los bonitos escaparates de la calle Bloor, pensó en su vieja amiga y en su madre sustituta. Se paró delante del escaparate de Prada recordando la única vez que había ido a comprar zapatos de marca con Rachel. ____ todavía conservaba esos zapatos negros de tacón de aguja guardados en una caja al fondo del armario. Sólo se los había puesto una vez: la noche en que descubrió que estaba siendo traicionada. Quiso destrozarlos, igual que había destrozado el vestido, pero no pudo. Los zapatos habían sido un regalo de bienvenida de Rachel, que no sabía qué iba a encontrarse ella en casa.
Luego se detuvo una eternidad delante de la tienda Chanel y lloró recordando a Grace. Recordó que siempre la recibía con una sonrisa y un abrazo cuando iba de visita. Recordó que, cuando su verdadera madre murió en trágicas circunstancias, Grace le dijo que la quería y que le encantaría ser su madre si a ella le apetecía. Y había sido una madre mucho mejor de lo que Sharon lo fue nunca, para vergüenza de Sharon y pena de______.
Cuando se le agotaron las lágrimas y las tiendas cerraron, regresó a casa lentamente y empezó a torturarse diciéndose que había sido una mala hija adoptiva, un desastre de amiga y una boba insensible a la que no se le ocurría asegurarse de que un trozo de papel estaba en blanco antes de dejárselo firmado a una persona cuya querida madre acababa de morir.
« ¿Qué habrá pensado al ver la nota?» Más animada después de un chupito o dos o tres de tequila, ______ se permitió seguir haciéndose preguntas. « ¿Qué debe de pensar de mí ahora?»
Se planteó hacer el equipaje y coger el primer autobús que se dirigiera a Selinsgrove para no tener que enfrentarse a él. Se sentía avergonzada por no haberse dado cuenta de que Tom Kaulitz estaba hablando de Grace aquel horrible día al teléfono. Pero no se le había pasado por la cabeza la posibilidad de que el cáncer de ésta se hubiera reproducido. Y mucho menos que hubiera muerto. Aquel día estaba más preocupada por haber empezado su relación con El Profesor con tan mal pie. Su hostilidad la había pillado por sorpresa, pero todavía la había sorprendido más verlo llorar. En lo único que había podido pensar había sido en consolarlo. Esa idea se había impuesto a todas las demás y ni siquiera la había dejado preguntarse por la causa de su dolor.
No había bastado con que acabaran de romperle el corazón con la noticia de que su madre había muerto sin haber podido despedirse de ella ni decirle que la quería. No había sido suficiente con que alguien, probablemente su hermano Scott, hubiera discutido con él por no haber vuelto aún a casa. No. Cuando destrozado y llorando como un niño había abierto la puerta del despacho para irse corriendo al aeropuerto, se había encontrado con su nota de consuelo y con lo que Paul había escrito por el otro lado.
«Estupendo.»
A ______ la sorprendía que El Profesor no la hubiera expulsado del curso en aquel mismo momento.
«Tal vez me ha reconocido.» Un nuevo chupito de tequila le permitió formular esa idea, pero ninguna más, porque cayó al suelo desmayada.

Dos semanas más tarde, cuando fue a revisar su casillero en el departamento, ______se encontraba ligeramente mejor, aunque como si estuviera esperando en el corredor de la muerte, sin posibilidad de indulto. No. No se había marchado a casa.
______ se ruborizaba con facilidad y era muy tímida. Pero también era una persona muy tenaz y testaruda y deseaba con todas sus fuerzas estudiar la obra de Dante. Si tenía que inventarse un cómplice sin identificar para librarse de la pena de muerte, estaba dispuesta a hacerlo.
Aún no se lo había dicho a Paul. Todavía.

—¿______? ¿Puedes venir un momentito? —le preguntó la señora Jenkins, la encantadora auxiliar administrativa, ya entrada en años, desde su escritorio.

______ se acercó dócilmente.

—¿Has tenido algún problema con el profesor Kaulitz?
—Yo... ejem... no lo sé —respondió, ruborizándose y mordiéndose el interior de la mejilla.
—He recibido dos correos electrónicos urgentes esta mañana pidiéndome que concierte una cita para que te reúnas con él en cuanto regrese. No suelo recibir ese tipo de encargos. Normalmente, los profesores prefieren acordar sus propias citas cuando les conviene. Por alguna razón, Kaulitz insiste en que sea yo quien fije la tuya y en que quede reflejada en tu expediente.

______ asintió y sacó la agenda de la mochila, tratando de no pensar en lo que el profesor debía de haber dicho de ella en esos correos. La señora Jenkins la estaba mirando expectante.

—¿Qué tal mañana?
Su fingida calma se desmoronó.
—¿Mañana?
—El señor Kaulitz regresa esta noche y propone reunirse contigo mañana a las cuatro en su despacho. ¿Te va bien? Tengo que enviarle un mensaje de confirmación.
_______ asintió y anotó la cita en su agenda, como si lo necesitara para acordarse.
—No dice de qué se trata, pero sí que es importante. Me pregunto a qué se referirá... —comentó la señora Jenkins, distraída.

