CAP 14 (PARTE 1)
Tom cerró los ojos, pero sólo un
instante. Una sonrisa, dulce y lenta, apareció en su rostro. Su mirada se
volvió suave y muy cálida.
—Me has encontrado.
____ se mordió el interior de la
mejilla para no echarse a llorar al oír su voz. Era la voz que recordaba.
Llevaba mucho tiempo esperando volver a oírla. Llevaba muchos años esperando
que él regresara a su vida.
—Beatriz. —Agarrándola de la
muñeca, tiró de ella. Se apartó un poco en la cama para hacerle sitio, rodeándola
con los brazos mientras _____ apoyaba la cabeza en su pecho—. Pensaba que te
habías olvidado de mí.
—Nunca —contestó, sin poder
contener las lágrimas por más tiempo—. He pensado en ti cada día.
—No llores. Me has encontrado.
Tom cerró los ojos y volvió la
cabeza. Su respiración empezaba a regulársele otra vez. _____ trató de quedarse
quieta para no molestarlo con sus sollozos, pero el dolor y el alivio mezclados
eran tan fuertes que no pudo evitar que la cama temblara un poco. Las lágrimas
formaron dos riachuelos que descendían por sus mejillas y se unían sobre el
pecho bronceado y tatuado de él.
Su Tom había recordado. Su Tom
había regresado.
—Beatriz. —Le rodeó la cintura
con un brazo y susurró en su pelo, todavía húmedo de la ducha—. No llores.
Y con los ojos cerrados, la besó
en la frente, una, dos, tres veces.
—Te he echado tanto de menos
—murmuró ____, con los labios pegados a su tatuaje.
—Me has encontrado —musitó Tom—.
Debí haberte esperado. Te quiero.
Ella se echó a llorar con
desesperación, abrazándose a él como si se estuviera ahogando y fuera su tabla
de salvación. Le besó el pecho con suavidad mientras le acariciaba el abdomen.
Como respuesta, los dedos de Tom
le acariciaron la piel erizada de los brazos antes de deslizarse bajo la camiseta.
Tras recorrerle la espalda con delicadeza, se acomodaron en la parte baja de su
espalda, donde permanecieron quietos cuando él regresó al país
de los sueños con un suspiro.
—Te quiero, Tom. Te quiero tanto
que me duele —dijo ____, apoyándole la mano sobre el corazón.
Y luego le susurró las palabras
de Dante, algo cambiadas:
El amor se adueñó de mí durante
tanto tiempo
que su señorío acabó por
resultarme familiar.
Y aunque al principio me
irritaba, aprendí a apreciarlo.
Lo guardo en mi corazón, que es
donde mejor se guardan los secretos.
Y así, cuando me destroza la vida
como nadie sabe hacerlo.
Y parece que no me quedan fuerzas
para nada más.
Mi yo más profundo se siente
libre de angustia,
liberado de todo mal.
Porque el amor hace brotar de mí
tanto poder
que mis suspiros más que hablar,
gritan.
Lastimeramente suplican
que mi Tom me salude.
Cada vez que me abraza, todo es
más dulce
de lo que las palabras pueden
expresar.
Cuando se le secaron las
lágrimas, _____ le dio varios besos inseguros en los labios y cayó en un sopor
profundo y sin sueños entre los brazos de su amado.
Cuando se despertó, eran ya las
siete de la mañana. Tom seguía profundamente dormido. De hecho, estaba
roncando. Aparentemente, ninguno de los dos se había movido en toda la noche.
____ nunca había dormido tan bien como esa noche. Bueno, sí, una vez.
No quería moverse. No quería
separarse de él ni un centímetro. Quería permanecer en sus brazos para siempre
y fingir que nunca se habían separado.
«Me reconoce. Me ama. Por fin.»
Nunca se había sentido amada
antes. No realmente. Él se lo había susurrado anteriormente y su madre se lo
había dicho a gritos, pero sólo cuando estaba borracha, por lo que sus palabras
no habían calado en la conciencia de _____. Ni en su corazón. No se lo había
creído, porque eran palabras huecas, no respaldadas por sus actos. Pero creía a
Tom.
Y así, esa mañana, por primera vez, ____ se sintió amada. Sonrió
con tantas ganas que pensó que se le iba a romper la cara. Acercó los labios al
cuello de Tom y le acarició con ellos la piel cubierta por la incipiente barba.
Él gimió débilmente y la abrazó con más fuerza, pero su respiración honda y
regular le indicó que seguía profundamente dormido.
