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domingo, 30 de marzo de 2014

.- EL INFIERNO DE TOM.- 15 (PARTE 1,2 y 3)

CAP 15 (PARTE 1)
El viejo señor Krangel miró por la mirilla y no vio nada fuera de lo común. Había oído a un hombre y a una mujer discutiendo, pero ahora no se veía a nadie. Incluso había oído un nombre: Beatriz. No sabía que hubiera una Beatriz en el rellano. En esos momentos, éste parecía desierto.
Ya había salido de casa una vez ese día. Había tenido que devolverle a su anónimo vecino el periódico, que habían dejado en su puerta por error. Los Krangel no estaban suscritos a ningún diario, pero la señora Krangel padecía demencia senil y lo había cogido sin darse cuenta.
Algo molesto por haber visto interrumpida la paz de la mañana del domingo por una kemfn en el rellano, el señor Krangel abrió la puerta y asomó su anciana cabeza. A unos quince metros de distancia vio a un hombre apoyado en la puerta del ascensor. Le temblaban los hombros.
Aunque muy incómodo ante el patético espectáculo, fue incapaz de apartar la vista. No lo reconoció y no le pareció que fuera el mejor momento para presentarse. Sin duda, un adulto que salía al rellano descalzo y medio desnudo para hacer... lo que fuera que estuviera haciendo, no era alguien a quien deseara conocer. Los hombres de su generación no lloraban nunca. Claro que tampoco se quitaban los calcetines para salir de casa. A menos que fueran... raros. O vivieran en California.
El señor Krangel se metió en casa, cerró la puerta con llave y telefoneó al conserje para avisarle de que en el rellano había un hombre descalzo que acababa de tener una kemfn a gritos con una mujer llamada Beatriz.
Tardó cinco minutos en explicarle qué era una kemfn. Luego se quejó de eso durante un buen rato, culpando al sistema educativo de Toronto y a sus materias basadas en la cultura cristiana.
Estaban casi a finales de octubre y el tiempo en Toronto era frío. ____ no llevaba jersey debajo del abrigo y caminar hasta su casa no fue una experiencia agradable. Mientras lo hacía, se rodeó el pecho con los brazos, secándose las lágrimas de vez en cuando. Eran lágrimas de enfado y resignación.
La gente que se cruzaba con ella le dirigía miradas compasivas. Muchos canadienses eran así. Compasivos pero educadamente distantes. ____ les agradeció su sentimiento y todavía más que no se detuvieran a preguntarle qué le pasaba. Su historia era demasiado larga y complicada para explicarla en un momento.
Ella nunca se preguntaba por qué le pasaban cosas malas a la gente buena, porque ya sabía la respuesta: a todo el mundo le pasan cosas malas. No consideraba que eso sirviera de excusa para hacerle daño a otro, pero si había una experiencia que todos los seres humanos compartían era la del sufrimiento. Nadie se iba de este mundo sin haber derramado alguna lágrima, sin haber sentido dolor o haberse sumido en un pozo de tristeza. ¿Por qué debería ser distinta su vida? ¿Por qué debería esperar un trato de favor? Hasta la madre Teresa había sufrido, y eso que era una santa.
No se arrepentía de haber cuidado de El Profesor mientras estaba borracho, por mucho que su buena acción hubiera sido recompensada con un castigo en vez de con un premio. Si uno creía que la amabilidad nunca se perdía, tenía que actuar en consecuencia, incluso cuando le echaban su amabilidad en cara.
De lo que se avergonzaba era de haber sido tan idiota, tan estúpida, tan ingenua de creer que él la seguiría recordando después de la borrachera y que las cosas entre ellos volverían a ser como antes (aunque en realidad nunca habían sido de ninguna manera). Sabía que se había dejado llevar por su fantasía y que se había inventado un cuento de hadas sin tener en cuenta el mundo real y al Tom real.  «Pero por un instante, fue real. La chispa seguía viva. Cuando me besó y me acarició, la electricidad seguía estando allí. Tiene que haberla sentido él también. Es imposible que haya existido sólo en mi cabeza.»
____ se obligó a no seguir por ese camino, recordándose que acababa de empezar una dieta libre de Kaulitz.
«Ha llegado el momento de crecer. Se acabaron los cuentos de hadas. En septiembre no te reconoció y ahora tiene a Paulina.»
Al llegar a su agujero de hobbit, se dio una larga ducha y se puso el pijama de franela más viejo y suave que tenía. Era rosa pálido con un estampado de patitos de goma. Tiró la camiseta de Tom a la parte de atrás del armario, esperando olvidarse de ella, se hizo un ovillo en la cama, abrazada al conejito de terciopelo, y se durmió, exhausta física y emocionalmente.
Mientras ella dormía, Tom estaba luchando contra la resaca y contra el impulso de sumergirse en una botella de whisky escocés y no volver a salir a la superficie. No la había perseguido. No había bajado a trompicones treinta pisos por la escalera. No había esperado el siguiente ascensor para perseguirla por la calle. No. Se había tambaleado hasta el salón, donde se había dejado caer en una butaca para revolcarse en las náuseas y el odio hacia sí mismo. Se maldijo por la brusquedad con que la había tratado, no sólo esa mañana, sino desde el primer día del seminario. Una brusquedad mucho más odiosa por el hecho de que ella la había tolerado en silencio, con una paciencia digna de una santa, sabiendo en todo momento quién era y lo que significaba para él. «¿Cómo puede haber estado tan ciego?» Pensó en la primera vez que la vio. Acababa de regresar a Selinsgrove deprimido y desesperado. Pero Dios había intervenido. Como un auténtico deus ex máchina le había enviado un ángel para rescatarlo del infierno. Un ángel delicado, de ojos castaños, vestido con vaqueros y zapatillas deportivas, con un rostro hermoso y una alma pura, que lo había consolado en la oscuridad y le había dado esperanza. Un ángel que parecía apreciarlo sinceramente, a pesar de todos sus defectos. «Ella me salvó.» Y, por si fuera poco, ese ángel había aparecido una segunda vez, justo el día en que había perdido la otra poderosa fuerza del bien que existía en su vida: Grace. El ángel se había sentado en su clase, recordándole que existía la verdad, la belleza, la bondad. Y él había respondido hablándole mal y amenazándola con expulsarla del curso. Y esa mañana había vuelto a tratarla con crueldad y la había comparado con una puta.
