CAP 15 (PARTE 1)
El
viejo señor Krangel miró por la mirilla y no vio nada fuera de lo común. Había
oído a un hombre y a una mujer discutiendo, pero ahora no se veía a nadie.
Incluso había oído un nombre: Beatriz. No sabía que hubiera una Beatriz en el
rellano. En esos momentos, éste parecía desierto.
Ya
había salido de casa una vez ese día. Había tenido que devolverle a su anónimo
vecino el periódico, que habían dejado en su puerta por error. Los Krangel no
estaban suscritos a ningún diario, pero la señora Krangel padecía demencia
senil y lo había cogido sin darse cuenta.
Algo
molesto por haber visto interrumpida la paz de la mañana del domingo por una kemfn
en el rellano, el señor Krangel abrió la puerta y asomó su anciana cabeza.
A unos quince metros de distancia vio a un hombre apoyado en la puerta del
ascensor. Le temblaban los hombros.
Aunque
muy incómodo ante el patético espectáculo, fue incapaz de apartar la vista. No
lo reconoció y no le pareció que fuera el mejor momento para presentarse. Sin
duda, un adulto que salía al rellano descalzo y medio desnudo para hacer... lo
que fuera que estuviera haciendo, no era alguien a quien deseara conocer. Los
hombres de su generación no lloraban nunca. Claro que tampoco se quitaban los
calcetines para salir de casa. A menos que fueran... raros. O vivieran en
California.
El
señor Krangel se metió en casa, cerró la puerta con llave y telefoneó al
conserje para avisarle de que en el rellano había un hombre descalzo que
acababa de tener una kemfn a gritos con una mujer llamada Beatriz.
Tardó
cinco minutos en explicarle qué era una kemfn. Luego se quejó de eso
durante un buen rato, culpando al sistema educativo de Toronto y a sus materias
basadas en la cultura cristiana.
Estaban
casi a finales de octubre y el tiempo en Toronto era frío. ____ no llevaba
jersey debajo del abrigo y caminar hasta su casa no fue una experiencia
agradable. Mientras lo hacía, se rodeó el pecho con los brazos, secándose las
lágrimas de vez en cuando. Eran lágrimas de enfado y resignación.
La gente que se cruzaba con ella le dirigía
miradas compasivas. Muchos canadienses eran así. Compasivos pero educadamente
distantes. ____ les agradeció su sentimiento y todavía más que no se detuvieran
a preguntarle qué le pasaba. Su historia era demasiado larga y complicada para
explicarla en un momento.
Ella
nunca se preguntaba por qué le pasaban cosas malas a la gente buena, porque ya
sabía la respuesta: a todo el mundo le pasan cosas malas. No consideraba que
eso sirviera de excusa para hacerle daño a otro, pero si había una experiencia
que todos los seres humanos compartían era la del sufrimiento. Nadie se iba de
este mundo sin haber derramado alguna lágrima, sin haber sentido dolor o haberse
sumido en un pozo de tristeza. ¿Por qué debería ser distinta su vida? ¿Por qué
debería esperar un trato de favor? Hasta la madre Teresa había sufrido, y eso
que era una santa.
No
se arrepentía de haber cuidado de El Profesor mientras estaba borracho, por
mucho que su buena acción hubiera sido recompensada con un castigo en vez de
con un premio. Si uno creía que la amabilidad nunca se perdía, tenía que actuar
en consecuencia, incluso cuando le echaban su amabilidad en cara.
De
lo que se avergonzaba era de haber sido tan idiota, tan estúpida, tan ingenua
de creer que él la seguiría recordando después de la borrachera y que las cosas
entre ellos volverían a ser como antes (aunque en realidad nunca habían sido de
ninguna manera). Sabía que se había dejado llevar por su fantasía y que se
había inventado un cuento de hadas sin tener en cuenta el mundo real y al Tom
real. «Pero por un instante, fue real.
La chispa seguía viva. Cuando me besó y me acarició, la electricidad seguía
estando allí. Tiene que haberla sentido él también. Es imposible que haya
existido sólo en mi cabeza.»
____
se obligó a no seguir por ese camino, recordándose que acababa de empezar una
dieta libre de Kaulitz.
«Ha
llegado el momento de crecer. Se acabaron los cuentos de hadas. En septiembre
no te reconoció y ahora tiene a Paulina.»
Al
llegar a su agujero de hobbit, se dio una larga ducha y se puso el pijama de
franela más viejo y suave que tenía. Era rosa pálido con un estampado de
patitos de goma. Tiró la camiseta de Tom a la parte de atrás del armario,
esperando olvidarse de ella, se hizo un ovillo en la cama, abrazada al conejito
de terciopelo, y se durmió, exhausta física y emocionalmente.
Mientras ella dormía, Tom estaba luchando
contra la resaca y contra el impulso de sumergirse en una botella de whisky
escocés y no volver a salir a la superficie. No la había perseguido. No había
bajado a trompicones treinta pisos por la escalera. No había esperado el
siguiente ascensor para perseguirla por la calle. No. Se había tambaleado hasta
el salón, donde se había dejado caer en una butaca para revolcarse en las
náuseas y el odio hacia sí mismo. Se maldijo por la brusquedad con que la había
tratado, no sólo esa mañana, sino desde el primer día del seminario. Una
brusquedad mucho más odiosa por el hecho de que ella la había tolerado en
silencio, con una paciencia digna de una santa, sabiendo en todo momento quién
era y lo que significaba para él. «¿Cómo puede haber estado tan ciego?» Pensó
en la primera vez que la vio. Acababa de regresar a Selinsgrove deprimido y
desesperado. Pero Dios había intervenido. Como un auténtico deus ex máchina le
había enviado un ángel para rescatarlo del infierno. Un ángel delicado, de ojos
castaños, vestido con vaqueros y zapatillas deportivas, con un rostro hermoso y
una alma pura, que lo había consolado en la oscuridad y le había dado
esperanza. Un ángel que parecía apreciarlo sinceramente, a pesar de todos sus
defectos. «Ella me salvó.» Y, por si fuera poco, ese ángel había aparecido una
segunda vez, justo el día en que había perdido la otra poderosa fuerza del bien
que existía en su vida: Grace. El ángel se había sentado en su clase,
recordándole que existía la verdad, la belleza, la bondad. Y él había
respondido hablándole mal y amenazándola con expulsarla del curso. Y esa mañana
había vuelto a tratarla con crueldad y la había comparado con una puta.