_____ tenía la suficiente
experiencia con alcohólicos como para saber que estaría resacoso y
probablemente de mal humor cuando se despertara, así que no tenía demasiada
prisa por que lo hiciera. Había sido una suerte que la noche anterior se
hubiera comportado como un borracho seductor e inofensivo. Ese tipo de
borracheras ella sabía cómo manejarlas. Era el otro tipo el que le daba miedo.
Pasó casi una hora empapándose de
su calor y su olor corporal, disfrutando de su cercanía, acariciándole
delicadamente el torso. Aparte de la noche que había compartido con él en el
bosque, esos momentos estaban siendo los más felices de su vida. Pero al final
tendría que marcharse.
Sigilosamente, salió de debajo de
su brazo y fue de puntillas hasta el cuarto de baño, cerrando la puerta. Vio
una botella de colonia Aramis en el tocador y la abrió para olerla. No era el
aroma que recordaba del huerto. Su olor en aquella época había sido más
natural, más... salvaje.
«Éste es el aroma del nuevo Tom.
Es como él... imponente. Y ahora es mío.»
_____ se cepilló los dientes, se
recogió el pelo, rizado y alborotado en un nudo y se dirigió a la cocina en
busca de una goma elástica o de un lápiz para sujetárselo. Resuelto el tema del
pelo, fue a sacar la ropa de la lavadora y la metió en la secadora. No podía
volver a casa hasta que estuviera seca, pero no tenía intenciones de marcharse
ahora que él la había recordado.
«¿Y qué pasa con Paulina? ¿Y con
MAIA?». _____ apartó esos pensamientos de su mente. Eran irrelevantes. Tom la
amaba. Por supuesto, dejaría a Paulina.
«Pero ¿cómo vamos a resolver el
problema de que sea mi profesor? ¿Y si es alcohólico?»
Años atrás, se había jurado que
no tendría nunca una relación con un alcohólico. Pero en vez de plantearse esa
posibilidad de manera directa y honesta, desechó todas las sospechas y dudas a
un rincón de su mente. Quería creer que su amor sería capaz de vencer todos los
obstáculos.
«Que a matrimonio de alma y alma verdadera no haya impedimentos»,
recitó _____ mentalmente, citando a Shakespeare, como un talismán contra sus
miedos. Creía que los vicios de Tom nacían de la soledad y la desesperación. Y
que, ahora que se habían reencontrado, su amor bastaría para rescatarlos a
ambos de la oscuridad. Juntos serían mucho más fuertes y mucho más cuerdos que
por separado.
Mientras pensaba todas estas
cosas, iba abriendo los armarios de la cocina, que estaba muy bien equipada. No
sabía si él querría desayunar. Sharon, su madre, nunca quería hacerlo después
de una borrachera. Prefería tomar, por ejemplo, un Brisa Marina, el cóctel a
base de vodka, zumo de uva y de arándanos que —por desgracia— _____ había
aprendido a preparar con aplomo a los ocho años. Sin embargo, tras comerse un
desayuno de huevos revueltos, beicon y café, preparó lo mismo para Tom.
No sabiendo si él sería de los
que se curaban las resacas bebiendo, le preparó un cóctel Walters por si acaso.
Encontró la receta en su guía de cócteles y eligió el whisky que le pareció
menos caro para mezclarlo con el zumo de frutas.
Cuando acabó, se sentía exultante
ante esa inesperada oportunidad de malcriar a Tom. Por eso se tomó muchas
molestias en prepararle la bandeja del desayuno. Incluso cortó unos tallos de
perejil como decoración y los colocó junto a los gajos de naranja que había
dispuesto en forma de abanico junto al beicon. Hasta se molestó en envolverle
los cubiertos con una servilleta de hilo, que dobló sin demasiado éxito en
forma de bolsillo. Deseó ser capaz de doblarla formando algo más impresionante,
como un abanico o un pavo real, y decidió investigar el tema la próxima vez que
se conectara a Internet. Seguro que Martha Stewart lo sabría. Martha Stewart lo
sabía todo.
CAP 14 (PARTE 2)
Armándose de valor, ____ entró en
el despacho y buscó un papel y un bolígrafo en su escritorio para escribirle
una nota:
<<Octubre, 2009
Querido Tom:
Había perdido la fe hasta que
anoche me miraste a los ojos y finalmente me viste.
Apparuit iam beatitudo vestra.
Ahora aparece tu bendición.
Tu Beatriz >>
Apoyó la nota en la copa que
había usado para servir el zumo de naranja. No quería despertarlo todavía, así
que metió la bandeja entera, con el cóctel y todo, en el gran frigorífico, que
estaba casi vacío. Luego se apoyó en la puerta de la nevera y suspiró.
Toc, toc, toc.
Su rutina de diosa doméstica se
vio interrumpida por alguien que llamaba a la puerta.
«Mierda. No me digas que ha
venido. No puede ser.»