«El follaángeles soy yo. He jodido al ángel de ojos castaños.» Maldiciendo la ironía de quien lo había bautizado con el nombre de un arcángel, se dirigió a la cocina a buscar la nota. Con el frágil y hermoso mensaje en la mano, vio su propia fealdad. Era una fealdad interna, del alma. La nota de ___, del mismo modo que la bandeja del desayuno, contrastaba con el pecado de Tom de un modo imposible de ignorar.  Ella no se lo podía haber imaginado en ese momento, pero las palabras que había pronunciado estando con Paul, una semana atrás, cobraron más sentido que nunca. A veces, cuando la gente no obtenía
respuesta a sus gritos, podía oír el eco de su propio odio. A veces, la bondad era suficiente para dejar en evidencia a la maldad. Dejando caer la nota, Tom enterró la cara entre las manos y se echó a llorar. Cuando ____ se despertó al fin, eran más de las diez de la noche. Bostezó y se estiró. Tras prepararse un triste tazón de gachas instantáneas y lograr tomarse casi un tercio, escuchó el buzón de voz. Había apagado el móvil al llegar a casa de Tom la noche anterior, porque esperaba una llamada de Paul y no estaba de humor para hablar con él, ni entonces ni ahora. Sabía que probablemente la animaría a hacerlo, pero lo único que quería en esos momentos era estar sola para lamerse las heridas, como un cachorro al que le hubieran dado una paliza.
Con el ánimo por los suelos, ____ revisó sus mensajes, buscando primero los más antiguos. Frunció el cejo al darse cuenta de que tenía la memoria llena. Nunca le había pasado antes. Las únicas personas que la llamaban eran su padre, Rachel y Paul y sus mensajes siempre eran breves.
«Hola, ____, soy yo. Es sábado por la noche y la conferencia ha ido muy bien. Te llevo un recuerdo de Princeton. No te preocupes, es pequeño. Supongo que estarás en la biblioteca, trabajando. Llámame luego. [Silencio elocuente.] Te echo de menos.» ____ suspiró. Borró el mensaje y pasó al siguiente, que también era de Paul. «Hola, ____. Vuelvo a ser yo. Es domingo por la mañana. Supongo que no llegaré muy tarde esta noche. ¿Quieres que cenemos juntos? Hay un restaurante de sushi no muy lejos de tu casa. Llámame. Te echo de menos, Conejito.» Tras borrar el segundo mensaje, ____ le escribió un mensaje de texto, diciéndole que estaba griposa y que prefería no salir de la cama. Le avisaría cuando se encontrara mejor y esperaba que llegara a casa sano y salvo. No le dijo que lo echaba de menos. El siguiente mensaje era de un número local desconocido.
«________... ejem, ___. Soy Tom. Yo... Por favor, no cuelgues. Sé que soy la última persona con la que quieres hablar ahora mismo, pero llamo para arrastrarme. De hecho, estoy delante de tu edificio, bajo la lluvia. Estaba preocupado por ti y quería asegurarme de que habías llegado bien a casa.
»Ojalá pudiera volver atrás en el tiempo. Volvería a esta mañana
y te diría que nunca había visto nada tan bonito como tú, feliz, bailando en mi salón. Te diría que soy el hombre más afortunado del mundo porque me rescataste y te quedaste a mi lado toda la noche. Que soy un idiota que lo jode todo y que no me merezco tu amabilidad. En absoluto. Sé que te he hecho daño, ___, y lo siento. [Respiración profunda.] No debí dejarte marchar esta mañana. No de esa manera. Tenía que haber salido corriendo detrás de ti y haberte suplicado que te quedaras. La he cagado, ___. La he cagado bien.
»Debería haberme humillado. Y eso es lo que pretendo hacer ahora. Por favor, sal a la calle para que pueda disculparme. Mejor no. No salgas. Pillarás una pulmonía. Sólo ven hasta la puerta y escúchame a través del cristal. Estaré aquí, esperándote. Te dejo mi número de móvil...»
___ frunció el cejo y borró el mensaje sin molestarse en anotar su número. Sin cambiarse de ropa, vestida con el pijama de patitos de goma, salió del apartamento y se acercó a la puerta de la calle. No tenía ninguna intención de escuchar las excusas de Tom. Sólo quería comprobar si seguía allí, bajo la lluvia y el frío. Apoyó la nariz contra el vidrio, empañándolo, y trató de ver en la oscuridad. Ya no llovía y no había ningún profesor a la vista. Se preguntó cuánto rato habría esperado. Se preguntó si habría ido hasta allí sin paraguas. Enderezando la espalda, se dijo que no le importaba. «Que pille una pulmonía. Se lo tiene merecido.» Al volverse, se dio cuenta de que había un ramo de jacintos apoyado en uno de los pilares del porche de la entrada. Tenía un gran lazo rosa y lo que parecía una tarjeta Hallmark en el centro. En el sobre le pareció que ponía «___».
«¿En serio, profesor Kaulitz? No sabía que hubiera tarjetas Hallmark para estas ocasiones. ¿Qué pone? “¿Para la estudiante de tesis que eché de casa a gritos después de decirle que quería acariciarla como a un gatito y de vomitarle encima?”»
___ regresó al apartamento, negando con la cabeza y murmurando entre dientes. Acomodándose en la cama con el portátil, buscó en Internet el significado de los jacintos lila, por si Tom —o su florista— trataba de enviarle un mensaje subliminal. En una página web sobre horticultura, encontró lo siguiente: «Los jacintos lila simbolizan el dolor, el arrepentimiento, una disculpa».
«Ya, bueno, si no te hubieras comportado como un cabronazo conmigo, ahora no tendrías que comprar jacintos para suplicar que te
perdonara. Gilipollas.» Sacudiendo la cabeza, furiosa, dejó el ordenador a un lado y escuchó el último mensaje. Era también de Tom y lo había dejado hacía poco rato.
«___, quería decirte esto en persona, pero no puedo esperar más. No puedo esperar más.
»Esta mañana no quería llamarte puta. Te lo juro. Ha sido una comparación horrible y nunca debí decirlo, pero no quería llamarte puta. Me molesta mucho verte de rodillas. No te imaginas cuánto. Deberías ser adorada, venerada, tratada con dignidad. Nunca deberías estar de rodillas, ___, ante nadie. Lo que pienses de mí no importa, pero nunca te olvides de eso. Es la verdad.
»Debería haberme disculpado por lo que te dijo Paulina. Acabo de dejarle las cosas claras y me ha pedido que me disculpe de su parte. Ella y yo tenemos una... ejem... [tos] es complicado. No creo que te cueste imaginarte por qué llegó a la conclusión a la que llegó. Todo tiene que ver con mi historial y nada con el tuyo. Siento que te faltara al respeto. No volverá a pasar. Te lo prometo.
»Gracias por prepararme el desayuno esta mañana. [Pausa muy larga.] Ver la bandeja me ha afectado mucho. No puedo expresarlo con palabras. ___, nadie había hecho algo así para mí antes. Nadie. Ni Grace, ni un amigo, ni una amante, nadie... Has sido buena, amable y generosa conmigo y yo... he sido egoísta y cruel. [Se aclara la garganta.]