_______ acabó sus asuntos de ese día y regresó a casa para hacer las maletas, con la ayuda de su amiga, la señorita Tequila.

A la mañana siguiente, tenía casi toda la ropa guardada en sus dos maletas. Sin querer admitir la derrota —ni ante sí misma ni ante la señorita Tequila—, decidió no acabar de hacer el equipaje, por lo que se encontró haciendo girar los pulgares de aburrimiento. Necesitaba ocupar el tiempo de alguna manera, así que decidió hacer lo que cualquier estudiante perezoso que se precie haría en esa situación, aparte de beber e irse de fiesta con otros estudiantes perezosos: limpiar su apartamento.
No le llevó demasiado tiempo. Cuando hubo terminado, todo estaba en perfecto orden, escrupulosamente limpio y con un ligero aroma a limón. Orgullosa del resultado, preparó su mochila para ir a la universidad.
Mientras tanto, el profesor Kaulitz recorría los pasillos del departamento a grandes zancadas. Estudiantes y colegas por igual se iban volviendo a su paso. El Profesor estaba de mal humor y nadie quería interponerse en su camino.
Llevaba una buena temporada de ese talante, pero ese día estaba más cascarrabias de lo habitual debido a la tensión y la falta de sueño. Los dioses de Air Canadá le habían echado una maldición y lo habían sentado al lado de un padre y de su hijo de dos años que regresaban de Filadelfia. El niño lloró sin parar durante todo el viaje y se meó encima —y encima del profesor Kaulitz—, mientras su padre dormía profundamente. En la penumbra del avión, mientras se secaba la orina del niño de sus pantalones de Armani, pensó que el gobierno debería decretar la esterilización de los padres permisivos.
______ acudió puntual a su cita de las cuatro con el profesor Kaulitz y comprobó encantada que la puerta estaba cerrada. Aunque su alegría duró poco, al darse cuenta de que El Profesor estaba dentro, gritándole a Paul.
Cuando su compañero salió, diez minutos más tarde, seguía igual de erguido que siempre, con sus casi dos metros de altura, pero visiblemente más alterado. _____buscó con la mirada la salida de incendios. Con sólo cinco pasos podría ponerse a salvo. Únicamente tendría que enfrentarse a la policía por haber hecho sonar una alarma de incendios de manera ilegal. Resultaba una idea tentadora.
Paul se percató de lo que estaba pensando y negó con la cabeza. Tras murmurar algunos insultos dirigidos a El Profesor, sonrió.

—¿Te gustaría tomar un café conmigo algún día?

______ lo miró sorprendida. Estaba demasiado nerviosa por la reunión para pensar en nada más, así que asintió. El joven siguió sonriendo y se inclinó hacia ella.

—Sería mucho más fácil si tuviera tu número de teléfono. Ruborizándose, ____buscó un trozo de papel, se aseguró de que no hubiera nada escrito por el otro lado, y anotó el número de su móvil. Paul cogió la nota y, tras echarle un vistazo, le palmeó el hombro.

—Machácalo, Conejito.

Ella no tuvo tiempo de preguntarle por qué creía que su apodo era o debería ser «Conejito», ya que una voz atractiva pero impaciente dijo:

—Ahora, señorita Mitchell.

______ se detuvo en la puerta, insegura.
El profesor Kaulitz parecía cansado. Tenía ojeras oscuras y estaba muy pálido, lo que hacía que pareciera más delgado. Mientras revisaba un documento, se pasó lentamente la lengua por el labio inferior.
Ella se lo quedó mirando, hipnotizada por su boca sensual. Tras un momento, logró apartar la vista haciendo un gran esfuerzo y se fijó entonces en que llevaba gafas. Nunca antes lo había visto llevarlas. Tal vez sólo se las pusiera cuando se notaba la vista cansada. El caso es que ese día sus penetrantes ojos quedaban medio ocultos tras un par de gafas de Prada. La montura negra contrastaba con el castaño de su pelo y el café de sus ojos, atrayendo las miradas. ______se dio cuenta de que no sólo no había visto nunca a un profesor tan atractivo, sino que tampoco se había encontrado con uno tan elegante. Podría haber sido el modelo de una campaña publicitaria de cualquier marca cara, algo que no muchos profesores universitarios podían decir. (Ya que éstos no suelen ser admirados precisamente por su buen gusto a la hora de vestir.)
______ lo conocía lo suficiente como para saber que tenía un temperamento impredecible. Y también que, al menos en los últimos tiempos, se había vuelto un maniático de los buenos modales y el decoro. Sabía que probablemente no le parecería mal que se sentara en una de las dos butacas de piel sin esperar a que le diera permiso, sobre todo si se acordaba de ella, pero teniendo en cuenta que la había llamado señorita Mitchell, prefirió esperar.

—Por favor, siéntese, señorita Mitchell —dijo él con una voz fría como el hielo, señalando una silla metálica de aspecto incómodo.