«El
follaángeles soy yo. He jodido al ángel de ojos castaños.» Maldiciendo la
ironía de quien lo había bautizado con el nombre de un arcángel, se dirigió a
la cocina a buscar la nota. Con el frágil y hermoso mensaje en la mano, vio su
propia fealdad. Era una fealdad interna, del alma. La nota de ___, del mismo
modo que la bandeja del desayuno, contrastaba con el pecado de Tom de un modo imposible
de ignorar. Ella no se lo podía haber
imaginado en ese momento, pero las palabras que había pronunciado estando con
Paul, una semana atrás, cobraron más sentido que nunca. A veces, cuando la
gente no obtenía
respuesta a sus gritos, podía oír el eco de su
propio odio. A veces, la bondad era suficiente para dejar en evidencia a la
maldad. Dejando caer la nota, Tom enterró la cara entre las manos y se echó a
llorar. Cuando ____ se despertó al fin, eran más de las diez de la noche.
Bostezó y se estiró. Tras prepararse un triste tazón de gachas instantáneas y
lograr tomarse casi un tercio, escuchó el buzón de voz. Había apagado el móvil
al llegar a casa de Tom la noche anterior, porque esperaba una llamada de Paul
y no estaba de humor para hablar con él, ni entonces ni ahora. Sabía que
probablemente la animaría a hacerlo, pero lo único que quería en esos momentos
era estar sola para lamerse las heridas, como un cachorro al que le hubieran
dado una paliza.
Con
el ánimo por los suelos, ____ revisó sus mensajes, buscando primero los más
antiguos. Frunció el cejo al darse cuenta de que tenía la memoria llena. Nunca
le había pasado antes. Las únicas personas que la llamaban eran su padre,
Rachel y Paul y sus mensajes siempre eran breves.
«Hola,
____, soy yo. Es sábado por la noche y la conferencia ha ido muy bien. Te llevo
un recuerdo de Princeton. No te preocupes, es pequeño. Supongo que estarás en
la biblioteca, trabajando. Llámame luego. [Silencio elocuente.] Te echo de
menos.» ____ suspiró. Borró el mensaje y pasó al siguiente, que también era de
Paul. «Hola, ____. Vuelvo a ser yo. Es domingo por la mañana. Supongo que no
llegaré muy tarde esta noche. ¿Quieres que cenemos juntos? Hay un restaurante
de sushi no muy lejos de tu casa. Llámame. Te echo de menos, Conejito.» Tras
borrar el segundo mensaje, ____ le escribió un mensaje de texto, diciéndole que
estaba griposa y que prefería no salir de la cama. Le avisaría cuando se
encontrara mejor y esperaba que llegara a casa sano y salvo. No le dijo que lo
echaba de menos. El siguiente mensaje era de un número local desconocido.
«________...
ejem, ___. Soy Tom. Yo... Por favor, no cuelgues. Sé que soy la última persona
con la que quieres hablar ahora mismo, pero llamo para arrastrarme. De hecho,
estoy delante de tu edificio, bajo la lluvia. Estaba preocupado por ti y quería
asegurarme de que habías llegado bien a casa.
»Ojalá
pudiera volver atrás en el tiempo. Volvería a esta mañana
y te diría que nunca había visto nada tan
bonito como tú, feliz, bailando en mi salón. Te diría que soy el hombre más
afortunado del mundo porque me rescataste y te quedaste a mi lado toda la
noche. Que soy un idiota que lo jode todo y que no me merezco tu amabilidad. En
absoluto. Sé que te he hecho daño, ___, y lo siento. [Respiración profunda.] No
debí dejarte marchar esta mañana. No de esa manera. Tenía que haber salido
corriendo detrás de ti y haberte suplicado que te quedaras. La he cagado, ___.
La he cagado bien.
»Debería
haberme humillado. Y eso es lo que pretendo hacer ahora. Por favor, sal a la
calle para que pueda disculparme. Mejor no. No salgas. Pillarás una pulmonía.
Sólo ven hasta la puerta y escúchame a través del cristal. Estaré aquí,
esperándote. Te dejo mi número de móvil...»
___
frunció el cejo y borró el mensaje sin molestarse en anotar su número. Sin
cambiarse de ropa, vestida con el pijama de patitos de goma, salió del
apartamento y se acercó a la puerta de la calle. No tenía ninguna intención de
escuchar las excusas de Tom. Sólo quería comprobar si seguía allí, bajo la
lluvia y el frío. Apoyó la nariz contra el vidrio, empañándolo, y trató de ver
en la oscuridad. Ya no llovía y no había ningún profesor a la vista. Se
preguntó cuánto rato habría esperado. Se preguntó si habría ido hasta allí sin
paraguas. Enderezando la espalda, se dijo que no le importaba. «Que pille una
pulmonía. Se lo tiene merecido.» Al volverse, se dio cuenta de que había un
ramo de jacintos apoyado en uno de los pilares del porche de la entrada. Tenía
un gran lazo rosa y lo que parecía una tarjeta Hallmark en el centro. En el sobre
le pareció que ponía «___».
«¿En
serio, profesor Kaulitz? No sabía que hubiera tarjetas Hallmark para estas
ocasiones. ¿Qué pone? “¿Para la estudiante de tesis que eché de casa a gritos
después de decirle que quería acariciarla como a un gatito y de vomitarle
encima?”»
___
regresó al apartamento, negando con la cabeza y murmurando entre dientes. Acomodándose
en la cama con el portátil, buscó en Internet el significado de los jacintos
lila, por si Tom —o su florista— trataba de enviarle un mensaje subliminal. En
una página web sobre horticultura, encontró lo siguiente: «Los jacintos lila
simbolizan el dolor, el arrepentimiento, una disculpa».
«Ya,
bueno, si no te hubieras comportado como un cabronazo conmigo, ahora no
tendrías que comprar jacintos para suplicar que te
perdonara. Gilipollas.» Sacudiendo la cabeza,
furiosa, dejó el ordenador a un lado y escuchó el último mensaje. Era también
de Tom y lo había dejado hacía poco rato.
«___,
quería decirte esto en persona, pero no puedo esperar más. No puedo esperar
más.
»Esta
mañana no quería llamarte puta. Te lo juro. Ha sido una comparación horrible y
nunca debí decirlo, pero no quería llamarte puta. Me molesta mucho verte de
rodillas. No te imaginas cuánto. Deberías ser adorada, venerada, tratada con
dignidad. Nunca deberías estar de rodillas, ___, ante nadie. Lo que pienses de
mí no importa, pero nunca te olvides de eso. Es la verdad.
»Debería
haberme disculpado por lo que te dijo Paulina. Acabo de dejarle las cosas
claras y me ha pedido que me disculpe de su parte. Ella y yo tenemos una...
ejem... [tos] es complicado. No creo que te cueste imaginarte por qué llegó a
la conclusión a la que llegó. Todo tiene que ver con mi historial y nada con el
tuyo. Siento que te faltara al respeto. No volverá a pasar. Te lo prometo.
»Gracias
por prepararme el desayuno esta mañana. [Pausa muy larga.] Ver la bandeja me ha
afectado mucho. No puedo expresarlo con palabras. ___, nadie había hecho algo
así para mí antes. Nadie. Ni Grace, ni un amigo, ni una amante, nadie... Has
sido buena, amable y generosa conmigo y yo... he sido egoísta y cruel. [Se
aclara la garganta.]