»Por favor, ___. [La voz se le vuelve ronca.] Tenemos que hablar de la nota. La tengo en la mano y no voy a soltarla. Hay cosas importantes que he de contarte. Son cosas graves, de las que no quiero hablar por teléfono. Siento mucho lo que ha pasado esta mañana. Es culpa mía y me gustaría mucho arreglarlo. Por favor, dime qué puedo hacer para arreglarlo y lo haré. Llámame.»
Una vez más, ___ borró el mensaje y una vez más no guardó su número de móvil. Apagó el teléfono y lo dejó junto al portátil en la mesita plegable. Luego volvió a la cama y trató de quitarse la voz triste y torturada de Tom de la cabeza. No salió del apartamento ni al día siguiente ni al otro. Pasó todo el tiempo vestida con distintos pijamas de franela, tratando de distraerse con música a todo volumen o leyendo novelas de Alexander McCall Smith. Las historias de Edimburgo eran sus favoritas. Eran alegres, tenían un poco de misterio y eran inteligentes. Le gustaba su estilo. Le parecía reconfortante. Leer sus novelas solía despertarle el apetito por todo lo escocés, desde las gachas a las galletas Walker de
mantequilla o el queso cheddar de la isla de Mull, no necesariamente en ese orden. Aunque acababa de vivir una experiencia muy traumática junto a Tom, especialmente dolorosa después de haber pasado la noche entre sus brazos, estaba decidida a no permitir que él la destruyese psicológicamente. Sabía lo que era que alguien hiciera algo así. De hecho, Tom ya la había destrozado psíquicamente una vez. Y ___ se había jurado que no volvería a pasar.
Por eso, tomó tres decisiones:
La primera, que no dejaría de ir a sus clases, porque necesitaba el seminario para sus créditos.
La segunda, que no iba a abandonar ni iba a regresar a Selinsgrove con el rabo entre las piernas.
Y la tercera, que buscaría a otro director de proyecto y que presentaría la documentación lo antes posible, a espaldas de Kaulitz.
El martes por la noche, volvió a encender el móvil y a revisar los mensajes de voz. La memoria volvía a estar llena. Puso los ojos en blanco al comprobar que el primer mensaje era de Tom. Lo había dejado el lunes por la mañana.
«______... te dejé algo anoche en el porche. ¿Lo viste? ¿Leíste la tarjeta? Por favor, léela.
»Por cierto, llamé a Paul Norris para que me diera tu número de móvil. Me inventé una excusa. Le dije que tenía que comentarte un tema del proyecto, por si te pregunta algo.
»¿Sabes que te dejaste el iPod? Lo he estado escuchando. Me sorprendió que tuvieras a Arcade Fire. He estado escuchando Intervention. Me ha extrañado que a alguien tan feliz y equilibrado como tú le guste una canción tan trágica. Quisiera devolverte el iPod en persona.
»Y me gustaría que hablaras conmigo. Grítame, insúltame, maldíceme, tírame cosas a la cara, pero no me castigues con este silencio, _______, por favor. [Gran suspiro.] Sólo te pido unos minutos de tu tiempo. Por favor, llámame.»
___ borró el mensaje y se dirigió al porche, vestida con un pijama de franela a cuadros escoceses. Cogió la tarjeta que acompañaba al ramo; la rompió en mil pedazos y tiró los trozos al otro lado de la valla. Luego tiró también los jacintos, ya muy marchitos. Tras inspirar el aire fresco de la noche, cerró la puerta con rabia y volvió a casa.
Cuando estuvo más calmada, escuchó el siguiente mensaje, que también era de Tom. Se lo había dejado esa tarde.
«_______, ¿sabías que Rachel está de viaje en una isla canadiense perdida de la mano de Dios? No tiene acceso a Internet ni cobertura de teléfono. Tuve que llamar a Richard, por el amor de Dios, porque no contestaba al teléfono. Quería ponerme en contacto con ella para que se pusiera en contacto contigo, ya que no respondes a mis mensajes.
»Estoy preocupado por ti. He preguntado y nadie te ha visto, ni siquiera Paul. Voy a enviarte un correo electrónico, pero será formal, porque la universidad tiene acceso a mi cuenta. Espero que escuches esto antes de que te llegue el correo, o pensarás que vuelvo a ser el mismo idiota de siempre. No lo soy, pero tengo que sonar como un pomposo en un mensaje oficial. Si me respondes, ten en cuenta que cualquier miembro de la administración puede leer esos correos. Ten cuidado con lo que dices.
»Te veré mañana en el seminario. Si no vas, llamaré a tu padre y le pediré que te localice. No sé dónde estás. No sé si estás en un autocar de camino a Selinsgrove. Por favor, llámame. Estoy haciendo un gran esfuerzo para no ir a tu casa. [Larga pausa...]
»Sólo quiero saber que estás bien. Dos palabras, ___. Envíame dos palabras diciéndome que estás bien. Es lo único que pido.»
___ encendió el ordenador y revisó el correo de la universidad. En la bandeja de entrada, esperando como una bomba de relojería, estaba el mensaje del profesor Tom J Kaulitz:

CAP 15 (PARTE 2)
Querida señorita Mitchell:
Necesito hablar con usted sobre un tema bastante urgente.
Por favor, contacte conmigo lo antes posible. Puede llamarme al siguiente número de móvil: 416-555-0739.
Saludos,
Prof. Tom J. Kaulitz
Profesor
Departamento de Estudios Italianos/
Centro de Estudios Medievales
Universidad de Toronto

___ borró tanto el correo electrónico como el mensaje de voz sin pensarlo ni un momento. Luego le escribió un correo a Paul, explicándole que todavía no se encontraba lo bastante recuperada
como para asistir al seminario del día siguiente y pidiéndole que informara a El Profesor. Le agradeció los correos que le había enviado y se disculpó por no haber respondido antes. Para acabar, le preguntó si le gustaría acompañarla a visitar la exposición sobre arte florentino que presentaba el Royal Ontario Museum cuando se recuperara. Al día siguiente, pasó casi toda la tarde redactando un correo provisional para la profesora Jennifer Leaming, del Departamento de Filosofía. La profesora Leaming era especialista en santo Tomás de Aquino y también estaba interesada en Dante. Aunque ___ no la conocía personalmente, Paul había asistido a una de sus clases y le había gustado mucho. Era joven, divertida y muy popular entre los estudiantes, todo lo contrario que el profesor Kaulitz. ___ esperaba que aceptara dirigir su proyecto y en el correo se lo planteaba como una posibilidad.