Suspirando, ________ se dirigió hacia la rígida silla de Ikea que estaba frente a una de sus enormes estanterías empotradas. Hubiera preferido sentarse en cualquier otro sitio, pero no le pareció sensato discutir por eso.

—Acerque la silla. No pienso estirar el cuello para hablar con usted.

Ella se levantó para obedecer y, con los nervios, se le cayó la mochila al suelo. Hizo una mueca y se ruborizó al ver que algunos de los objetos que llevaba dentro iban a parar debajo de la mesa del profesor Kaulitz, incluido un tampón, que fue rodando hasta detenerse a un centímetro de su cartera de piel.
«Tal vez pueda marcharme antes de que se dé cuenta.» Avergonzada, se agachó y empezó a recoger sus cosas. Pero cuando estaba terminando, una de las correas de la vieja mochila se rompió y todo volvió a caer al suelo con gran estrépito. _____se dejó caer de rodillas mientras sus papeles, bolígrafos, el iPod, el móvil y una manzana verde se esparcían por la bonita alfombra persa de El Profesor.
«Oh, dioses de las estudiantes recién licenciadas y patosas, matadme por favor. Ahora.»

—¿Es usted humorista, señorita Mitchell?

____ enderezó la espalda al oír su sarcasmo y lo miró a la cara. Lo que vio en ella estuvo a punto de hacerla llorar.
¿Cómo alguien con un nombre tan angelical podía ser tan cruel?
¿Cómo una voz tan melodiosa podía ser tan despiadada? Por un momento, se perdió en las profundidades heladas de sus ojos, añorando la época en que la habían mirado con amabilidad. Pero en vez de rendirse a la desesperación, respiró hondo y pensó que no le quedaba más remedio que aceptar que Tom Kaulitz había cambiado, por mucho que le doliera y decepcionara. Sin decir nada, negó con la cabeza y volvió a recoger las cosas del suelo.

—Cuando le hago una pregunta, espero que me responda. Pensaba que a estas alturas ya habría aprendido la lección —dijo él, antes de volver a examinar el expediente que tenía en las manos—. Tal vez no sea tan brillante como dice aquí.
—¿Disculpe, doctor Kaulitz? —preguntó ______ con voz suave pero decidida.
No sabía de dónde había sacado el valor, pero dio gracias a los dioses de las estudiantes recién graduadas por si acaso.
—Profesor Kaulitz, si no le molesta —replicó malhumorado—. Doctores los hay a patadas. Incluso los quiroprácticos y los pediatras se consideran doctores.

Harta de ser humillada, _____ trató de cerrar la cremallera de la mochila, pero por desgracia también se había roto. Conteniendo el aliento, trató de devolverla a la vida maldiciendo en voz baja.

—¿Podría dejar de pelearse con esa ridícula abominación de bolso y sentarse en la silla como una persona?

Al darse cuenta de que estaba poniéndose de nuevo furioso, ______dejó su ridícula abominación de bolso en el suelo y se sentó en la incómoda silla. Cruzó las manos sobre el regazo para no empezar a retorcérselas y esperó.

—Al parecer, sí se considera usted una humorista. ¿Le pareció que esto era divertido? —preguntó, lanzando una hoja de papel que fue a parar al suelo, casi junto a los pies de ella, calzados con zapatillas deportivas.

Al agacharse para recogerla, vio que era una fotocopia de la terrible nota que le había dejado el día en que Grace había muerto.

—Puedo explicarlo. Fue un error. Yo no la escribí por los dos...
—¡No me interesan sus excusas! Le dije que viniera a verme después de la clase y no se presentó.
—Es que estaba usted hablando por teléfono. Tenía la puerta cerrada y...
—¡No tenía la puerta cerrada! —la interrumpió él, lanzando lo que parecía una tarjeta de visita sobre la mesa—. ¿Y esto? ¿También le parece gracioso?

_______ la cogió y ahogó una exclamación. Era una tarjeta de pésame de las que acompañan las flores que uno envía a un funeral.

Os acompaño en el sentimiento.
Por favor, aceptad mis condolencias.
Con cariño,
_______ Mitchell

Al levantar la vista, vio que estaba tan furioso que casi escupía al intentar hablar. Ella parpadeó rápidamente, tratando de explicarse:

—No es lo que cree. Sólo quería darle el pésame...
—¿No le bastaba con la nota que dejó en la puerta?
—Pero es que esta nota era para su familia...
—¡Deje a mi familia en paz! —exclamó él, dándole la espalda y quitándose las gafas para poder frotarse la cara con las manos.

_______ acababa de ser arrancada del reino de los sorprendidos y arrojada al país de los atónitos. Nadie se lo había aclarado. Él había malinterpretado su nota por completo y nadie se había molestado en explicárselo. Con el estómago encogido, empezó a preguntarse qué significaría eso. Ajeno a sus elucubraciones, El Profesor se obligó a calmarse haciendo un esfuerzo hercúleo. Cerró el expediente de ______ y lo dejó caer con desprecio sobre la mesa antes de fulminarla con la mirada.