Al principio no supo qué hacer.
¿Sería preferible esperar a que Paulina abriera con su propia llave? ¿Y si
volvía a la cama y se escondía entre los brazos de Tom? Tras un par de minutos,
su curiosidad pudo más y se dirigió de puntillas a la puerta.
«Oh, dioses de las estudiantes de
tesis que acaban de reunirse con su alma gemela tras seis puñeteros años de
separación, no permitáis que la —futura— ex amante de mi amor lo fastidie todo.
Por favor.»
_____ respiró hondo y miró por la
mirilla. El rellano estaba desierto. Con el rabillo del ojo vio algo en el
suelo. Abrió la puerta con precaución y sacó la mano, respirando aliviada al
encontrar un ejemplar de The Globe and Mail.
Con una sonrisa de alivio porque
su reunión con Tom no había terminado arruinada por una ex amante, recogió el
periódico y cerró la puerta. Sin dejar de sonreír, se sirvió un vaso de zumo de
naranja y se acomodó en la butaca de terciopelo rojo de enfrente de la
chimenea, con los pies apoyados en la otomana tapizada a juego y suspiró
satisfecha.
Si dos semanas atrás, cuando
estuvo allí de visita con Rachel, le hubieran preguntado si creía que estaría
en esa casa un domingo por la mañana, habría dicho que no. No lo habría creído
posible, ni siquiera con la santa intercesión de Grace desde el cielo. Pero
ahora que estaba allí se sentía muy feliz.
Se dispuso a disfrutar de una
mañana de domingo a base de zumo de naranja y periódico matutino. Una mañana
así se merecía un poco de música. Se decantó por música cubana, más
específicamente por Buena Vista Social Club. Mientras escuchaba la canción Pueblo
Nuevo en el iPod, hojeó la sección de arte del periódico y vio que pronto
se inauguraría una exposición sobre arte florentino en el Royal Ontario Museum.
Era un préstamo de la galería de los Uffizi. Tal vez a
Tom no le importaría acompañarla. Podrían tener una cita.
Sí, no habían ido juntos a su
baile de promoción, ni a ninguna de las fiestas en la Universidad de Saint
Joseph, pero ____ estaba segura de que iban a recuperar todo el tiempo perdido
y que ahora sería mucho mejor. Contenta, se puso en pie de un salto justo
cuando la trompeta empezaba a tocar las notas de Stormy weather, como
contrapunto a la melodía cubana y empezó a cantar en voz alta, demasiado alta,
mientras bailaba con el zumo de naranja en la mano, vestida con unos
pretenciosos calzoncillos, totalmente ajena al hombre semidesnudo que se
dirigía hacia ella.
—¡Qué demonios estás haciendo!
—¡Aaaaaaaaarrrrrrggggggg!
_____ dio un brinco sobresaltada
al oír la voz de enfado a su espalda. Arrancándose los auriculares de las
orejas, se volvió y, lo que vio, la dejó destrozada.
—¡Te he hecho una pregunta! —Los
ojos de Tom parecían dos balsas de agua oscura—. ¿Qué coño estás haciendo
vestida con mi ropa interior dando brincos en mi salón?
Crack.
¿Había sido el sonido del corazón
de _____ rompiéndose en dos? ¿O el del último clavo hundiéndose en el ataúd de
su difunto amor, que descansaba eternamente, aunque no en paz?
Tal vez fuera por su tono de voz,
furioso y autoritario, o porque con una sola pregunta le había dejado claro que
ya no la veía como a Beatriz y que todas sus esperanzas y sueños acababan de
morir nada más nacer. Fuera por lo que fuese, el iPod y el zumo de naranja se
le resbalaron de entre los dedos. El vaso se rompió y el iPod se deslizó al
charco de líquido dorado, a sus pies.
Se quedó mirando el estropicio
durante unos segundos, tratando de entender lo que acababa de pasar. Cualquiera
que la viera pensaría que era incapaz de comprender que el vidrio pudiera
romperse y causar un desastre en forma de estrella líquida. Finalmente, se dejó
caer de rodillas para recoger el cristal, mientras en su cabeza se repetían dos
preguntas: «¿Por qué está tan enfadado? ¿Por qué no me reconoce?»
Un Tom alto y descamisado la miró
desde arriba. Llevaba sólo los bóxers, lo que le daba una apariencia un poco
sexy y un poco ridícula. Tenía los puños tan apretados que se le marcaban los
tendones de los brazos.
—¿No recuerdas lo que pasó
anoche, Tom?
—No, gracias a Dios, no lo recuerdo. ¡Y levántate! Pasas más
tiempo de rodillas que cualquier puta —exclamó, con los dientes apretados.