»Por
favor, ___. [La voz se le vuelve ronca.] Tenemos que hablar de la nota. La
tengo en la mano y no voy a soltarla. Hay cosas importantes que he de contarte.
Son cosas graves, de las que no quiero hablar por teléfono. Siento mucho lo que
ha pasado esta mañana. Es culpa mía y me gustaría mucho arreglarlo. Por favor,
dime qué puedo hacer para arreglarlo y lo haré. Llámame.»
Una
vez más, ___ borró el mensaje y una vez más no guardó su número de móvil. Apagó
el teléfono y lo dejó junto al portátil en la mesita plegable. Luego volvió a
la cama y trató de quitarse la voz triste y torturada de Tom de la cabeza. No
salió del apartamento ni al día siguiente ni al otro. Pasó todo el tiempo
vestida con distintos pijamas de franela, tratando de distraerse con música a
todo volumen o leyendo novelas de Alexander McCall Smith. Las historias de
Edimburgo eran sus favoritas. Eran alegres, tenían un poco de misterio y eran
inteligentes. Le gustaba su estilo. Le parecía reconfortante. Leer sus novelas
solía despertarle el apetito por todo lo escocés, desde las gachas a las
galletas Walker de
mantequilla o el queso cheddar de la isla de
Mull, no necesariamente en ese orden. Aunque acababa de vivir una experiencia
muy traumática junto a Tom, especialmente dolorosa después de haber pasado la
noche entre sus brazos, estaba decidida a no permitir que él la destruyese
psicológicamente. Sabía lo que era que alguien hiciera algo así. De hecho, Tom
ya la había destrozado psíquicamente una vez. Y ___ se había jurado que no
volvería a pasar.
Por
eso, tomó tres decisiones:
La
primera, que no dejaría de ir a sus clases, porque necesitaba el seminario para
sus créditos.
La
segunda, que no iba a abandonar ni iba a regresar a Selinsgrove con el rabo
entre las piernas.
Y la
tercera, que buscaría a otro director de proyecto y que presentaría la
documentación lo antes posible, a espaldas de Kaulitz.
El
martes por la noche, volvió a encender el móvil y a revisar los mensajes de
voz. La memoria volvía a estar llena. Puso los ojos en blanco al comprobar que el
primer mensaje era de Tom. Lo había dejado el lunes por la mañana.
«______...
te dejé algo anoche en el porche. ¿Lo viste? ¿Leíste la tarjeta? Por favor,
léela.
»Por
cierto, llamé a Paul Norris para que me diera tu número de móvil. Me inventé
una excusa. Le dije que tenía que comentarte un tema del proyecto, por si te
pregunta algo.
»¿Sabes
que te dejaste el iPod? Lo he estado escuchando. Me sorprendió que tuvieras a
Arcade Fire. He estado escuchando Intervention. Me ha extrañado que a
alguien tan feliz y equilibrado como tú le guste una canción tan trágica.
Quisiera devolverte el iPod en persona.
»Y
me gustaría que hablaras conmigo. Grítame, insúltame, maldíceme, tírame cosas a
la cara, pero no me castigues con este silencio, _______, por favor. [Gran
suspiro.] Sólo te pido unos minutos de tu tiempo. Por favor, llámame.»
___
borró el mensaje y se dirigió al porche, vestida con un pijama de franela a
cuadros escoceses. Cogió la tarjeta que acompañaba al ramo; la rompió en mil
pedazos y tiró los trozos al otro lado de la valla. Luego tiró también los
jacintos, ya muy marchitos. Tras inspirar el aire fresco de la noche, cerró la
puerta con rabia y volvió a casa.
Cuando estuvo más calmada, escuchó el
siguiente mensaje, que también era de Tom. Se lo había dejado esa tarde.
«_______,
¿sabías que Rachel está de viaje en una isla canadiense perdida de la mano de
Dios? No tiene acceso a Internet ni cobertura de teléfono. Tuve que llamar a
Richard, por el amor de Dios, porque no contestaba al teléfono. Quería ponerme
en contacto con ella para que se pusiera en contacto contigo, ya que no
respondes a mis mensajes.
»Estoy
preocupado por ti. He preguntado y nadie te ha visto, ni siquiera Paul. Voy a
enviarte un correo electrónico, pero será formal, porque la universidad tiene
acceso a mi cuenta. Espero que escuches esto antes de que te llegue el correo,
o pensarás que vuelvo a ser el mismo idiota de siempre. No lo soy, pero tengo
que sonar como un pomposo en un mensaje oficial. Si me respondes, ten en cuenta
que cualquier miembro de la administración puede leer esos correos. Ten cuidado
con lo que dices.
»Te
veré mañana en el seminario. Si no vas, llamaré a tu padre y le pediré que te
localice. No sé dónde estás. No sé si estás en un autocar de camino a
Selinsgrove. Por favor, llámame. Estoy haciendo un gran esfuerzo para no ir a
tu casa. [Larga pausa...]
»Sólo
quiero saber que estás bien. Dos palabras, ___. Envíame dos palabras diciéndome
que estás bien. Es lo único que pido.»
___
encendió el ordenador y revisó el correo de la universidad. En la bandeja de
entrada, esperando como una bomba de relojería, estaba el mensaje del profesor Tom
J Kaulitz:
CAP
15 (PARTE 2)
Querida
señorita Mitchell:
Necesito
hablar con usted sobre un tema bastante urgente.
Por
favor, contacte conmigo lo antes posible. Puede llamarme al siguiente número de
móvil: 416-555-0739.
Saludos,
Prof.
Tom J. Kaulitz
Profesor
Departamento
de Estudios Italianos/
Centro
de Estudios Medievales
Universidad
de Toronto
___
borró tanto el correo electrónico como el mensaje de voz sin pensarlo ni un
momento. Luego le escribió un correo a Paul, explicándole que todavía no se
encontraba lo bastante recuperada
como para asistir al seminario del día
siguiente y pidiéndole que informara a El Profesor. Le agradeció los correos
que le había enviado y se disculpó por no haber respondido antes. Para acabar,
le preguntó si le gustaría acompañarla a visitar la exposición sobre arte
florentino que presentaba el Royal Ontario Museum cuando se recuperara. Al día
siguiente, pasó casi toda la tarde redactando un correo provisional para la
profesora Jennifer Leaming, del Departamento de Filosofía. La profesora Leaming
era especialista en santo Tomás de Aquino y también estaba interesada en Dante.
Aunque ___ no la conocía personalmente, Paul había asistido a una de sus clases
y le había gustado mucho. Era joven, divertida y muy popular entre los
estudiantes, todo lo contrario que el profesor Kaulitz. ___ esperaba que
aceptara dirigir su proyecto y en el correo se lo planteaba como una
posibilidad.