—Veo que está aquí con una beca para estudiar a Dante y me temo que soy el único profesor de este departamento que se ocupa del tema. Dado que esto —añadió, señalando el espacio entre ellos— no va a funcionar, va a tener que buscarse otro tema y otro director para su proyecto. O pedir el traslado a otro departamento. O mejor aún, a otra universidad. Le comunicaré mi decisión al director de su programa de estudios con efectos inmediatos. Y ahora, si me disculpa...

Haciendo girar su silla, empezó a teclear furiosamente en el ordenador portátil.
______ no se creía lo que estaba oyendo. Mientras permanecía quieta en la silla, tratando de absorber no sólo su discurso sino sobre todo su conclusión, El Profesor volvió a hablar, sin molestarse en alzar la vista:

—Eso es todo, señorita Mitchell.

Ella no dijo nada. No valía la pena. Se levantó lentamente, aturdida, y recogió del suelo su ofensiva mochila. Sujetándola contra el pecho, salió del despacho sin rumbo, como una zombi.
Al salir del edificio y cruzar la calle Bloor, se dio cuenta de que había elegido un mal día para salir de casa sin chaqueta, pues la temperatura había descendido bruscamente y había empezado a diluviar. No había dado ni cinco pasos y ya estaba empapada. Tampoco se le había ocurrido coger un paraguas, así que tenía por delante una caminata de tres largas manzanas bajo la lluvia, el frío y el viento.
«Oh, dioses del mal karma y de las tormentas eléctricas, tened piedad de mí.»
Mientras caminaba, se consoló pensando que su ridícula abominación de mochila le estaba sirviendo para la noble tarea de tapar lo que la camiseta y el sujetador empapados no podían estar cubriendo ya.
«Chúpate ésa, profesor Kaulitz.»
Mientras caminaba, reflexionaba sobre lo que acababa de pasar. Se había preparado haciendo las maletas la noche anterior, pero, sinceramente, había esperado que él la recordara. Había esperado que volviera a mostrarse amable. Pero se había equivocado.
No le había dado oportunidad de explicar su colosal metedura de pata con la nota. Y, para empeorar las cosas, había malinterpretado sus intenciones al ver las flores y la nota, y la había expulsado del curso. Todo había terminado. Ahora tendría que volver a la casita de John en Selinsgrove con el rabo entre las piernas. Y cuando él lo descubriera, se reiría de ella. Los dos se reirían de ella juntos. De la tonta de______. ¿Había creído que podía marcharse de Selinsgrove y convertirse en alguien? ¿Pensaba que podría llegar a ser profesora universitaria? ¿A quién quería engañar? Todo había terminado... al menos durante ese curso.
_______ miró la destrozada y empapada mochila como si se tratara de un bebé y la abrazó con fuerza. Tras su despliegue de torpeza e ineptitud, ya no le quedaba nada, ni siquiera su dignidad. Y haberla perdido delante de él después de todos esos años era demasiado. No podía soportarlo.
Se acordó del solitario tampón debajo del escritorio y supo que cuando él se agachara para recoger su cartera, la humillación de ella sería completa. Al menos, no estaría allí para presenciar su reacción de sorpresa y de asco. Se lo imaginó desmayándose del disgusto. Literalmente. Se lo imaginó tumbado sin sentido sobre la preciosa alfombra persa.
A unas dos manzanas de su casa, tenía la larga melena castaña pegada a la cabeza y sus pies chapoteaban dentro de las zapatillas deportivas. Era como si estuviese debajo de un canalón de agua. Los coches y autobuses pasaban por su lado mojándola aún más, pero ella no se molestaba en apartarse de las olas que levantaban. Al igual que los disgustos que daba la vida, _____simplemente las aceptaba.
En ese momento, otro coche se acercó a ella, pero al menos éste redujo la velocidad para no empaparla más. Vio que se trataba de un Jaguar negro, que parecía nuevo.
El coche siguió frenando hasta detenerse por completo. La portezuela del acompañante se abrió y una voz masculina gritó:

—Suba.

_____ dudó. No creía que el conductor se estuviera refiriendo a ella. Miró a su alrededor, pero era la única idiota que estaba caminando por la calle bajo aquel aguacero. Curiosa, se acercó.
No tenía intenciones de montarse en el coche de un desconocido, ni siquiera en una tranquila ciudad canadiense, pero al agachar la cabeza se encontró con dos penetrantes ojos cafeces que la miraban desde el asiento del conductor y se acercó un poco más.

—Pillará una pulmonía y se morirá. Suba, la llevaré a casa —dijo él con una voz mucho más suave.

Era casi la voz que ______ recordaba. Así que, por los buenos tiempos y no por otra cosa, subió al vehículo y cerró la puerta, pidiendo disculpas en silencio a los dioses de los Jaguars por mojar su tapicería de cuero negro y sus alfombrillas inmaculadas.
Dejó de rezar al oír los acordes del Nocturno op. 9 núm. 2 de
Chopin. Siempre le había gustado esa pieza, pensó sonriendo.
Se volvió hacia el conductor.

—Muchas gracias, profesor Kaulitz.