_____ alzó la cabeza bruscamente.
Al mirarlo a los ojos, comprobó que no recordaba nada en absoluto y que estaba
cada vez más furioso. Más le habría valido a Tom atravesarle el corazón con una
espada, pues se lo había destrozado con sus palabras y ya le había empezado a
sangrar.
«Como en el tatuaje. Él es el
dragón. Yo soy el corazón que sangra.»
Pero en ese instante tuvo lugar
un hecho remarcable. Después de seis años, algo —¡por fin!— se rompió en el
interior de _____.
—Voy a tener que fiarme de tu
palabra por lo que se refiere al comportamiento de las putas, Kaulitz —replicó,
con algo muy parecido a un gruñido—. Al parecer, experiencia no te falta.
El desgarro de su corazón seguía
expandiéndose dolorosamente. No del todo satisfecha con ese comentario, se
olvidó de los cristales y se puso en pie de un salto.
—¡No te atrevas a volver a
hablarme en ese tono, borracho asqueroso! ¿Quién demonios crees que eres?
Después de todo lo que hice por ti anoche. Debería haber dejado que Gollum te
atrapara. ¡Tendría que haber dejado que te la tiraras delante de todo el mundo
en Lobby!
—¿De qué estás hablando?
____ se acercó a él con los ojos
brillantes, las mejillas encendidas y los labios temblorosos. Se estremecía de
rabia mientras la adrenalina le fluía por las venas. Tenía ganas de golpearlo,
de borrarle a bofetadas aquella expresión de la cara. Quería arrancarle el pelo
a puñados y dejarlo calvo. Para siempre.
Tom aspiró su aroma, erótico e
incitante, y se pasó la lengua por los labios. Pero hacer eso ante una mujer
tan enfadada como la señorita Mitchell fue un error.
Alzó la cabeza, orgullosa, y
salió a grandes zancadas del salón, murmurando variados y exóticos insultos,
tanto en inglés como en italiano. Y, cuando se le acabaron, pasó al alemán,
señal inequívoca de que estaba realmente furiosa.
—Hau ab! Verpiss dich! —exclamó
Tom se frotó los ojos lentamente.
A pesar de tener una de las peores resacas de su vida, estaba empezando a
disfrutar del espectáculo de ella vestida con su ropa interior, apasionada y
furiosa,
gritándole en múltiples idiomas. Era el segundo espectáculo más
erótico que había visto nunca. Totalmente fuera de lugar.
—¿Dónde aprendiste palabrotas en
alemán? —le preguntó, siguiendo la retahíla de insultos auf Deutsch hasta
el lavadero, donde la encontró sacando su ropa de la secadora.
—¡Que te jodan, Tom!
El aludido se había distraído
momentáneamente con la visión del sujetador de encaje negro que colgaba
provocativamente de su mano. Al mirarlo con más atención, se dio cuenta de que
la talla y la copa que le habían venido a la cabeza durante la cena en el
Harbour Sixty eran acertadas y se felicitó a sí mismo en silencio.
Se obligó a apartar la vista de
la prenda y levantarla hasta los ojos de _____, en los que vio chispas color
caramelo entre el oscuro chocolate, como si fueran una copa de helado.
—¿Qué estás haciendo?
—¿Qué te parece que estoy
haciendo? Me estoy largando de aquí antes de que agarre una de tus estúpidas
pajaritas y te estrangule con ella.
Tom frunció el cejo. Siempre
había pensado que sus pajaritas eran muy elegantes.
—¿Quién es Gollum?
—La jodida Christa Peterson.
Él alzó mucho las cejas.
«¿Christa? Supongo que se parece a Gollum. Si entornas los ojos...»
—Deja en paz a Christa. Me
importa una mierda. ¿Anoche tú y yo nos acostamos? —preguntó muy serio,
cruzándose de brazos.
—¡En tus sueños, Tom!
—Eso no es una negativa, señorita
Mitchell. —Le sujetó el brazo para que dejara de hacer lo que estaba haciendo—.
Yo no lo niego. ¿Niegas tú haberte acostado conmigo en tus sueños?
—¡Quítame las manos de encima,
arrogante hijo de puta! —____ se soltó con tanto ímpetu que casi se cayó de
espaldas—. Por supuesto, tendrías que estar borracho para querer follar
conmigo.
Tom se ruborizó.
—Cálmate. ¿Quién ha hablado de
follar?
—¿Ah, no? ¿Y de qué estamos
hablando? Soy una puta que se pone de rodillas cada cinco segundos. Pasara lo
que pasase, no importa que no lo recuerdes. Seguro que no fue nada memorable.