Le
habría gustado consultarlo con Paul, pero sabía que éste asumiría que Kaulitz
la había expulsado y que se enfrentaría con él por su culpa. Así que envió el
correo a la profesora Leaming esperando que recibiera su propuesta de buena
gana y que respondiera rápidamente.
Cuando
esa noche volvió a revisar su buzón de voz, se encontró con un nuevo mensaje de
Tom:
«______,
es miércoles por la noche. Te he echado de menos en el seminario. Tu sola
presencia es capaz de iluminar una sala, ¿lo sabes? Siento no habértelo dicho
antes.
»Paul
me ha dicho que estás enferma. ¿Puedo llevarte algo? ¿Caldo de pollo? ¿Helado?
¿Zumo de naranja? Puedo hacer que te lo lleven a casa. No tendrías que verme.
Por favor, déjame ayudarte. Me siento muy mal sabiendo que estás sola y enferma
en tu apartamento, sin poder hacer nada.
»Al
menos sé que estás en casa, a salvo, y no en un autocar en alguna parte. [Una
pausa... Se aclara la garganta.]
»Recuerdo
haberte besado. Y recuerdo que tú me devolviste el beso. Lo hiciste, ___. Lo
sé. ¿No lo notaste? Hay algo entre nosotros. O al menos, lo hubo. »Por favor,
necesito hablar contigo. No esperarás que justo después de descubrir tu
identidad, vaya a actuar como si no existieras. Tengo que explicarte unas
cuantas cosas. Bastantes. Llámame, por favor. Sólo te pido una conversación.
Creo que me la debes.»
El
tono de los mensajes de Tom había ido aumentando en desesperación. ___ apagó el
teléfono, suprimiendo al mismo tiempo
su empatía innata. Sabía que la universidad podía
acceder al correo de Tom, pero en esos momentos le daba igual. Sólo quería que
parara de dejarle mensajes en el buzón de voz. No iba a poder seguir adelante
con su vida si no dejaba de molestarla. Y no daba la sensación de que fuera a
rendirse pronto.
Por
eso le escribió un correo a su cuenta de la universidad, volcando todo su
enfado y su dolor en cada palabra:
Dr.
Kaulitz:
Deje
de acosarme.
Ya
no quiero nada con usted. No quiero conocerlo. Si no me deja en paz, me veré
obligada a presentar una demanda por acoso. Y eso es lo que haré si se pone en
contacto con mi padre. Inmediatamente.
Si
cree que voy a permitir que algo tan insignificante me aparte de mis estudios,
está muy equivocado. Necesito otro director de proyecto, no un billete de
vuelta.
Saludos,
Señorita
____ H. Mitchell (H: Helena :) )
Humilde
Estudiante del curso de doctorado,
que
pasa de rodillas más tiempo que cualquier puta.
P.
D.: Devolveré la beca M. P. Kaulitz la semana que viene. Felicidades, profesor
Abelardo. Nadie me ha humillado tanto como usted el domingo pasado.
___
apretó el botón de ENVIAR sin releer el mensaje.
Para
reforzar su rebelión, se tomó dos chupitos de tequila y puso la canción All
the Pretty Faces, de The Killers. A todo volumen y con repetición.
Fue
un momento Bridget Jones total.
Agarró
un cepillo del baño y empezó a cantar como si fuera un micrófono y a bailar
dando brincos por la habitación, con su pijama de franela con estampado de
pingüinos. Tenía un aspecto bastante ridículo. Y se sentía extrañamente...
peligrosa, desafiante, rebelde.
En
los días que siguieron al enfadado correo de ___, El Profesor interrumpió todo
contacto. Cada día, esperaba tener noticias suyas, pero no llegaba nada. Hasta
el martes siguiente, cuando recibió otro mensaje de voz.
«_______,
estás dolida y enfadada, lo entiendo. Pero no
permitas que tu enfado te impida disfrutar de
algo que te has ganado siendo la estudiante con las calificaciones más
brillantes de todos los que se presentaron al curso de doctorado de este año.
Por favor, no renuncies a un dinero que te permitirá volver a casa y visitar a
tu padre sólo porque yo haya sido un idiota.
»Siento
haberte humillado. Estoy seguro de que cuando me llamaste Abelardo no lo
hiciste como un halago, pero lo cierto es que a Abelardo le importaba Eloísa,
igual que a mí me importas tú. Así que, en ese sentido, nos parecemos. Y él le
hizo daño, igual que yo te he lastimado a ti. Pero se arrepintió mucho después.
¿Has leído las cartas que le escribió? Lee la sexta y dime luego si has
cambiado de opinión sobre él... y sobre mí.
»Es
la primera vez que se concede la beca porque nunca había conocido a nadie que
fuera lo bastante especial como para recibirla hasta que te conocí. Si la
devuelves, el dinero se quedará en el banco y nadie se beneficiará de él. No
permitiré que vaya a parar a nadie más, porque te pertenece.
»Estaba
tratando de sacar algo bueno de algo malo. Pero he fracasado igual que en todo
lo demás. Todo lo que toco se contamina... Se destruye. [Larga pausa...]
»Hay
algo que puedo hacer por ti y es ayudarte a encontrar otro director de
proyecto. La profesora Katherine Picton es amiga mía y, aunque está retirada,
ha aceptado reunirse contigo para discutir la posibilidad de dirigir tu
proyecto. Sería una tremenda oportunidad para ti. Me dijo que te pusieras en
contacto con ella vía correo electrónico lo antes posible. Su dirección es
KPicton@UToronto.ca.
»Sé
que es tarde para que te apuntes a otro seminario, aunque no dudo que es lo que
desearías. Le preguntaré a algún colega si puede supervisarte un curso de
lectura para que obtengas los créditos que necesitas sin necesidad de asistir
al seminario. Firmaré la solicitud y la presentaré ante el Colegio de Estudios
de Grado. Dile a Paul lo que quieres hacer y que él me dé el mensaje. Sé que no
quieres hablar conmigo.
[Se
aclara la garganta.]
»Paul
es un buen chico.
[Murmullos...]
»Audentes
fortuna iuvat.
[Pausa...
La voz se le convierte en un susurro.]
»Siento
que ya no quieras conocerme. Pasaré el resto de mi vida lamentando haber
desperdiciado mi segunda oportunidad contigo. Y
siempre seré consciente de tu ausencia.
»Pero
no volveré a molestarte. [ Carraspea dos veces.]
»Adiós,
______. [Larga, larguísima pausa antes de que finalmente cuelgue.]»
___
estaba asombrada. Permaneció sentada, boquiabierta, con el teléfono en la mano,
tratando de asimilar todo lo que había oído. Volvió a escucharlo y luego otra
vez. La única parte que no le costaba entender y aceptar era la cita de
Virgilio: «La fortuna favorece a los audaces».