CAP 4

El profesor Kaulitz se había equivocado al girar. Podría decirse que su vida estaba llena de giros equivocados, pero ése había sido totalmente accidental. Estaba leyendo en su iPhone un correo electrónico de su hermano, que seguía enfadado, mientras iba conduciendo su Jaguar en mitad de una tormenta en plena hora punta por el centro de Toronto. Por todo eso, había girado a la izquierda en vez de hacerlo a la derecha en la calle Bloor, dejando atrás el parque Queen. Y eso quería decir que iba en dirección contraria a la de su casa.
No podía cambiar de sentido en la calle Bloor en plena hora punta. De hecho, hasta le costó meterse en el carril derecho para poder dar la vuelta. Y así fue como vio a una señorita Mitchell con aspecto patético y muy mojada, que caminaba desanimada por la calle, como si fuera una persona sin hogar, y, en un ataque de culpabilidad, se encontró invitándola a subir al coche, un coche que era su orgullo y su capricho.

—Siento estropear la tapicería —se disculpó ella, insegura. El profesor Kaulitz sujetó el volante con más fuerza.
—Tengo a alguien que lo limpia cuando se ensucia.

______ agachó la cabeza, tratando de ocultar el daño que le habían causado sus palabras. Acababa de compararla con basura. Aunque no sabía de qué se extrañaba. Era consciente de que, para él, no valía más que la suciedad del suelo.

—¿Dónde vive? —le preguntó Kaulitz, tratando de iniciar una conversación sobre un tema seguro y educado que llenara lo que esperaba que fuera un trayecto breve.
—En la avenida Madison. Está ahí al lado, a la derecha —respondió______, señalando con el dedo.
—Sé dónde está Madison —replicó él con su impaciencia habitual.

Ella lo miró con el rabillo del ojo y se encogió en el asiento. Despacio, se volvió hacia la ventanilla y se mordió el labio inferior.
Tom Kaulitz maldijo para sus adentros. Incluso bajo aquella maraña de pelo mojado era bonita. Un ángel de pelo castaño vestido con vaqueros y zapatillas deportivas. Su mente se detuvo ante esa descripción. El término «ángel de pelo castaño» le resultaba extrañamente familiar, pero no logró recordar de qué le sonaba.

—¿En qué número de Madison? —preguntó en voz tan baja que a _____le costó entenderlo.
—En el cuarenta y cinco.

Él asintió y aparcó frente al edificio de tres plantas. Era una casa de ladrillo rojo convertida en apartamentos.

—Gracias —murmuró ella y se apresuró a abrir la puerta para escapar.
—¡Espere! —le ordenó Kaulitz, alargando el brazo para coger un gran paraguas negro del asiento trasero.
______ aguardó asombrada a que El Profesor diera la vuelta al coche y le abriera la puerta con el paraguas listo, esperando mientras su abominación y ella salían del Jaguar, para acompañarla luego hasta la puerta del edificio.

—Gracias —repitió_______ , mientras trataba de desabrochar la medio atascada cremallera de la mochila para sacar las llaves. Él intentó disimular el disgusto que le provocaba la visión de aquella bolsa y permaneció en silencio mientras ella luchaba con la cremallera, viendo cómo se ruborizaba al no conseguirlo. Recordó la expresión de su cara en su despacho, arrodillada en la alfombra persa, y se le ocurrió que tal vez el problema actual fuera culpa suya.
Sin decir nada, le quitó la mochila de las manos y le dio el paraguas. Tras acabar de romper la cremallera, la sostuvo delante de ella para que buscara las llaves.
______las encontró al fin, pero estaba tan nerviosa que se le cayeron al suelo. Cuando las recogió, las manos le temblaban tanto que no atinó a dar con la llave correcta.
Kaulitz, que ya había perdido la paciencia, se las arrebató de la mano y empezó a probarlas una a una. Tras abrir la puerta, le hizo un gesto para que entrara antes de devolvérselas.
_______ recuperó también la denostada mochila y le dio las gracias una vez más.

—La acompañaré hasta la puerta de su apartamento —dijo él, siguiéndola por el pasillo—. Una vez, un vagabundo me abordó en el vestíbulo de mi edificio. Hay que ir con mil ojos.

______ elevó una oración silenciosa a los dioses de los bloques de apartamentos, rogándoles que la ayudaran a localizar la llave del suyo rápidamente. Su oración fue escuchada. Estaba ya a punto de meterse en casa y cerrar la puerta, cuando se detuvo y, como si se conocieran de toda la vida, le sonrió y lo invitó a tomar una taza de té.
A pesar de la sorpresa que le causó su invitación, Kaulitz se encontró dentro del apartamento antes de poder plantearse si era buena o mala idea. Tras echar un vistazo alrededor, llegó a la conclusión de que había sido mala idea.

—¿Le guardo la gabardina, profesor? —le llegó la cantarina voz de______.
—¿Y dónde la pondrá? —preguntó él con altivez, al comprobar que no había ningún armario ni perchero a la vista.

Ella agachó la cabeza, sin atreverse a devolverle la mirada. Al ver que se mordía el labio inferior, él se arrepintió de su falta de delicadeza.