Él le sujetó la barbilla con
fuerza y le levantó la cara hasta que estuvieron a escasos centímetros de
distancia.
—Te he dicho que te calmes. — La estaba advirtiendo con la
mirada—. No eres ninguna puta. No vuelvas a referirte a ti en esos términos.
Su tono, gélido, se deslizó por
la espalda de ____ como un cubito de hielo.
Luego, le soltó la barbilla y dio
un paso atrás. Tenía la mirada ardiente y la respiración alterada. Cerró los
ojos y empezó a respirar hondo, muy despacio. Incluso en su actual estado de
nebulosa mental, Tom sabía que las cosas habían llegado demasiado lejos. Tenía
que calmarse y después tenía que calmarla a ella, antes de que hiciera algo de
lo que pudiera arrepentirse.
Los ojos de _____ no escondían
nada. En ellos podía leerse que estaba furiosa y herida como un animal
acorralado. Además de asustada y triste. Era como un gatito irritado y dolido
que había sacado las garras y estaba a punto de llorar. Y todo era obra suya.
Había sido él quien le había hecho aquello al ángel de ojos castaños al
compararla con una puta y al olvidarse de lo que había pasado entre los dos la
noche anterior.
«Debes de haberla seducido. Si
no, no se estaría comportando así. Kaulitz, eres un imbécil de primera. Y ya
puedes ir despidiéndote de tu carrera.»
Mientras él pensaba, lentamente y
con esfuerzo, ____ aprovechó la oportunidad. Con un último insulto, recogió sus
cosas y se encerró en la habitación de invitados.
Tras quitarse los calzoncillos,
los dejó en el suelo de una patada. Se puso los calcetines y los vaqueros, aún
un poco húmedos, y se dio cuenta de que se había dejado el sujetador en el
lavadero, pero decidió irse sin él. «Puede añadirlo a su colección. Cabronazo.»
Optó por no cambiarse de camiseta. La de Tom era más discreta que la suya para
ir sin sujetador. Y si él se la reclamaba, le arrancaría los ojos.
Pegó la oreja a la puerta, pero
no oyó nada. Mientras esperaba para asegurarse de que no hubiera nadie en el
pasillo, reflexionó sobre lo sucedido.
Había perdido los nervios y se
había comportado como una boba. Sabía cómo era él en ocasiones. Había visto la
mesa destrozada y la sangre en la alfombra de Grace. Aunque estaba convencida
de que su Tom nunca le levantaría la mano, no sabía de qué era capaz el
profesor Kaulitz cuando perdía el control.
Pero es que la había hecho
enfadar mucho. Y ella nunca antes
había podido expresar la rabia que había ido acumulando durante
esos años. Cuando había encontrado una salida, había querido sacarla toda a
gritos. Y, además, tenía que defenderse. Tenía que librarse de su dependencia
de Tom de una vez por todas. Se había pasado media vida suspirando por una
persona que no era real, sólo una consecuencia temporal del alcohol. Debía
poner fin a esa relación insana.
«Le has gritado y le has
insultado. Sal de aquí antes de que reaccione y se ponga violento.»
Mientras ____ se vestía, Tom
había ido tambaleándose hasta la cocina. Necesitaba algo que lo ayudara a
librarse de las telarañas causadas por el alcohol que le nublaban la mente.
Abrió la puerta de la nevera y quedó inundado por su luz fluorescente.
Sus ojos vagaron hasta llegar a
una gran bandeja blanca. Una bandeja blanca muy bonita y bien presentada. Muy
femenina. Una bandeja con comida, zumo de naranja y lo que parecía un cóctel.
¿Qué era aquello?
«Pero ¡si hasta la ha decorado,
por el amor de Dios!»
Se quedó mirando la bandeja sin
dar crédito a lo que veía. La señorita Mitchell era una persona amable en
general, pero ¿por qué iba a prepararle una bandeja de desayuno si no se
hubiera acostado con ella? Aquel presente, en todo su adornado esplendor, era
una prueba evidente de su seducción y, por esa misma razón, provocaba en él un
gran rechazo.
A pesar de todo, se sintió muy
agradecido de que le hubiera preparado un cóctel y se lo bebió de un trago. Era
justo el antídoto que el martilleo de su cabeza necesitaba. Momentos más tarde,
se empezó a encontrar mejor.
Sus ojos se movieron lentamente
sobre el contenido de la bandeja hasta detenerse en la nota apoyada en el zumo
de naranja. La leyó lentamente, sin comprender por qué ____ habría elegido esa
manera de comunicarse con él, hasta que llegó a las frases finales:
Apparuit iam beatitudo vestra.
Ahora aparece tu bendición.