Sólo
El Profesor sería capaz de aprovechar un mensaje de disculpa para demostrar sus
conocimientos académicos y darle una clase improvisada sobre las cartas de
Abelardo. Aunque se negó a seguir su consejo y no buscó la sexta carta, trató
de ignorar su enfado y centrarse en el tema de Katherine Picton.
La
profesora Picton tenía setenta años. Era una especialista en Dante que se había
formado en Oxford y que había dado clases en Cambridge y en Yale antes de que
la Universidad de Toronto la atrajera, financiando una cátedra de Estudios
Italianos. Tenía fama de ser severa, exigente y brillante. Su nivel de
erudición competía con el de Mark Musa. La carrera de ___ obtendría un empujón
muy fuerte si presentara su proyecto bajo su supervisión. Si hacía un buen
trabajo, podría hacer el doctorado donde quisiera: Oxford, Cambridge,
Harvard...
Tom
le estaba ofreciendo en bandeja la mayor oportunidad de su vida, envuelta en
papel de regalo y con un lazo grande y brillante. Una oportunidad que valía
mucho más que un maletín o que una beca de estudios. ¿Tendría contrapartidas?
«Expiación
—pensó ____—. Está tratando de compensarme por todos los malos momentos que me
ha hecho pasar.»
Tom
se lo había pedido a Katherine Picton como un favor personal. Los profesores
eméritos muy raramente dirigían tesis doctorales, mucho menos proyectos de
estudiantes de cursos de especialización. Era un favor tan grande que sin duda
habría tenido que echar mano de toda su influencia.
«Y
lo ha hecho por mí.»
Después
de reflexionar sobre el mensaje desde todos los puntos de vista, no le quedó
más remedio que hacerse la pregunta que había estado evitando hacerse:
«¿Tom
se está despidiendo de mí?»
Escuchó el mensaje tres veces más y,
sintiéndose bastante culpable, lloró hasta quedarse dormida. A pesar de la
rebeldía que había guiado sus actos esos últimos días, algo en su interior
sabía que tenía una alma gemela en Tom. Y eso no podía eliminarse a no ser que
estuviera dispuesta a eliminar una parte de su alma. A la mañana siguiente,
bien temprano, llamó a Paul con la excusa de quedar con él antes del seminario.
En realidad, esperaba que le dijera que Kaulitz se había puesto enfermo, o que
se había marchado repentinamente a Inglaterra, o que había pillado la gripe
porcina y se había cancelado el seminario. Por desgracia, no había hecho
ninguna de esas cosas.
Después
de mucho dudar, decidió asistir al seminario, por si acaso Tom no lograba
encontrarle un curso de lectura que le diera los créditos necesarios. Si la
recompensa era tener a la profesora Picton como directora de proyecto, bien
podría resistir las cinco semanas restantes del semestre. Esa tarde, entró en
la oficina del departamento para revisar el casillero del correo, antes de
reunirse con Paul. Le extrañó encontrar un gran sobre acolchado. Al darle la
vuelta, vio que no llevaba remitente ni destinatario.
Lo
abrió rápidamente y lo que encontró dentro la dejó con la boca abierta.
Aplastado en su interior, como si se tratara de las plumas de un cuervo, estaba
su sujetador de encaje negro. El que, desgraciadamente, se había dejado
olvidado encima de la secadora de Tom.
«Cabrón.»
___
se sentía tan furiosa que empezó a temblar. ¿Cómo se atrevía a dejárselo en el
casillero? Cualquiera podía haber estado a su lado mientras abría el sobre.
«¿Está
tratando de humillarme una vez más? ¿O cree que es divertido?»
(No
se dio cuenta de que el iPod también estaba en el sobre.)
—Hola,
preciosa.
Sobresaltada,
___ ahogó un grito.
—Lo
siento, no quería asustarte.
Al
volverse, se encontró con los amables ojos oscuros de Paul, que la miraban con
extrañeza.
—Qué
nerviosa estás. ¿Es por el sobre? ¿Sucede algo? —preguntó, señalándolo con la
barbilla, con las manos levantadas en señal de rendición para tranquilizarla.
—No, no es nada. Propaganda. —Metió el sobre
en su nueva mochila L. L. Bean y se obligó a sonreír—. ¿Listo para el
seminario? Creo que va a ser una buena clase.
—No
lo creo. El Profesor está de muy mal humor. No lo provoques. Lleva dos semanas
rarísimo. —Paul se había puesto muy serio—. No quiero que se repita lo que pasó
la última vez que estuvo tan alterado.
___
se apartó el pelo de la cara y sonrió.
«Creo
que deberías decirle a Kaulitz que no me provoque él a mí. Llevo un sujetador
negro en la mochila y un montón de rabia acumulada. Es él quien tiene
problemas. No yo.»
—Me
alegro de que estés mejor. Estaba preocupado por ti. —Paul le cogió la mano y
le puso algo frío en la palma. Luego le cerró los dedos y se los apretó con
suavidad. Al abrirlos, ___ vio que se trataba de un precioso llavero de plata,
en forma de letra «P», que se balanceaba como un péndulo.
—Ni
se te ocurra decirme que no puedes aceptarlo. Sé que no tienes llavero y quería
que supieras que había pensado en ti mientras estaba fuera. Por favor, no me lo
devuelvas. ___ se ruborizó.
—No
iba a devolvértelo. No quiero ser de esas personas que, cuando los otros tratan
de ser amables con ellas, lo pagan tirándoles su amabilidad a la cara. Sé lo
que se siente. —Miró rápidamente a su alrededor para asegurarse de que estaban
solos—. Gracias, Paul. Yo también te he echado de menos.
Se
acercó y le rodeó el enorme torso con los brazos, con el llavero colgando de
los dedos. Apoyando la mejilla en los botones de su camisa, lo abrazó.
—Gracias
—repitió, suspirando mientras los largos y musculosos brazos de Paul la
engullían.
—De
nada, Conejito —replicó él, dándole un suave beso en la coronilla.
Ajenos
a todo, no se dieron cuenta de que un temperamental especialista en Dante
acababa de entrar en el despacho, ansioso de asegurarse de que cierta prenda
había llegado a su destinataria. Se quedó inmóvil al ver a la joven pareja que
se abrazaba y murmuraba algo en voz baja.
«El
follaángeles vuelve a la carga.»
—¿Quién
te ha tirado tu amabilidad a la cara? —preguntó Paul, ajeno al dragón que
escupía fuego por la boca a su espalda.
En vez de responder, ___ lo abrazó con más
fuerza.
—Dímelo,
Conejito, y yo le ajustaré las cuentas a ese desgraciado. O desgraciada —pidió
su amigo con los labios pegados al cabello de ella—. Eres muy especial para mí,
¿lo sabes? Si necesitas cualquier cosa, sólo tienes que pedírmela. Cualquier
cosa. ¿De acuerdo?
___
suspiró contra su pecho.
—Lo
sé.