Le habría gustado consultarlo con Paul, pero sabía que éste asumiría que Kaulitz la había expulsado y que se enfrentaría con él por su culpa. Así que envió el correo a la profesora Leaming esperando que recibiera su propuesta de buena gana y que respondiera rápidamente.
Cuando esa noche volvió a revisar su buzón de voz, se encontró con un nuevo mensaje de Tom:
«______, es miércoles por la noche. Te he echado de menos en el seminario. Tu sola presencia es capaz de iluminar una sala, ¿lo sabes? Siento no habértelo dicho antes.
»Paul me ha dicho que estás enferma. ¿Puedo llevarte algo? ¿Caldo de pollo? ¿Helado? ¿Zumo de naranja? Puedo hacer que te lo lleven a casa. No tendrías que verme. Por favor, déjame ayudarte. Me siento muy mal sabiendo que estás sola y enferma en tu apartamento, sin poder hacer nada.
»Al menos sé que estás en casa, a salvo, y no en un autocar en alguna parte. [Una pausa... Se aclara la garganta.]
»Recuerdo haberte besado. Y recuerdo que tú me devolviste el beso. Lo hiciste, ___. Lo sé. ¿No lo notaste? Hay algo entre nosotros. O al menos, lo hubo. »Por favor, necesito hablar contigo. No esperarás que justo después de descubrir tu identidad, vaya a actuar como si no existieras. Tengo que explicarte unas cuantas cosas. Bastantes. Llámame, por favor. Sólo te pido una conversación. Creo que me la debes.»
El tono de los mensajes de Tom había ido aumentando en desesperación. ___ apagó el teléfono, suprimiendo al mismo tiempo
su empatía innata. Sabía que la universidad podía acceder al correo de Tom, pero en esos momentos le daba igual. Sólo quería que parara de dejarle mensajes en el buzón de voz. No iba a poder seguir adelante con su vida si no dejaba de molestarla. Y no daba la sensación de que fuera a rendirse pronto.
Por eso le escribió un correo a su cuenta de la universidad, volcando todo su enfado y su dolor en cada palabra:
Dr. Kaulitz:
Deje de acosarme.
Ya no quiero nada con usted. No quiero conocerlo. Si no me deja en paz, me veré obligada a presentar una demanda por acoso. Y eso es lo que haré si se pone en contacto con mi padre. Inmediatamente.
Si cree que voy a permitir que algo tan insignificante me aparte de mis estudios, está muy equivocado. Necesito otro director de proyecto, no un billete de vuelta.
Saludos,
Señorita ____ H. Mitchell (H: Helena :) )
Humilde Estudiante del curso de doctorado,
que pasa de rodillas más tiempo que cualquier puta.
P. D.: Devolveré la beca M. P. Kaulitz la semana que viene. Felicidades, profesor Abelardo. Nadie me ha humillado tanto como usted el domingo pasado.
___ apretó el botón de ENVIAR sin releer el mensaje.
Para reforzar su rebelión, se tomó dos chupitos de tequila y puso la canción All the Pretty Faces, de The Killers. A todo volumen y con repetición.
Fue un momento Bridget Jones total.
Agarró un cepillo del baño y empezó a cantar como si fuera un micrófono y a bailar dando brincos por la habitación, con su pijama de franela con estampado de pingüinos. Tenía un aspecto bastante ridículo. Y se sentía extrañamente... peligrosa, desafiante, rebelde.
En los días que siguieron al enfadado correo de ___, El Profesor interrumpió todo contacto. Cada día, esperaba tener noticias suyas, pero no llegaba nada. Hasta el martes siguiente, cuando recibió otro mensaje de voz.
«_______, estás dolida y enfadada, lo entiendo. Pero no
permitas que tu enfado te impida disfrutar de algo que te has ganado siendo la estudiante con las calificaciones más brillantes de todos los que se presentaron al curso de doctorado de este año. Por favor, no renuncies a un dinero que te permitirá volver a casa y visitar a tu padre sólo porque yo haya sido un idiota.
»Siento haberte humillado. Estoy seguro de que cuando me llamaste Abelardo no lo hiciste como un halago, pero lo cierto es que a Abelardo le importaba Eloísa, igual que a mí me importas tú. Así que, en ese sentido, nos parecemos. Y él le hizo daño, igual que yo te he lastimado a ti. Pero se arrepintió mucho después. ¿Has leído las cartas que le escribió? Lee la sexta y dime luego si has cambiado de opinión sobre él... y sobre mí.
»Es la primera vez que se concede la beca porque nunca había conocido a nadie que fuera lo bastante especial como para recibirla hasta que te conocí. Si la devuelves, el dinero se quedará en el banco y nadie se beneficiará de él. No permitiré que vaya a parar a nadie más, porque te pertenece.
»Estaba tratando de sacar algo bueno de algo malo. Pero he fracasado igual que en todo lo demás. Todo lo que toco se contamina... Se destruye. [Larga pausa...]
»Hay algo que puedo hacer por ti y es ayudarte a encontrar otro director de proyecto. La profesora Katherine Picton es amiga mía y, aunque está retirada, ha aceptado reunirse contigo para discutir la posibilidad de dirigir tu proyecto. Sería una tremenda oportunidad para ti. Me dijo que te pusieras en contacto con ella vía correo electrónico lo antes posible. Su dirección es KPicton@UToronto.ca.
»Sé que es tarde para que te apuntes a otro seminario, aunque no dudo que es lo que desearías. Le preguntaré a algún colega si puede supervisarte un curso de lectura para que obtengas los créditos que necesitas sin necesidad de asistir al seminario. Firmaré la solicitud y la presentaré ante el Colegio de Estudios de Grado. Dile a Paul lo que quieres hacer y que él me dé el mensaje. Sé que no quieres hablar conmigo.
[Se aclara la garganta.]
»Paul es un buen chico.
[Murmullos...]
»Audentes fortuna iuvat.
[Pausa... La voz se le convierte en un susurro.]
»Siento que ya no quieras conocerme. Pasaré el resto de mi vida lamentando haber desperdiciado mi segunda oportunidad contigo. Y
siempre seré consciente de tu ausencia.
»Pero no volveré a molestarte. [ Carraspea dos veces.]
»Adiós, ______. [Larga, larguísima pausa antes de que finalmente cuelgue.]»
___ estaba asombrada. Permaneció sentada, boquiabierta, con el teléfono en la mano, tratando de asimilar todo lo que había oído. Volvió a escucharlo y luego otra vez. La única parte que no le costaba entender y aceptar era la cita de Virgilio: «La fortuna favorece a los audaces».