Tu Beatriz
Tiró la nota, enfadado. Aunque no
confirmaba que se hubieran acostado, sí demostraba que ella estaba enamorada de
él. No le
extrañaba que hubiera sido tan fácil hacerle perder la virginidad.
Las estudiantes solían encandilarse con las figuras de autoridad y entablar
relaciones inadecuadas con ellas. En el caso de _____ era obvio. Veía su
relación a través de la lente de los personajes de su investigación. Se
imaginaba que ella era Beatriz y que él era Dante. Una relación prohibida. Pero
una tentación en la que él mismo había caído en un momento de egoísmo y de
estupor alcohólico. Perdió el apetito bruscamente.
«¿Qué dirá Rachel cuando se
entere?»
Maldiciendo su falta de
autocontrol, pasó sin detenerse ante la habitación de invitados de camino a su
dormitorio. Le vinieron a la mente fugaces recuerdos de la noche anterior. Se acordó
de haber besado a _____ en el pasillo. Recordó el suave tacto de su piel bajo
sus manos y que la había deseado intensamente, anhelando la dulzura de sus
labios, su cálido aliento; recordó cómo temblaba bajo sus manos... Aunque no se
acordaba del acto en sí, ni del placer de acariciar su piel desnuda. Recordaba
haberla mirado a la cara mientras estaba tumbada a su lado en la cama y que
ella le había apoyado la mano en la cara y le había suplicado que fuera hacia
la luz. Tenía el rostro de un ángel. Un hermoso ángel de ojos castaños.
«Ella quería ayudarme y ¿cómo se
lo he pagado? Le he robado la virginidad y ni siquiera lo recuerdo. Se merecía
algo mejor. Mucho mejor.»
Gruñendo como una alma torturada,
se puso unos vaqueros y una camiseta y buscó las gafas por la habitación.
Cuando estaba a punto de salir del dormitorio, se detuvo, inexplicablemente
atraído por el cuadro que colgaba frente a la cama.
Beatriz.
Se movió hasta quedar casi pegado
al precioso rostro de la familiar figura vestida de blanco. Su ángel de ojos
castaños. Un destello de lo imposible apareció ante sus ojos, pero como una
espiral de humo, se desvaneció. Tenía resaca y le costaba un gran esfuerzo
pensar.
_____ abrió la puerta
sigilosamente y se asomó al pasillo. No había nadie. Fue a la cocina a
calzarse, cogió sus cosas y se dirigió al recibidor. Tom la estaba esperando
allí apoyado en la puerta.
«Scheiße.»
—No puedes irte hasta que me
expliques un par de cosas.
Ella tragó saliva con dificultad.
—Déjame marchar o llamaré a la policía.
—Si llamas a la policía, les diré
que has entrado sin mi permiso.
—Si les dices eso, les diré que
me has retenido contra mi voluntad y que me has hecho daño. —Otra vez estaba
hablando sin pensar lo que decía y eso no era muy inteligente. Además, acababa
de amenazarlo con una mentira. Porque todo lo que había pasado entre ellos
había sido consentido, aparte de casto y muy dulce. Y ahora Tom lo había
estropeado todo. Pero no lo sabía.
—Por favor, _____. Dime que no...
—Sus ojos se cerraron con una mueca de dolor—. Dime que no fui brusco contigo.
—La idea de haberle hecho daño casi le provocó náuseas. Llevándose una mano a
las gafas, preguntó—: ¿Te hice mucho daño?
Durante un instante, _____ se
planteó la posibilidad de mantenerlo colgando del anzuelo, pero no fue más que
un instante. Cerró los ojos y gruñó antes de responder:
—No me hiciste daño. Físicamente
no, al menos. Sólo querías que alguien te metiera en la cama y te hiciera
compañía. Me rogaste que me quedara, pero como amiga. Fuiste mucho más caballeroso
anoche de lo que lo has sido esta mañana. Creo que me gustas más cuando estás
borracho.
—No digas eso, ____. Y sigo
borracho. —Tom negó con la cabeza y suspiró—. Al menos, me alegro de no haber
sido el primero.
Ella inspiró hondo y una
expresión de pesar le cruzó el rostro.
—Pero... tu ropa... —Le miró el
pecho y vio que los pezones se le marcaban de un modo muy atractivo debajo de
la camiseta. Trató de apartar la vista, pero fracasó.
—¿Me estás tomando el pelo?
—preguntó ella, molesta—. ¿De verdad no te acuerdas?
—Tengo lagunas. Me pasa a veces
cuando bebo.
_____ perdió la paciencia.
—Me vomitaste encima. Por eso me
cambié de ropa. Por ninguna otra razón, te lo aseguro.
Tom la miró, aliviado y
avergonzado al mismo tiempo.