El
dragón de ojos cafeces se volvió y salió del despacho bruscamente, murmurando
algo sobre un follaconejitos. ___
interrumpió el abrazo.
—Gracias,
Paul. Y gracias por esto —añadió, sonriendo y levantando el llavero.
«Podría
pasarme la vida contemplando esa sonrisa», pensó él.
—De
nada, ha sido un placer.
Poco
después, entraron en la sala de seminarios. ___ evitó mirar a Tom, por lo que
mantuvo los ojos fijos en Paul, mientras reía una de sus bromas. Éste le apoyó
la mano en la parte baja de la espalda guiándola hacia los asientos.
«¡Las
manos quietas, follaconejitos!»
El
Profesor lo miró con hostilidad hasta que se distrajo al ver la nueva mochila
de ___. Se preguntó cómo había logrado que pareciera nueva y por qué no usaba
su regalo. Se sintió muy mal.
«¿Le
diría Rachel que era un regalo mío?», pensó y la idea lo torturó.
Jugueteó
con la pajarita, atrayendo la atención sobre ella. Se la había puesto para
mortificarse, pero ___ no se la había visto, porque no le había dirigido la
mirada en ningún momento. Estaba contándose secretitos y riendo con Paul,
moviendo la melena y castigándolo con sus mejillas sonrosadas y sus labios
rojos... Estaba todavía más guapa que en su recuerdo.
CAP
15 (PARTE 3)
—Señorita
Mitchell, tengo que hablar con usted un momento cuando acabe la clase, por
favor —le dijo con una sonrisa.
Tom
bajó la vista hacia sus zapatos brillantes acabados en punta y se disponía a
empezar a hablar cuando una vocecita decidida lo interrumpió desde la parte
trasera del aula:
—Lo
siento, profesor, hoy no puedo. Tengo una cita urgente que no puedo aplazar.
Luego
miró a Paul y le guiñó un ojo. Tom alzó la cabeza despacio y se la quedó
mirando fijamente.
Diez estudiantes contuvieron el aliento y se
echaron hacia atrás en las sillas, como si tuvieran miedo de que fuera a
explotar o de que de sus ojos saliera disparada alguna daga.
___
lo estaba provocando. Era obvio. Su tono de voz, su manera de acercarse a Paul,
cómo se retiraba el pelo de la cara con una mano...
Tom
se quedó hipnotizado al ver la curva de su cuello y recordó su piel delicada,
su aroma a vainilla que lo perseguía en persona o en sueños. Quería insistir,
exigirle que se reuniera con él, pero sabía que si perdía los nervios lo único
que conseguiría sería que ella se alejara aún más, cada vez más lejos de su
alcance hasta perderla del todo. No podía permitirlo. Parpadeó varias veces.
—Por
supuesto, señorita Mitchell. Estas cosas pasan. Por favor, envíeme un mail
diciéndome cuándo le va bien.
Trató
de sonreír, pero no lo consiguió. Sólo se le levantó un lado de la boca, con lo
que parecía que sufriera parálisis facial.
___
lo miró. No se ruborizó ni parpadeó. Su expresión era... ausente. Al darse
cuenta, Tom sintió pánico.
«Estoy
tratando de ser amable y me mira como si no estuviera aquí. ¿Tan sorprendente
es que me comporte con cordialidad? ¿Que sea capaz de mantener el control de
mis emociones?»
Paul
apretó el codo de ___ por debajo de la mesa. Cuando ella lo miró, le hizo una
señal con los ojos. Ella pareció despertarse de un sueño.
—Por
supuesto, profesor. Otra vez será —dijo, antes de bajar la mirada y esperar a
que empezara la clase.
La
mente de Tom funcionaba a toda velocidad. Si no era capaz de hablar con ella
ese día, podían pasar muchos más, o incluso semanas, antes de que pudiera darle
una explicación. No podía esperar tanto. Esa separación estaba acabando con él.
Y sabía que, cuanto más esperara, menos receptiva iba a estar. Tenía que hacer
algo. Tenía que encontrar un modo de comunicarse con ella. Inmediatamente.
—Ejem,
he decidido que en vez de un seminario normal, hoy les voy a dar una
conferencia. Examinaré la relación entre Dante y Beatriz. En particular, lo que
sucedió cuando se encontraron por segunda vez y ella lo rechazó.
___
ahogó un grito y lo miró horrorizada.
—Siento tener que hacer esto —explicó en tono
conciliador—, pero no me queda más remedio. Ha surgido un malentendido que debo
aclarar antes de que sea demasiado tarde. —Tras cruzar la mirada con la suya
durante un instante, bajó la vista hacia sus notas. Notas que, por supuesto, ya
no le servían de nada.
El
corazón de ___ se había desbocado.
«Oh,
no. No se atreverá...»
Tom
respiró hondo y empezó a hablar:
—Beatriz representa muchas cosas para Dante.
Sobre todo, es su ideal de feminidad. Beatriz es hermosa, es inteligente y
encantadora. Tiene todas las características que él consideraesenciales en la
mujer ideal.»La primera vez que se encontraron, ambos eran muy jóvenes.
Demasiado jóvenes para establecer una relación de ningún tipo. Y, en vez de
enturbiar su amor con un prosaico lío de mal gusto, Dante prefirió adorarla a
distancia, como muestra de respeto por su edad y falta de experiencia.»Pero el
tiempo pasa y Dante se reencuentra con Beatriz. Ésta se ha convertido en una
joven de talento, todavía más hermosa e inteligente. Sus sentimientos hacia
ella son más fuertes, aunque esté casado. Vierte su afecto en la poesía y le
escribe varios sonetos a Beatriz, pero ninguno a su esposa.»Dante no conoce a
Beatriz. Apenas tienen contacto directo, pero eso no resulta ningún impedimento
para que él que la adore a distancia. Cuando ella muere, a los veinticuatro
años, él le rinde homenaje en sus escritos.»En La Divina Comedia, la obra más
famosa de Dante, Beatriz convence a Virgilio para que éste guíe al poeta en el
Infierno, ya que ella, como una de las almas redimidas, no puede salir del
Paraíso para rescatarlo. Cuando Virgilio lo ha guiado hasta la salida, Beatriz
se reúne con él y lo lleva a través del Purgatorio hasta llegar con él al
Paraíso.»En mi charla de hoy quiero plantear la siguiente pregunta: ¿dónde
estaba Beatriz y qué estuvo haciendo durante el tiempo que transcurrió entre
ambos encuentros?