Sólo El Profesor sería capaz de aprovechar un mensaje de disculpa para demostrar sus conocimientos académicos y darle una clase improvisada sobre las cartas de Abelardo. Aunque se negó a seguir su consejo y no buscó la sexta carta, trató de ignorar su enfado y centrarse en el tema de Katherine Picton.
La profesora Picton tenía setenta años. Era una especialista en Dante que se había formado en Oxford y que había dado clases en Cambridge y en Yale antes de que la Universidad de Toronto la atrajera, financiando una cátedra de Estudios Italianos. Tenía fama de ser severa, exigente y brillante. Su nivel de erudición competía con el de Mark Musa. La carrera de ___ obtendría un empujón muy fuerte si presentara su proyecto bajo su supervisión. Si hacía un buen trabajo, podría hacer el doctorado donde quisiera: Oxford, Cambridge, Harvard...
Tom le estaba ofreciendo en bandeja la mayor oportunidad de su vida, envuelta en papel de regalo y con un lazo grande y brillante. Una oportunidad que valía mucho más que un maletín o que una beca de estudios. ¿Tendría contrapartidas?
«Expiación —pensó ____—. Está tratando de compensarme por todos los malos momentos que me ha hecho pasar.»
Tom se lo había pedido a Katherine Picton como un favor personal. Los profesores eméritos muy raramente dirigían tesis doctorales, mucho menos proyectos de estudiantes de cursos de especialización. Era un favor tan grande que sin duda habría tenido que echar mano de toda su influencia.
«Y lo ha hecho por mí.»
Después de reflexionar sobre el mensaje desde todos los puntos de vista, no le quedó más remedio que hacerse la pregunta que había estado evitando hacerse:
«¿Tom se está despidiendo de mí?»
Escuchó el mensaje tres veces más y, sintiéndose bastante culpable, lloró hasta quedarse dormida. A pesar de la rebeldía que había guiado sus actos esos últimos días, algo en su interior sabía que tenía una alma gemela en Tom. Y eso no podía eliminarse a no ser que estuviera dispuesta a eliminar una parte de su alma. A la mañana siguiente, bien temprano, llamó a Paul con la excusa de quedar con él antes del seminario. En realidad, esperaba que le dijera que Kaulitz se había puesto enfermo, o que se había marchado repentinamente a Inglaterra, o que había pillado la gripe porcina y se había cancelado el seminario. Por desgracia, no había hecho ninguna de esas cosas.
Después de mucho dudar, decidió asistir al seminario, por si acaso Tom no lograba encontrarle un curso de lectura que le diera los créditos necesarios. Si la recompensa era tener a la profesora Picton como directora de proyecto, bien podría resistir las cinco semanas restantes del semestre. Esa tarde, entró en la oficina del departamento para revisar el casillero del correo, antes de reunirse con Paul. Le extrañó encontrar un gran sobre acolchado. Al darle la vuelta, vio que no llevaba remitente ni destinatario.
Lo abrió rápidamente y lo que encontró dentro la dejó con la boca abierta. Aplastado en su interior, como si se tratara de las plumas de un cuervo, estaba su sujetador de encaje negro. El que, desgraciadamente, se había dejado olvidado encima de la secadora de Tom.
«Cabrón.»
___ se sentía tan furiosa que empezó a temblar. ¿Cómo se atrevía a dejárselo en el casillero? Cualquiera podía haber estado a su lado mientras abría el sobre.
«¿Está tratando de humillarme una vez más? ¿O cree que es divertido?»
(No se dio cuenta de que el iPod también estaba en el sobre.)
—Hola, preciosa.
Sobresaltada, ___ ahogó un grito.
—Lo siento, no quería asustarte.
Al volverse, se encontró con los amables ojos oscuros de Paul, que la miraban con extrañeza.
—Qué nerviosa estás. ¿Es por el sobre? ¿Sucede algo? —preguntó, señalándolo con la barbilla, con las manos levantadas en señal de rendición para tranquilizarla.
—No, no es nada. Propaganda. —Metió el sobre en su nueva mochila L. L. Bean y se obligó a sonreír—. ¿Listo para el seminario? Creo que va a ser una buena clase.
—No lo creo. El Profesor está de muy mal humor. No lo provoques. Lleva dos semanas rarísimo. —Paul se había puesto muy serio—. No quiero que se repita lo que pasó la última vez que estuvo tan alterado.
___ se apartó el pelo de la cara y sonrió.
«Creo que deberías decirle a Kaulitz que no me provoque él a mí. Llevo un sujetador negro en la mochila y un montón de rabia acumulada. Es él quien tiene problemas. No yo.»
—Me alegro de que estés mejor. Estaba preocupado por ti. —Paul le cogió la mano y le puso algo frío en la palma. Luego le cerró los dedos y se los apretó con suavidad. Al abrirlos, ___ vio que se trataba de un precioso llavero de plata, en forma de letra «P», que se balanceaba como un péndulo.
—Ni se te ocurra decirme que no puedes aceptarlo. Sé que no tienes llavero y quería que supieras que había pensado en ti mientras estaba fuera. Por favor, no me lo devuelvas. ___ se ruborizó.
—No iba a devolvértelo. No quiero ser de esas personas que, cuando los otros tratan de ser amables con ellas, lo pagan tirándoles su amabilidad a la cara. Sé lo que se siente. —Miró rápidamente a su alrededor para asegurarse de que estaban solos—. Gracias, Paul. Yo también te he echado de menos.
Se acercó y le rodeó el enorme torso con los brazos, con el llavero colgando de los dedos. Apoyando la mejilla en los botones de su camisa, lo abrazó.
—Gracias —repitió, suspirando mientras los largos y musculosos brazos de Paul la engullían.
—De nada, Conejito —replicó él, dándole un suave beso en la coronilla.
Ajenos a todo, no se dieron cuenta de que un temperamental especialista en Dante acababa de entrar en el despacho, ansioso de asegurarse de que cierta prenda había llegado a su destinataria. Se quedó inmóvil al ver a la joven pareja que se abrazaba y murmuraba algo en voz baja.
«El follaángeles vuelve a la carga.»
—¿Quién te ha tirado tu amabilidad a la cara? —preguntó Paul, ajeno al dragón que escupía fuego por la boca a su espalda.
En vez de responder, ___ lo abrazó con más fuerza.
—Dímelo, Conejito, y yo le ajustaré las cuentas a ese desgraciado. O desgraciada —pidió su amigo con los labios pegados al cabello de ella—. Eres muy especial para mí, ¿lo sabes? Si necesitas cualquier cosa, sólo tienes que pedírmela. Cualquier cosa. ¿De acuerdo?
___ suspiró contra su pecho.
—Lo sé.