—Perdone —se excusó, dándole la gabardina Burberry de la que se sentía tan orgulloso—. Y gracias.

_______ la colgó cuidadosamente de una percha que había detrás de la puerta de su habitación y dejó la mochila en el suelo.

—Pase. Póngase cómodo. Prepararé el té.

El profesor Kaulitz se acercó a una de las dos únicas sillas y se sentó, esforzándose por disimular lo incómodo que se sentía para no humillarla más. El apartamento entero era más pequeño que su cuarto de baño de invitados. Constaba de una cama pegada a la pared, una mesa plegable con dos sillas, una estantería pequeña de Ikea y una cómoda. Vio también lo que debía de ser un baño, junto a un pequeño armario empotrado, pero definitivamente no había cocina.
Buscó con la mirada algún rastro de actividad culinaria y finalmente vio un microondas y un calientaplatos eléctrico guardados de manera bastante precaria encima del armario. En una esquina, en el suelo, había un pequeño frigorífico.

—Tengo una tetera eléctrica —dijo ella alegremente, como si estuviera anunciando que tenía un anillo de diamantes de Tiffany’s.

Él se fijó en el agua que no dejaba de gotear de su cuerpo. Luego en la ropa que había debajo del agua. Y finalmente en lo que había debajo de la ropa... y que el frío hacía destacar. Con voz ronca, le sugirió que se secara antes de preparar el té.
_______volvió a agachar la cabeza, avergonzada. Ruborizándose, se metió en el baño. Poco después, salió con una toalla lila sobre los hombros, sin quitarse la ropa y una segunda toalla en la mano. Al parecer, iba a agacharse para secar el reguero de agua que había dejado, pero él se lo impidió.

—Permítame hacerlo a mí —dijo—. Usted vaya a ponerse ropa seca antes de que pille una pulmonía.
—Y me muera —añadió ella con un susurro, mientras se dirigía al armario, con cuidado de no tropezar con las dos maletas.

Kaulitz se preguntó brevemente por qué no habría deshecho aún el equipaje, pero en seguida se olvidó del tema.
Frunció el cejo mientras secaba el agua del suelo de madera lleno de arañazos. Al acabar, se fijó en las paredes. Llegó a la conclusión de que en algún momento debieron de ser blancas, pero en esos momentos eran de un deslucido color crema y estaban empezando a desconcharse.
En el techo habían aparecido manchas de humedad y en una esquina ya empezaba a crecer moho. Se estremeció, preguntándose qué hacía una buena chica como la señorita Mitchell en un lugar tan espantoso. Aunque tenía que reconocer que el apartamento estaba muy limpio y recogido. Más de lo normal.

—¿Cuánto le cobran de alquiler? —preguntó, haciendo una mueca mientras volvía a acomodar su casi metro noventa de altura en aquel objeto infame que se hacía pasar por silla plegable.
—Ochocientos dólares al mes, gastos incluidos —respondió ella, antes de entrar en el baño.

Él se acordó de los pantalones de Armani que había tirado a la basura tras el viaje de vuelta de Pensilvania. No podía soportar llevar algo manchado de orina, ni siquiera después de haber sido lavado, pero con el dinero que Paulina se había gastado en esos pantalones, la señorita Mitchell habría podido pagar el alquiler de un mes. Y aún le habría sobrado algo.
Al mirar a su alrededor una vez más, observó que su alumna se había esforzado penosa y patéticamente por convertir aquel apartamento en un hogar en la medida de lo posible. Junto a la cama había una gran lámina del cuadro de Henry Holiday, Dante y Beatriz en el puente de la Santa Trinidad.
Se la imaginó con la cabeza en la almohada y el pelo largo y brillante enmarcándole la cara, contemplando a Dante antes de dormirse. A base de fuerza de voluntad, apartó esa imagen de su mente y reflexionó sobre lo extraño que era que ambos tuvieran una lámina del mismo cuadro. Al fijarse más, se dio cuenta de que ______se parecía bastante a Beatriz, aunque hasta ese momento no se hubiese dado cuenta. La idea se le clavó en el cerebro como un sacacorchos, pero en ese momento no quiso darle más vueltas.
Se fijó en varias láminas más pequeñas que adornaban las paredes desconchadas del apartamento: un dibujo del Duomo de Florencia; un esbozo de la iglesia de San Marcos, en Venecia; una fotografía en blanco y negro de la cúpula de San Pedro, en Roma. Vio una hilera de macetas con plantas medicinales que adornaban la ventana, junto a un esqueje de filodendro que trataba de convertirse en planta adulta. Se fijó también en que las cortinas eran bonitas. Lisas, del mismo tono de lila que la colcha y los cojines. Y en la librería había muchos libros, tanto en inglés como en italiano, aunque al ver los títulos no quedó demasiado impresionado con su colección de aficionada. En resumen, el apartamento era viejo, diminuto, en mal estado y no tenía cocina. En caso de que hubiera tenido perro, él no habría permitido que ni siquiera éste viviera en un sitio así.
_____volvió a aparecer con lo que parecía ropa de deporte, una sudadera negra con capucha y pantalones de yoga. Se había recogido su precioso pelo en lo alto de la cabeza con una pinza. Pero incluso así vestida seguía siendo muy atractiva. Demasiado atractiva, como una sílfide.