—Lo siento —se disculpó—. Y
siento mucho haberte insultado. No pensaba lo que decía, no pienso eso en
absoluto. Me ha sorprendido encontrarte aquí, vestida así. He creído que
nosotros... —Dejó la frase en el aire, haciendo un gesto vago con la mano.
—Bobadas.
Tom le dirigió una mirada de
advertencia.
—Si alguien del entorno de la
universidad descubre que has
pasado la noche aquí, me meteré en un buen lío. Y tú también.
—No se lo diré a nadie, Tom. A
pesar de lo que piensas de mí, no soy idiota.
Él frunció el cejo.
—Ya sé que no eres idiota. Pero
si Paul o Christa llegaran a enterarse, yo...
—¿Eso es lo único que te
preocupa? ¿No quedarte con el culo al aire? Pues no te preocupes, ya me ocupé
de cubrírtelo anoche. Alejé a Christa de tu polla antes de que pudierais consumar
vuestra relación profesor-alumna. ¡Deberías estar dándome las gracias, no
echándome la bronca!
La expresión de Tom se
ensombreció aún más.
—Gracias, señorita Mitchell. Pero
si alguien te ve salir de aquí...
_____ levantó las manos,
frustrada. Era imposible tratar con él esa mañana.
—Si alguien me ve, le diré que
estaba de rodillas ante tu vecino para conseguir dinero para comprarme cuscús.
No les costará nada creerlo.
Él la sujetó por la barbilla con
más fuerza que la última vez.
—Te he dicho que pares. No
vuelvas a hablar así.
Ella se quedó petrificada por la
sorpresa, pero sólo durante un instante. En seguida se libró de un manotazo.
—No me toques —le dijo entre
dientes.
Trató de abrir la puerta, pero él
puso la mano en el pomo y siguió barrándole el paso.
—¡Maldita sea! ¡Te he dicho que
pares!
Levantó la mano para agarrarla,
pero ella pensó que iba a golpearla y se cubrió la cabeza con las manos. Al
verlo, a Tom se le encogió el estómago.
—____, por favor —le suplicó,
susurrando—. No voy a pegarte. Sólo quiero hablar contigo. —Llevándose una mano
a la cara, hizo una mueca—. He hecho cosas terribles cuando he perdido el
control. Y tengo miedo de haberte tratado mal anoche. Por eso te hablo en este
tono. Pero estoy furioso conmigo, no contigo.
»Tengo una gran opinión de ti.
¿Cómo no iba a tenerla? Eres hermosa, inocente y dulce. No me gusta verte
tirada por el suelo como si fueras un animal o una esclava. Deja los jodidos
cristales donde están, no me importa. ¿Recuerdas las palabras despectivas que
me dijiste sobre ti misma al volver de Lobby? El recuerdo de esas palabras me
ha martirizado desde ese día. Ten piedad de mí y deja de
denigrarte. No puedo soportarlo.>>
Carraspeó dos veces antes de
continuar:
—No recuerdo lo que pasó con la
señorita Peterson, pero me disculpo. Fui un idiota y tú me rescataste. Gracias.
—Se recolocó las gafas lentamente—. Lo que pasó ayer noche no puede repetirse.
Siento haberte besado. Estoy seguro de que fue una experiencia traumática. Un
borracho babeándote por todas partes. Perdóname.
_____ contuvo el aliento. Para
ser una disculpa, sus palabras habían sido muy hirientes. Al parecer, él no
recordaba el beso igual que ella. Y eso la disgustó mucho.
—Ah, eso —replicó con fingida
indiferencia—. Ya ni me acordaba. No fue nada.
Tom alzó las cejas. Por alguna
razón, su expresión se ensombreció.
—¿Nada? Claro que fue algo.
Se la quedó mirando,
preguntándose si debería hablarle de la nota de la bandeja o no.
—Estás disgustada y yo no estoy
despejado del todo. Es mejor dejarlo antes de que digamos algo de lo que nos
podamos arrepentir —concluyó con repentina frialdad—. Adiós, señorita Mitchell.
Abrió la puerta y le permitió
salir.
—Tom... —Julia se volvió hacia él
en cuanto estuvo en el rellano.
—¿Sí?
—Tengo que decirte una cosa.
—Te escucho.
Sonaba resignado.
—Paulina llamó anoche, mientras
estabas... indispuesto. Y yo respondí al teléfono.
Tom se quitó las gafas y se frotó
los ojos.
—Mierda. ¿Qué dijo?
—Me llamó puta y me dijo que te
diera la vuelta y que te pusiera el teléfono en la oreja. Le contesté que no te
encontrabas bien.
—¿Te dijo por qué llamaba?
—No.
—¿Le dijiste quién eras? ¿Le
diste tu nombre?