El dragón de ojos cafeces se volvió y salió del despacho bruscamente, murmurando algo sobre un follaconejitos.  ___ interrumpió el abrazo.
—Gracias, Paul. Y gracias por esto —añadió, sonriendo y levantando el llavero.
«Podría pasarme la vida contemplando esa sonrisa», pensó él.
—De nada, ha sido un placer.
Poco después, entraron en la sala de seminarios. ___ evitó mirar a Tom, por lo que mantuvo los ojos fijos en Paul, mientras reía una de sus bromas. Éste le apoyó la mano en la parte baja de la espalda guiándola hacia los asientos.
«¡Las manos quietas, follaconejitos!»
El Profesor lo miró con hostilidad hasta que se distrajo al ver la nueva mochila de ___. Se preguntó cómo había logrado que pareciera nueva y por qué no usaba su regalo. Se sintió muy mal.
«¿Le diría Rachel que era un regalo mío?», pensó y la idea lo torturó.
Jugueteó con la pajarita, atrayendo la atención sobre ella. Se la había puesto para mortificarse, pero ___ no se la había visto, porque no le había dirigido la mirada en ningún momento. Estaba contándose secretitos y riendo con Paul, moviendo la melena y castigándolo con sus mejillas sonrosadas y sus labios rojos... Estaba todavía más guapa que en su recuerdo.

CAP 15 (PARTE 3)
—Señorita Mitchell, tengo que hablar con usted un momento cuando acabe la clase, por favor —le dijo con una sonrisa.
Tom bajó la vista hacia sus zapatos brillantes acabados en punta y se disponía a empezar a hablar cuando una vocecita decidida lo interrumpió desde la parte trasera del aula:
—Lo siento, profesor, hoy no puedo. Tengo una cita urgente que no puedo aplazar.
Luego miró a Paul y le guiñó un ojo. Tom alzó la cabeza despacio y se la quedó mirando fijamente.
Diez estudiantes contuvieron el aliento y se echaron hacia atrás en las sillas, como si tuvieran miedo de que fuera a explotar o de que de sus ojos saliera disparada alguna daga.
___ lo estaba provocando. Era obvio. Su tono de voz, su manera de acercarse a Paul, cómo se retiraba el pelo de la cara con una mano...
Tom se quedó hipnotizado al ver la curva de su cuello y recordó su piel delicada, su aroma a vainilla que lo perseguía en persona o en sueños. Quería insistir, exigirle que se reuniera con él, pero sabía que si perdía los nervios lo único que conseguiría sería que ella se alejara aún más, cada vez más lejos de su alcance hasta perderla del todo. No podía permitirlo. Parpadeó varias veces.
—Por supuesto, señorita Mitchell. Estas cosas pasan. Por favor, envíeme un mail diciéndome cuándo le va bien.
Trató de sonreír, pero no lo consiguió. Sólo se le levantó un lado de la boca, con lo que parecía que sufriera parálisis facial.
___ lo miró. No se ruborizó ni parpadeó. Su expresión era... ausente. Al darse cuenta, Tom sintió pánico.
«Estoy tratando de ser amable y me mira como si no estuviera aquí. ¿Tan sorprendente es que me comporte con cordialidad? ¿Que sea capaz de mantener el control de mis emociones?»
Paul apretó el codo de ___ por debajo de la mesa. Cuando ella lo miró, le hizo una señal con los ojos. Ella pareció despertarse de un sueño.
—Por supuesto, profesor. Otra vez será —dijo, antes de bajar la mirada y esperar a que empezara la clase.
La mente de Tom funcionaba a toda velocidad. Si no era capaz de hablar con ella ese día, podían pasar muchos más, o incluso semanas, antes de que pudiera darle una explicación. No podía esperar tanto. Esa separación estaba acabando con él. Y sabía que, cuanto más esperara, menos receptiva iba a estar. Tenía que hacer algo. Tenía que encontrar un modo de comunicarse con ella. Inmediatamente.
—Ejem, he decidido que en vez de un seminario normal, hoy les voy a dar una conferencia. Examinaré la relación entre Dante y Beatriz. En particular, lo que sucedió cuando se encontraron por segunda vez y ella lo rechazó.
___ ahogó un grito y lo miró horrorizada.
—Siento tener que hacer esto —explicó en tono conciliador—, pero no me queda más remedio. Ha surgido un malentendido que debo aclarar antes de que sea demasiado tarde. —Tras cruzar la mirada con la suya durante un instante, bajó la vista hacia sus notas. Notas que, por supuesto, ya no le servían de nada.
El corazón de ___ se había desbocado.
«Oh, no. No se atreverá...»
Tom respiró hondo y empezó a hablar:
—Beatriz representa muchas cosas para Dante. Sobre todo, es su ideal de feminidad. Beatriz es hermosa, es inteligente y encantadora. Tiene todas las características que él consideraesenciales en la mujer ideal.»La primera vez que se encontraron, ambos eran muy jóvenes. Demasiado jóvenes para establecer una relación de ningún tipo. Y, en vez de enturbiar su amor con un prosaico lío de mal gusto, Dante prefirió adorarla a distancia, como muestra de respeto por su edad y falta de experiencia.»Pero el tiempo pasa y Dante se reencuentra con Beatriz. Ésta se ha convertido en una joven de talento, todavía más hermosa e inteligente. Sus sentimientos hacia ella son más fuertes, aunque esté casado. Vierte su afecto en la poesía y le escribe varios sonetos a Beatriz, pero ninguno a su esposa.»Dante no conoce a Beatriz. Apenas tienen contacto directo, pero eso no resulta ningún impedimento para que él que la adore a distancia. Cuando ella muere, a los veinticuatro años, él le rinde homenaje en sus escritos.»En La Divina Comedia, la obra más famosa de Dante, Beatriz convence a Virgilio para que éste guíe al poeta en el Infierno, ya que ella, como una de las almas redimidas, no puede salir del Paraíso para rescatarlo. Cuando Virgilio lo ha guiado hasta la salida, Beatriz se reúne con él y lo lleva a través del Purgatorio hasta llegar con él al Paraíso.»En mi charla de hoy quiero plantear la siguiente pregunta: ¿dónde estaba Beatriz y qué estuvo haciendo durante el tiempo que transcurrió entre ambos encuentros?