»Dante la esperó durante años. Ella sabía dónde
vivía el poeta, conocía a su familia, es más, tenía una muy buena relación con
ellos. Si Dante le importaba, ¿por qué no le escribió? ¿Por qué no hizo el
menor esfuerzo por ponerse en contacto con él? Creo que la respuesta es obvia:
su relación era absolutamente unilateral. Beatrizera importante para Dante,
pero a ella Dante no le importaba en absoluto.___ estuvo a punto de caerse de
la silla.Los alumnos escuchaban con atención y tomaban abundantes notas, aunque
Paul, ___ y Christa, familiarizados como estaban con la obra de Dante,
encontraron poca información nueva en sus palabras. Con la excepción del último
párrafo, que no tenía nada que ver con Dante Alighieri ni con Beatriz
Portinari. Tom le sostuvo la mirada un instante más de lo necesario antes de
volverse hacia Christa y dedicarle una sonrisa seductora. ___ enfureció. Lo
estaba haciendo a propósito. Al mirarla a ella y justo después a Christa
—también conocida como Gollum—, le estaba diciendo que no le costaría nada
reemplazarla.«Ajá. Así que quiere jugar a los celos. Pues muy bien. Aquí te
espero.»Empezó a dar golpecitos con el bolígrafo en la libreta, con la fuerza
suficiente como para que resultara molesto. Cuando Tom entornó los ojos
buscando la fuente del ruido y su mirada aterrizó en la mano izquierda de ___,
ésta buscó la mano de Paul y le dio un apretón. Cuando su amigo la miró con una
de esas sonrisa que derriten corazones, ___ le dedicó una mirada seductora y la
sonrisa más dulce que logró esbozar.Un sonido, mitad tos, mitad gruñido, hizo
que Paul apartara la vista de ella y se volviera hacia El Profesor, que lo
estaba mirando muy enfadado. Él apartó la mano de inmediato.Con una sonrisa
irónica y sin perder nunca el hilo del discurso, El Profesor se volvió para
escribir en la pizarra. Más de un estudiante se quedó boquiabierto al ver lo
que había escrito:En la vida real, Beatriz dejó a Dante en el Infierno porque
no le dio la gana de mantener su promesa.
___ fue la última en ver lo que había escrito,
porque todavía estaba enfurruñada con lo que acababa de pasar. Cuando levantó
la vista, Tom estaba apoyado en la pizarra, con los brazos cruzados y una expresión
triunfal y petulante en la cara.En ese momento, ella tomó una decisión: le
borraría esa expresión de la cara aunque le costara la expulsión. Y lo haría
inmediatamente.Levantó la mano y esperó a que él le diera permiso para hablarantes
de decir:
—Eso
es muy arrogante, por no decir interesado, profesor.
Paul
le apretó el brazo.
—¿Te
has vuelto loca? —susurró.
___
no le hizo caso y siguió hablando:
—¿Por
qué culpar a Beatriz? Ella no es más que una víctima. Cuando Dante la conoció,
aún no había cumplido los dieciocho años. No habrían podido estar juntos a
menos que él fuera un pedófilo. ¿Nos está diciendo que el poeta era un
pedófilo, profesor?
Una
de las alumnas ahogó una exclamación.Tom frunció el cejo.
—¡Por
supuesto que no! Dante sentía un afecto sincero por ella, un afecto que siguió
aumentando durante su separación. Si Beatriz hubiera tenido el valor de
preguntárselo, él se lo habría dicho. Sin lugar a dudas.
___
ladeó la cabeza y entornó los ojos.
—Cuesta
un poco de creer. Todo en la vida de Dante parece girar en torno al sexo. No es
capaz de relacionarse con las mujeres de otra manera. No me lo imagino las
noches de los viernes y los sábados encerrado en casa, esperando a Beatriz.
Ella no debía de importarle tanto.
La
cara de Tom adquirió un intenso tono de rojo. Descruzó los brazos y dio un paso
en dirección a ___. Paul levantó la mano tratando de distraerlo, pero él lo
ignoró y avanzó un paso más.
—No
olvidemos que era un hombre y que necesitaba... ejem... compañía. Por si sirve de
algo, en su defensa puede decirse que esas mujeres no eran más que amigas
serviciales. Nada más. Su atracción por Beatriz no se vio alterada por esos
encuentros. Estaba desesperado, creía que no iba a volver a verla nunca más.
Por decisión de Beatriz, no suya.
___
sonrió dulcemente mientras afilaba el cuchillo.
—Si
eso es afecto, creo que prefiero el odio. ¿Amigas serviciales, profesor? ¿Y qué
tipo de servicios le proporcionaban? No creo que puedan considerarse amigas.
Creo que sería más preciso llamarlas socias pélvicas. Para mí un amigo es
alguien que quiere lo mejor para la otra persona, que le desea una vida de
felicidad, no alguien que se agarra a unos instantes de placer pasajero como si
fuera un lascivo adicto al sexo.
Vio
que Tom hacía una mueca, pero siguió adelante sin amilanarse.
—Todo
el mundo sabe que los devaneos de Dante eran anónimos y sórdidos. Solía
requerir los servicios de alguna mujer en... el mercado de la carne, si no me
equivoco. Y luego las echaba de su vida de una patada. No me parece que ese
tipo de hombre pudiera resultarle atractivo a Beatriz. Por no mencionar que él
tenía una amante llamada Paulina.
Diez
pares de ojos se volvieron bruscamente hacia ella. ___ se ruborizó, pero siguió
hablando, algo alterada:
—Una
vez leí que una estudiosa de Filadelfia había encontrado pruebas de su
relación. Si Beatriz no apreciaba a Dante lo suficiente y lo rechazó más
adelante, creo que no le faltaban motivos. Era un mujeriego, cruel y egoísta,
que trataba a las mujeres como juguetes para divertirse.
A
esas alturas, tanto Paul como Christa se estaban preguntando qué le había
pasado a ese seminario. Ninguno de ellos había oído hablar nunca de una experta
en Dante de Filadelfia ni de una amante llamada Paulina. Ambos se prometieron
que, en adelante, pasarían más tiempo en la biblioteca.
Tom
la fulminó con la mirada.
—Creo
que sé a qué estudiosa se refiere, pero no es de Filadelfia, sino de un
pueblucho de Pensilvania. Y no sabe de lo que habla, así que debería ser más
prudente a la hora de pronunciarse sobre esos temas.
Las
mejillas de ___ estaban casi en llamas.
—Ésa
es una objeción ad hóminem, un ataque personal. Su lugar de nacimiento no le
resta ninguna credibilidad. Dante y su familia también eran originarios de un
pueblucho. Aunque a él le costara admitirlo.
—Yo
no llamaría a la Florencia del siglo XIV un pueblucho. Y respecto a lo de la
amante, esa investigación es muy chapucera. Diría más, lo que dice esa mujer es
una tontería. No hay ni una sola prueba que demuestre su teoría.
—Yo
no lo descartaría tan radicalmente, profesor, a no ser que esté dispuesto a
discutirlo en detalle. Y usted tampoco nos ha dado ninguna prueba, sólo un
ataque personal —replicó ___, alzando una ceja y temblando ligeramente.
Paul
le apretó la mano por debajo de la mesa.
—Para
—le susurró, para que sólo ella pudiera oírlo—, para ya.