—Tengo English Breakfast o Lady Grey —le ofreció ella por encima del hombro. Se había puesto de rodillas para conectar la tetera eléctrica en el enchufe que había debajo de la cómoda.

Kaulitz  la observó y negó con la cabeza mentalmente. Volvía a estar de rodillas, como en su despacho. Era evidente que no era una persona orgullosa ni arrogante y eso estaba bien, pero le dolía verla arrodillarse constantemente, aunque no habría sabido decir por qué.

—English Breakfast. ¿Por qué vive aquí?

______ se incorporó bruscamente en respuesta a la dureza de su tono de voz. Luego le dio la espalda, mientras sacaba de la cómoda una gran tetera marrón y dos tazas de té sorprendentemente bonitas, con platos a juego.

—Es una calle tranquila en un barrio tranquilo. No tengo coche, así que busqué un sitio cercano a la universidad. —Se interrumpió mientras colocaba dos cucharillas de plata en los platitos—. Éste fue uno de los mejores apartamentos que encontré que no se saliera de mi presupuesto.
Dejó las elegantes tazas de té en la mesa plegable sin mirarlo y volvió a la cómoda.
—¿Por qué no se ha instalado en la residencia de estudiantes de Charles Street?
A ella se le cayó algo de la mano, pero él no vio de qué se trataba.
—Pensaba ir a otra universidad, pero al final no pudo ser. Cuando finalmente decidí venir aquí, ya no quedaban plazas en la residencia.
—¿A qué universidad pensaba ir? .______empezó a morderse el labio. —¿Señorita Mitchell?
—A Harvard.

Kaulitz estuvo a punto de caerse de la silla.

—¿A Harvard? ¿Y qué demonios está haciendo aquí?
________disimuló una sonrisa, como si entendiera la causa de su enfado.
—Toronto es el Harvard del norte.
—No se ande con rodeos, señorita Mitchell, le he hecho una pregunta.
—Sí, profesor. Y sé que siempre espera una respuesta a sus preguntas —replicó ella, alzando una ceja hasta que él apartó la mirada—. Mi padre no pudo aportar la parte que se suponía que iba a destinar a mi educación y con la beca que me ofrecieron no me llegaba para vivir. Todo es mucho más caro en Cambridge que en Toronto. Ya debo miles de dólares en préstamos que pedí para poder estudiar la carrera en la Universidad de Saint Joseph y decidí no endeudarme más. Por eso estoy aquí.

Mientras volvía a arrodillarse para desenchufar la tetera, cuya agua ya hervía, El Profesor negaba con la cabeza, asombrado.

—Toda esa información no aparece en el expediente que me dio la señora Jenkins —protestó—. Debería haberme dicho algo.
______ lo ignoró mientras añadía varias cucharadas de té a la tetera.
Él se echó hacia adelante, gesticulando vivamente.
—Este sitio es horrible. Ni siquiera tiene cocina. ¿De qué se alimenta?
Ella dejó la tetera y un pequeño colador de plata en la mesa y, sentándose, empezó a retorcerse las manos.
—Como mucha verdura fresca. Puedo preparar sopa y cuscús en el hornillo eléctrico. El cuscús es muy nutritivo —añadió, tratando de sonar despreocupada, pero sin lograr disimular el temblor de su voz.
—No puede alimentarse a base de esa basura. ¡Un perro come mejor que usted!

_______ agachó la cabeza, ruborizándose y luchando por no echarse a llorar.
El Profesor la miró un rato hasta que, por fin, la vio. Y mientras contemplaba la expresión torturada que nublaba sus preciosos rasgos, se dio cuenta de que él, el profesor Tom Kaulitz, era un egocéntrico hijo de puta. Acababa de avergonzarla por ser pobre, cuando ser pobre no era motivo de vergüenza. Él también había sido muy pobre. _______ era una mujer inteligente y atractiva, que además era una estudiante. No tenía nada de qué avergonzarse. Lo había invitado a su casa, una casa que ella se había esforzado para que resultara acogedora porque no tenía otro sitio adonde ir y él se lo agradecía diciéndole que aquel lugar no era adecuado ni para un perro. Había hecho que se sintiera despreciable y estúpida cuando no era ni una cosa ni la otra. ¿Qué diría Grace si lo hubiera oído?
Diría que era un asno. Al menos ahora era consciente de serlo.

—Dis... discúlpeme —dijo entrecortadamente—. No sé qué me pasa —se excusó, cerrando los ojos y frotándoselos con los nudillos.
—Acaba de perder a su madre —replicó ella con una voz sorprendentemente comprensiva.
Un resorte se disparó en la mente de él.
—No debería estar aquí —dijo, levantándose rápidamente—. Tengo que irme.