»Dante la esperó durante años. Ella sabía dónde vivía el poeta, conocía a su familia, es más, tenía una muy buena relación con ellos. Si Dante le importaba, ¿por qué no le escribió? ¿Por qué no hizo el menor esfuerzo por ponerse en contacto con él? Creo que la respuesta es obvia: su relación era absolutamente unilateral. Beatrizera importante para Dante, pero a ella Dante no le importaba en absoluto.___ estuvo a punto de caerse de la silla.Los alumnos escuchaban con atención y tomaban abundantes notas, aunque Paul, ___ y Christa, familiarizados como estaban con la obra de Dante, encontraron poca información nueva en sus palabras. Con la excepción del último párrafo, que no tenía nada que ver con Dante Alighieri ni con Beatriz Portinari. Tom le sostuvo la mirada un instante más de lo necesario antes de volverse hacia Christa y dedicarle una sonrisa seductora. ___ enfureció. Lo estaba haciendo a propósito. Al mirarla a ella y justo después a Christa —también conocida como Gollum—, le estaba diciendo que no le costaría nada reemplazarla.«Ajá. Así que quiere jugar a los celos. Pues muy bien. Aquí te espero.»Empezó a dar golpecitos con el bolígrafo en la libreta, con la fuerza suficiente como para que resultara molesto. Cuando Tom entornó los ojos buscando la fuente del ruido y su mirada aterrizó en la mano izquierda de ___, ésta buscó la mano de Paul y le dio un apretón. Cuando su amigo la miró con una de esas sonrisa que derriten corazones, ___ le dedicó una mirada seductora y la sonrisa más dulce que logró esbozar.Un sonido, mitad tos, mitad gruñido, hizo que Paul apartara la vista de ella y se volviera hacia El Profesor, que lo estaba mirando muy enfadado. Él apartó la mano de inmediato.Con una sonrisa irónica y sin perder nunca el hilo del discurso, El Profesor se volvió para escribir en la pizarra. Más de un estudiante se quedó boquiabierto al ver lo que había escrito:En la vida real, Beatriz dejó a Dante en el Infierno porque no le dio la gana de mantener su promesa.
___ fue la última en ver lo que había escrito, porque todavía estaba enfurruñada con lo que acababa de pasar. Cuando levantó la vista, Tom estaba apoyado en la pizarra, con los brazos cruzados y una expresión triunfal y petulante en la cara.En ese momento, ella tomó una decisión: le borraría esa expresión de la cara aunque le costara la expulsión. Y lo haría inmediatamente.Levantó la mano y esperó a que él le diera permiso para hablarantes de decir:
—Eso es muy arrogante, por no decir interesado, profesor.
Paul le apretó el brazo.
—¿Te has vuelto loca? —susurró.
___ no le hizo caso y siguió hablando:
—¿Por qué culpar a Beatriz? Ella no es más que una víctima. Cuando Dante la conoció, aún no había cumplido los dieciocho años. No habrían podido estar juntos a menos que él fuera un pedófilo. ¿Nos está diciendo que el poeta era un pedófilo, profesor?
Una de las alumnas ahogó una exclamación.Tom frunció el cejo.
—¡Por supuesto que no! Dante sentía un afecto sincero por ella, un afecto que siguió aumentando durante su separación. Si Beatriz hubiera tenido el valor de preguntárselo, él se lo habría dicho. Sin lugar a dudas.
___ ladeó la cabeza y entornó los ojos.
—Cuesta un poco de creer. Todo en la vida de Dante parece girar en torno al sexo. No es capaz de relacionarse con las mujeres de otra manera. No me lo imagino las noches de los viernes y los sábados encerrado en casa, esperando a Beatriz. Ella no debía de importarle tanto.
La cara de Tom adquirió un intenso tono de rojo. Descruzó los brazos y dio un paso en dirección a ___. Paul levantó la mano tratando de distraerlo, pero él lo ignoró y avanzó un paso más.
—No olvidemos que era un hombre y que necesitaba... ejem... compañía. Por si sirve de algo, en su defensa puede decirse que esas mujeres no eran más que amigas serviciales. Nada más. Su atracción por Beatriz no se vio alterada por esos encuentros. Estaba desesperado, creía que no iba a volver a verla nunca más. Por decisión de Beatriz, no suya.
___ sonrió dulcemente mientras afilaba el cuchillo.
—Si eso es afecto, creo que prefiero el odio. ¿Amigas serviciales, profesor? ¿Y qué tipo de servicios le proporcionaban? No creo que puedan considerarse amigas. Creo que sería más preciso llamarlas socias pélvicas. Para mí un amigo es alguien que quiere lo mejor para la otra persona, que le desea una vida de felicidad, no alguien que se agarra a unos instantes de placer pasajero como si fuera un lascivo adicto al sexo.
Vio que Tom hacía una mueca, pero siguió adelante sin amilanarse.
—Todo el mundo sabe que los devaneos de Dante eran anónimos y sórdidos. Solía requerir los servicios de alguna mujer en... el mercado de la carne, si no me equivoco. Y luego las echaba de su vida de una patada. No me parece que ese tipo de hombre pudiera resultarle atractivo a Beatriz. Por no mencionar que él tenía una amante llamada Paulina.
Diez pares de ojos se volvieron bruscamente hacia ella. ___ se ruborizó, pero siguió hablando, algo alterada:
—Una vez leí que una estudiosa de Filadelfia había encontrado pruebas de su relación. Si Beatriz no apreciaba a Dante lo suficiente y lo rechazó más adelante, creo que no le faltaban motivos. Era un mujeriego, cruel y egoísta, que trataba a las mujeres como juguetes para divertirse.
A esas alturas, tanto Paul como Christa se estaban preguntando qué le había pasado a ese seminario. Ninguno de ellos había oído hablar nunca de una experta en Dante de Filadelfia ni de una amante llamada Paulina. Ambos se prometieron que, en adelante, pasarían más tiempo en la biblioteca.
Tom la fulminó con la mirada.
—Creo que sé a qué estudiosa se refiere, pero no es de Filadelfia, sino de un pueblucho de Pensilvania. Y no sabe de lo que habla, así que debería ser más prudente a la hora de pronunciarse sobre esos temas.
Las mejillas de ___ estaban casi en llamas.
—Ésa es una objeción ad hóminem, un ataque personal. Su lugar de nacimiento no le resta ninguna credibilidad. Dante y su familia también eran originarios de un pueblucho. Aunque a él le costara admitirlo.
—Yo no llamaría a la Florencia del siglo XIV un pueblucho. Y respecto a lo de la amante, esa investigación es muy chapucera. Diría más, lo que dice esa mujer es una tontería. No hay ni una sola prueba que demuestre su teoría.
—Yo no lo descartaría tan radicalmente, profesor, a no ser que esté dispuesto a discutirlo en detalle. Y usted tampoco nos ha dado ninguna prueba, sólo un ataque personal —replicó ___, alzando una ceja y temblando ligeramente.
Paul le apretó la mano por debajo de la mesa.
—Para —le susurró, para que sólo ella pudiera oírlo—, para ya.
Con la cara todavía muy roja, Tom empezó a respirar por la boca.