_____ negó con la cabeza.
—Gracias a Dios —murmuró él.
Ella frunció el cejo. Había
esperado que se disculpara en nombre de Paulina, pero no lo hizo. Ni se inmutó
al oír que la había insultado.
Al contrario, parecía preocupado por si ella había molestado a
Paulina.
«Tiene que ser su amante.»
____ le dirigió una mirada
glacial y empezó a temblar de rabia.
—Me rogaste que te siguiera. Que
te buscara en el Infierno. Y ahí te encontré. Por mí, puedes quedarte
eternamente.
Tom dio un paso atrás y,
poniéndose las gafas, la miró con los ojos entornados.
—¿De qué demonios estás hablando?
—De nada. Se acabó, profesor
Kaulitz.
Volviéndose, se dirigió al
ascensor.
Confuso, Tom la vio alejarse.
Tras unos momentos, fue tras ella.
—¿Por qué has escrito esa
ridícula nota?
_____ sintió que una daga se le
clavaba en el corazón. Enderezó los hombros y trató de que la voz no le
temblara demasiado.
—¿Qué nota?
—¡Sabes perfectamente de qué nota
hablo! La que has dejado en la nevera.
Ella se encogió de hombros
exageradamente. Tom la sujetó por el codo y la obligó a volverse hacia él.
—¿Todo esto es un juego para ti?
—¡Claro que no! ¡Suéltame!
Se liberó de su mano y empezó a
aporrear el botón de bajar, suplicándole al ascensor que acudiera en su
rescate. Se sentía humillada y muy enfadada, además de estúpida y muy pequeña.
Tenía que alejarse de él como fuera. Aunque tuviera que bajar andando.
Tom se le acercó un poco más.
—¿Por qué has firmado la nota de
esa manera? —insistió.
—¿Y a ti qué más te da?
Tom oyó acercarse el ascensor y
supo que le quedaban escasos segundos para obtener respuestas a sus preguntas.
Cerró los ojos y las palabras de ____ retumbaron en su cabeza. Lo había buscado
en el Infierno. Él le había rogado que fuera a buscarlo y el ángel de ojos
castaños lo había hecho. No, claro que no. Las alucinaciones no respondían a
los ruegos.
«¿Y si Beatriz no hubiera sido
una alucinación? ¿Y si...» Sintió un escalofrío. Una vez más, lo imposible
flotó ante sus ojos. Si se concentraba, podía verla ante él, pero su rostro era
una mancha borrosa.
Un campanilleo avisó de que había
llegado el ascensor.
Abrió los ojos.
_____ entró en el ascensor y se
volvió hacia él, negando con la cabeza, exasperada por su confusión y por la
intoxicación que aún le nublaba los ojos. Era un momento crucial para ella.
Podía confesarle la verdad o podía guardar silencio, manteniendo lo sucedido
entre los dos en secreto, como siempre, como cada día de los últimos seis
jodidos años.
Cuando la puerta empezó a
cerrarse, vio que él había vuelto a recordarla.
—¿Beatriz? —susurró.
—Sí —respondió ella, moviéndose
para sostenerle la mirada durante más tiempo—. Soy Beatriz. Me diste mi primer
beso. Me quedé dormida entre tus brazos en tu precioso huerto.
Tom trató de impedir que se
cerraran las puertas.
—¡Beatriz! ¡Espera!
Pero era demasiado tarde. La
puerta se cerró y aunque él aporreó el botón desesperadamente, el ascensor
inició su lento pero inexorable descenso.
—Ya no soy Beatriz —dijo ____,
rompiendo a llorar.
Tom apoyó la frente y las manos
contra el frío acero del ascensor.
«¿Qué he hecho?»
HOLA!! COMO ESTAN? DECEPCION LO SE!! YO TAMBIEN ME LA LLEVE PERO NO SE PREOCUPEN, TODAVIA FALTA MAS!!! SI LO SE, TOM SE PASO CON LA RAYA PERO YA LO PAGARA EL MUY PERRO LO JURO xD JAJAJJA BUENO AQUI ESTA EL CAP ESPERO QUE LES GUSTE .... HASTA PRONTO :))
omg !! estoy llorando D: OMG !!! que mal pues ni se X.x es todo un lio :'( me encanta espero que puedas subir pronto *-* gracias por subir esto *-* no tengo mucha coherencia hoy X.x
ResponderEliminarSíguela :)
ResponderEliminarI love it..!!! me encanto síguela!!!
ResponderEliminarAy Tom pobre (tn)..
ResponderEliminarPero lo que me emociona es que ya la recprdo ya sabe que es Beatriz..!!
Siguelaa Virgii subeee yaaa!! :D