Con
la cara todavía muy roja, Tom empezó a respirar por la boca.
—Si
esa mujer hubiera querido conocer los auténticos sentimientos de Dante hacia
Beatriz, sabía dónde encontrar la respuesta, sin necesidad de ir soltando
perlas sobre cosas de las que no sabe absolutamente nada. Y haciendo que Dante
y ella misma queden en ridículo. En público.
Christa
miró a ___ y al profesor. Allí había algo raro. Algo que se le escapaba. No
sabía qué era, pero no se detendría hasta averiguarlo.
Tom
se volvió hacia la pizarra tratando de calmarse y escribió:
Dante
pensaba que había sido un sueño.
—El
lenguaje que Dante emplea para describir su primer encuentro tiene un carácter
onírico. Por varias razones, ejem..., personales: no se fía de sus sentidos. No
está seguro de quién es. De hecho, una teoría afirma que pensaba que Beatriz
era un ángel.
»Por
lo tanto, cuando volvieron a encontrarse, ella no tenía ningún motivo para
asumir que Dante recordaba su primer encuentro. Ni para echarle en cara que no
lo hiciera sin darle la oportunidad de explicarse. Si pensaba que era un ángel,
no podía tener ninguna esperanza de volver a verla.
»Dante
se lo habría explicado todo si ella no lo hubiera rechazado sin darle la
posibilidad de hacerlo. Una vez más, la falta de entendimiento en este punto es
culpa de ella, no de él.
Christa
levantó la mano y, a regañadientes, Tom le indicó que hablara.
Pero
___ se le adelantó:
—Discutir
sobre su primer encuentro es irrelevante. Dante debió de reconocerla al verla
por segunda vez, la hubiera visto en sueños o en la vida real. ¿Por qué fingió
no saber quién era?
—No
estaba fingiendo. Le resultó familiar, pero ella había crecido, él estaba confuso
y preocupado por otros asuntos —respondió apenado.
—Claro,
sin duda eso era lo que él se repetía por las noches para poder dormir, cuando
no estaba de copas en los locales de Florencia.
—___,
¿quieres dejarlo ya? —dijo Paul en voz más alta.
Christa
estaba a punto de decir algo también, cuando Tom levantó una mano y lo impidió:
—¡Eso
no tiene nada que ver!
Inspiró
y espiró varias veces, tratando de recuperar el control de sus emociones. Bajando
el tono de voz, miró a ___ fijamente, dirigiéndose sólo a ella, sin darse
cuenta de que Paul se iba moviendo imperceptiblemente para colocarse entre los
dos en caso de necesidad.
—¿Nunca
se ha sentido sola, señorita Mitchell? —siguió diciendo—. ¿Nunca ha necesitado
tanto estar con alguien que le resultara hasta doloroso? Tan sola que no le
importara que la compañía que consiguiera fuera sólo carnal y temporal. A veces
es imposible encontrar otra. Si ése es el caso, uno lo acepta y se siente
agradecido, aun dándose cuenta de lo que es, porque no tiene otra cosa. En vez
de ser tan arrogante y mojigata al juzgar el comportamiento de Dante, debería
probar a ser más compasiva.
Cerró
la boca al darse cuenta de que había hablado más de la cuenta. ___ lo estaba
observando fríamente, mientras esperaba a que siguiera.
—Dante
estaba torturado por el recuerdo de Beatriz. Y eso le hacía las cosas más
complicadas, porque nunca conoció a otra mujer que estuviera a su altura.
Ninguna era lo bastante hermosa, ni lo bastante pura. Ninguna lo hacía sentir
como ella. La deseaba constantemente, pero había perdido la esperanza de
encontrarla. Si Beatriz se hubiera presentado antes y le hubiera dicho quién
era, él lo habría dejado todo por ella. Todo y a todos. Inmediatamente.
Los
ojos de Tom se clavaron en los profundos ojos castaños de ___ con
desesperación.
—¿Qué
se suponía que debería haber hecho, señorita Mitchell? ¿Quiere iluminarnos?
Beatriz lo había rechazado y a él sólo le quedaba una cosa de valor en la vida:
su carrera. Cuando Beatriz lo amenazó, ¿qué otra cosa podía hacer? Tuvo que
dejarla marchar. Pero fue decisión de ella, no de él.
___
sonrió con dulzura y Tom supo que estaba a punto de darle la puntilla.
—Su
conferencia ha sido muy clarificadora, profesor. Sólo me queda una duda. ¿Está
diciendo que Paulina no fue la amante de Dante? ¿Que sólo fue un aquí te pillo,
aquí te mato?
Un
ruido seco resonó en el aula. Todos los asistentes se quedaron boquiabiertos al
darse cuenta de que el profesor Kaulitz acababa de romper en dos pedazos el
rotulador de la pizarra. Mientras la tinta negra se extendía por sus dedos como
una noche sin luna, los ojos se le encendieron con el brillo de una hoguera azul.
«¡Joder!
Esto ya pasa de castaño oscuro», pensó.
Paul
rodeó a ___ con un brazo al ver que El Profesor empezaba a temblar de rabia.
—La
clase ha terminado. A mi despacho, señorita Mitchell. ¡Ahora!
Metió
sus notas y cosas de cualquier manera en el maletín y salió de la sala dando un
portazo.
HOLA!! COMO ESTAN? ESPERO QUE BIEN! BUENO AQUI LES DEJO EL CAPS ... NO PUDE AGREGARLES EN ESTOS TRES DIAS PORQUE ESTUBE MUY OCUPADA HACIENDO MIS TAREAS DE LA ESCUELA ... PERO AQUI ESTAN!! ESPERO QUE LES ESTE GUSTANDO LA NOVELA ... ESTA PRECIOSA!!! *-* BUENO SIN MAS QUE DECIR ME DESPIDO, QUE ESTEN BIEN, NOS VEMOS SI DIOS QUIERE MAÑANA, ESPRO VER COMENTARIOS :) QUE PASEN BUENAS NOCHES, HASTA PRONTO
Please please sube mañana porfa esto esta de infarto ya quiero saber que pasara en la proxima, esta genial :D
ResponderEliminarEsto esta quemandoo!!
ResponderEliminarEsta buenizimaa!! Pobre Tom el se siente solo.
Crista esta empezando a sospechar!!..
Virgii siguelaaa me encantaaaa ;)
oh wow !!!!!! que intensoooo !!!!! *-* me encantooo !!!! *-* y pues bye XD no dire mucho hoy !
ResponderEliminar:O tremendo cap virgiiii me encantoooooooo hay Tom se siente solo y mas con el rechazo de (Tn) pero es su culpa el la trato muy mal.. ya veo q están enamorados!!! huyyy Christa ya empezó a sospechar, Tom le exigió a (Tn) q vaya a su despacho y ahora q pasara entre ellos y en el despacho??? estoy muy intrigada sube pronto pleasee amo este cap!!!!
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