—Si esa mujer hubiera querido conocer los auténticos sentimientos de Dante hacia Beatriz, sabía dónde encontrar la respuesta, sin necesidad de ir soltando perlas sobre cosas de las que no sabe absolutamente nada. Y haciendo que Dante y ella misma queden en ridículo. En público.
Christa miró a ___ y al profesor. Allí había algo raro. Algo que se le escapaba. No sabía qué era, pero no se detendría hasta averiguarlo.
Tom se volvió hacia la pizarra tratando de calmarse y escribió:
Dante pensaba que había sido un sueño.
—El lenguaje que Dante emplea para describir su primer encuentro tiene un carácter onírico. Por varias razones, ejem..., personales: no se fía de sus sentidos. No está seguro de quién es. De hecho, una teoría afirma que pensaba que Beatriz era un ángel.
»Por lo tanto, cuando volvieron a encontrarse, ella no tenía ningún motivo para asumir que Dante recordaba su primer encuentro. Ni para echarle en cara que no lo hiciera sin darle la oportunidad de explicarse. Si pensaba que era un ángel, no podía tener ninguna esperanza de volver a verla.
»Dante se lo habría explicado todo si ella no lo hubiera rechazado sin darle la posibilidad de hacerlo. Una vez más, la falta de entendimiento en este punto es culpa de ella, no de él.
Christa levantó la mano y, a regañadientes, Tom le indicó que hablara.
Pero ___ se le adelantó:
—Discutir sobre su primer encuentro es irrelevante. Dante debió de reconocerla al verla por segunda vez, la hubiera visto en sueños o en la vida real. ¿Por qué fingió no saber quién era?
—No estaba fingiendo. Le resultó familiar, pero ella había crecido, él estaba confuso y preocupado por otros asuntos —respondió apenado.
—Claro, sin duda eso era lo que él se repetía por las noches para poder dormir, cuando no estaba de copas en los locales de Florencia.
—___, ¿quieres dejarlo ya? —dijo Paul en voz más alta.
Christa estaba a punto de decir algo también, cuando Tom levantó una mano y lo impidió:
—¡Eso no tiene nada que ver!
Inspiró y espiró varias veces, tratando de recuperar el control de sus emociones. Bajando el tono de voz, miró a ___ fijamente, dirigiéndose sólo a ella, sin darse cuenta de que Paul se iba moviendo imperceptiblemente para colocarse entre los dos en caso de necesidad.
—¿Nunca se ha sentido sola, señorita Mitchell? —siguió diciendo—. ¿Nunca ha necesitado tanto estar con alguien que le resultara hasta doloroso? Tan sola que no le importara que la compañía que consiguiera fuera sólo carnal y temporal. A veces es imposible encontrar otra. Si ése es el caso, uno lo acepta y se siente agradecido, aun dándose cuenta de lo que es, porque no tiene otra cosa. En vez de ser tan arrogante y mojigata al juzgar el comportamiento de Dante, debería probar a ser más compasiva.
Cerró la boca al darse cuenta de que había hablado más de la cuenta. ___ lo estaba observando fríamente, mientras esperaba a que siguiera.
—Dante estaba torturado por el recuerdo de Beatriz. Y eso le hacía las cosas más complicadas, porque nunca conoció a otra mujer que estuviera a su altura. Ninguna era lo bastante hermosa, ni lo bastante pura. Ninguna lo hacía sentir como ella. La deseaba constantemente, pero había perdido la esperanza de encontrarla. Si Beatriz se hubiera presentado antes y le hubiera dicho quién era, él lo habría dejado todo por ella. Todo y a todos. Inmediatamente.
Los ojos de Tom se clavaron en los profundos ojos castaños de ___ con desesperación.
—¿Qué se suponía que debería haber hecho, señorita Mitchell? ¿Quiere iluminarnos? Beatriz lo había rechazado y a él sólo le quedaba una cosa de valor en la vida: su carrera. Cuando Beatriz lo amenazó, ¿qué otra cosa podía hacer? Tuvo que dejarla marchar. Pero fue decisión de ella, no de él.
___ sonrió con dulzura y Tom supo que estaba a punto de darle la puntilla.
—Su conferencia ha sido muy clarificadora, profesor. Sólo me queda una duda. ¿Está diciendo que Paulina no fue la amante de Dante? ¿Que sólo fue un aquí te pillo, aquí te mato?
Un ruido seco resonó en el aula. Todos los asistentes se quedaron boquiabiertos al darse cuenta de que el profesor Kaulitz acababa de romper en dos pedazos el rotulador de la pizarra. Mientras la tinta negra se extendía por sus dedos como una noche sin luna, los ojos se le encendieron con el brillo de una hoguera azul.
«¡Joder! Esto ya pasa de castaño oscuro», pensó.
Paul rodeó a ___ con un brazo al ver que El Profesor empezaba a temblar de rabia.
—La clase ha terminado. A mi despacho, señorita Mitchell. ¡Ahora!

Metió sus notas y cosas de cualquier manera en el maletín y salió de la sala dando un portazo.




HOLA!! COMO ESTAN? ESPERO QUE BIEN! BUENO AQUI LES DEJO EL CAPS ... NO PUDE AGREGARLES EN ESTOS TRES DIAS PORQUE ESTUBE MUY OCUPADA HACIENDO MIS TAREAS DE LA ESCUELA ... PERO AQUI ESTAN!! ESPERO QUE LES ESTE GUSTANDO LA NOVELA ... ESTA PRECIOSA!!! *-* BUENO SIN MAS QUE DECIR ME DESPIDO, QUE ESTEN BIEN, NOS VEMOS SI DIOS QUIERE MAÑANA, ESPRO VER COMENTARIOS :) QUE PASEN BUENAS NOCHES, HASTA PRONTO

4 comentarios:

  1. Please please sube mañana porfa esto esta de infarto ya quiero saber que pasara en la proxima, esta genial :D

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  2. Esto esta quemandoo!!
    Esta buenizimaa!! Pobre Tom el se siente solo.
    Crista esta empezando a sospechar!!..

    Virgii siguelaaa me encantaaaa ;)

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  3. oh wow !!!!!! que intensoooo !!!!! *-* me encantooo !!!! *-* y pues bye XD no dire mucho hoy !

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  4. :O tremendo cap virgiiii me encantoooooooo hay Tom se siente solo y mas con el rechazo de (Tn) pero es su culpa el la trato muy mal.. ya veo q están enamorados!!! huyyy Christa ya empezó a sospechar, Tom le exigió a (Tn) q vaya a su despacho y ahora q pasara entre ellos y en el despacho??? estoy muy intrigada sube pronto pleasee amo este cap!!!!

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