______ lo siguió hasta la puerta de la calle y le dio su gabardina y su paraguas. Luego se quedó ruborizada, mirando al suelo, esperando a que se fuera. Se arrepentía de haberle enseñado su casa. Era obvio que no estaba a su altura. Horas atrás, se había sentido orgullosa de su pequeño pero limpio agujero de hobbit, en cambio ahora se sentía muy avergonzada. Por no mencionar el hecho de que ser humillada de nuevo delante de él hacía el asunto mucho peor.
Kaulitz musitó algo, inclinó la cabeza y se marchó.
_______ se apoyó en la puerta cerrada y finalmente dejó que las lágrimas resbalaran por sus mejillas.
Toc, toc.
Sabía quién era, pero no quería abrir.
«Por favor, dioses de los agujeros de hobbit carísimos y no adecuados ni para un perro, que me deje en paz de una vez.» En esta ocasión, su plegaria silenciosa y espontánea no fue escuchada.
Toc, toc, toc.
Se secó la cara rápidamente y abrió la puerta, pero sólo una rendija.
Él la miró parpadeando desconcertado, como si le costara entender que ella hubiera estado llorando entre su partida y su regreso.
_______ se aclaró la garganta y se quedó mirando los zapatos italianos de él, de cordones, que se movían inquietos de un lado a otro.

—¿Cuándo fue la última vez que se comió un buen filete?. Ella se echó a reír y negó con la cabeza. No se acordaba.
—Bueno, pues esta noche va a comer uno. Me muero de hambre y me va a acompañar a cenar.

_______ se permitió el lujo de esbozar una leve y traviesa sonrisa.

—¿Está seguro, profesor? Pensaba que esto —dijo, imitando su gesto en el despacho— no iba a funcionar.
Él se ruborizó ligeramente.
—Olvídese de eso. Pero... —añadió, mirándola de arriba abajo, deteniéndose quizá un poco más de lo necesario en sus deliciosos pechos.
Ella bajó la vista hacia su ropa.
—Puedo cambiarme otra vez.
—Será lo mejor. Póngase algo más adecuado. ______lo miró con expresión herida.
—Puede que sea pobre, pero tengo algunas cosas bonitas. Y son decentes. No tenga miedo, no va a aparecer en público con alguien vestida de pordiosera.
Kaulitz se ruborizó aún más y se reprendió en silencio.
—Quería decir algo adecuado para un restaurante que exige que los hombres lleven chaqueta y corbata —dijo, con una discreta sonrisa conciliadora.
Esta vez fue ella quien lo miró de arriba abajo, deteniéndose tal vez un poco más de lo necesario en sus deliciosos pectorales.
—De acuerdo. Con una condición.
—No creo que esté en situación de negociar.
—En ese caso, adiós, profesor.
—¡Espere! —exclamó él, metiendo su caro zapato italiano en la rendija de la puerta, para impedir que la cerrara, sin preocuparse siquiera de que pudiera estropeársele—. ¿De qué se trata?
Ella lo miró en silencio unos instantes antes de responder:
—Dígame una razón por la que debería acompañarlo, después de todo lo que me ha dicho hoy.
Él la miró con los ojos muy abiertos antes de volver a ruborizarse.
—Yo... ejem... quiero decir... ejem... podría decirse que usted... que yo... —balbuceó.
______ alzó una ceja y empezó a cerrar la puerta.
—Un momento —dijo él, aguantando la puerta con la mano para darle un respiro a su pie, que empezaba a quejarse—. Porque lo que escribió Paul era correcto: «Kaulitz es un asno». Estoy de acuerdo. Pero ahora, al menos, Kaulitz lo sabe.

En ese momento, la cara de _____se iluminó con una sonrisa radiante y él se encontró devolviéndosela. Era preciosa cuando sonreía. Iba a tener que asegurarse de que sonriera más a menudo, por razones puramente estéticas.

—La esperaré aquí. —No queriendo darle más motivos para que cambiara de idea, cerró la puerta.
Dentro del apartamento, ______apretó los párpados y gimió.




Hola!!! como estan?? espero que Bien xD ... Bueno no se ustedes pero yo odie a este idiota de hombre -.- es que ... COMO SE ATREVE A TRATAR A _____ ASI!!! Juro que lo queria MATAR!!! Literalmente xD ... naaaa no puedo estar enojada con este hombre guapo :)) jajajaja Espero les este gustando esta historia ... Es hermosa y se que les va a gustar ---- Bueno me despido, que esten bien ... Nos vemos 

3 comentarios:

  1. :O xq Tom sera tan frió con (Tu nombre) el no deberia ser asi con ella.. ya quiero ver acción entre ellos dos jejeje me encanto el cap espero q subas prontooooo... pasate x mi fic darknesslight-fanfic.blogspot.com

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  2. No que mierdaa!! Pobre (tn) eso fue muy humillantee!! ..
    Al menos la invito a salir eso y es avance ;)

    Siguelaaa me ncanta esta fic sera muy emociomante ;)

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  3. Me muero. Me encantaaaaaaa. Ya quiero leer el proximo ♡♥

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